Ministerio Grano de Trigo

Leer en línea el libro
Autoridad Espiritual Genuina

DOS TIPOS DE AUTORIDAD

Capítulo 1

Autoridad Espiritual Genuina, libro por David W. Dyer

UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

ÍNDICE

Capítulo 1: Dos Tipos de Autoridad

Capítulo 2: La Rebelión de Coré

Capítulo 3: La Zarza Ardiente

Capítulo 4: La Forma de un Siervo

Capítulo 5: El Cabeza de Cada Hombre

Capítulo 6: El Cabeza del Cuerpo



"Jesús se acercó y les habló diciendo: « Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra»" (Mt 28:18)


"Ellos establecieron reyes, pero no escogidos por mí; constituyeron príncipes, mas yo no lo supe" (Os 8:4)


"… los profetas profetizan mentira y los sacerdotes dominan por manos de ellos. ¡Y mi pueblo así lo quiere!" (Jer 5:31)


Prefacio

Como hijos de Dios, una de las cosas más importantes que debemos saber es cómo obedecer y seguir a Jesús. Él es nuestro Señor y nuestro Rey. A Él daremos cuenta un día de nuestras actitudes, acciones y palabras. Adán y Eva se rebelaron contra el Altísimo en el jardín del Edén. Desde entonces, la gran mayoría de los humanos ha vivido en rebelión contra Él.

Después de arrepentirnos de nuestros pecados y nacer de nuevo, es nuestro privilegio como hijos de Dios someternos a Su gobierno y autoridad. Tenemos la oportunidad de revertir la mundana tendencia a rebelarnos y, así, volvernos obedientes. De hecho, es necesario que lo hagamos si queremos vivir la experiencia de estar en Su reino. En consecuencia, es imperativo que todos seamos capaces de discernir la autoridad espiritual. Es esencial que seamos capaces de conocer la voz de nuestro Señor y, entonces, poder seguirlo.

Un factor que quizás dificulta esta tarea es que, a menudo, Dios no nos habla directamente, sino que utiliza a otros hombres o mujeres como instrumentos a través de los cuales manifiesta Su autoridad. Pero ¿cómo sabemos cuándo es Dios? ¿Cómo podemos estar seguros de cuándo es nuestro Señor quien habla o cuándo es solo un ser humano? Esta es una cuestión esencial que todos debemos resolver.

Los hijos de Israel enfrentaron un problema similar en el desierto. Surgió, entre ellos, un dilema sobre quién debía ser el líder. Además de Moisés y Aarón, había otros hombres en la congregación que eran bien conocidos y considerados líderes. Entre ellos, estaban Coré, Datán y Abiram , quienes, junto con otros 250 hombres, desafiaron el liderazgo de los ungidos de Dios. Competían por obtener autoridad y por reconocimiento entre el pueblo de Dios. Más adelante, en el capítulo 2, hablaremos acerca del juicio de Dios sobre estos rebeldes, pero, por el momento, nos enfocaremos en otra cosa.

Inmediatamente después de resolver este conflicto sobre la autoridad de Dios, nuestro Señor sintió que era necesario enseñar a Su pueblo una lección sobrenatural. Además de eso, Él sabía que, a futuro, Sus hijos también necesitarían ser capaces de reconocer la autoridad espiritual. Necesitarían una base con la cual pudieran discernir qué tipo de autoridad era meramente humana y cuál era de verdad divina. Dado que la autoridad terrenal puede ser impresionante por su encanto y sus aptitudes, tal vez nosotros también podamos aprender de la lección sobrenatural de Dios.

Dios hizo lo siguiente: ordenó a Moisés recoger la vara de cada líder de la congregación. Las varas eran un símbolo del liderazgo y la autoridad de cada uno. Ese conjunto de varas, entre las cuales estaba la de Aarón, fue puesto en el tabernáculo durante la noche. Por la mañana, ocurrió algo sobrenatural. La vara de Aarón había pasado por tres cambios diferentes. Había brotado, florecido y dado frutos, ¡todo al mismo tiempo! Eso es realmente increíble. ¿Has visto una rama de un árbol brotar, dar flores y dar frutos simultáneamente? Las otras varas permanecieron iguales: viejas, duras y secas; mientras que la vara de aquel que representaba a la autoridad divina era completamente distinta.

Esa lección aún es relevante para nosotros en la actualidad. La autoridad humana y la autoridad verdaderamente divina tienen "sabores" espirituales distintivos. Cada una posee características individuales que podemos identificar.

La autoridad terrenal es dura y seca. Nos exige, pero no nos abastece. Se ejerce mediante la fuerza humana y se impone con medidas terrenales. Así como una vara vieja y seca puede ser usada para golpear o azotar a un animal desobediente, del mismo modo la autoridad humana controla a los otros a través del poder, la coerción, las exigencias o la fuerza superior, sea física o psicológica.

Hoy, por ejemplo, entre los grupos cristianos, este tipo de autoridad está frecuentemente oculta tras la aceptación o el rechazo del grupo. El líder manipula la opinión del grupo, lo que sirve como una vara para disciplinar al desobediente.

La verdadera autoridad espiritual tiene un sabor totalmente único. Nadie nunca pensaría en golpear a alguien con una vara llena de flores y frutos. El foco es otro. Para empezar, los brotes simbolizan algo nuevo, suave y fresco, algo que está vivo. Así, podemos apreciar que esa autoridad espiritual está viva, llena de Vida divina. Las flores simbolizan algo aromático, algo que tiene el dulce perfume del carácter de Cristo. Y los frutos simbolizan algo nutritivo; no que demanda, sino que abastece.

Esas son las características del liderazgo y la autoridad espiritual verdaderos. Por lo tanto, aquellos que la ejercen exhibirán las siguientes cualidades: estarán llenos de la vida de Dios, pues viven en comunión íntima con Él; tendrán el dulce aroma de Cristo, porque Su naturaleza ha llenado sus vidas, y sus aptitudes naturales y su autoridad han sido quebrantadas por Su mano; y, finalmente, serán una fuente de alimento y satisfacción, en vez de ser fuente de exigencia estéril, ya que ellos mismos estarán firmemente conectados a la vid celestial.

Aquí, mis hermanos y hermanas, reside la verdadera prueba de toda la autoridad en la Iglesia cristiana. ¿Cuáles características manifiesta? ¿Qué sabor y aroma tiene? Es verdad que estas cosas se disciernen espiritualmente y no pueden ser comprendidas por el hombre natural, pero esto no niega el hecho de que existan.

Dios requiere que todos nos sometamos a Su autoridad. Por ende, es necesario que cada uno de nosotros sea capaz de discernir y determinar lo que viene verdaderamente de Él y lo que viene de la vara del hombre.

En cada lugar y en cada grupo hay quienes afirman tener o ser la autoridad auténtica. Que Dios nos dé gracia para poder discernir el sabor de aquello que viene genuinamente de Él. Que Dios use este libro para ayudar a Su pueblo en este esfuerzo tan importante.

Jesús se acercó y les habló diciendo: "Toda potestad me es dada en el cielo y en la tierra… Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo." (Mt 28:18,20)

Ellos establecieron reyes, pero no escogidos por mí; constituyeron príncipes, mas yo no lo supe; de su plata y de su oro hicieron ídolos para sí, para ser ellos mismos destruidos. (Os 8:4)

... los profetas profetizan mentira y los sacerdotes dominan por manos de ellos. ¡Y mi pueblo así lo quiere! ¿Qué, pues, haréis cuando llegue el fin? (Jer 5:31)


DAVID W. DYER


Capítulo 1
DOS TIPOS DE AUTORIDAD

Antes de empezar nuestro análisis sobre este tema tan importante, primero debemos dejar claro que Dios es la fuente de toda autoridad. Él es la máxima autoridad. Él es Aquel que se sienta en el trono del universo y el que tiene el control total sobre todas las cosas. En consecuencia, podemos deducir que cualquier otra autoridad que exista en el universo ha sido establecida por Él o, por lo menos, existe con Su permiso. La subsistencia de cualquier otra autoridad sería imposible sin Su consentimiento.

Por lo tanto, no importa dónde hallemos autoridad en la actualidad, ya sea buena o mala, sabemos que es algo cuya legitimidad proviene de Dios. Esto es exactamente lo que enseñan las Escrituras. Los gobiernos humanos, las fuerzas policiales, los jueces, los padres de familia, entre otros, son instituciones establecidas por Dios para inhibir a las fuerzas del mal en este mundo (Rom 13:1-7).

El tipo de autoridad que poseen los gobiernos y otros líderes terrenales se llama "autoridad delegada". Como hemos visto, Dios es el poseedor de la autoridad suprema, pero Él ha elegido "delegar" o "dar" esa autoridad a otros individuos que se supone actuarán como Sus representantes. Una vez dada por Dios, la autoridad pertenece a las personas que la reciben. Aunque sean responsables ante Dios de su uso, pueden ejercerla como deseen. En esencia, ellos se vuelven la autoridad. Es un tipo de autoridad que se deriva de la "posición" de una persona, y esta posición de importancia se utiliza para hacer cumplir sus decisiones sobre aquellos a quienes dirige.

Entonces, en algunos casos, este estilo de liderazgo también puede llamarse "autoridad posicional".

Las autoridades delegadas pueden ejercer correctamente su poder o pueden abusar de él. Pueden ser buenos gobernantes y decidir qué es lo mejor según los intereses de Dios y de aquellos sobre quienes gobiernan; o pueden ser viles y usar esa autoridad para su propio beneficio, a costa de los demás. Independientemente de cómo la usen, los que están en el poder son autoridades delegadas de Dios.

Sin embargo, la autoridad delegada no es el único tipo de autoridad que revela la Biblia. Aquí vemos otra variación que, aunque también se origina en Dios, es bastante diferente de la autoridad delegada. Para ser más claro, creo que este tipo de autoridad se puede considerar como "autoridad canalizada".

Esa autoridad no pertenece a quien la ejerce. No es algo que se le "haya dado" para usar de acuerdo con sus propios intereses, deseos e ideas. Más bien, se ejerce cuando una persona conduce la autoridad de Dios.

En este caso, los involucrados son solo canales, instrumentos a través de los cuales fluye la autoridad divina. No tienen una autoridad "propia", autónoma. Solo siguen las instrucciones del Altísimo. Cuando Dios les habla dirigiéndose a otros, ellos hablan. Si les instruye realizar una determinada acción, actúan. Tal autoridad nunca les pertenece. No importa con qué frecuencia Dios use a estas personas para transmitir Su autoridad; estas nunca asumen esta autoridad.

¿POR QUÉ LOS HOMBRES DELEGAN LA AUTORIDAD?

Meditemos juntos sobre esto. ¿Por qué algunas personas necesitan delegar su autoridad a otros? Puede ser por su incapacidad de hacer el trabajo necesario, o tal vez porque se ausentan de los lugares donde se necesita decidir o hacer algo.

Los jefes de las grandes empresas siempre deben delegar su autoridad a los subordinados que actúan en su nombre. Estos directores ejecutivos no están capacitados para realizar todo tipo de trabajos en los distintos sectores de una empresa. Tampoco pueden estar presentes en todas partes, en todo momento. Tienen limitaciones que los obligan a delegar autoridad a otros, quienes actúan por ellos para solventar su incapacidad o ausencia. Estos otros son, entonces, "autoridades delegadas", cuyo poder depende de su posición de subordinados en relación con sus jefes.

En la Iglesia actual, Jesús fue designado por el Padre para ser la cabeza sobre todas las cosas (Ef 1:22). El gobierno de este grupo especial de personas está "sobre su hombro" (Is 9:6). Él, y solo Él, es quien gobierna y dirige a Su pueblo. Se le dio toda potestad [autoridad] en el cielo y en la Tierra (Mat 28:18).

Jesús no delega Su autoridad a otros para completar esta tarea. No divide Su autoridad en pequeñas porciones para que otros actúen en Su nombre o siguiendo Su propósito. No necesita hacer esto. No existe ninguna tarea en la Iglesia que Él no pueda hacer. Él es todopoderoso. No está ausente de Su Cuerpo; es omnipresente y está aquí con nosotros en todo momento. Debido a esto, no necesita delegar Su autoridad a otra persona para que actúe en Su lugar.

Jesús está físicamente ausente de este mundo. Por ende, delegó Su autoridad a hombres y mujeres para que actúen en Su "ausencia". Estas son las autoridades gubernamentales que conocemos. Jesús está espiritualmente presente en la Iglesia, Su Cuerpo. Por lo tanto, como Él está presente, Él es quien debe dirigir, liderar e iniciar todas las cosas. En la Iglesia, ningún otro ser humano jamás llega a tener parte alguna de esta autoridad para ejercerla como si fuera suya.

Justo antes de que Jesús ascendiera al cielo, les dijo a Sus discípulos: "Toda la autoridad me ha sido dada en el cielo y en la tierra. Id, pues, y haced discípulos..." (Mt 28:18-19). No les dijo: "Y ahora, les estoy dando a cada uno de ustedes algo de esa autoridad, para que hagan el trabajo mientras no estoy". En cambio, Él continuó diciendo: "Y yo estoy con vosotros todos los días, hasta el fin del mundo" (Mt 28:20). La Autoridad misma siempre estaría con ellos, manifestándose por medio de ellos, cuando y donde fuera necesario.

Podemos notar que, en la Iglesia, dondequiera que se manifieste la autoridad, no es la persona que vemos quien tiene la autoridad en sí, sino que en ella se manifiesta Jesús, invisible, fluyendo a través de la vida de dicha persona. Esto es lo que llamamos "autoridad canalizada".

LA IMPOTENTE AUTORIDAD HUMANA

Como podemos ver, la autoridad "posicional" o "delegada" opera solo en el plano natural, físico. Se escucha a través de los oídos de la carne, produciendo reacciones que son también humanas y carnales. Esta es la forma en que los hombres se controlan entre sí en este mundo físico. La autoridad que ejercen los padres , los policías, entre otros líderes, de hecho, tiene su razón de ser; es esencial en este mundo. Pero es inútil para edificar el Cuerpo de Cristo.

A lo largo de los siglos, muchos han intentado utilizar algún tipo de autoridad posicional para edificar la Iglesia; sin embargo, desafortunadamente, esto ha sido un terrible error. Innumerables figuras de autoridad han tratado de llevar a los hijos de Dios en una dirección u otra. Han enseñado, persuadido, exigido y, a veces, ordenado sin lograr un cambio espiritual. Muchos pastores, obispos y ancianos, entre otros, han usado toda su energía y autoridad para tratar de mover a los cristianos en la dirección que ellos creen que deben seguir espiritualmente, pero el resultado no ha sido la perfección de los santos.

Si bien la autoridad posicional puede usarse para producir algún efecto visible en las vidas de algunos cristianos, estos resultados no son eternos. No hay una transformación real. Por ejemplo, algunas figuras de autoridad en la Iglesia han ejercido presión sobre quienes están bajo su control y los han manipulado para efectuar un cambio en sus hábitos o su comportamiento. Quizás estos "creyentes sumisos" han cambiado la forma en que se visten, la forma en que hablan o, incluso, han comenzado a administrar su dinero de una mejor manera. No obstante, tales cambios son solo terrenales y provisorios. Trabajan externamente en lugar de internamente, donde reside el hombre espiritual. Estos cambios no son el resultado de un crecimiento espiritual, sino de la presión terrenal, humana. Estas personas han sido ajustadas a un estándar, pero no transformadas a la imagen de Cristo.

Desde el punto de vista terrenal, el ejército es más eficiente para "cambiar" el comportamiento de hombres y mujeres que la Iglesia. Allí, los reclutas son sometidos a una tremenda presión, día y noche, hasta que se ajustan a los estándares del ejército. Pero esto no es una transformación. No es la salvación del alma que Dios desea. No es algo de valor eterno derivado del crecimiento de la Vida de Dios dentro de ellos.

Esta autoridad posicional es de origen terrenal y no puede producir resultados espirituales. No puede hacer nada para ayudar a hombres y mujeres a crecer en Cristo. No puede producir cambios eternos. Solo la autoridad espiritual genuina puede obrar con efectividad para transformar el alma a la imagen de Cristo verdaderamente. El objetivo no es solo cambiar el comportamiento de los hombres; más bien, es contemplar a Jesucristo creciendo en todos los cristianos. La autoridad directa de Dios es lo único que puede hacerlo posible.

Solamente la voz de Dios hablando en el espíritu de Sus hijos creará dentro de ellos lo que Él está buscando. Es cuando oyen Su voz que ellos se llenan de Su vida (Jn 5:25). Esta "palabra" de Dios se puede transmitir, a menudo, mediante otros creyentes. Hay muchos miembros del Cuerpo de Cristo que Dios puede usar. Sin embargo, no es su voz humana la que se escucha, sino la voz de Dios. Él es el único que tiene el poder de hablar a través de ellos a fin de efectuar una nueva creación en los corazones de quienes escuchan.

EL EJEMPLO DE MOISÉS

Moisés es un ejemplo de alguien que ejerció esta autoridad "canalizada". No guiaba a los hijos de Israel de acuerdo con sus propias ideas o instrucciones. No hablaba por sí mismo. Cuando leemos el Antiguo Testamento, sobre cómo liberó a los israelitas de la esclavitud, es muy evidente que se movía y hablaba de acuerdo con instrucciones sobrenaturales. Cada paso dado, cada ley y orden, cada detalle del tabernáculo, todo se llevó a cabo de acuerdo con la orientación divina. No estaba haciendo sus propios planes ni tomando sus propias decisiones. En cambio, permitía que Dios lo usara para canalizar Su autoridad al pueblo. Cuando Coré y su pueblo desafiaron la autoridad de Moisés, él resumió su posición de esta manera: "En esto conoceréis que Jehová me ha enviado para que hiciera todas estas cosas, y que no las hice de mi propia voluntad" (Nm 16:28).

Nuestro Señor Jesucristo fue el mejor ejemplo de tal autoridad espiritual canalizada. Él no vino a hacer Su propia voluntad, sino que Se sometió a la voluntad del Padre (Jn 6:38). No hizo Sus propias obras ni habló con Sus propias palabras, solo se ofreció a Sí mismo como un canal por el cual la autoridad del Padre pudiera fluir (Jn 14:10). Cuando Jesús expulsó demonios, canalizó la autoridad del Padre. Cuando maldijo la higuera, la voz del Padre fue la que se escuchó (Mt 21:19). Cuando reprendió al viento y las olas, la autoridad del Padre fue la que se demostró (Lc 8:24).

Cada aspecto de Su vida era la manifestación del Dios invisible. Aunque Jesús era competente para hacerlo, nunca ejerció Su propia autoridad; en cambio, permitió que Su Padre se manifestara a través de Él.

Entonces, vemos que hay dos tipos diferentes de autoridad en el mundo en la actualidad. Una es de tipo terrenal y humana —una autoridad delegada, ou posicional—, que es ejercida por el hombre, aceptada por el hombre y reconocida por los que viven en esta Tierra. Esta autoridad va inevitablemente de la mano con atavíos superficiales que ayudan al ser humano a identificar este tipo de autoridad. Posiciones, títulos, uniformes y muchas otras ostentaciones externas sirven para identificar a aquellos que tienen autoridad delegada.

Este tipo de autoridad está siempre buscando el reconocimiento de otros hombres. De hecho, ella necesita de ese reconocimiento para funcionar. Es una autoridad natural y secular que fue planeada por Dios para atraer la naturaleza caída del hombre. Es algo que Dios instituyó y que opera de acuerdo con las costumbres de este mundo para gobernar a las personas del mundo.

La otra especie de autoridad es la espiritual, del tipo canalizado. Es a través de esta que Dios planea gobernar a Su pueblo. Esta autoridad se manifiesta en diferentes individuos, pero no les pertenece. Ellos, por sí mismos, nunca se convierten en la autoridad; son simplemente conductos a través de los cuales fluye la autoridad divina.

EL DESEO DE DIOS

Un deseo profundamente arraigado en el corazón de Dios es que Su pueblo le responda sin reservas. Él anhela ejercer un dominio absoluto sobre Su pueblo. Por encima de todo, Su deseo es que cada persona tenga una relación íntima con Él y pueda seguir Su liderazgo individualmente. Su deseo es que no haya ningún obstáculo entre Él y Su pueblo.

La intención de Dios con respecto al pueblo de Israel era que todos fueran Sus sacerdotes (Ex 19:6). En la actualidad, Su deseo es el mismo para Su Iglesia. Él quiere que cada uno lo conozca de manera personal y profunda, de forma que podamos reaccionar incluso ante el más mínimo de Sus deseos.

La cruda realidad, sin embargo, es que no todo el pueblo de Dios goza de esta experiencia. Para combatir este problema, Dios escoge individuos para canalizar Su autoridad y, de esa manera, dirigir a otros para que entiendan Su voluntad y vayan en la dirección correcta.

Primero, Él prepara y estos escogidos y, luego, los unge para usarlos como canales o instrumentos a través de los cuales fluye Su autoridad. Tales hombres y mujeres necesitan ser quebrantados por Dios de tal manera que tengan miedo de ejercer su propia autoridad. Entonces, Dios comienza a usarlos para canalizar Su autoridad hacia Su pueblo. Se convierten en portavoces a través de los cuales Dios habla en las situaciones en que los otros no quieren escuchar a Dios o son incapaces de hacerlo por sí mismos.

El objetivo de Dios —que se refleja en los corazones de los que son usados por Él— es acercar a otros creyentes a la relación íntima y personal que Él desea tener con ellos. Tras Moisés, Dios continuó usando ese tipo de autoridad espiritual para dirigir a Su pueblo. El siguiente líder a quien Dios usó en gran medida fue Josué, el cual llevó a los israelitas a la tierra prometida. Más adelante, cuando surgió la necesidad, el Señor usó a varios jueces para transmitir Su voluntad.

Hay varios capítulos interesantes en el Antiguo Testamento que describen cómo Dios habló a través de estos jueces y profetas, además de las grandes hazañas que Él los llevó a hacer. No obstante, durante todo este tiempo, Su deseo fue que todo Su pueblo lo conociera íntimamente y pudiera seguir Su liderazgo por sí mismos. Él levantaba líderes cuando era necesario, pero el hecho de que Él desea que todos conozcan Su autoridad y Su reino por sí mismos nunca ha cambiado.

HOMBRES NATURALES DESEAN UN REY

Por alguna extraña razón, los hijos de Israel no estaban satisfechos con el plan de Dios. Ellos deseaban algo diferente en sus corazones. Querían a un rey, una autoridad humana palpable. Anhelaban alguien a quien pudieran ver, oír y sentir. Se sentían mucho más cómodos con algo natural. Querían alguien que pudiera operar como autoridad delegada. Sintiéndose insatisfechos con su autoridad espiritual, acudieron a Samuel y lo instaron a que estableciera un rey terrenal para ellos (1 Sam 8:5-20).

Quizás podamos identificar dos motivos para este misterioso deseo. Primero, tener un rey los desobligaría de la responsabilidad personal de buscar a Dios por sí mismos. Su "líder" podría hacer eso por ellos. Asumiría toda la responsabilidad, velaría por todos los problemas, decidiría todas las instrucciones que deberían seguir y lucharía sus batallas. Segundo, ellos querían ser iguales a las otras naciones. Se sentían un poco inseguros. Parece que se sentían diferentes sin una autoridad mundana, sino con un Líder invisible e intangible. Anhelaban alguien a quien pudieran ver y oír con sus sentidos físicos. Para ellos, la autoridad de Dios no era suficiente. Decidieron que querían ser iguales a las naciones impías que los rodeaban.

Cuando Samuel oyó esta petición, se enojó mucho. Él sabía cuáles eran las intenciones de Dios y entendía que Él lo estaba usando para canalizar la orientación divina a Su pueblo. Samuel quedó angustiado, porque la nación que Dios había escogido como Suya tomaría el camino equivocado. Sin embargo, el Señor le recordó que él no era el rechazado. El pueblo no estaba abandonando a un hombre; estaba rechazando la soberanía de Dios en sus vidas (1 Sam 8:7-8).

Una prueba del gran amor de Dios por los hombres y de Su abundante gracia es que Él no abandonó a los israelitas, incluso cuando ellos sí lo hicieron. Él los dejó seguir su propio camino, pero primero les explicó que su petición sería mala para ellos.

La autoridad humana y terrenal, los dañaría de tres maneras: 1) les quitaría a sus hijos e hijas; 2) tomaría una parte de sus propiedades; 3) los llevaría a una servidumbre de la cual Dios no los libraría (1 Sam 8:9-18). Él les permitió elegir su destino porque se dio cuenta de que sus corazones ya Lo habían abandonado, pero es claro que esa no era Su voluntad .

UN MENSAJE PARA LA ACTUALIDAD

Seamos conscientes de que todos estos ejemplos del Antiguo Testamento no son solo historias intrigantes. De hecho, fueron escritos con una intención específica: que pudiéramos usarlas para comprender verdades espirituales. En la actualidad, también nosotros tenemos que tomar decisiones en lo que respecta a la autoridad, tal como lo hicieron en el pasado.

Por supuesto, como habitantes de este mundo, debemos someternos a las autoridades terrenales; debemos obedecerlas (1 Pe 2:13). Es evidente que la autoridad delegada se aplica a nosotros con respecto a nuestra interacción con el mundo.

Pero con respecto a nuestra participación en la Iglesia, también están presentes estas mismas dos variedades de liderazgo: la autoridad humana y la autoridad espiritual. Un tipo de autoridad la establece el hombre erróneamente y se apoya en las banalidades habituales de título, posición, vestimenta, etc. El otro tipo de autoridad la establece Dios y la confirma Su Espíritu.

Podemos escoger en el Cuerpo de Cristo. Por un lado, podemos aprender a reconocer la autoridad de Dios y someternos a ella; ya sea cuando Él nos habla personalmente o cuando Su voluntad es canalizada a través de uno de Sus instrumentos. Por otro lado, podemos someternos a algún tipo de autoridad humana delegada y “posicional” en la iglesia, que es establecida y reconocida por el hombre. Tenemos ante nosotros los dos caminos: el terrenal y el celestial.

Sin duda, Jesucristo desea ejercer la autoridad que Le corresponde sobre Su Iglesia; la doctrina en la que Él encabeza todas las cosas (Ef 1:22), donde Su preeminencia (Col 1:18) y Su control total están sobre todos los aspectos de la Iglesia, no es una enseñanza secreta. No debería sorprender a nadie el hecho de que cada miembro del Cuerpo deba desarrollar una relación íntima con Él que les permita sentir cada vez más Su liderazgo.

Una vez más, entendemos que es Su voluntad que todos sean sacerdotes (1 Pe 2:5). Una vez más, no es Su voluntad que algún otro ser humano se interponga entre nosotros y Él. Dios anhela reinar personalmente sobre cada persona de Su pueblo, para que, como un solo cuerpo, puedan expresar Sus propósitos y Su voluntad. Este siempre ha sido, y sigue siendo, un punto esencial en Sus planes para el hombre.

AUTORIDAD EN LA IGLESIA

Ciertamente, la autoridad de Jesús es necesaria en la Iglesia. No hay duda de que Dios usa hombres como líderes y ejemplos para otros con el fin de atraerlos a una relación con Cristo.

Pero ¿qué tipo de autoridad debería ser esa? ¿Una autoridad que se deriva de un "cargo" en la congregación? ¿Proviene de un nombramiento como anciano, pastor, ministro, diácono o algo similar? ¿Un título o un "cargo" califica a un hombre para dirigir al pueblo de Dios? ¿Esta responsabilidad la deben conceder otros hombres que también tengan algún título, educación o cargo? ¿Debe tener algún tipo de voto de confianza dado por la mayoría? ¿O se le otorga este honor a alguien en virtud de tener la personalidad más fuerte del grupo? ¡Por supuesto que no! Todos estos ejemplos son simplemente costumbres terrenales que solo estorban a los propósitos de Dios y llevan a las personas a la servidumbre.

Como hemos visto, la autoridad espiritual genuina emana de Dios mismo. Aquellos que ejercen tal autoridad son instrumentos preparados que canalizan los pensamientos y deseos de Dios a Su pueblo. Ese es el tipo de autoridad que deberíamos estar viendo en la Iglesia, hoy.

Necesitamos, desesperadamente, de hombres que hablen solo cuando Dios les habla, que lideren de acuerdo con Su dirección y que manifiesten Sus revelaciones. La gran necesidad hoy en día no son los que han sido capacitados, escogidos o designados para puestos de autoridad, sino los que tienen intimidad con Dios y por medio de quienes Él puede canalizar libremente Su voluntad. Hay una gran diferencia entre este tipo de autoridad y la que se manifiesta a través de la carne.

Sí, la Biblia dice que los apóstoles "constituyeron" ancianos en cada iglesia (He 14:23), pero ¿qué significa realmente este término? W. E. Vine, en su obra llamada Expository Dictionary of New Testament Words (Diccionario expositivo de palabras del Nuevo Testamento), dice lo siguiente: "(...) no se trata de una ordenación eclesiástica formal, sino de una «designación», para el reconocimiento de las iglesias, de los que ya habían sido preparados y calificados por el Espíritu Santo y habían mostrado evidencia de esto en sus vidas y en sus obras" (Edición de 1966, en inglés. Lamentablemente, la edición actual de este libro no conserva los pensamientos originales del autor).

Esto quiere decir que los apóstoles no estaban seleccionando arbitrariamente hombres que cumplieran con ciertos requisitos, o que quizás estuviesen más dispuestos a seguir su proyecto, o que tal vez tenían mucho dinero o influencia en la comunidad. Más bien, con ojos espirituales, estaban "designando", para beneficio de aquellos que no podían ver con tanta claridad, a aquellos a quienes Dios ya había seleccionado y preparado para usar como Sus instrumentos.

La autoridad espiritual genuina no proviene del nombramiento para un "puesto" o un "obispado ". Aunque en el Nuevo Testamento ciertos hombres han adquirido etiquetas como "anciano", "diácono" o "apóstol", su autoridad no se debe a un "cargo". De hecho, es todo lo contrario.

Tales designaciones son el resultado de la labor espiritual que Dios ha hecho dentro de ellos. Su propósito es describir sus funciones especiales en el Cuerpo. No debemos entender estos nombres como indicaciones de posiciones de autoridad dentro de la iglesia. Más bien, son simplemente descripciones de los trabajos de estos hombres. Tales designaciones vinieron como resultado de la profunda obra espiritual que Dios hizo dentro de ellos.

Era una forma de describir sus funciones especiales en el Cuerpo. De alguna manera específica, Dios preparó a estos hombres para que fueran canales o instrumentos de Su autoridad. Estos nombres se usaron para describir e identificar las áreas en las que se desempeñaban, no para indicar un cargo o su jerarquía.

Se ha hecho un daño incalculable al pueblo de Dios por la mala interpretación de este principio. Con demasiada frecuencia, los hombres son nombrados por otros hombres para un "cargo" porque piensan que es necesario que haya algún tipo de autoridad en la iglesia . El pueblo de Dios ha sufrido grandes pérdidas y daños debido a esta costumbre.

Cuando establecemos la autoridad delegada terrenal en la Iglesia de Dios, ¡reemplazamos a la verdadera autoridad! Cuando escogemos o nombramos hombres según la razón o percepción humana, establecemos una variedad de autoridad distinta que es ajena al plan de Dios y que solo será un impedimento para Su perfecta voluntad.

La razón de esto es que, sin importar cuán "fiel a las Escrituras" parezca ser, la autoridad jerárquica humana nunca puede producir resultados espirituales. Nada que se origine a nivel terrenal puede cumplir los propósitos de Dios. La Biblia es bien clara: "La carne para nada aprovecha" (Jn 6:63). Que esto no se malinterprete; el esfuerzo humano, respaldado por la autoridad carnal y natural, puede lograr algunas cosas aparentemente impresionantes en el plano religioso. Las campañas de "avivamiento", campañas de recolección entre miembros de la Iglesia, las actividades de recaudación de fondos y los proyectos de construcción pueden llevarse a cabo mediante un liderazgo humano firme.

Sin embargo, recordemos que el "éxito" en ojos humanos no es la vara para medir nuestro éxito espiritual. No importa cuán grandiosas o impresionantes puedan parecer nuestras obras; si fueron construidas con las sustancias equivocadas — es decir, elementos terrenales en lugar de sobrenaturales—, serán destruidas en el Día del Juicio. Solo aquello que viene de la obra del Espíritu Santo sobrevivirá ese juicio.

Lo mejor que puede producir cualquier autoridad delegada es una especie de arreglo terrenal que trata de imitar a la obra del Espíritu. Además de no conseguir algo de valor eterno, también priva a los cristianos de la oportunidad de vivir en la realidad del liderazgo de Cristo. Métodos puramente humanos nunca pueden transmitir el poder necesario para transformar vidas humanas. No pueden llegar al interior de una persona y transformar su corazón.

LAS CONSECUENCIAS DE LOS REYES ACTUALES

Es cierto que Dios permitió a Su pueblo seguir su propio camino y le nombró un rey. Aunque Él no lo deseaba, continuó trabajando tanto como le fue posible a través de este sistema errado, a fin de lograr tener una relación íntima con Su pueblo. Así mismo, en la actualidad, Él tolera nuestro comportamiento desobediente cuando nombramos autoridades terrenales en Su Iglesia.

En Su abundante misericordia y gracia, Él obra a través de nuestras "jerarquías", en la medida de lo posible, para cumplir Sus propósitos. Sin embargo, esta no es Su perfecta voluntad y nunca podrá cumplir Sus más sublimes deseos. La Biblia deja bien claro que nombrar tal autoridad es lo mismo que rechazar la del Señor, lo cual es un grave error.

Las tres consecuencias de este error, que tan claramente predijo Samuel, son las siguientes:

1 - Roba a las personas sus frutos espirituales (hijos e hijas). La autoridad humana paraliza el Cuerpo de Cristo al poner sus instrucciones y planes propios en lugar del Espíritu Santo. Si bien esta autoridad puede tener buenas intenciones e, incluso, organizar muchos proyectos, como "actividades evangelísticas", el tremendo poder del evangelio disminuye cuando se hace tal sustitución.

Un resultado desfavorable de eso es que los cristianos tienden, naturalmente, a buscar orientación y aprobación en la autoridad humana en vez de ser continuamente dirigidos por su verdadera Cabeza. Como resultado, quienes están bajo este tipo de autoridad dudan en iniciar cualquier cosa por sí mismos por dudar de que lo que hagan pueda ser visto como un desafío a la autoridad del líder.

Con el tiempo, se vuelven incapaces de ser guiados por el Espíritu Santo. Esto les roba el poder espiritual y los frutos a los cristianos. A medida que la relación íntima con la verdadera Autoridad es reemplazada por algo humano y débil, el fruto producido en todas las facetas de la vida espiritual disminuye.

2 - La autoridad humana exige el dinero —o las posesiones— de las personas. Es indiscutible que la relevancia de cualquier cargo terrenal se juzga por su esfera de influencia y su extravagancia. Cuantas más personas un líder tiene bajo su autoridad, más importante es. Cuanto más poderoso sea el territorio que gobierna, mayor prestigio tiene. Lo usual es que esta exaltación ante los ojos humanos venga acompañada con ropas más extravagantes, medios de transporte más caros y viviendas más lujosas.

En la iglesia actual no es diferente. Casi invariablemente, a medida que crece la influencia de un líder, también crece su deseo de conseguir lugares de reunión más grandes e impresionantes, un vestuario más de acuerdo con su puesto y, en general, un aumento de salario. Todo esto, por supuesto, cuesta dinero; y ese dinero proviene de aquellos que se someten a la influencia de esa autoridad terrenal.

Tómate un momento y compara esto con el ejemplo de nuestro Señor Jesucristo. Él no tenía dónde recostar la cabeza, probablemente tampoco tenía una muda extra de ropa. Nunca construyó palacios ni templos. Rechazó constantemente cualquier posición de autoridad terrenal. Su pago era lo que otros le daban por inspiración del Padre. ¿Cómo se compara con eso lo que estamos haciendo hoy?

Es cierto que las Escrituras nos exhortan a dar nuestro dinero a la obra y a los obreros de Dios. Pero si utilizamos nuestros ingresos para apoyar proyectos y autoridades humanos, no seremos recompensados. Cuando descienda el fuego de Dios, todo lo que se haya construido con materiales naturales (madera, heno y paja) se consumirá, y nuestro dinero, tan arduamente ganado, se esfumará también.

Por otro lado, si tenemos cuidado e invertimos nuestro dinero en cosas que son, en efecto, espirituales, nuestra inversión dará frutos para la eternidad. Cuando usamos nuestras finanzas para apoyar personas, obras y líderes verdaderamente espirituales, nunca perderemos nuestra recompensa.

3 - La autoridad no espiritual lleva al pueblo de Dios a ser esclavo de la voluntad humana, usando su tiempo, su energía y sus aptitudes para construir una organización terrenal en lugar de un cuerpo espiritual. La autoridad humana, con todos sus planes y proyectos, necesita personas para hacer el trabajo. Entonces, cuando te sometes a esa autoridad, permites que te utilicen como un instrumento para esos esfuerzos.

Además, en la medida en que te sometes a que la autoridad humana gobierne tu vida, excluyes la autoridad del Espíritu. No se puede servir a dos maestros. Es inevitable que surja un conflicto entre los dos. Tu Maestro celestial quiere dirigir todos los aspectos de tu existencia, mientras que cualquier otra autoridad solo será una competencia para Él y traerá frustración.

Cuando escoges lo terrenal, como lo hicieron los israelitas, te conviertes en un esclavo de la voluntad y los caprichos humanos en lugar de vivir la verdadera libertad de la sumisión a Dios.

Esta es una esclavitud de la cual Dios no nos librará (1 Sam 8:18). Dios nunca violará nuestra voluntad. Cuando elegimos algo, Él no nos obligará a cambiar nuestra decisión. Puede obrar de muchas formas diferentes para hacernos ver nuestro error. Tal vez descubramos que nuestra percepción de Su presencia va disminuyendo en nuestras vidas. Tal vez comencemos a pensar que los problemas que parecían ser pequeños cuando caminábamos en comunión íntima con Jesús ahora parecen insuperables. Él puede, inclusive, permitir que nos sintamos miserables en el camino que escogemos.

Cuando nos sometemos voluntariamente a la autoridad humana, Dios no nos libra de ella. Nuestra única alternativa es revertir nuestra decisión. Debemos actuar por nosotros mismos y optar por alejarnos del control de cualquier autoridad en la Iglesia que sea un reemplazo de la autoridad del Señor.

Puede que esto sorprenda a muchos, pero es verdad. Cuando nos sometemos a la autoridad terrenal, en realidad nos sometemos a una maldición. La Palabra dice: "¡Maldito aquel que confía en el hombre, que pone su confianza en la fuerza humana, mientras su corazón se aparta de Jehová! Será como la retama en el desierto, y no verá cuando llegue el bien, sino que morará en los sequedales en el desierto, en tierra despoblada y deshabitada" (Jer 17:5-6).

Ten en cuenta cómo la confianza en el hombre y el alejarse de Dios están relacionados. Cuando miras a los seres humanos, no puedes evitar apartar los ojos de Dios. Otro versículo nos advierte: "No confiéis en los príncipes ni en hijo de hombre, porque no hay en él salvación". Y continúa: "Bienaventurado aquel cuyo ayudador es el Dios de Jacob, cuya esperanza está en Jehová su Dios" (Sal 146:3,5).

TENEMOS QUE ESCOGER

Hoy, en la Iglesia de Cristo, se ejercen estos dos tipos de autoridad, la autoridad terrenal, humana, y la autoridad espiritual, genuina. Como miembros de la Iglesia, cada uno de nosotros se enfrenta a una decisión importante. Si nos sometemos la autoridad humana, posicional, esta entorpecerá y, finalmente, reemplazará a la espiritual. Si, por el contrario, nos rendimos a la autoridad celestial, esta inevitablemente entrará en conflicto con la terrenal.

Como ya hemos visto, esta decisión es sumamente importante. De hecho, es crucial. Si optamos por el camino ancho y fácil, sin duda encontraremos mucha compañía y podremos disfrutar de bastante popularidad, pero vendrán sobre nosotros las consecuencias sobre las cuales Dios nos advirtió explícitamente.

Si, por otro lado, escogemos el camino más difícil y angosto, habrá ocasiones en las que nos encontraremos solos y, nos guste o no, nos veremos atrapados en el conflicto entre estos dos tipos de autoridad.

Los primeros apóstoles e, inclusive, el propio Jesús, pasaron por este tipo de situación. Aunque no fue su intención, sufrieron una pugna continua de quienes ocupaban "cargos" en la organización religiosa de su época. Las autoridades tradicionales vieron algo de forma muy clara: si permitían que esta manifestación de autoridad espiritual siguiera de forma descontrolada, en algún momento, reemplazaría a la suya.

De alguna manera, pudieron reconocer que se trataba, en esencia, de un tipo superior de autoridad que estaba destinada a suplantar a su autoridad humana e inferior. Sus corazones no estaban en sintonía con el corazón de Dios y, por eso, lucharon para mantener el "lugar" que tanto amaban (Jn 11:48).

En el proceso, hicieron todo lo posible para suprimir a la máxima autoridad. Finalmente, cuando habían agotado todas las demás opciones, recurrieron a matar a los representantes de Dios.

¡Qué fácil es querer evitar conflictos! Es nuestra tendencia natural continuar con el statu quo y ser como todos los demás (1 Sam 8:5). Sin embargo, no estamos en ninguna posición diferente de la de nuestros predecesores o de nuestro Señor. Si de verdad queremos seguir a Jesús, Sus conflictos se convertirán en los nuestros.

Entonces, una vez más, tendremos estas dos opciones. Podemos preservar nuestra paz y felicidad personales o prepararnos para compartir los sufrimientos de Cristo. Podemos someternos al hombre o humillarnos bajo la poderosa mano de Dios (1 Pe 5:6).

EL PROBLEMA DE LA INVISIBILIDAD

Uno de los problemas que enfrentamos cuando se habla de autoridad canalizada versus autoridad posicional, terrenal, es que Jesús, hoy, es invisible. No podemos verlo con nuestros ojos físicos. El hombre natural confía en las cosas tangibles, las cosas que se pueden ver, oír, sentir o saborear. Para él, las cosas invisibles son difíciles de percibir y comprender y, por lo tanto, las considera poco fiables.

Una consecuencia de esto es que, para los nuevos cristianos y para aquellos que no han crecido espiritualmente, es mucho más sencillo sentirse atraído por la autoridad terrenal, posicional. No les resulta fácil comprender las cosas espirituales. Para muchos de ellos, tener una persona con un título y un cargo de autoridad que dirija sus vidas es mucho más simple y seguro que pensar en la necesidad de oír a alguien invisible y seguirlo.

Nuestra relación con Jesús resucitado y vivo es por fe. Mediante nuestra fe, comprendemos y percibimos lo que es invisible, incluida la presencia y el liderazgo de nuestro Señor Jesucristo. Es imposible conocerlo y seguirlo sin fe.

No bastará con solo seguir las instrucciones bíblicas. Debemos, mediante la fe, desarrollar una relación personal e íntima con Jesús, aprender a reconocer Su voz y seguirlo. De esta manera, Él puede guiarnos en la dirección de Su voluntad plena.

]

NO SIEMPRE ES BLANCO Y NEGRO

Lamentablemente, la distinción entre la autoridad posicional terrenal y la verdadera autoridad espiritual no está claramente definida en la Iglesia. A menudo se mezclan; la situación no siempre es blanco o negro.

En la Iglesia hay algunos hombres que expresan cierta autoridad espiritual, pero han permitido que otros hombres les otorguen puestos de autoridad terrenales. También es posible que algunos hayan buscado estos puestos por su propia cuenta. Esto pone a estos líderes en una situación en la que pueden ejercer ambos tipos de autoridad, y es probable que lo hagan. Analizaremos este tema tan particular en próximos textos.

A menudo, los propios líderes no pueden distinguir entre los dos tipos de autoridad. No se les ha enseñado esto o no son lo bastante maduros para comprender las implicaciones de ejercer cada tipo de autoridad. Depende de cada individuo saber, de acuerdo con la revelación del Espíritu Santo, a qué direcciones y liderazgo debe someterse y cuáles deben ser rechazados.

Debemos tener mucho cuidado en esta decisión tan importante. Hay dos formas en las que podemos equivocarnos gravemente.

Por un lado, la rebelión carnal contra la autoridad terrenal no agrada a Dios. Cuando discernimos que la autoridad natural está siendo reemplazada por la de Dios en la iglesia, si nuestra reacción a ella no se caracteriza por la mansedumbre, la humildad y el amor, no es la respuesta del Espíritu. Cuando manifestamos odio o ira, nos alejamos de la obra de Dios. No podemos permitir que nuestra carne reaccione a lo que vemos; debemos ser dirigidos en todos los sentidos por la Autoridad suprema.

En general, la respuesta de Jesús mientras estaba en la Tierra no fue confrontar y condenar, sino continuar con la verdadera obra de Dios. No se nos exhorta a rebelarnos contra cualquier autoridad posicional, sino a simplemente someternos a la voluntad superior de Dios.

Por otro lado, no queremos, y, de hecho, no podemos, perder la orientación sobrenatural de Dios, en especial cuando viene a través de otros canales o instrumentos humanos. No podemos rechazar toda y cualquier autoridad que se manifieste a través de los hombres. Es esencial que nos humillemos en este asunto ante nuestro Creador y que estemos dispuestos a obedecer Su voz, dondequiera que la escuchemos. Necesitamos estar dispuestos a obedecerlo en lo que sea que Él diga. Si nuestros corazones no tienen esta actitud, acabaremos rechazando no solo la autoridad humana, sino también toda autoridad. Nuestra condición será de rebeldes independientes que tienen poca utilidad para Dios. La verdad es que, si no podemos someternos al Señor cuando Él habla a través de nuestros hermanos y hermanas, no estamos sometidos a Él en absoluto.

La cuestión obvia que surge de todo este análisis es: "¿Cómo podemos saber la diferencia entre la autoridad que es espiritual y aquella que es de la Tierra?". La respuesta es muy simple, pero no es fácil. La única manera de distinguir entre estos dos tipos de autoridad es tener discernimiento espiritual. Además de una revelación del Espíritu Santo, no hay otra forma de saberlo. El hombre natural no es capaz de diferenciar los dos tipos de autoridades. Solo aquellos que tienen visión espiritual podrán saber qué es lo que viene de Dios y qué viene de otra fuente. Es algo que debe discernirse espiritualmente.

Por lo tanto, es esencial que cada hijo de Dios cultive una relación íntima con Él. Cada uno de nosotros es responsable de desarrollar y mantener una relación espiritual con nuestro Señor. Nadie más hará esto por nosotros. No podemos esperar que algún tipo de "rey" se haga cargo de las responsabilidades.

Así como con el pueblo de Israel, el deseo de Dios ha permanecido igual. En Su corazón, Él anhela que nos dejemos llevar hacia una relación de amor profundo con Él. De esta manera, descansando al lado de Jesús como Juan (Jn 13:23), llegaremos a comprender todo lo que Él considera necesario que sepamos.


Fin del Capítulo 1

Use los siguientes hipervínculos para leer otros capítulos

Capítulo 2: La Rebelión de Coré

Capítulo 3: La Zarza Ardiente

Capítulo 4: La Forma de un Siervo

Capítulo 5: El Cabeza de Cada Hombre

Capítulo 6: El Cabeza del Cuerpo