Ministerio Grano de Trigo

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Arrepentimiento Para la Vida


CAPÍTULO 4: EL JUICIO VENIDERO

UNA PUBLICACIÓN DEL MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

Capítulo 1: Arrepentimiento Para la Vida

Capítulo 2: El Proceso de Arrepentimiento

Capítulo 3: La Verdad que nos Liberta



Capítulo 4
EL JUICIO VENIDERO

Todos los creyentes, algún día, estarán delante de la presencia no diluida de Dios: “(…) porque todos compareceremos ante el tribunal de Cristo” (Ro 14:10). En ese momento, lo que somos y lo que hemos hecho será puesto a prueba por Su intensa y ardiente presencia. Todos pasaremos por ese fuego divino.

Está claro que no solamente nuestras actitudes, palabras y hechos serán analizados por el fuego santo, ya que también nos probará a nosotros mismos. Las escrituras nos enseñan: “la obra de cada uno se hará manifiesta, porque el día la pondrá al descubierto, pues por el fuego será revelada. La obra de cada uno, sea la que sea, el fuego la probará. Si permanece la obra de alguno que sobreedificó, él recibirá recompensa. Si la obra de alguno se quema, él sufrirá pérdida, si bien él mismo será salvo, aunque así como por fuego” (I Co 3:13-15).

La mayoría de los creyentes ya sabe que sus obras serán probadas por este fuego, pero parece que muchos todavía piensan: “Podría perder algunos galardones, pero ¿cuál es el problema?”, o “¿Qué diferencia habrá, para mí, si algunas de mis obras se quemaran?”. Pero lo que no ven es que ¡ellos también serán probados por el mismo fuego! Todavía pueden ser “salvos”, pero estarán, sin protección ni excusas, expuestos ante la intensa y ardiente presencia del Dios todopoderoso.

Para algunos será una experiencia terrible. Sufrirán vergüenza y pérdida. Sus pecados sin confesar serán expuestos y su naturaleza pecaminosa será totalmente consumida por el fuego eterno.

Para otros será una experiencia maravillosa. Verán, cara a cara, a aquel que transformó y limpió sus vidas. Se alegrarán con una alegría que no puede expresarse con palabras humanas.

Cuando estemos delante de Dios, las “partes” no santas e impuras de nuestra alma serán destruidas. Las partes no transformadas de nuestro ser serán consumidas. Esas áreas pecaminosas de nuestra alma no entrarán en la nueva creación porque serán destruidas o “perdidas” cuando Él venga. Esta es una importante verdad bíblica que muchos creyentes no conocen, a pesar de que sea crucial entenderla.

¿Cómo podemos tener certeza de todo eso? Para comenzar, debemos recordar el comienzo de nuestro análisis sobre la inimaginable esencia concentrada de Dios. En Su presencia directa, la santidad, pureza, honestidad y amor (en resumen, toda Su naturaleza divina) se manifestarán de una forma pura.

Únicamente lo que sea como Él pasará la prueba. Cualquier cosa diferente será consumida por este “fuego”. Ninguna “parte” que practique el pecado, ninguna “parte” egoísta, ninguna “parte” que apruebe la injusticia podrá existir allí. Solamente aquello que sea de la misma naturaleza de Dios podría pasar la prueba.

Si le dijera que puedo colocar un pedazo de papel de periódico en un fuego intenso y que no se quemaría, no me creería. De igual modo, ningún hombre “natural” será capaz de permanecer en la presencia de Dios porque será consumido.

En aquel momento, será muy tarde para pedir perdón. Ese día, ni siquiera el arrepentimiento funcionará. Simplemente, no habrá más tiempo ni oportunidad para que funcione el proceso de transformación. No habrá más tiempo para que la vida de Dios crezca en nosotros. Ninguna cantidad de perdón, en aquel momento, podrá proteger nuestras almas no transformadas de la intensidad de Dios.

EL EJEMPLO DE MOISÉS

Moisés amaba a Dios, y tenía curiosidad por verlo. Por esto, un día le hizo una petición: “Te ruego que me muestres tu gloria” (Ex 33:18). Pero Dios tuvo que explicarle algo. Lo que estaba pidiendo era absolutamente imposible. Moisés no podía ver Su rostro. Él era incapaz de permanecer en Su presencia directa. ¿Por qué? Dios explicó diciendo: “Dijo más: No podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre y vivirá” (Ex 33:20).

¿Por qué sería eso así? Si alguien viera al Señor accidentalmente, ¿Dios tendría que matarlo? ¿Sería un castigo por ver algo que no debería ver? No, esa es la consecuencia natural de la santa presencia de Dios. Ningún simple humano podría resistirla, no es posible sobrevivir esa experiencia. Entonces, al final, Dios le reveló “Su espalda” a Moisés, pero no Su rostro.

El hombre natural, con su naturaleza pecaminosa, no conseguirá permanecer en la presencia de un Dios santo. Cualquier cosa en nosotros que no corresponda con la naturaleza divina se quemará: “porque nuestro Dios es fuego consumidor” (Hb 12:29). Este es el único resultado posible del encuentro de cualquier hombre o mujer con Él. Cualquier cosa que quede de la vida natural y pecaminosa será consumida.

Este será el cumplimiento de la segura promesa de Jesucristo. Él enseñó: “Porque todo el que quiera salvar su vida [alma, PSUCHÊ], la perderá; y todo el que pierda su vida por causa de mí, la hallará” (Mt 16:25; Mr 8:35; Lc 9:24, 17:33; Jn 12:25). Cualquier parte de nuestra antigua vida, nuestra alma, que no ceda ante la crucifixión hoy se “perderá” mañana, cuando Jesucristo vuelva. Esta no es una enseñanza incierta, por el contrario, está bien clara.

Esa verdad era tan importante para los autores de los evangelios que la mencionaron cinco veces en las escrituras. Cualquiera que se rehúse a entregar su vida y naturaleza antigua a la muerte a través de la cruz de Cristo, ciertamente la perderá, sin remedio, en el día en que Jesucristo vuelva.

No hay otra posibilidad. Tenemos absoluta certeza de que ninguna cosa pecaminosa pasará a la nueva creación. También sabemos que el pecado no permanecerá en la presencia de Dios. Entendemos, también, que un crecimiento o transformación espiritual instantánea no es posible. Entonces, la única opción es que nuestra vieja “vida”, “alma” y “ser” se pierdan en el tribunal, exactamente como Jesucristo nos prometió. Cualquier “parte” no transformada de nuestra alma se quemará.

Ahora es el momento para prepararnos para este evento. Nuestro Creador no quiere que perezcamos. Él nos trajo salvación: Su propia vida eterna. Esa vida eterna e indestructible puede sustituir la nuestra. Podemos morir para que Él viva en nuestro lugar. Podemos ser crucificados con Él y también resucitar y vivir en novedad de vida.

De esta forma, podremos resistir todo fuego. Nos transformaremos en un tipo de criatura que puede sobrevivir estando en la presencia de Dios. Seremos como es Él a través del poder salvador de Su vida, que Él mismo nos dio. Así, estaremos preparados para encontrarnos cara a cara con Él.

Parece que muchos creyentes, al igual que Moisés, se contentan con solamente mirar la “espalda” de Dios. Cuando Moisés lo vio, vio que era “fuerte, misericordioso y piadoso; tardo para la ira, y grande en misericordia y verdad” (Ex 34:6). Esos aspectos de Dios son verdaderamente maravillosos. Son preciosas virtudes que todos nosotros necesitamos ver y comprender.

Sin embargo, Dios es mucho más que eso. Aunque podamos deleitarnos en lo que vemos en Sus “espaldas”, un día veremos Su rostro. Cuando eso ocurra, contemplaremos Su extrema santidad, Su ardiente y consumidora rectitud, Su pura y resplandeciente justicia, y mucho más.

Todos los cristianos necesitan conocer a Dios íntimamente, no solo los aspectos más “agradables” de Sus “espaldas” —como la misericordia y el perdón—, sino también Conocerlo cara a cara. A través del arrepentimiento y del perdón, debemos entrar en intimidad con Él. Debemos mirar Su rostro glorioso, para que seamos transformados a Su imagen (II Co 3:18).

Solo si nos acercamos a Él pueden exponerse y eliminarse todos nuestros pecados. Cuando tenemos intimidad con el Señor, nos satura con Su vida y Su esencia. Solo los creyentes que tienen intimidad con Él estarán cómodos en la presencia del fuego eterno y no sufrirán daño cuando venga.

PROBADOS POR EL FUEGO

¿Los creyentes realmente serán puestos a prueba mediante fuego? Con certeza. Ya hemos leído sobre aquellos cuyas obras serán quemadas, pero que serán salvos “aunque así como por fuego” (I Co 3:15). También estudiamos el caso de aquellos que endurecen sus corazones contra Dios y ya no pueden arrepentirse. Esos son aquellos cuyo fin es quemarse (Hb 6:8).

Además de eso, el propio Jesucristo nos enseñó que debemos ser cuidadosos para mantener una relación íntima con Él. De lo contrario, sufriríamos graves consecuencias. Está escrito: “El que en mí no permanece, será echado fuera como pámpano, y se secará; y los recogen, y los echan en el fuego, y arden” (Jn 15:6).

Juan el Bautista también nos advirtió sobre la importancia de dar frutos. Esos frutos son, simplemente, el resultado de nuestra continua relación íntima con Jesucristo. Pero si ignoramos este privilegio, el resultado será catastrófico. Él proclamó: “Y ya también el hacha está puesta a la raíz de los árboles; por tanto, todo árbol que no da buen fruto es cortado y echado en el fuego” (Mt 3:10).

Aunque muchas personas han intentado usar esos versículos para mostrar que los creyentes pueden perder su salvación e “ir al infierno”, con esto, nosotros entendemos una verdad diferente. Es el fuego de la intensa presencia de Dios del que habla el pasaje. Su intensa y ardiente presencia consumirá todo lo que no sea como Él.

LA TRANSFORMACIÓN PARCIAL

Supongamos que solo seamos transformados parcialmente. Imaginemos que alguien no se haya entregado por completo a Jesucristo durante su vida y, por esto, solo haya sido transformado en parte.

Mientras la vida de Dios está llenando algunas partes del ser de esa persona, otras áreas están todavía llenas de su vida natural y pecaminosa. ¿Cuál será, entonces, el resultado cuando esa persona se presente ante el tribunal? ¿Qué acontecerá en este caso?

La respuesta es muy simple. Aquella “parte” de cualquier creyente que se haya transformado a la imagen de Cristo, ciertamente sobrevivirá en la presencia de Dios. El “fuego” no tendrá ningún efecto sobre ella. Ya se hizo eterna por la obra de Su vida eterna. Pero aquella porción de cualquier creyente que todavía permanezca natural y pecaminosa, será consumida por el fuego de Dios. No hay otra posibilidad. No será transformada instantáneamente. Dios no lo pasará por alto. No será, en aquel momento, simplemente perdonada e ignorada. Más bien, se quemará por la intensidad de la esencia de Dios. Esa parte del alma se “perderá”, en cumplimiento de la promesa de Jesucristo.

Los años de rebeldía contra la obra transformadora del Espíritu Santo darán frutos. Se revelará todo el tiempo que se perdió resistiendo la convicción del pecado en nuestra consciencia. Nuestra falta de arrepentimiento y el rechazo a la muerte de la propia vida se verán claramente cuando hayamos “perdido” aquella porción de nuestra alma que no fue transformada por el Espíritu Santo.

¿CÓMO SERÍA ESO?

¿Cómo quedaría una persona que solo se haya transformado parcialmente y, por lo tanto, haya “perdido” parte de su alma? ¿Veríamos la mitad de una persona? ¿O alguien sin brazos o piernas? ¡Por supuesto que no! ¿Cómo podría alguien salvarse “parcialmente”? ¿Cómo se manifestaría eso?

Para comenzar, debemos recordar que no estamos hablando sobre el cuerpo de una persona, sino de su alma. Por esto, es una cuestión de crecimiento y madurez espiritual.

Como somos transformados por el desarrollo de la vida sobrenatural dentro de nosotros, nuestro “grado” de transformación debe estar íntimamente ligado al crecimiento de esa vida en nosotros.

En el mundo natural, todo tipo de vida crece y madura. Es un proceso que lleva tiempo. Los seres humanos, por ejemplo, nacen como bebés, crecen para hacerse niños, se hacen adolescentes, jóvenes, adultos y, finalmente, individuos completamente maduros. En la Biblia, tenemos evidencia de que la vida espiritual también pasa por esas etapas. Ese proceso demora muchos años.

En I Jn 2:12-14, Juan escribe sobre tres grados de madurez: “hijitos”, “jóvenes” y “padres”. También hay muchos otros lugares, en el Nuevo Testamento, donde diferentes autores se refieren a “bebés en Cristo”, problemas de inmadurez, crecimiento espiritual, la necesidad de madurez, etc. Así que no hay ninguna duda de que el proceso de madurez espiritual es similar al del mundo natural.

Por lo tanto, parece muy lógico imaginar que, si ese proceso de crecimiento se interrumpiera o no se completara, el individuo no sería completamente maduro. Permanecería en la etapa de madurez donde se interrumpió su proceso. Poseería apenas el grado de madurez que consiguió alcanzar. En consecuencia, cuando el hombre natural fuera consumido, lo que quedaría sería la “parte” o el aspecto transformado de su alma. Por ejemplo, un creyente bebé en la fe seguiría siendo un bebé, un creyente joven seguiría joven y un creyente maduro se mostraría maduro.

La etapa o el grado de crecimiento espiritual que haya alcanzado sería su etapa eterna. Cualquier “grado” de madurez que aquella persona haya obtenido sería su “edad” para siempre. Lo restante se quemará y perderá. Espero que haya quedado perfectamente claro. En la “eternidad”, los creyentes surgirán en diferentes etapas de desarrollo espiritual. No importará su edad en la Tierra. Su madurez física o terrenal no será un factor determinante. Lo que tendrá importancia, en este caso, será cuánto cooperaron con Dios, de forma que Su vida pudiera madurar dentro de ellos. Será el desarrollo de nuestra vida espiritual lo que se traducirá en nuestra condición eterna.

Probablemente, entonces, en la eternidad encontraremos creyentes bebés, creyentes jóvenes y creyentes maduros. Su apariencia estará ligada a su progreso en la vida espiritual. Ninguno de ellos será igual. Cada uno recibirá su “galardón” basado en el crecimiento de la vida de Dios en ellos.

La madurez espiritual de cada uno será la totalidad o, al menos, la mayor parte de nuestro galardón. Esto se debe a que, al igual que en esta vida terrenal, la madurez nos permitirá disfrutar las cosas más plenamente.

Los niños pueden ser alegres, pero hay muchas cosas que no pueden hacer. Los jóvenes también están limitados en su capacidad de apreciar o saborear muchas experiencias. Así que también, en el futuro, nuestra madurez determinará la profundidad de lo que disfrutaremos en Dios y todo lo que Él creará.

Mi suposición es que cada uno recibirá un nuevo cuerpo glorificado, que reflejará su grado de madurez. Es posible que, a medida que crezcamos espiritualmente, esos nuevos cuerpos puedan crecer también, demostrando un mayor grado de madurez. Esos cuerpos están siendo preparados para que habitemos en ellos en el futuro. Jesucristo está, en este momento, preparando este “lugar” para nosotros (Jn 14:2). Juntando partes de dos versículos que están en I Co 15:41, 42, leemos: “pues una estrella es diferente de otra en gloria. Así también es la resurrección de los muertos.” Cabe destacar que el texto original en griego no estaba dividido en versículos ni oraciones mediante puntuación.

Seguramente, habrá una diferencia entre los creyentes en la eternidad venidera. Así como el brillo de cada estrella es diferente del de las demás, los creyentes exhibirán un grado diferente de gloria dependiendo de su madurez.

Naturalmente, todo esto es un misterio. Solo podemos ver esas cosas de una forma imperfecta mientras estemos en esta tierra. Pero tenemos amplia evidencia en las escrituras que muestra que las partes no transformadas del alma se perderán. Es cosa de lógica entender que lo que permanecerá será aquello que haya sido saturado con la vida y la naturaleza del Dios eterno.

MAS DIOS ES AMOR

Es posible que algunos discutan el hecho de que la parte no transformada del alma de los creyentes se destruya o se “pierda” en la presencia de Dios. Tal vez insistan en que, como Dios está lleno de amor, misericordia, compasión, perdón y longanimidad, Él no podría juzgar a ninguno de Sus hijos de una forma tan severa.

Es verdad que Dios está lleno de esos atributos maravillosos. Cuando Él aparezca, esas virtudes también se manifestarán completa e intensamente. Por ejemplo, la atmósfera alrededor de Él estará impregnada de un amor increíble. Pero como resultado de ese amor, toda nuestra falta de amor quedará expuesta. El amor que nos tenemos a nosotros mismos se verá más claro que nunca. Las numerosas veces que no actuamos con Su amor con nuestro prójimo se harán dolorosamente evidentes.

Esto no será un resultado de la falta de amor de parte de Dios, sino de la grandeza del amor que define Su naturaleza. Sufriremos un impacto inevitable en aquel momento.

De la misma forma, las veces que no tuvimos misericordia para con otros, los momentos en que no actuamos con compasión, las situaciones en que nos negamos a perdonar a los otros y nuestra falta de longanimidad quedarán expuestos por Su ser. Su naturaleza revelará, con alarmante claridad, todo lo que somos. Si no hemos sido transformados por Su vida para que seamos como Él, sufriremos pérdidas.

Además, el hecho de que Él nos ofreció gratuitamente, a un precio tan alto, la oportunidad de cambiar y llenarnos de Su naturaleza sustituyendo la nuestra, resaltará como nunca. Si sufrimos pérdidas cuando Jesucristo vuelva, no será por causa de Su falta de amor o porque Él no demostró Su amor por nosotros, sino por nuestra propia negligencia y desobediencia; porque no aprovechamos Su amor. No tendremos ninguna excusa o argumento. El universo verá y aceptará y concordará que Su juicio sobre nosotros es justo.

Es verdad que Dios es bueno. Él no está juzgándonos hoy. Él está interactuando con nosotros basado según Su bondad, amor y gracia. En esta era de la Iglesia, Él está reservando Su juicio mientras nos da todas las oportunidades para aprovechar nuestro tiempo y ser transformados a Su imagen.

No obstante, no podemos malinterpretar Su bondad y gracia. No podemos suponer que eso significa que el juicio nunca llegará. Este intervalo, este tiempo de bendición, debe ser una oportunidad para que nos preparemos para lo que está por venir.

En vez de relajarnos y usar esta benevolente ausencia de juicio para satisfacer la carne, debemos aprovechar este pequeño período para que nuestra transformación avance lo más posible a través de un constante y profundo arrepentimiento.

Pablo nos amonestó, diciendo: “¿O menosprecias las riquezas de su benignidad, paciencia y longanimidad, ignorando que su benignidad te guía al arrepentimiento?” (Ro 2:4).

En vez de pensar que la bondad de Dios nos excusará del futuro juicio, necesitamos entender que es esa bondad la que nos lleva al arrepentimiento para salvarnos del juicio.

Cuando llegue el tiempo del juicio, el perdón ya no será una opción. El tiempo de la gracia habrá terminado. La oportunidad de arrepentimiento y de transformación habrá pasado. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que estemos preparados para recibirlo con alegría y de brazos abiertos.

LA SEGUNDA VENIDA

Jesucristo regresará. Algún día, pronto, volverá en Su gloria para destruir el reino del futuro hombre del pecado y establecer Su reino aquí en la Tierra. De la misma manera en que ascendió, descenderá para recibirnos (Hch 1:11). Este será el momento en que Él juzgará a Su pueblo. Compareceremos ante Su tribunal (Ro 14:10). Esta será la hora en que nuestra condición espiritual será expuesta, sea buena o mala.

LOS PRIMEROS CRISTIANOS

Los primeros cristianos pensaban que el regreso de Cristo ocurriría dentro de pocos años. Esperaban que regresara en cualquier minuto.

Por lo tanto, muchos vivieron como si Él pudiera llegar en cualquier momento. La mayoría no participaba en el pecado. Siempre buscaban la manera de agradarle. Se mantenían separados del mundo y de otras distracciones. Cooperaban con la obra de transformación del Espíritu Santo en ellos. En pocas palabras, vivían con la expectativa de que el regreso y el juicio de Jesucristo podrían ocurrir en cualquier momento.

Pero a medida que el tiempo fue pasando, las cosas cambiaron. Pronto, se hizo claro que Su regreso no era tan inminente como se pensaba en el comienzo. Entonces, por seguir la tendencia natural de la raza humana, aquella urgencia y expectativa se extinguió de los corazones de algunos. Comenzaron a vivir sus vidas como de costumbre. El pecado se hizo más evidente en las primeras Iglesias. Las tendencias humanas de egocentrismo y placeres mundanos comenzaron a manifestarse cada vez más. Esas mismas inclinaciones naturales también son muy evidentes en las iglesias actuales.

Por ejemplo, es posible que hoy haya muchos cristianos que canten “Ven, Señor Jesucristo”, durante un tiempo de adoración. Pero ¿cuántos de nosotros realmente quieren que Él vuelva inmediatamente, en este minuto exacto? ¿O será que tenemos otras prioridades en nuestras vidas?

Tal vez nos gustaría casarnos primero. Tal vez estemos ahorrando dinero, ansiosos por comprar algo que queremos, como una casa o un automóvil. Es posible que tengamos planeados algunos eventos en el futuro que quisiéramos disfrutar primero. Esas cosas que atraen nuestros corazones son la evidencia de que nuestra relación con Él no se ha desarrollado lo suficiente.

Otra cosa que nos impediría desear Su regreso es la participación en algún pecado. Podría ser algo que sabemos que estamos haciendo. Nos damos cuenta que eso entristece al Señor, pero, de alguna forma, nuestra ansia carnal por ese pecado nos impide arrepentirnos y desprendernos del pecado. Nuestra consciencia nos incomoda, pero la ignoramos y endurecemos nuestro corazón un poco más. Obviamente, cualquiera que esté en esa condición no estaría ansioso porque el Señor regrese hoy.

Eso me recuerda una experiencia que tuvimos hace muchos años, en reuniones que hacíamos en casa. De vez en cuando, la presencia de Dios se manifestaba de una forma poderosa y gloriosa. Entonces, pensaba: “La semana que viene, este lugar estará lleno de gente”. “Esta reunión estuvo tan fantástica, que todos desearán volver para la próxima”. Pero, en vez de eso, la semana siguiente, no venía casi nadie. Tenían que pasar unas dos o tres semanas para que todos volvieran a ir. Esa experiencia se repitió más de una vez. Me pareció muy raro.

Mientras meditaba sobre aquel fenómeno, percibí lo siguiente: muchos cristianos no se sienten muy cómodos en la presencia de Dios. Les gustan permanecer allí un poco, pero realmente no están en paz con Él lo suficiente para vivir en Su presencia todo el tiempo. Quieren recibir una pequeña “dosis” de Dios de vez en cuando (como tocar el borde de su manto), pero su consciencia perturbada y su falta de arrepentimiento no permiten que permanezcan en Su presencia por mucho tiempo. Esas personas no viven en el Espíritu.

Me viene a la mente otra situación. Hace muchos años, cuando yo era un joven creyente y soltero, vivía en una casa con varios jóvenes cristianos. Un día, un hermano, que tenía fama de buscar experiencias realmente “espirituales”, me pidió que orara con él. Estábamos en la sala de estar y comenzamos a buscar el rostro de Dios. ¡Y lo encontramos! Comenzamos a sentir Su presencia cada vez más intensa. Empezamos a entrar a lugares celestiales en Cristo Jesús (Ef 2:6). La sensación de la presencia de Jesucristo parecía cada vez más real. La gloria del Señor brillaba a nuestro alrededor. Parecía que Él luego iba a aparecer físicamente frente a nosotros.

De repente, para mi total sorpresa, el hermano gritó: “¡Para, para!”. Aquel era su límite. Él no quería más de esa presencia. No se sentía cómodo en la presencia del Señor con tal intensidad. Y Jesucristo paró. La experiencia rápidamente se disipó. Dios respetó sus límites en aquel momento. Hoy, del mismo modo, Jesucristo nunca traspasará forzosamente las barreras que existan entre Él y nosotros.

TODOS COMPARECEREMOS DELANTE DE ÉL

Sin embargo, un día compareceremos delante de Él. No habrá ninguna “parada” ese día. Estaremos delante de Su ardiente presencia, pura e intensa. No habrá lugar para esconderse. Quien no esté listo, no tendrá como escapar. Todo lo que esté en nuestros corazones será expuesto.

¿Y usted? ¿Cómo está viviendo hoy? ¿Está viviendo en el temor del Señor? ¿Se avergonzaría si Él apareciera ahora? ¿Se sentiría satisfecho Él si lo encuentra haciendo lo que está haciendo y viviendo de la manera en que está viviendo?

¿Está usando su tiempo sabiamente para prepararse usted y preparar a otros para Su venida? ¿Se ha arrepentido cada vez más, a fin de ser transformado a Su semejanza? ¿Usted es alguien que verdaderamente ama Su venida? (II Ti 4:8)?

Si la respuesta es positiva, lo oirá decir esto: “Bien, buen siervo y fiel; (...) entra en el gozo de tu señor” (Mt 25:23). De lo contrario, usted será avergonzado y sufrirá una pérdida irrecuperable en Su presencia y delante de todo el universo.

“Pero nosotros no somos de los que retroceden para perdición [eso no significa “infierno”, sino la pérdida del alma en la presencia del Señor], sino de los que tienen fe para preservación del alma” (Hb 10:39).

Fin del Capítulo 4

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Capítulo 1: Arrepentimiento Para la Vida

Capítulo 2: El Proceso de Arrepentimiento

Capítulo 3: La Verdad que nos Liberta