Ministerio Grano de Trigo

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Autoridad Espiritual Genuina

LA ZARZA ARDIENTE

Capítulo 3

Autoridad Espiritual Genuina, libro por David W. Dyer

UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

ÍNDICE

Capítulo 1: Dos Tipos de Autoridad

Capítulo 2: La Rebelión de Coré

Capítulo 3: La Zarza Ardiente

Capítulo 4: La Forma de un Siervo

Capítulo 5: El Cabeza de Cada Hombre

Capítulo 6: El Cabeza del Cuerpo




Capítulo 3
LA ZARZA ARDIENTE

Nuestro Dios es infinito y eterno. Él conoce todo el futuro, así como el pasado. Él no solo entiende el principio y el final de todo; la Biblia nos enseña que Él es el principio y el fin. La existencia de Dios va más allá y está por encima de lo que llamamos “tiempo”. El tiempo es solo una parte de Su creación. Debido a que somos seres finitos y, por lo tanto, limitados por el tiempo, se nos dificulta entender el concep-to de que hay un Ser Eterno, un Ser que no está confinado al tiempo. Aun así, es la más pura verdad. Dios simplemente "es". Y Su existencia trasciende tanto el tiempo como el es-pacio.

Como resultado, nada de lo que Dios hace es acci-dental. Su obra no se hizo ni se está haciendo por un impul-so momentáneo cuando alguna idea repentina surge en Su mente. Al contrario, todo lo que Dios hace fue planeado “hace mucho tiempo” desde el punto de vista humano. To-das Sus actividades están encaminadas al cumplimiento de las metas que determinó desde el principio. Nada de lo que sucede, ya sea una ayuda o un obstáculo para Sus propósi-tos, es una sorpresa para Él. Dios conoció con anterioridad cada circunstancia y, en Su infinita sabiduría, planeó una manera de cumplir Su voluntad a través de ellas.

Con eso en mente, veamos juntos la vida de un hombre de Dios muy especial. Sin duda, mucho antes de que él naciera, Dios eligió a Moisés como un instrumento para realizar una obra grande y poderosa en Su nombre. No fue seleccionado precipitadamente solo porque estaba en el lugar correcto en el momento correcto, sino porque era parte de un propósito eterno e incomprensible. El Todopoderoso no solo conocía a Moisés de antemano y lo escogió, sino que también planeó una manera de prepararlo para su futura misión.

Poco después de su nacimiento (creo que todos han leído la historia), sacaron a Moisés de su escondite en el río y lo llevaron directamente a la casa del faraón. Allí, recibió educación y formación sobre las costumbres y formas de la corte real (He 7:22). Todo esto era parte del propósito de Dios de preparar a Moisés para la obra venidera.

Supongo que es teóricamente posible que algún pas-tor, que ha pasado toda su vida en el desierto, entrara en presencia del faraón y tratara con él como lo hizo Moisés. Sin embargo, Moisés no era solo un pastor común. Fue un hombre preparado por Dios para una obra extraordinaria. Como preparación para su llamado, nuestro Dios proporcio-nó una educación muy inusual. En consecuencia, cuando llegó el momento, estaba calificado para comportarse con seguridad en la corte del faraón entre los poderosos de esas tierras y cumplir la tarea del Altísimo.

Moisés no solo fue preparado por Dios, también fue llamado por Él para la obra para la cual estaba predestinado. No sa-bemos, exactamente, cuándo comenzó Moisés a entender este llamado, pero está claro que, a la edad de 40 años, ya sabía algo al respecto. Es probable que todavía no sospecha-ra la totalidad del propósito de Dios, pero parecía entender que había sido escogido por el Señor para libertar a Su pue-blo.

En Hechos 7:25 leemos: “Él pensaba que sus hermanos comprendían que Dios les daría libertad por mano suya”. Es evidente que, al ser conocedor de este hecho, supuso erró-neamente que ellos también lo entenderían. Ellos, sin em-bargo, no entendieron. Aún no era el tiempo de Dios, y toda Su obra de preparación aún no había terminado.

El comportamiento de Moisés reflejaba que su com-prensión del propósito de Dios era incompleta. Debe haber visto la situación con ojos terrenales. Ver a sus propios her-manos esclavizados y siendo tan maltratados, probablemen-te, incitó en él sentimientos muy fuertes. Su continua y seve-ra opresión debe haber tenido un gran impacto en él. Segu-ramente, lo consumió la idea de hacer el trabajo que Dios le había destinado.

La posición de poder y autoridad a la que había lle-gado, su fuerza y su sabiduría propias, y las habilidades in-natas de liderazgo que poseía lo convencieron de que podía y debía comenzar a tomar medidas para cumplir el llamado de Dios. Entonces, cuando se presentó la oportunidad, la aprovechó, matando al egipcio y escondiéndolo en la arena.

¡Qué poderosa liberación realizó! Un opresor asesi-nado y un israelita libertado temporalmente. Con toda su preparación y sus talentos naturales, eso era todo lo que podía hacer. Sin duda, el deseo de ver al pueblo de Dios libre ardía dentro de Moisés. Estaba haciendo todo lo posible para hacer el trabajo para el que había sido llamado.

Sin embargo, los resultados fueron lamentables. El pueblo de Dios no fue libertado, no entendía lo que Moisés estaba tratando de hacer, y él mismo tuvo que proteger su vida huyendo al desierto. Aunque fue llamado por Dios para hacer esta obra, lo que pudo producir con su propia fervor fue un fracaso.

Los siguientes 40 años de su vida, Moisés los pasó cui-dando ovejas. Aunque no lo sabía, este también fue un perío-do de preparación de Dios. Después de tanto tiempo, ya había renunciado a la idea de ejecutar cualquier tipo de libe-ración. El ardiente deseo que había tenido una vez de liber-tar a su propio pueblo ahora era un recuerdo lejano. Moisés se había vuelto más viejo y sabio. La fuerza natural que una vez había emanado de su ser se había debilitado, y los dones y talentos que había adquirido en Egipto no se habían utili-zado durante años.

Esto también fue parte de la obra de Dios. Fue la ruptura de lo que era natural en Moisés (el regreso al polvo de sus fuerzas y habilidades humanas) para que Dios pudiera ser el único que se manifestara a través de él. A los ojos de Moisés, todo había terminado; pero, a los ojos de Dios, era solo el comienzo.

UN TIPO DIFERENTE DE FUEGO

Cuando Moisés tenía unos 80 años, Dios se le apareció de una manera inusual. Mientras iba con sus ovejas, notó una zarza que se estaba quemando; pero había algo extraño en el fuego de ese arbusto. Aunque ardía intensamente, la zarza no se consumía. No había nada natural en ese fuego. No estaba consumiendo los elementos terrenales del arbus-to. Es muy posible que las hojas de la zarza hayan permane-cido verdes. Ese fuego se alimentaba con algo sobrenatural. ¡Era el fuego de Dios!

Cuando Moisés se volvió para ver esta maravilla, una voz le habló. La voz le informó firmemente que el fuego ce-lestial había santificado ese lugar y que no había lugar para espectadores. En reacción a esto, Moisés ocultó su rostro. El temor de Dios estaba sobre él y no podía ni siquiera satisfa-cer su curiosidad normal. Algo se había roto dentro de él y ya no podía ni quería actuar de una manera humana natural. Moisés se había vuelto "muy manso, más que todos los hombres que había sobre la tierra" (Nm 12:3).

Así fue como el Dios Altísimo completó Su llamado a la vida de Moisés: a través de la zarza ardiente. Mediante ella, recibió la revelación más importante. Ciertamente, Moi-sés iba arder por Dios, pero no con su propia fuerza. Iba a tener un gran fervor por la liberación del pueblo de Dios, pero era un celo que no provenía de él mismo. Iba a ejecutar una gran liberación, pero no era algo que él había planeado. Dios lo iba a usar de una manera en que ningún otro ser humano había sido usado antes; sin embargo, no usaria su propio fervor o celo, sino el fuego celestial operando a través de él.

UN REQUISITO PREVIO NECESARIO

Aquí hay una verdad esencial sobre la autoridad espiri-tual genuina. Antes de que Dios pueda usar grandemente a cualquiera para canalizar Su autoridad, la persona debe ha-ber sido quebrantada. Es necesario primero que ocurra una obra sobrenatural en la persona para que ya no esté "com-pleta". Es necesario que Dios la quebrante.

Cuando este proceso termina, la persona ya no es capaz de usar sus talentos y habilidades naturales para ser-vir a Dios. Ya no estará planeando la liberación de Su pue-blo. Su propia capacidad de liderazgo le habrá fallado y, a menos que Alguien más poderoso se mueva, esa persona no se moverá en absoluto.

Una vez que un hijo de Dios alcanza esa posición, está listo para una gran obra. Es a partir de este punto que puede ser realmente útil para Dios. Cuando su confianza en sus propios dones, su personalidad, sus conocimientos y sus habilidades desaparezcan total y completamente, entonces, y solo entonces, estará calificado para ser usado de una ma-nera poderosa para manifestar la verdadera autoridad espiri-tual.

Moisés no fue el único quien tuvo que pasar por esta experiencia; todos aquellos que han sido usados por Dios también han conocido Su mano quebrantadora en sus vidas. Haga una pausa por un momento y considere cuidadosa-mente la historia de algunas otras figuras bíblicas.

Lea la historia de José y vea cuánto sufrimiento tuvo que soportar antes de estar listo para un gran liderazgo. Re-cuerde a Abraham, quien recibió tremendas promesas. Co-mo no veían que se cumplían, él y Sara planearon cumplir la Palabra de Dios por su cuenta. El desastre de esa decisión permanece con nosotros hasta el día de hoy. Sin embargo, después de muchos años de tratos con Dios, cuando él y su esposa ya habían agotado sus propias capacidades, vieron la revelación del poder de Dios.

Repase la historia de Jacob el "usurpador", el maquina-dor, el que siempre estaba tramando una manera de resultar beneficiado. Incluso estaba dispuesto a luchar con el ángel hasta que fue tocado en su muslo. La parte más fuerte de su cuerpo se dislocó sobrenaturalmente, y Jacob nunca volvió a ser el mismo. Después de eso, ya no pudo caminar como antes. Algo había cambiado de forma permanente. Fue en-tonces cuando su nombre cambió de Jacob el "usurpador" a Israel el "Príncipe de Dios".

Incluso el rey David no se volvió poderoso de repente. Dios lo preparó durante años mientras cuidaba las ovejas y, luego, durante sus experiencias con Saúl. Después, fue muy útil para que Dios sometiera a Sus enemigos. Imagínese la tristeza y el quebrantamiento que Noemi y Rut tuvieron que soportar antes de ver la victoria. Estos y muchos otros tuvie-ron que pasar por la experiencia de la "zarza ardiente". Para que estos hombres y mujeres naturales y terrenales se trans-formaran en seres espirituales, era necesario que la mano de Dios quebrantara sus fuerzas propias.

LA EXPERIENCIA CON EL NUEVO PACTO

Esto es cierto no solo en el Antiguo Testamento, sino también en el Nuevo Pacto. De hecho, creo que esta expe-riencia puede ser incluso más importante para los que han nacido de nuevo que para los hombres de Dios en el Anti-guo Testamento. Todas las cosas que se escribieron acerca de ellos, en realidad, se escribieron para nosotros, para que recibiéramos enseñanza divina por medio de ellos (Ro 15:4).

Quizás Pablo el apóstol sea quien nos brinda el mejor ejemplo de tales tratos de Dios en el Nuevo Testamento. Antes de su conversión, indudablemente, estaba muy segu-ro de sí mismo. Era "el fariseo de los fariseos", un hombre judío culto y bien educado, "extremadamente devoto" por las cosas de Dios. En sus propios esfuerzos de todo corazón por servir a Jehová, incluso comenzó a perseguir a la Iglesia.

Fue entonces cuando, un día, se encontró con la Luz en el camino. Esa experiencia lo derribó al suelo, literalmente. Poco después del incidente, encontramos a Pablo en las si-nagogas debatiendo con los jefes religiosos y predicando las buenas nuevas que había recibido. Sin embargo, eso fue solo el comienzo. Dios quería mucho más de este hombre que prevalecer en algunos debates sobre religión. Tenía un mi-nisterio mucho más amplio en mente.

Poco después de su conversión, Pablo casi desaparece del registro bíblico. Después de su experiencia inicial con Cristo, no se supo más de él hasta que Bernabé va a Tarso a buscarlo. ¿Dónde estuvo? ¿Qué había estado haciendo? Evi-dentemente, él no estuvo haciendo nada de gran importan-cia, pero Dios estaba haciendo algo en él.

Durante ese período, Pablo pasó algunos años en Arabia (Ga 1:17), tal vez en el desierto. No se sabe con certeza cuán-to tiempo estuvo allí ni qué experiencias vivió. Solo sabemos que, cuando reapareció en la escena de la Iglesia, ya no era el mismo hombre. Ya no estaba lleno de su brío propio; aho-ra era alguien útil para la manifestación de Dios a Su pueblo. Ahora Pablo decía cosas como: “para que no confiáramos en nosotros mismos, sino en Dios que resucita a los muertos” (2 Co 1:9) y “porque cuando soy débil, entonces soy fuerte” (2 Co 12:10).

El fuerte "Saulo" se convirtió en Pablo, y esto definió el carácter de su ministerio a partir de entonces. Él describió su posición en una congregación diciendo: "Y estuve entre vo-sotros con debilidad, y mucho temor y temblor" (1 Co 2:3). No es que el ministerio de Pablo fuera débil, ciertamente no lo era, pero se sentía débil. Ya no confiaba en su fuerza y su celo propios para cumplir la voluntad de Dios. El vigor de su propia vida se había quebrantado. Sabía que lo que era y lo que tenía como ser humano solo sería útil cuando lo moviera la fuerza de Dios.

Entonces, un hombre autosuficiente que fue transforma-do para depender del poder de Alguien mayor se convirtió en, quizás, el cristiano más fructífero de todos los tiempos. Se convirtió en un canal de poder, revelación y autoridad divinos. No solo le ministró a Jesús a muchos en sus días; incluso hoy, su ministerio da frutos a lo largo de las páginas del Nuevo Testamento.

UN PROBLEMA EN LA IGLESIA

Hoy, en la Iglesia cristiana, hay un problema muy co-mún. Hombres, mujeres y jóvenes nacen de nuevo, reciben dones, son llamados por Dios y son ungidos para la obra del ministerio. Sus dones son reales y su llamado es genuino, pero la obra de preparación de Dios en sus vidas no está completa.

Por razones que examinaremos en breve, hermanos muy talentosos son frecuentemente colocados en posiciones de autoridad para las cuales no están preparados. Debido a que no están capacitados por la obra del Espíritu Santo, no tie-nen otra alternativa que actuar como hombres naturales.

Cuando tal autoridad terrenal se introduce en la Iglesia, interrumpe el fluir de la autoridad divina, que es esencial para el funcionamiento adecuado del Cuerpo, y mancha la obra de Dios. Este tipo de autoridad trae un elemento natu-ral, humano, que no puede producir nada espiritual y se convierte simplemente en un obstáculo.

No malinterpreten esto. Los jóvenes cristianos pueden mostrar algún grado de autoridad espiritual. Mientras ope-ran en la esfera del ministerio que el Espíritu Santo les abre, no hay problema. Por supuesto que esta esfera es pequeña al principio, y crece a medida que aumentan sus habilidades y su sensibilidad a Dios. Sin embargo, a medida que co-mienzan a trabajar en el Cuerpo de Cristo, es común que alcancen una posición en que comienzan a ejercer una auto-ridad que va más allá de su capacidad y, en consecuencia, caigan en la trampa del diablo (1 Tim 3:6).

Este problema parece desarrollarse de dos maneras. La primera es algo como esto: los nuevos convertidos son, a menudo, muy devotos y tienen una enorme energía para gastar en las cosas de Dios. Los otros hermanos no pueden dejar de notar los dones, la unción y la habilidad de lideraz-go que operan en estas personas.

Como hemos visto desde los capítulos anteriores, los hombres naturales, frecuentemente, desean una autoridad terrenal, un "rey". Les gusta tener a alguien que luche las batallas, se ocupe de los problemas, descubra la dirección de Dios y otras cosas similares.

Entonces, cuando ven a aquellos que están llenos de energía, a los que Dios está usando y que tienen dones espi-rituales verdaderos, generalmente los empujan al frente de la Iglesia. Los convierten en líderes de alabanza, pastores, diáconos, etc. A menudo, los elevan por encima de su capa-cidad espiritual y los colocan en "posiciones" de autoridad en la Iglesia, de las cuales hemos hablado anteriormente.

Por supuesto que estos recién convertidos no tienen la sabiduría y la madurez para evitar caer en esta trampa. Creen, sinceramente, que quienes los empujan deben saber qué es lo correcto. Como están ansiosos, así como lo estuvo Moisés, por servir a Dios y hacer Su voluntad, permiten que los hombres los coloquen en esas posiciones.

Sin embargo, este es un grave error. Es imposible que es-tas personas actúen correctamente de acuerdo con el Espíri-tu. Simplemente no tienen la preparación divina. Su sensibi-lidad espiritual a Dios y su desconfianza en sus propias ha-bilidades todavía no se han establecido por completo. Esto, entonces, los lleva a no tener más remedio que actuar natu-ralmente, confiando en su propia capacidad. Este tipo de inyección de autoridad terrenal es lo que daña tan rápida-mente a la Iglesia. Si estas personas tienen una personalidad fuerte y mucha energía, pueden parecer tener éxito en lo que están haciendo, al menos por el momento. Tal vez otros aplaudan sus logros. Tal vez su influencia se expanda y el "ministerio" crezca muy rápidamente. En poco tiempo, in-cluso podrían liderar una gran organización religiosa y atraer muchos miembros nuevos.

Sin embargo, nuestro Dios comprende profundamen-te la verdadera sustancia espiritual de todas nuestras obras. Él rechaza todo lo que hacemos por nuestro esfuerzo y nues-tro brío propios. Tales cosas terrenales serán quemadas en el trono del juicio de Cristo. La madera, el heno y la hojarasca no sobrevivirán el fuego en ese día (1 Co 3:12).

También es posible que Dios tenga misericordia de estos jóvenes reclutas y permita que su trabajo fracase y pe-rezca. Lo hace con mucho amor para que no se enreden por completo en su error. Anhela verlos quebrantados ante Su presencia. Sin embargo, muchos de estos individuos no comprenden esta obra ni perciben la mano de Dios en sus derrotas. No entienden cómo Dios pudo “abandonarlos” cuando estaban trabajando tan duro para Él.

En consecuencia, se amargan y se desilusionan. Su fe naufraga. Para muchos de estos hermanos, lo que ven a otros cristianos hacer a su alrededor es su única dirección. Según su percepción, no han tenido éxito y, a menudo, creen que Dios los ha abandonado. Para algunos, parece difícil cambiar este concepto. Incluso abandonan por com-pleto el servicio a Dios, o insisten en usar métodos cada vez más humanos para obtener los resultados que aprendieron a esperar.

La segunda razón por la que los creyentes jóvenes a menudo alcanzan posiciones de autoridad terrenal (una ra-zón que, en general, funciona en conjunto con la menciona-da antes) es que ellos mismos las buscan. Suelen ser perso-nas naturalmente fuertes e, incluso antes de su conversión, solían confiar en sus propias habilidades. Entonces, cuando vienen a la Iglesia, Dios aún no ha tenido tiempo de revertir esta situación. Dado que son talentosos, ambiciosos e, inclu-so, llamados por Dios, estos hombres y mujeres, natural-mente, se elevan a la cumbre en cualquier situación.

A menos que haya cristianos más viejos y maduros presentes que experimentaron la mano quebrantadora de Dios en sus vidas y puedan aconsejar y guiar a estos jóve-nes, es casi inevitable que ellos tomen la autoridad divina en sus propias manos. Estos cristianos, por la fuerza natural, se elevan por encima de su esfera espiritual y se convierten en líderes. Esto no solo se convierte en un serio obstáculo en la Iglesia, sino que, con el tiempo, provocará un grave impacto negativo contra la persona que se impuso así.

A algunos hombres les gusta ejercer autoridad sobre otros. Su ego se alimenta de solo pensar que pueden contro-lar a un gran número de personas. Después de que se con-vierten y se llenan del Espíritu Santo, comienzan a ver que Dios los usa de muchas maneras, tal vez incluso con mila-gros.

De repente, resulta muy fácil impresionar a otras personas y atraer seguidores. Sus dones espirituales solo sirven para "adornar" sus talentos y habilidades humanos. A menos que este tipo de personalidad natural sea humillada y sometida por Dios, estas personas automáticamente tomarán todo el poder que puedan.

La Iglesia actual está llena de tales líderes. Algunos luchan por ver en cuántas personas pueden influir. Alar-dean a quien quiera oír sobre cuántas "iglesias" están "bajo" su ministerio, sobre cuántos "grupos familiares" tienen o cuántos miembros nuevos han podido reclutar.

A menudo, tales personas encuentran una manera de excluir de sus iglesias a otros que están siendo prepara-dos y usados por Dios, o cualquiera que parezca ser una amenaza para su autoridad.

Como su autoridad tiene una base humana, solo la pueden defender por medios humanos. En estas situaciones se evidencian contiendas, orgullo, celos y muchas otras co-sas. Este tipo de "autoridad" es repugnante para todo aquel que tiene ojos verdaderamente espirituales. Estos cristianos han caído en la trampa del diablo.

El ejercicio de autoridad en la Iglesia de Cristo es algo muy profundo. No es algo que podamos tomar a la li-gera. No estamos hablando de una organización o un nego-cio terrenal. El hecho de que alguien tenga la "capacidad de liderar" en el mundo no lo califica en absoluto para hacer nada en la Iglesia.

¡Cómo necesitamos examinar este asunto con el te-mor de Dios! ¡Cómo nosotros, los hombres, necesitamos arrepentirnos de reemplazar la autoridad de Dios por la nuestra! Lo que se supone que debemos construir es algo eterno, algo de sustancia celestial. Necesitamos tomarnos esta responsabilidad muy en serio y concentrarnos en ejercer la autoridad con temor y recelo de corromper la obra de Cristo. El mal uso y la mala interpretación de la autoridad de Dios son algunas de las razones principales por las que la Iglesia, en conjunto, se encuentra en un nivel tan bajo de espiritualidad y aún no ha cumplido su misión para con el mundo.

LOS SIERVOS DE DIOS NECESITAN PREPARACIÓN

Durante el ministerio de Jesús, Él les enseñó a sus discí-pulos muchas cosas. Uno de sus métodos de enseñanza era darles parábolas o ejemplos. En cierta ocasión, los doce nota-ron que las personas a las que Jesús les ministraba tenían hambre. El día ya estaba terminando y no tenían nada para comer.

Jesús aprovechó esta oportunidad para mostrarles algo profundo. Su respuesta al problema fue decirles a los discípulos que ellos mismos deberían solucionarlo. Replica-ron algo como: "Pero solo tenemos un poco de comida (cinco panes y dos pescados). ¿Qué podemos hacer con eso?".

Jesús les estaba pidiendo que realizaran una tarea enorme y ellos consiguieron reconocer que, por su capaci-dad natural, aquello sería imposible. Sin embargo, Él tomó en Sus manos lo que tenían y lo partió. El pan crujió y debie-ron caer migas por todos lados. Puedo imaginar el asombro de ellos. Cuando Jesús terminó, había más que suficiente para todos.

Entonces, así es como Dios trabaja con sus seguido-res. Su instrucción para nosotros es que debemos ministrarlo a Él a las multitudes, pero lo que tenemos, como hombres naturales, no es suficiente para la obra. Incluso con nuestros dones divinos, solo seremos capaces de ministrar a unas pocas personas al principio. Nuestros pocos panes y pesca-dos nunca podrán resolver las mayores necesidades hasta que sean partidos por las manos del Salvador.

Dios necesita realizar una obra de quebrantamiento en nuestras vidas. Para que seamos usados poderosamente, como canales de autoridad sobrenatural, no hay otra mane-ra. Nuestra fuerza natural debe destruirse y nuestra esencia debe fracturarse irreparablemente. Entonces, y solo enton-ces, estaremos calificados para que Dios nos use en una ma-yor medida.

Inicialmente, Dios puede trabajar para quebrantar-nos. Quizás, después de un tratamiento doloroso y riguroso, sintamos que lo que somos se ha quebrado y nunca volve-remos a estar completos. Sin embargo, Él no se detendrá ahí. Luego, si estamos dispuestos, Él continuará quebrantándo-nos hasta que solo queden pedazos pequeños y no haya posibilidad de reparación.

Entonces, si todavía permanecemos sumisos a Él, es probable que nuestro Maestro junte esos pedazos en Sus manos amorosas y los ponga en Su molino. Allí, Él nos mo-lerá, hasta convertirnos en harina.

Puede ser que, tras el primer proceso de molienda, la harina todavía esté un poco gruesa. Entonces, puede que Él tenga que molerla una vez más... tal vez dos o tres veces. Cuando nuestra harina esté totalmente fina, tan suave como la seda, Él derramará Su aceite sobre el polvo y los mezclará. Solo entonces, estaremos listos para ser ofrecidos como una oferta santa sobre el altar (Lv 2:1). Dios puede usar en gran medida a hombres y mujeres que estén preparados así para expresarse a Sí mismo al mundo.

¿Eso parece severo? ¿Parece difícil? ¡Lo es! Para nin-guno de los verdaderos siervos del Señor las cosas fueron fáciles. Morir nunca es agradable, pero es el único camino. La eliminación de nuestra fuerza natural es la única posibili-dad. Si no nos conmovemos profundamente de esta manera, aunque estemos haciendo nuestro mejor esfuerzo por hacer lo correcto, nuestra carne se expresará. A menudo, no nos damos cuenta cuando eso sucede. Nuestra inmadurez espiri-tual nos impide ver la impresión que dejan nuestras actitu-des en los demás y en el mundo espiritual.

A menudo, no somos conscientes de la intensidad de nuestra propia fuerza o de la maldad que acecha dentro de nosotros. Como resultado, no tenemos idea de cuánto nece-sitamos ser quebrantados por la mano de Dios. Sin embargo, nuestro Señor nos conoce íntimamente y ve con claridad las áreas de nuestras vidas que necesitan transformación. Por eso, la existencia del "ego" debe morir. Mientras permanezca vivo, siempre se manifestará y manchará la obra de Dios.

Todos aquellos que Dios usará en gran medida expe-rimentarán tiempos oscuros, difíciles y dolorosos. No es que Jesús esté enojado con nosotros, o que hayamos pecado con-tra Él de alguna manera. No, estas experiencias son para aquellos que Él ama especialmente. Son tiempos de prueba para aquellos que escoge como canales de Su poder y Su autoridad.

No hay duda de que tales personas encontrarán momentos y situaciones que los harán pensar que no pue-den continuar. Quizás crean que no podrán soportar las difi-cultades y el dolor que están experimentando por un minuto más. Quizás no puedan encontrar una salida.

Sin embargo, Dios les dará suficiente gracia para so-brevivir. Durante cada momento de oscuridad y confusión, Él estará allí para ayudarlos. Mientras estén esperando que el Señor los libere de su situación, Jesús los librará de sí mismos mediante la situación. De hecho, es probable que Él permita que estas circunstancias los lleven a un lugar donde Él pueda completar Su obra quebrantadora en ellos.

No pensemos, cuando lleguen esos tiempos, que Dios nos ha abandonado. ¡Todo lo contrario! Estas experien-cias son, de hecho, manifestaciones del amor de Dios. Él está preparando a Sus siervos para que le sean infinitamente úti-les. No hay otra manera. Si la vida natural persiste, siempre será un obstáculo y un problema.

Pablo el apóstol parece estar describiendo uno de estos períodos de prueba cuando escribe: “que estamos atri-bulados en todo, pero no angustiados; en apuros, pero no desesperados; perseguidos, pero no desamparados; derriba-dos, pero no destruidos. Dondequiera que vamos, llevamos siempre en el cuerpo la muerte de Jesús, para que también la vida de Jesús se manifieste en nuestros cuerpos, pues noso-tros, que vivimos, siempre estamos entregados a muerte por causa de Jesús, para que también la vida de Jesús se mani-fieste en nuestra carne mortal ”(2 Co 4:8-11). El hecho de que Él mismo haya experimentado tales cosas debería ser una fuente de gran consuelo para nosotros.

Queridos amigos, por favor, tengan en cuenta que esta no es una obra que puedan hacer ustedes mismos. El quebrantamiento de la fuerza natural y terrenal no es algo que el hombre natural pueda hacer. Solo Dios puede hacer este trabajo en una persona, y lo hace a Su manera y en Su tiempo. Todo lo que podemos hacer es rendirnos ante Él por completo, sin contenernos de ninguna forma, y darle permi-so para hacer lo que Él quiera en nuestras vidas.

La experiencia del quebrantamiento lleva tiempo. No hay nada que reemplace los años de preparación en manos del Alfarero. Sin embargo, la duración de este proceso no es igual para todos. Con algunos, Dios puede hacer esta obra gradualmente, a lo largo de los años y, de la misma manera, el ejercicio de la autoridad divina también se expandiría len-tamente. Con otros, es posible que el Maestro considere apropiado elegir un período específico de su experiencia en el que haga una obra de quebrantamiento drástico.

Cuando eso sucede, todos alrededor de la persona notarán un tremendo y rápido cambio de carácter y persona-lidad. Probablemente, poco después de eso, Dios comenzará a usarla de una manera mucho más poderosa. Sin embargo, aunque Él opere en nuestras vidas, Él es quien escoge y ha-ce. Nuestra responsabilidad es, simplemente, obedecerlo.

Estas, entonces, son las calificaciones para canalizar la autoridad sobrenatural: ser llamado, ungido y preparado por Dios. Ninguno de estos elementos puede pasarse por alto. No hay duda de que Dios quiere usar los dones que nos ha dado y, también, de alguna manera, las habilidades naturales con las que nos ha equipado después de quebran-tar la fuerza natural que hay en ellas.

Sin embargo, ninguna de estas cosas será de mucha utilidad para Él hasta que nuestras fuerzas sean quebranta-das y Él tenga el control total. Algunas de las cosas que po-dríamos considerar como nuestras cualidades más importan-tes son, en realidad, de menor utilidad para Él debido a la fuerza humana que aún reside en ellas. Es en las áreas don-de somos débiles donde Su poder puede fluir con más fre-cuencia. Mientras todavía estemos "completos", no seremos de mucha utilidad para Dios.


Fin del Capítulo 3

Use los siguientes hipervínculos para leer otros capítulos

Capítulo 1: Dos Tipos de Autoridad

Capítulo 2: La Rebelión de Coré

Capítulo 4: La Forma de un Siervo

Capítulo 5: El Cabeza de Cada Hombre

Capítulo 6: El Cabeza del Cuerpo