UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”
Escrito por David W. Dyer
Hace muchos años, cuando los hijos de Israel acampaban en el desierto, surgió una discusión entre ellos sobre quién debía tener la autoridad. Hasta ese momento, Moisés y su hermano Aarón habían estado guiando al pueblo de Dios. Moisés había venido a Egipto, les habló la palabra del Señor a los israelitas y al faraón y, posteriormente, dirigió al pueblo de Dios, liberándolo de su esclavitud, hacia el destino que divinamente se les había fijado. Este fue un momento maravilloso en la historia del pueblo de Dios durante el cual se demostró dramáticamente Su poder y Su victoria sobre las fuerzas del mal.
Sin embargo, con el paso del tiempo, algunos otros hombres de la congregación se desilusionaron del ejercicio de autoridad de Moisés y Aarón. Estos otros hombres (de hecho, eran más de 250) también eran líderes en la congregación y hombres de renombre en el pueblo (Nm 16:2). Habían comenzado a preguntarse por qué Moisés y Aarón se presentaban como las autoridades y se encumbraban por encima de todos los demás (Nm 16:3).
Su razonamiento quizás fue algo así: "Aquí todos somos creyentes. Dios está entre todos nosotros. Todos en la congregación son igual de santos que los demás. Para los ojos de Dios, somos iguales. ¿Quiénes creen que son estos dos? Nuestra comprensión de la voluntad de Dios es tan válida como la de ellos. ¿Por qué debemos seguirlos?".
Este tipo de razonamiento es fácil de entender. Es perfectamente natural para nosotros pensar de esta manera cuando nos enfrentamos de forma continua con la autoridad espiritual. Al principio, cuando alguien viene con una palabra del Señor y manifiesta unción espiritual, es fácil impresionarse y prestar atención a lo que dice. Pero, después de un tiempo, cuando uno llega a conocer a la persona y aprende algo sobre su fragilidad y sus debilidades humanas —cuando se pierde la primera aura de impresión espiritual—, entonces ese tipo de pensamientos comienza a surgir.
No es difícil para nosotros simpatizar con estos hombres y las razones por las que comenzaron a pensar así. Moisés había prometido llevarlos a una tierra en la que fluía leche y miel, pero alrededor de ellos solo se veía desierto. Les había dicho que Dios quería bendecirlos abundantemente, pero incluso en Egipto se habían sentido más cómodos que como estaban. Tenían ojos. Podían ver que no estaban tomando la ruta más directa a su destino.
Y este Moisés mantenía las cosas en la familia, ya que designaba a sus familiares como sacerdotes. Solo un tonto seguiría dejándose guiar y dominar por estos dos sin expresar su propia opinión un poco. ¿Será que Moisés tenía la intención de mantenerlos cegados para que él y su hermano pudieran aferrarse a todos los puestos de autoridad? (Nm 16:14).
A medida que leemos el pasaje, descubrimos que la reacción de Dios ante este proceso de pensamiento fue dura en extremo; de hecho, tan sorprendentemente grave que muchas de las personas se consternaron por ella y se enojaron. Los rebeldes que no respondieron a los llamados de Moisés al Tabernáculo de reunión fueron consumidos por la tierra. Ocurrió algo nuevo y estos hombres, junto con sus familias completas, descendieron vivos al Seol (Nm 16:30-33). A continuación, fuego del cielo descendió y consumió a los 250 restantes.
Entonces, como si este juicio sumamente devastador e increíble sobre el pueblo de Dios no fuera suficiente, una plaga azotó a aquellos que se habían ofendido por lo que había ocurrido y mató a 14 700 más. De hecho, solo fue a través de la intervención de Moisés y Aarón que no fue destruida en un momento toda la congregación. Qué calamidad de proporciones tan inimaginables les había sucedido a aquellos que Dios había elegido como Suyos.
Hagamos una pausa y consideremos este evento cuidadosamente. Esto no es simplemente un relato de historia antigua. El Nuevo Testamento explica claramente que estas cosas fueron escritas para nuestro beneficio (1 Co 10:11). Este es, realmente, un mensaje para la Iglesia de nuestra era que Dios quiere con ansias que escuchemos. Esta es una palabra de instrucción correctiva y aleccionadora que está en Su corazón. Que Él tenga misericordia de nosotros para que la podamos recibir de tal modo.
Por supuesto, la mayoría de los lectores ya se habrá dado cuenta de que el verdadero problema aquí no es una discusión sobre personalidades u opiniones. No es un análisis de quién tenía las mejores ideas o consejos. Es el cuestionamiento de la autoridad espiritual. Fue una discusión sobre a quién Dios estaba ungiendo y usando para dirigir a Su pueblo conforme a Su voluntad.
Dado que es evidente que este tema es tan crucial y que Dios llegó a tales extremos para demostrarnos su importancia, parece bueno detenernos un poco aquí y examinar la necesidad de reconocer la autoridad espiritual genuina y cuál debería ser nuestra respuesta a ella.
En el primer capítulo de este libro sobre autoridad espiritual, descubrimos que hay dos variedades de autoridad en el mundo actual. Un tipo es una autoridad terrenal llamada "autoridad delegada", que Dios ha establecido para mantener la maldad de este mundo bajo control. Esta autoridad la ejercen aquellos que tienen títulos y puestos en nuestras sociedades, como los policías, los funcionarios gubernamentales, los jueces, etc.
El otro tipo de autoridad es una de naturaleza espiritual que hemos llamado "autoridad canalizada". Aquellos que manifiestan este tipo de autoridad son solo canales a través de los cuales fluye directamente la autoridad de Dios. Son canales que utiliza para transmitir Su voluntad. Cuando se ejerce tal autoridad, es una verdadera revelación de Dios mismo. No es la persona quien habla por sí misma, sino que es una manifestación de la voluntad divina.
Como hemos visto antes, Moisés era un canal de autoridad divina. Fue un hombre que Dios usó para manifestar Sus propios planes y propósitos de una manera asombrosa. Muy pocos hombres en la historia del mundo, además de él, han manifestado tal poder y liderazgo sobrenatural.
Sabemos que Moisés no instauraba sus propias ideas y opiniones. No dirigía al pueblo de Dios según su propia sabiduría o dirección. Él era, simplemente, un instrumento utilizado por Dios para transmitir Su voluntad a Su pueblo. Él era un conducto a través del cual Dios hablaba de forma clara y directa.
Quizás esta comprensión ayudará a explicar la severa reacción de Dios al desafío de Coré y sus acompañantes. Pensaron que estaban en desacuerdo con un hombre. Imaginaron que estaban tratando con algún tipo de autoridad delegada y terrenal. En cambio, descubrieron que estaban oponiéndose a Dios mismo. Aunque la autoridad de Dios se había manifestado por medio de un canal humano, esto no afectaba en nada al hecho de que era realmente Él.
Moisés trató de salvarlos de su error y les explicó este hecho diciéndoles: "Por tanto, tú y todo tu séquito sois los que os juntáis contra Jehová" (Nm 16:11), pero se negaron a escuchar. En consecuencia, sufrieron el juicio más sorprendente e inmediato de Dios mismo. Sin darse cuenta, Lo habían desafiado directamente y Él no esperó para responder.
En el primer capítulo, hemos visto que establecer una autoridad "delegada" en la Iglesia es un grave error y que las consecuencias de esto son trascendentales. Sin embargo, ahora parece que también hay un error extremadamente grave que se puede cometer al otro lado de la moneda.
Algunos cristianos han sido iluminados y han entendido que mucho de lo que hoy pasa por autoridad espiritual es, en realidad, solo autoridad humana. Han rechazado el error del "sistema de reyes" y todo lo que este implica.
Pero, como hemos visto al comienzo de este texto, esto no es suficiente. También debemos estar capacitados y dispuestos para reconocer la autoridad espiritual genuina y someternos a ella. No es suficiente que cada hombre haga lo que bien le parezca (Dt 12:8). No es suficiente que rechacemos la autoridad humana si no nos sometemos a la verdadera. Cuando hacemos esto, nos situamos exactamente en la posición en la que se encontró Coré y su gente: nos oponemos a la propia autoridad de Dios que se está manifestando a través de un ser humano.
Hoy, Dios se ha limitado. No envía correos electrónicos a Su pueblo. No suele hablar de forma audible desde el cielo. A pesar de que Él se comunica personalmente con cada creyente por medio del Espíritu, hay momentos en los que debe usar canales humanos para revelar Su voluntad. Cuando el pueblo de Dios no puede o no quiere escucharlo directamente, entonces Él utiliza a uno de Sus instrumentos para expresar Su palabra.
El problema es que estos seres humanos que Dios utiliza son solo eso: seres humanos. Cuando Dios habla a través de ellos, no hace que les crezcan alas, les salgan halos o, de repente, comiencen a caminar sin tocar el suelo. Simplemente siguen siendo lo que son.
En esta época, resulta que Dios está corto de cristianos perfectos que pueda usar para transmitir Su voluntad. En consecuencia, se ve obligado a utilizar a algunos que, por decirlo de alguna forma, no están del todo santificados. Aún necesitan comer, aún necesitan dormir por la noche y, desafortunadamente, de vez en cuando, aún manifiestan la parte no transformada de su naturaleza. Sin embargo, cuando hablan conforme al Espíritu de Dios, son, durante ese período, una manifestación viviente de Su autoridad.
Es un gran error pensar que será fácil para el hombre natural reconocer a aquellos que Dios está usando para expresar Su autoridad. La mayoría de los profetas no eran lo suficientemente impresionantes en su exterior como para atraer multitudes de seguidores. Incluso un hombre como Moisés, que fue usado para hacer milagros espectaculares, tenía dificultades continuamente con hombres y mujeres que no podían ver más allá de la apariencia superficial.
Nuestro mismísimo Señor Jesús fue el máximo ejemplo de autoridad espiritual. Sin embargo, muchas de las personas terrenales a Su alrededor que carecían de visión espiritual no pudieron discernir quién y qué era Él. Su propia familia no Lo reconoció. La gente de Su pueblo natal no pudo recibir Su ministerio. Incluso los líderes de la "Iglesia" de Su día, los que deberían haberlo acogido, no comprendieron el origen de Su autoridad (Mt 21:23). Al final, los funcionarios religiosos delegados se opusieron a muerte a esta manifestación de autoridad porque presentaba una amenaza para su puesto y su "lugar" (Jn 11:48).
Quizás nuestras ideas preconcebidas a veces son un obstáculo. Quizás idealizamos demasiado a muchas de las figuras bíblicas que Dios utilizó en el pasado y esperamos que nuestros hermanos y hermanas sean como imaginamos que aquellos eran. Si bien las Escrituras se centran en los momentos en los que estaban ungidos por el Espíritu, no cabe duda de que tuvieron momentos en los que fueron imperfectos.
Mientras reflexionamos sobre estos hombres y su obra para Dios, es fácil suponer que, si hubiéramos vivido en esos tiempos, sin duda los habríamos reconocido como instrumentos del Altísimo. Suponemos que su comportamiento, su conducta o algo sobre ellos seguramente nos impresionaría y no habríamos rechazado su testimonio como tantos de nuestros antepasados lo hicieron.
Ciertamente, no habríamos sido aquellos que "mataron a los profetas" cuando estos trajeron una palabra incómoda de escuchar (Mt 23:31). Pero es evidente que la gran mayoría del pueblo de Dios sí tuvo este problema. No pudieron ver más allá de la humanidad de los canales y escuchar Su voz.
Es un hecho de la vida que a la humanidad se le hace muy difícil reconocer la autoridad y someterse a ella. Esta deficiencia es un resultado directo de la caída del hombre y de la subversión de la naturaleza humana. Ya sea que queramos admitirlo o no, en el corazón de cada persona yace una rebelión arraigada profundamente. De hecho, esta rebelión es la fuente de todos los problemas con el pecado que tenemos hoy en día. Rebelarse, desobedecer las órdenes de Dios, fue lo que destruyó a Adán y Eva. Y es esta misma rebelión dentro de nuestros corazones lo que nos impide escuchar Su voz hoy cuando nos habla individualmente o mediante otros.
Uno de los principales propósitos de Dios en Su obra dentro de nuestros corazones es vencer esta rebelión. Dios desea establecer Su Reino y Su autoridad en nuestras vidas. Podemos vivir esta experiencia liberadora a medida que nos sometemos a la autoridad divina. La expresión de Su autoridad, la manifestación de Su voluntad para nuestras vidas, llega a nosotros de muchas maneras diferentes. Sin embargo, independientemente de cómo se exhiba, es importante que Lo reconozcamos como el origen.
Dios nos hablará individualmente a través de nuestro espíritu, no solo con palabras, sino, a menudo, con sutiles inclinaciones hacia Sus deseos. Dios nos hablará a través de las Escrituras mientras meditamos sobre las cosas que escribió en ellas. Y Dios nos dirigirá por medio de nuestras circunstancias a medida que nos sometamos a Él y busquemos Su voluntad mientras se manifiesta mediante nuestro entorno.
No estoy diciendo que deberíamos dejar que los eventos que transcurren en nuestro entorno nos sometan por completo. El punto aquí es que debemos aprender a percibir y reconocer la mano de Dios obrando en nuestras situaciones, de modo que no pasemos por alto nada de lo que nos dice por medio de ellas.
Otra forma importante en la que Dios nos muestra Su voluntad es por otros cristianos. Cuando nacemos de nuevo, Jesús nos coloca en Su cuerpo. En el diseño sobrenatural de Dios, Él no ha hecho que cada uno de nosotros esté completo y sea independiente. En cambio, Su diseño es que cada miembro de Su cuerpo tenga funciones y dones especializados.
Ha diseñado una gran diversidad en Su cuerpo y, con esto, pretende generar una gran interdependencia. Ninguna persona "lo tiene todo", sino que cada una debe estar dispuesta a recibir el ministerio de otras para estar completa. De esta manera, todos tienen algo que ministrar y cada persona depende en cierta medida de las demás para las cosas que no tiene por sí misma.
Esto es especialmente cierto en el área de conocer la voluntad de Dios y ser sensible a Su autoridad. A medida que cada persona crece espiritualmente en la esfera de su ministerio designado, la autoridad de Dios comienza a fluir mediante ella en esta área. Cuanto más una persona crece en obediencia al Espíritu, más la puede usar Dios para manifestar Su voluntad.
En consecuencia, cada persona comienza a tener una comprensión única de la voluntad de Dios. Entonces, cuando estamos receptivos a que Dios nos hable a través de otros, Él puede ministrarnos de muchas maneras importantes e inusuales.
Probablemente, a la mayoría de los cristianos les guste imaginar que tienen una gran capacidad para percibir la expresión del Espíritu de Dios en ellos. Sin embargo, en la práctica, la mayoría de nosotros está lejos de este ideal. En el corazón de prácticamente cada creyente aún existen áreas de oscuridad y rebelión. Estas son las partes no transformadas en las que Dios aún está tratando de trabajar.
Debido al hecho de que no nos damos cuenta de que existen tales áreas, a menudo es muy difícil que el Señor aborde estos problemas. Por lo tanto, Él intentará usar a otros creyentes para hablarnos sobre estas cosas. Él les proporcionará a otros la comprensión y la revelación necesarias acerca de nuestras vidas, cosas que no podemos recibir nosotros mismos, para que puedan usarlas para ministrarnos.
Si, cuando esto ocurra, podemos reconocer la voz del Señor hablándonos por medio de nuestros hermanos y hermanas, seremos bendecidos. Si nos rehusamos a responder a la autoridad de Dios, nos perderemos lo que Él quiere para nosotros.
A medida que vivimos y nos movemos en el cuerpo de Cristo, debemos aprender a reconocernos e interactuar unos con otros espiritualmente. Para ello, es esencial que dejemos de conocernos unos a otros "según la carne" (2 Co 5:16). Esto significa que no debemos formarnos una opinión de los demás según lo que percibimos con nuestros sentidos físicos o temores mentales. Nunca debemos enfocarnos en sus rasgos de personalidad peculiares, fallas, fortalezas o debilidades.
En cambio, debemos aprender a discernir espiritualmente el Espíritu del Señor en los demás, y a reconocer los dones y los ministerios especializados que Él les ha dado. Debemos verlos a través de los ojos de Dios. A medida que reconocemos los ministerios espirituales de nuestros hermanos y hermanas, Dios puede comenzar a usarlos para ministrar en nuestras vidas. Su autoridad fluirá y nos tocará de maneras que nunca esperaríamos. Esta es una experiencia cristiana esencial. Así, gracias a la contribución de cada parte (Ef 4:16), el Cuerpo se edifica hasta convertirse en lo que Jesús desea.
Es precisamente por esta razón que se nos enseña a someternos unos a otros en el temor de Dios (Ef 5:21). Cuando interactuamos con otros creyentes que siguen al Señor, no solo estamos tocando a seres humanos. La Iglesia, insiste la Biblia, es la morada del Espíritu Santo. Cuando estamos experimentando relaciones espirituales vivientes con otros, no es solo con "ellos" con quienes estamos en contacto, es con Dios mismo.
Este hecho debe tener un impacto profundo en nosotros. Al entenderlo, debería hacernos reflexionar y reexaminar nuestra actitud y relación con otros cristianos. ¡Cuánto nos hace falta una gran dosis del temor del Señor en nuestra experiencia en la Iglesia!
Hasta ahora, hemos estado hablando en general sobre nuestras vidas individuales, pero estas mismas verdades también se aplican al cuerpo de Cristo como un todo. Dios no solo quiere dirigirnos individualmente, sino que también anhela que Su Iglesia se mueva junta como una sola según Su voluntad. La Biblia nos enseña que Jesucristo es la cabeza del Cuerpo, la Iglesia (Col 1:18). Leemos que Él tiene plena autoridad sobre todas las cosas. La intención de Dios es controlar cada aspecto de los movimientos de la Iglesia.
La Iglesia debe comportarse como una mujer corpórea, la cual responde a cada inclinación de su Cabeza celestial igual que una esposa responde a su esposo. Qué cosa tan gloriosa es cuando la Iglesia se mueve junta hacia la dirección en que Dios la lleva. Qué hermoso es ver cómo la esposa de Cristo responde junta a su amado.
Esta es una maravillosa doctrina. Sirve como meditación inspiradora durante nuestros momentos privados con el Señor. Pero ¿cómo se manifiesta esta autoridad? Supongo que, en teoría, es posible que el Señor mueva Su cuerpo dándole a diferentes personas la misma instrucción al mismo tiempo. Sin embargo, en la práctica, parece que Dios usa líderes (hombres y mujeres) a quienes ha preparado para recibir y canalizar Su voluntad.
En la Iglesia, esta sublime posibilidad de moverse como una se convierte en una bendición genuina para nosotros mientras nos sometemos a Dios cuando nos habla a través de otros. Cuando estamos dispuestos a escuchar Su voz y obedecerla, todos Sus santos propósitos se lograrán en nosotros, a través de nosotros y alrededor de nosotros. La profetisa Débora vio algo como esto que la inspiró a bailar mientras cantaba lo siguiente: "Por haberse puesto al frente los caudillos en Israel, por haberse ofrecido voluntariamente el pueblo, load a Jehová" (Jue 5:2).
A partir de las Escrituras, aprendemos que hay ministerios especializados en la Iglesia diseñados por Dios específicamente para el liderazgo de todo el grupo. Los apóstoles, aquellos a quienes Dios les ha confiado la visión general de Su morada; los profetas, aquellos por medio de los cuales entrega mensajes oportunos que Su pueblo necesita escuchar; los pastores, los maestros y los ancianos: los siervos a través de quienes Dios expresa Sus deseos a los Suyos; y, en general, cualquier persona calificada que Él pueda usar para manifestar Su voluntad a Su cuerpo podrían categorizarse como "líderes". Con frecuencia, son estos líderes a quienes la Cabeza usará para señalarle al resto Sus instrucciones y Sus planes.
Pero, cuando tales personas hablan, ¿cuál es nuestra respuesta? (Recuerde aquí que no me refiero al ejercicio no divino de la autoridad posicional en la Iglesia, sino a la verdadera autoridad espiritual canalizada). ¿Podemos discernir la voz de Dios o la rechazamos tercamente? ¿Somos sumisos o pensamos algo como lo siguiente? "No estoy de acuerdo con eso. No va con lo que pienso o quiero. ¿Quién cree este que es tratando de decirnos qué debemos hacer?". O incluso: "No escuché a Dios decirme nada como eso a mí". En realidad, todos los presentes escucharon a Dios decir algo “como eso". Él les hablaba personalmente, a través de su hermano.
Dios no los llama a todos a desempeñarse como líderes. De hecho, la mayoría no lo son. En consecuencia, es imperativo que la mayoría se someta a la voz de Dios cuando habla a través de los líderes. De esta manera, quienes no tengan este don encontrarán orientación y satisfacción. Serán guiados a la voluntad del Padre simplemente siguiendo Su voluntad canalizada en sus hermanos. Cuando la expresión de esta autoridad es genuina, se exhibirá un poder y una alegría enormes a medida que la Iglesia se mueva según la dirección de la Cabeza. Así, se manifestará una expresión gloriosa del Reino de Dios en la Tierra.
Por el contrario, dado que Dios no siempre le dice cada uno de los aspectos de Su voluntad directamente a cada persona, si rechazamos lo que nos dice mediante Sus canales preparados, experimentaremos una gran carencia de propósito y dirección. Dicha rebelión genera confusión. La pobreza espiritual y la pérdida del poder para vencer son el resultado de hacer "cada uno lo que bien le parece" (Dt 12:8).
La reducción del fruto espiritual, tanto en las vidas individuales como en el poco aumento del número de creyentes nuevos, se manifestará rápidamente. Cuando no estamos dispuestos a escuchar a aquellos por los cuales Dios nos habla, perdemos Su liderazgo y quedamos solo con nuestras propias ideas y opiniones.
Estas opiniones contrarias —aquellas que se interponen en el camino del Señor— competirán naturalmente por la aceptación entre los creyentes. Por lo tanto, sin el liderazgo divino, la Iglesia se paraliza y se divide.
La reacción adecuada que debemos tener cuando alguien piadoso afirma tener una palabra del Señor para la Iglesia es examinarla con humildad ante Él y en oración. Cuando la persona que ha hablado es conocida por haber sido usada antes por Dios para manifestar Su voluntad, debemos ser mucho más diligentes para asegurarnos de que nuestra respuesta sea la correcta.
Es bueno que recordemos aquí que, si no entendemos algo, esto no es motivo para rechazarlo. A menudo, no es fácil para nosotros comprender la visión asociada con los ministerios de otros miembros. Nuestra responsabilidad es, con seriedad y honestidad, orarle a Dios por estas cosas.
Si lo que hemos escuchado no viene de Él, no necesitamos escucharlo; de hecho, no debemos obedecerlo. Sin embargo, dicha decisión debe tomarse con la máxima humildad, con temor de Dios y con cuidado para asegurarse de que nuestro discernimiento sea correcto. Recuerde, la tendencia general de nuestra carne se inclina hacia el lado de la rebelión.
Sin duda, es por esta razón que Pablo, el apóstol, exhortó a sus lectores a ser cuidadosos para reconocer a aquellos que eran trabajadores espirituales y que manifestaban una autoridad espiritual real (1 Te 5:12). Este debe haber sido el motivo detrás de la amonestación en 1 Corintios 16:15,16, cuando instó a los creyentes a reconocer a quienes Dios estaba utilizando y a sujetarse a ellos.
Una y otra vez, en el Nuevo Testamento, se destaca el tema de someterse a la autoridad espiritual. ¿Por qué? Porque es muy fácil para la carne pasarlo por alto. Es la tendencia propia de la naturaleza caída rechazar la manifestación de la autoridad divina a través de otros hombres que no tienen una "posición" o un título especial.
En la actualidad, en esta Tierra, Dios está limitado a expresar Su autoridad usando seres imperfectos. En consecuencia, es muy fácil que la mente humana examine a la persona en lugar del origen del mensaje. Es bastante natural para algunos actuar como Datán y Abiram y ver a los demás solo con los ojos de la carne. Al no tener una visión espiritual, evalúan de acuerdo con aspectos superficiales. Encuentran alguna falla en el canal y pasan por alto lo que fluye por él. Eligen un defecto real o imaginario en la persona que Dios está usando y, luego, se basan en esto para no obedecer ni someterse.
Hacer esto es un error trágico. El que lo cometa, se someterá a un juicio espiritual. Esto no se debe a que se negaron a escuchar la opinión de su hermano o a tener en cuenta las ideas de otro. El juicio espiritual ocurre si se rechaza la voz de Dios cuando manifiesta Su voluntad usando uno de Sus canales.
Si rechazamos la voz del Señor cuando nos habla usando a otras personas, habrá consecuencias. La rebelión contra nuestro Rey siempre dará como resultado un cierto grado de oscuridad espiritual. Por lo general, producirá en las partes afectadas una clase de experiencia sin dirección, errante e insatisfecha similar a la de aquellos que se negaron a entrar a la tierra de Canaán.
Estas personas tienden a estancarse espiritualmente y a no lograr nada para el Señor. Algunos afirman estar buscando la experiencia o el grupo cristiano perfectos, pero nada satisface sus expectativas. No pueden encontrar el reposo del Señor. A menudo, estas son personas que tienen problemas para someterse ante cualquier otro y, por lo tanto, siguen buscando un poco de dirección personal e independiente para sus vidas.
Lo que no logran entender es que solo pueden encontrar satisfacción si se someten al liderazgo que Dios ya les está dando a través de otros. Dado que sus dones y sus funciones en el Cuerpo no están en el área del liderazgo, les resulta imposible encontrar su lugar sin someterse a la dirección de Dios por medio de aquellos a quienes Él está hablando.
Dios nunca cambia. Su actitud hacia la rebelión hoy es igual a la de los tiempos del Antiguo Testamento. Aunque los juicios que los rebeldes de la era de Moisés experimentaron probablemente no se repetirán de forma exacta, sin duda, son un ejemplo para alertarnos de los efectos espirituales que produce nuestra propia rebelión.
Por ejemplo, cuando rechazamos lo que nos dice Jesús en áreas que necesitan cambios, estas debilidades se quedan sin transformar. Con el paso del tiempo, los efectos adversos de estos problemas se pueden volver tan graves que el suelo espiritual ceda bajo nosotros y nuestros pecados nos consuman por completo.
Esto nos lleva a nuestra última consideración, que es la siguiente: ¿Qué podemos hacer para evitar este grave error? ¿Cómo podemos asegurarnos de que escuchemos la voz de Dios cuando habla a través de nuestros hermanos? La única respuesta es que debemos someternos realmente a Dios. En nuestros corazones, tenemos que estar dispuestos a escuchar Su voz y obedecerlo. Si realmente deseamos Su voluntad, podemos recibirla sin importar qué instrumento utilice para transmitirla.
Si realmente queremos obedecerlo y hemos establecido una relación de sumisión con Él, reconoceremos Su hablar, aunque venga del miembro más pequeño y menos estimado del Cuerpo.
Sus ovejas "oirán Su voz" (Jn 10:27). Esto no es algo que se desarrolle en un instante, sino una experiencia cada vez más profunda a medida que nuestra relación con el Señor crezca. Nuestra creciente sumisión a Dios es una verdadera evidencia de madurez y crecimiento espiritual.
Ninguna cantidad de enseñanzas puede reemplazar este tipo de relación. Presionar a los creyentes rebeldes a "someterse" a los líderes no tendrá un efecto real en sus problemas. Insistir en que las personas insubordinadas se muevan en cierta dirección, aunque sea la correcta, no puede producir resultados espirituales.
Todo lo que esto puede crear es hipócritas cuyos corazones no tengan una buena relación con Dios. No existe un sustituto real para el hecho de que los creyentes se humillen de verdad ante Dios, rechacen los instintos rebeldes que surjan dentro de ellos y se sometan bajo la poderosa mano de Dios (1 Pe 5:6).
La gran necesidad de este momento es permitir que Jesús establezca Su reino en nuestros corazones. Algún día, pronto, Su autoridad se establecerá físicamente en este planeta. No obstante, como preparación para este evento trascendental, es necesario que Él establezca Su Reino —Su autoridad celestial— firmemente dentro de nosotros.
Es esencial que aquellos que afirman que Lo aman también Lo obedezcan. Todos, bajo la luz de Dios y de Su palabra, debemos examinarnos a fondo y, luego, rendirnos a Su control en cualquier área de nuestras vidas que esté en rebelión. Debemos coronarlo como Rey en nuestras vidas.