UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”
Escrito por David W. Dyer
En este libro, hemos hablado de la autori-dad espiritual. Juntos, examinamos los dos ti-pos de autoridad que se encuentran en la Tierra actualmente, es decir, la autoridad jerárquica, "delegada" o "posicional", y la autoridad espiri-tual, "canalizada". Investigamos la necesidad de poder reconocer la autoridad espiritual genuina y distinguirla de la autoridad terrenal. También vimos cómo Dios prepara a Sus siervos y, lue-go, se manifiesta a la Iglesia a través de ellos.
Con todo esto en mente, surge una pre-gunta particularmente importante sobre la au-toridad. ¿Cuáles son los motivos de una perso-na para ejercer la autoridad? Cuando alguien actúa o habla con autoridad, inevitablemente, tiene un propósito detrás de lo que está ha-ciendo. Además, estos motivos revelan clara-mente la fuente de tal autoridad.
Por ejemplo, cuando los impulsos pro-vienen de Dios, la autoridad es Suya. Él es el que se revela a Sí mismo. Por otro lado, cuando existe un deseo de dominar, de parecer ser "al-guien", de que lo vean y escuchen, etc., cierta-mente, hay ambiciones egoístas. En consecuen-cia, comprender las motivaciones ocultas en la autoridad que se demuestra, ya sea que venga de nosotros mismos o de otros, puede ser una herramienta valiosa para comprender la fuente de dicha autoridad.
Recordemos que los pensamientos y las intenciones del corazón humano (especialmen-te el nuestro) son, a menudo, difíciles de perci-bir. Por lo tanto, es muy necesario abrir nuestro corazón sinceramente a la luz del Espíritu Santo y humillarnos ante Él mientras escudriñamos las Escrituras juntos.
Dado que nuestro Señor Jesucristo fue el ejemplo supremo de verdadera autoridad espi-ritual, echemos un vistazo a Su vida y Sus en-señanzas. Cuando Jesús caminó por la Tierra con Sus discípulos, pasó gran parte de Su tiem-po enseñándoles. Sus métodos de enseñanza fueron variados y únicos. Era común que los instruyera no solo con palabras, sino también con parábolas.
Fue justo antes de la culminación de Su obra en la Tierra, mientras estaban reunidos para lo que llamamos "la última cena", que Je-sús decidió hacerles una poderosa demostra-ción de autoridad. El momento escogido para este acto, el verdadero clímax de Su ministerio, evidencia la tremenda importancia que le atri-buyó al asunto.
Mientras comían juntos, Jesús se levantó de la mesa, se quitó la ropa exterior y se ciñó con una toalla. Vestía como un sirviente. En-tonces, procedió a realizar la función del escla-vo menos valioso: le lavó los pies a los discípu-los. Aquí, Dios encarnado, el Creador del Uni-verso, Aquel que tenía el derecho de ejercer toda autoridad estaba actuando como un sir-viente privado.
Sin duda, estaba tratando de transmitir un mensaje muy importante. Estaba señalando, lo más enfáticamente posible, la verdadera acti-tud y posición de aquellos que ejercen autori-dad y liderazgo espiritual. Tomando esta acti-tud, dijo: "Vosotros me llamáis Maestro y Se-ñor, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Señor y el Maestro, he lavado vuestros pies, vosotros también debéis lavaros los pies los unos a los otros, porque ejemplo os he dado para que, como yo os he hecho, vosotros tam-bién hagáis" (Jn 13:13-15). Luego, concluye Su mensaje diciendo: "Si sabéis estas cosas, biena-venturados sois si las hacéis" (v. 17).
Esto, por lo tanto, nos revela la motiva-ción bíblica de la verdadera autoridad espiri-tual. Aquellos que son usados por Dios para transmitir Su autoridad deben ser siervos. Su actitud y disposición no es establecerse a sí mismos como "algo", es decir, jefes y señores, sino tomar la posición más baja. Deben usar sus dones divinos para servir a los demás, en lugar de elevarse a sí mismos o desarrollar su propio "reino" o "ministerio". Las acciones de Jesús son mucho más que el fundamento de una nueva ceremonia de lavado de pies en la Iglesia. Aquí, nuestro divino Maestro nos ha mostrado un tremendo principio que gobierna todo el ejerci-cio de autoridad espiritual entre Su pueblo.
¿Qué significa esto en la práctica? Signi-fica que, cuando Dios comienza a usar a alguien como canal para Su autoridad y, en consecuen-cia, ese alguien comienza a elevarse a los ojos de otras personas, él mismo no tiene interés de elevarse de este modo. Su corazón no se enfoca en sí mismo ni en algún tipo de "posición", re-conocimiento o fama, sino más bien en servir a los demás.
Dios lo ha hecho humilde, por lo que, en todo el sentido de la palabra, se ha converti-do en un siervo. La ambición de su vida ya no es convertirse en "algo" en la Iglesia, sino levan-tar a otros para que sean lo que Dios quiere que sean. El "ego" ya no es la motivación. Más bien, el bien de los demás se convierte en la fuerza dominante que gobierna sus acciones. Así es la persona que realmente entendió el mensaje de Dios y, por lo tanto, se volvió muy útil para Su reino. Por otro lado, si una persona no tiene esta actitud en su corazón, entonces no está verdaderamente calificada para el ministerio espiritual.
Aquellos que son realmente instrumen-tos de Dios no están tratando de "construir su propio ministerio". Su motivación nunca es "construir una iglesia mayor que otras" o man-tener a tantas personas bajo su influencia como sea posible. No están creando sus propios im-perios o reinos usando el nombre de Jesús y la Palabra de Dios como un pretexto para vivir en beneficio de sí mismos.
Tampoco son personas a las que les gus-ta controlar a los demás y disfrutar del aire del "hombre o la mujer de Dios". Son, simplemente, sirvientes que trabajan por el bien de los de-más. Esta autoridad nunca es demasiado pesa-da ni demasiado exigente, porque quien la ma-nifiesta no tiene la intención de aprovecharse personalmente de ella. Es una autoridad con una motivación completamente diferente a cualquier cosa humana. Este tipo de liderazgo solo puede venir de otra fuente. Revela el ver-dadero carácter de Dios.
Los "títulos" que usa el Nuevo Testamento para describir a los siervos de Dios reflejan muy fuertemente la verdad descrita con anteriori-dad. En el texto original, la idea de hombres y mujeres reinando y gobernando sobre otros en la Iglesia no existe en absoluto.
Sin embargo, en muchos casos, el ver-dadero significado de la terminología se ha dis-torsionado mucho o se ha perdido en nuestra generación moderna.
Quizás el mejor ejemplo de este proble-ma sea la palabra "ministro". Hoy en día, el pensamiento común es que un "ministro" es alguien que "dirige" la iglesia. Esta persona tie-ne un título oficial, una posición religiosa, qui-zás también tiene adornos especiales que usa para distinguirse de los demás y, generalmente, es elevado por encima de los demás. Con fre-cuencia, se espera que los miembros les tengan un mayor grado de respeto, similar al que se le tendría a un dignatario político.
Sin embargo, la revelación en las Escri-turas sobre lo que significa ser un "ministro" es muy diferente. En realidad, hay tres palabras griegas diferentes que se traducen como "minis-tro". La primera es DIAKONOS, que significa "sirviente" o "asistente". La segunda palabra, LEITOURGOS, se refiere a alguien que sirvió a las personas de una manera especial por su cuenta. La tercera palabra, HUPERTES, origi-nalmente significaba "remador inferior", que era una clase más baja de marinero. Sin duda, nin-guno de esos marineros estaría al mando del navío. Más tarde, pasó a significar cualquier subordinado que actuara bajo la dirección de otro.
Algunas otras palabras que se relacio-nan con el pensamiento de servicio espiritual son: DOULOS, un esclavo cautivo; OIKETES, un siervo doméstico; MISTHOIS, un sirviente contratado; y PAIS, un niño siervo (definiciones del Diccionario Expositivo de Palabras del Nuevo Testamento, por W. E. Vine).
Nada en ninguna de estas palabras su-giere el concepto que comúnmente encontra-mos en la Iglesia actual. Los siervos no les di-cen qué hacer a las personas a quienes están sirviendo. No son los que reinan y gobiernan sobre otros. Más bien, su función es ayudar a los demás sirviéndoles de manera humilde. En estos términos no hallamos la exaltación del "ego", la elevación a los ojos del mundo ni al-guna posición especial de respeto social. Encon-tramos justo lo opuesto de eso.
El uso de estos vocablos indica que esas personas se humillaron y se convirtieron en verdaderos siervos siguiendo el ejemplo de nuestro Señor Jesús a lo largo de Su vida (Flp 2:8). Con esta breve investigación, parece que la palabra "ministro" se ha vuelto tan mal utilizada en la Iglesia que, virtualmente, ha lle-gado a significar lo contrario de lo que signifi-caba en la época de Jesús.
Creo que es hora de que todos nosotros re-evaluemos seriamente nuestros conceptos so-bre lo que Dios está tratando de transmitirnos en Su Palabra. Cuando se usan términos como "apóstol", "profeta", "pastor", "anciano", etc., ¿cuál es el pensamiento de nuestro Maestro detrás de ellos? Desde nuestro análisis previo, es obvio que no pueden ser títulos o etiquetas que signifiquen posiciones especiales de impor-tancia en la Iglesia. Eso contradeciría directa-mente la enseñanza y el ejemplo claros de Je-sús. Por lo tanto, debemos ir más allá, hasta que tengamos, a la luz de Dios, una revelación que esté en armonía con toda la Palabra.
En lugar de ser consideradas como títu-los posicionales, estas palabras, como "pastor", "apóstol" y "anciano", podrían entenderse sim-plemente como descripciones de ciertas funcio-nes de servicio en el Cuerpo de Cristo.
Quizás esto se ilustra mejor con el uso de analogías terrenales, ya que no tenemos pre-juicios religiosos con respecto a ellas. Por ejem-plo: Cualquiera puede pescar. Sin embargo, cuando alguien pesca con frecuencia y se vuel-ve aficionado a la pesca, podemos decir que es un "pescador". Este no es su título o algún tipo de posición, sino una descripción de lo que él hace.
De manera similar, muchos pueden arreglar una tubería, pero cuando hacen este tipo de trabajo con regularidad y se vuelven capacitados en aquello que hacen, se les consi-dera "plomeros".
Este también es el caso en la Iglesia. Dios le ha asignado tareas especiales a cada uno. Hoy, podríamos llamarlas "ministerios". Son áreas únicas de servicio a través de las cua-les cuidamos del Cuerpo de Cristo. Cuando Dios usa con regularidad a alguien en el área de la profecía y se hace conocido mediante su ejer-cicio de este don, se le puede llamar profeta. Cuando alguien es enviado especialmente por Dios para establecer y mantener iglesias, se le conoce como apóstol, que significa "enviado".
Cuando estas palabras, que ahora se consideran títulos o posiciones en la Iglesia, se ven como simples descripciones de funciones de servicio, todo conflicto con las enseñanzas de Jesús desaparece. En lugar de ser un medio para elevar a ciertos individuos talentosos por encima de otros, en realidad son un medio para describir qué tipo de siervos son estas personas. Esta idea es fuertemente justificada cuando verificamos cómo estas palabras no se usan en el Nuevo Testamento. Por ejemplo, las Escritu-ras nunca usan la frase "el apóstol Pablo", de-signando un título. Más bien, leemos: "Pablo el apóstol", el siervo, alguien que fue enviado por Otro para realizar un servicio para Su Iglesia. Nunca encontramos el "anciano Pedro", "el sa-cerdote Santiago" ni "el pastor Juan" en la Santa Biblia. En la mente de Dios hay algo completa-mente diferente de eso.
Estas diversas descripciones ministeria-les no solo no se usan como títulos en el Nuevo Testamento; además, Jesús prohibió estricta-mente el uso de títulos entre Sus seguidores. Cuando Él dijo: "No llaméis padre vuestro a nadie en la tierra" (Mt 23:9), no se trataba sim-plemente de la prohibición del uso de una mera palabra. Era una instrucción clara contra la ele-vación de ciertos individuos a una posición prominente mediante el uso de un título. Jesús prohíbe estrictamente cualquier uso de un títu-lo entre el pueblo de Dios para indicar una po-sición de autoridad, honor o respeto.
Él amplía la explicación diciendo: "To-dos vosotros sois hermanos". Ustedes son to-dos iguales. Todos están al mismo nivel. Nadie puede ser mayor, mejor o más importante que el otro. Él refuerza la verdad insistiendo en que no nos hiciéramos llamar "rabí", "padre" ni "maestro" (algunos textos griegos antiguos di-cen "líderes" o "discipuladores", en lugar de "maestros") (Mt 23:7-10). Eso indica que todo uso de palabras especiales para distinguir y elevar a un cristiano sobre otro contradice a la clara enseñanza de la Palabra de Dios. ¡La glo-ria sea a Dios, y todos los títulos y las posicio-nes de honor se reservan para Jesús! Él es el "Rey de Reyes" y "Señor de Señores".
Hoy, en los círculos cristianos, muchas per-sonas enseñan sobre el orden divino. El pen-samiento básico detrás de esta enseñanza pare-ce ser que existe un tipo de jerarquía, una espe-cie de cadena de mando dentro de la Iglesia de Dios, y que, cuando la reconocemos, nos some-temos a ella y la obedecemos, estamos haciendo la voluntad de Dios y experimentaremos una bendición. En esta "cadena de mando", los apóstoles están en la cumbre y, luego, vienen los profetas, los evangelistas, etc.
Otros grupos podrían poner al "pastor" como líder, a los ancianos justo debajo y, des-pués, a los diáconos, los profesores de escuela dominical y así sucesivamente, descendiendo la línea. Si bien hay muchas variaciones sobre este tema, los fundamentos son generalmente los mismos: dentro de la Iglesia hay una especie de pirámide similar a un negocio terrenal o un gobierno. Además, insisten en que es a través de esta estructura que Dios guía a Su pueblo.
Con eso en mente, leamos la Palabra juntos. "Entonces Jesús, llamándolos, dijo: Sa-béis que los gobernantes de las naciones se en-señorean de ellas, y los que son grandes ejercen sobre ellas potestad. Pero entre vosotros no será así, sino que el que quiera hacerse grande entre vosotros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vues-tro siervo; como el Hijo del hombre, que no vino para ser servido, sino para servir y para dar su vida en rescate por todos.'' (Mt 20:25-28).
¡Qué declaración! ¡Qué importante ver-dad es esta! Aquí, Jesús prohíbe absolutamente cualquier ejercicio de autoridad de un cristiano sobre otro. Esto es algo que, si bien es común hoy en día, está estrictamente prohibido por nuestro Señor. De hecho, en Su reino, debe ser "al contrario". (NVI)
En el relato de Lucas, encontramos que estos reyes terrenales que ejercían el liderazgo fueron llamados "bienhechores". En otras pala-bras, ejercían autoridad sobre las personas para su bien. Su autoridad debía beneficiar a otros de una forma u otra. La idea de que un cris-tiano ejerza autoridad sobre otro, incluso si es para su "beneficio", está estrictamente prohibi-da. Respecto a esta idea, Jesús también dijo: "No sea así entre ustedes. Al contrario, el ma-yor debe comportarse como el menor, y el que manda como el que sirve" (Lc 22:25-27 NVI).
Este es el verdadero orden divino. Den-tro de la Iglesia debe ser exactamente lo contrario del modo en que son las cosas en el mundo. El camino de Dios es al revés. El mayor es el que está más abajo, es el que les sirve a los demás con discreción y humildad.
Si bien en el mundo hay una jerarquía y una cadena de mando, en la Iglesia de Dios no deberíamos encontrar algo similar. ¡Esta con-ducta fue estrictamente prohibida por nuestro Dios! No importa lo que hagan los demás. La práctica popular o las costumbres de nuestro tiempo no tienen relevancia en este asunto.
Fuimos llamados a obedecer a Jesús. Muchos de nosotros solemos afirmar que cree-mos en la inspiración divina de la Biblia y que las palabras allí registradas son de la mayor autoridad. Entonces, ¿cómo podemos permitir que la opinión popular y los métodos actuales controlen nuestra obra para el Señor?
Entonces, este es el plan de Dios. Aquellos que son usados por Él para transmitir Su auto-ridad tienen una actitud completamente dife-rente a la de aquellos con autoridad en el mun-do. No tienen la intención de "ejercer autori-dad" sobre otro hermano o hermana, sino que, simplemente, expresan la voluntad de Dios de acuerdo con Su dirección. Estos hombres y mu-jeres nunca se ponen en una posición para ser mayores que los demás o estar por encima de ellos, sino que son sirvientes que usan sus do-nes para edificar a las personas.
Respecto a la autoridad manifestada a través de él, el mismo Pablo dijo: "No que nos enseñoreemos de vuestra fe, sino que colabo-ramos para vuestro gozo" (2 Co 1:24). Él y sus colegas no se "enseñoreaban" sobre los demás. Eran meros ayudantes.
Aunque algunas versiones de la Biblia traducen 1 Tesalonicenses 5:12 como si unos "presidieran" a otros en el Señor, la palabra griega que se usa allí es PROISTEMI, que bási-camente significa "guiar" o "adelantarse" y no "gobernar" o "mandar". Como ya hemos visto, el concepto enseñado por Jesús y las Escrituras es convertirse en un siervo, no en un soberano. Si bien algunos pueden estar "delante" de otros en términos de madurez y caminar espiritual, esto no significa que deban dominar el Cuerpo de Cristo.
Es humanamente imposible presidir a otras personas, o estar sobre ellas, y ser su ser-vidor al mismo tiempo. Estas dos posiciones, estar arriba y estar abajo, son opuestas. Son mutuamente exclusivas. Para ser un sirviente, hay que dejar de ser señor. Para estar debajo de alguien, hay que dejar de estar por encima de esa persona. Cuando permanecemos en una posición de superioridad y autoridad, no po-demos lograr ser verdaderos servidores.
La única forma de seguir siendo siervos y aún manifestar autoridad es cuando la auto-ridad no es nuestra. Cuando se vuelve extre-madamente claro que no podemos obtener nuestra propia autoridad, sino que somos me-ros canales humildes, toda contradicción desa-parece. Siempre y cuando nos neguemos a ser elevados a una posición de autoridad y a dar la falsa impresión de que tenemos autoridad pro-pia, Dios puede usarnos para expresarse, mien-tras permanecemos como humildes esclavos de nuestros hermanos.
Aquí puede resultar útil investigar qué implica el concepto de liderazgo. "Liderar", en el sentido bíblico, no significa mandar, ordenar ni ejercer autoridad de ninguna manera "sobre" alguien. Más bien, significa que alguien se ade-lanta para dar el ejemplo. El resto, al ver este ejemplo, se da cuenta de que viene de Dios y lo sigue.
Así es exactamente como actuaba un verdadero pastor en los tiempos de Jesús. Desarrollaba una relación íntima con sus ovejas. Lo conocían bien y confiaban en él. Entonces, cuando dejaba el redil, lo seguían sabiendo, por experiencia, que los conduciría a pastos más verdes.
Esos pastores no guiaban a las ovejas desde detrás. No enviaban una orden para que las ovejas fueran a un lugar determinado. En cambio, se adelantaban al rebaño. Era su ejem-plo y su fidelidad lo que los convertía en líde-res. Esta es la autoridad en el Nuevo Testamen-to. Es un trabajo de amor que demuestra, con el ejemplo y la fidelidad, la voluntad de Dios.
Curiosamente, Dios eligió términos co-mo "anciano" o "padre" para describir a aque-llos que eran más maduros en el Señor. Estos términos (en oposición a "general" o "goberna-dor", por ejemplo) fueron elegidos cuidadosa-mente para expresar el pensamiento de Dios.
Si lo piensa, se dará cuenta de que hay un aspecto importante en ser un padre o un abuelo, que es completamente diferente de al-guien que está al mando. Es simple: un padre tiene en mente el bienestar de sus hijos. Está bien para un padre cuando sus hijos crecen más que él. De hecho, es su objetivo que ellos lo superen. Si pueden ser mejor educados, más ricos, ser más felices, tener una casa y una vida mejor, es una gran alegría para él. Su objetivo es servirles y ayudarlos a prosperar en todas las áreas. Los padres deben ser, en un sentido au-téntico, servidores de sus hijos.
De forma similar, la meta de un verda-dero siervo de Dios es edificar a sus hermanos. Su trabajo es manifestarles la realidad de Jesús de una manera que los anime a convertirse en verdaderos discípulos. Nuestra tarea es servir a los demás, no a nosotros mismos. Nuestro pri-vilegio es animar a otros a seguir a Jesús de manera que, si es posible, lleguen a ser "mayo-res" que nosotros.
Si se vuelven más sabios, más podero-sos, más reconocidos, o si Dios los usa más, eso debería ser la máxima fuente de bendición para nosotros. Ya que somos sus siervos, es solo un gozo para nosotros cuando ellos son exaltados. Este es un cumplimiento de nuestro ministerio: hacer de los demás todo lo que Dios quiere que sean.
Compare esto con lo que está sucedien-do en el mundo de hoy. En la política, los ne-gocios, los deportes, el teatro y cualquier otra actividad, las personas luchan por llegar a la cumbre. Quieren ser los mayores y los mejores, los más ricos o los más famosos. Esta compe-tencia por la grandeza se convierte en una ma-nifestación horrible de la naturaleza humana caída.
Los conflictos de poder, las mentiras y el engaño son parte del proceso. No admitir debilidad o fracaso, no dejar que los demás se-pan cómo es usted realmente por dentro; estas son las necesidades fundamentales para tener más éxito. Las apariencias son mucho más im-portantes que la realidad, porque eso es lo que influye en las personas. Entonces, la hipocresía crece sin límites. En resumen, muchos habitan-tes de esta Tierra se involucran a diario en la lucha por el poder. Intentan elevarse por enci-ma de los demás mientras tratan de evitar que otros se adelanten y les impiden surgir.
¿Cómo, entonces, vemos la situación de la Iglesia en nuestros días? ¿Con cuál de los dos ejemplos anteriores podríamos comparar las prácticas que encontramos en la Casa de Dios? Desafortunadamente, es común que el segundo ejemplo describa la situación en la Iglesia. El deseo humano de elevarse se encuentra en mu-chos púlpitos. La tendencia a reprimir a los demás también está presente.
El deseo de volverse cada vez más po-deroso, influyente y famoso no motiva solo a unos pocos "ministros" en la actualidad. La cos-tumbre, hoy, es averiguar "cuántas personas" tiene un líder en "su" iglesia. ¿Cuántas iglesias se han afiliado a su ministerio? ¿Cuáles son los números? ¿Cuánto éxito tiene? ¿Qué tan grande se ha vuelto este "sirviente"?
Esta práctica ha llegado tan lejos que he oído hablar de algunas escuelas bíblicas que incluso enseñan a los futuros líderes técnicas especiales para mantener su autoridad. Entien-den bien que, si las personas ven el lado hu-mano de estos líderes, les resultará difícil reco-nocer su autoridad. Luego, les instruyen que se mantengan alejados de la congregación. Les advierten que no se hagan amigos de los asis-tentes y que no les hablen de sus problemas personales. Si lo hacen, la gente no los respeta-rá ni acatará "su" autoridad.
Esto no solo da como resultado el esta-blecimiento de una autoridad falsa en la iglesia, sino que también condena al líder, que perma-nece vinculado a una experiencia cristiana ais-lada y, por tanto, incompleta. Este tipo de auto-ridad humana es totalmente ajena a la com-prensión de la Iglesia en el Nuevo Testamento.
También es común encontrar líderes cristianos que luchan por mantener su posición en la iglesia. Cuando otra persona comienza a ser elevada por Dios en la congregación y a ser reconocida y respetada por otros por tener un mensaje de Dios, el líder actual puede encon-trar una manera de deshacerse de esta.
La envía a un seminario bíblico. La deja abrir su propia iglesia. La acusa de rebelde y la echa. Cualquier método es válido, siempre que se preserve la posición de los que están en el poder. Las acusaciones, los miedos y la compe-tencia forman la base de la lucha carnal por el poder.
Por otro lado, la verdadera autoridad espiritual fluye de Dios. Nadie realmente usado por Dios necesita luchar para ganar una posi-ción o un ministerio. Jesús es el que levanta líderes entre Su pueblo. Los líderes genuinos nunca se destacan a sí mismos por su capaci-dad para predicar, enseñar y, en general, influir en otros para que tengan una buena opinión de ellos.
El rey David, por ejemplo, era un pastor humilde, pero el Señor lo eligió para guiar a Su pueblo. Muchos de los profetas no eran nada hasta que Dios tocó sus vidas y comenzó a fluir a través de ellos. El ministerio no es un produc-to de la ambición, sino el resultado de la inti-midad con Dios. Aquellos que realmente son usados por Dios son los que sirven a los demás más que a sus propios egos. Las obras hechas con esta motivación son las que pasarán la prueba en el día del juicio.
Tampoco es necesario defender nuestra "posición" o ministerio. Un verdadero sirviente no tiene una posición que defender. Simple-mente está disponible para que Dios lo use o no, según lo desee el Señor.
Cuando el liderazgo de Moisés fue desa-fiado, su reacción fue postrarse ante Dios. Sabía que el Señor lo estaba usando y que era Su po-der el que lo sostenía. La fuerza y el razona-miento humanos solo contaminarían el testi-monio de lo que Dios estaba haciendo a través de él.
Dios defenderá lo que es verdaderamen-te Suyo. Nada impedirá que se haga Su volun-tad con el tiempo. Nunca es necesario el es-fuerzo humano para asegurar o "proteger" la obra de Dios.
Las disputas, las contiendas, los deba-tes, los conflictos de poder, etc., son obras de la carne. La humildad, la bondad y la mansedum-bre son evidencias del Espíritu Santo. Si nos estamos mordiendo y devorando unos a otros, esto seguramente causará destrucción en la familia de Dios (Gal 5:15). Si Dios nos toca y nos humilla profundamente para ser siervos de Su pueblo, nuestro trabajo traerá bendiciones y ministerios a todos los que nos rodean.
Ésta es una gran necesidad de nuestros días: no escuchar a aquellos que usan las cosas de Dios para levantarse y construir su propio "ministerio", sino recibir de aquellos humildes a través de quienes Dios se manifiesta.
Un día, mientras los doce caminaban con Jesús, comenzaron una discusión. Estaban peleando por quién sería el mayor cuando Jesús fuera rey. El Señor aprovechó esta oportunidad para tratar de mostrarles, nuevamente, algo acerca de cómo pretendía que funcionara Su Cuerpo. Tomó un niño pequeño y lo colocó a Su lado diciendo algo muy profundo: "El que es más pequeño entre todos vosotros, ese es el más grande" (Lc 9:48).
En otra ocasión, dos de los discípulos estaban haciendo una solicitud especial de puestos de autoridad. Jesús volvió a hacer un pronunciamiento que es todo lo contrario de nuestra forma humana y normal de pensar. Dijo: "El que quiera hacerse grande entre voso-tros será vuestro servidor, y el que quiera ser el primero entre vosotros será vuestro siervo" (Mt 20:26-27).
Estas verdades no son simplemente hermosas filosofías religiosas. Jesús nos enseñó estas palabras para que nos esforcemos en ha-cerlas una realidad en nuestras vidas. Quiere que las pongamos en práctica. "Si sabéis estas cosas, bienaventurados sois si las hacéis" (Jn 13:17).
Hemos estado hablando de la necesidad de humildad en la obra de Dios y de cómo un ver-dadero líder es, de hecho, un siervo. Sin em-bargo, es inevitable que, cuando Dios comienza a usar un instrumento humano, algunas perso-nas se impresionen y, al menos en sus propias mentes, lo eleven a algún tipo de posición. Cuando se expresa la genuina autoridad espiri-tual, a menudo se obtiene algún tipo de respeto y reconocimiento terrenal a los ojos de los hombres.
Esto pone al siervo de Dios en una posi-ción peligrosa. Una vez que los hombres, aun-que solo sea en sus propias mentes, colocan a tal persona en esta situación, existirá la tenta-ción constante de usar esta autoridad terrenal.
En lugar de seguir confiando en Dios, es posible recurrir a tácticas humanas. Cuando surgen situaciones adversas, es fácil tomar sus propias decisiones y resolver las cosas por su cuenta. Curiosamente, cuanto más usa Dios a una persona, mayor es el peligro.
Nuevamente, la historia de Moisés es un ejemplo para nosotros. Fue un hombre que se convirtió en un canal para la autoridad de Dios de una manera notable. Demostró ser casi completamente obediente en su ministerio. Sin embargo, una vez, solo una vez, perdió el con-trol y escogió usar su propia autoridad para satisfacer las necesidades del pueblo. En lugar de obedecer y hablarle a la roca como Jehová le había dicho, Moisés se enojó y golpeó la roca con su bastón.
Dios lo honró en su posición y brotó agua de la roca (Nm 20:11). Sin embargo, ese acto le costó mucho a Moisés. Por ese único uso de la autoridad humana natural, se le negó su entrada a la tierra de Canaán. Debido a esa úni-ca vez que actuó por su cuenta, en lugar de obedecer a Dios, trajo un juicio severo sobre él. Este evento muestra claramente cuán importan-te Dios considera la distinción entre los dos tipos de autoridad. Todos los siervos de Dios deben tomarse esto en serio. Cuando Dios los usa y son elevados a los ojos de las personas, deben tener cuidado y solo manifestar la auto-ridad del Espíritu Santo que fluye a través de ellos. Cualquier autoridad natural o posicional está descalificada, incluso si parece conseguir los objetivos deseados.
La voluntad de Dios puede ser muy clara para los líderes. Sin embargo, cualquier uso de autoridad natural, cargo, don o posición no producirá resultados espirituales. De hecho, es imposible que los produzcan. Las Escrituras dicen: "Lo torcido no se puede enderezar" (Ecl 1:15). Nada que comience en la esfera te-rrenal puede dar fruto espiritual.
Otro punto que debe quedar muy claro para el siervo de Dios es que nunca es nuestro deber obligar a que se cumpla la autoridad de Dios. Nunca se nos pide que intentemos obligar a alguien a obedecer a Jesús. No se nos permite presionar, disciplinar, humillar ni utilizar nin-gún otro medio para tratar de obligar a alguna persona a obedecer.
Podemos estar seguros, en nuestra pro-pia concepción, que Dios habló a través de no-sotros. De hecho, pudo haber sido Su voz. Sin embargo, si nuestro hermano o hermana que recibió la palabra no la aceptó, no es nuestra responsabilidad. No es nuestro trabajo insistir en que oigan y obedezcan. Ya que la autoridad que se manifiesta es la de Jesús, es Su respon-sabilidad tratar con todos los que se rebelen contra ella. Nunca está dentro de nuestro alcan-ce tratar de imponerle la voluntad de Dios a alguna persona. Eso sería carnal y natural.
Este, entonces, es el camino de Dios. El hombre o la mujer que desee agradar a Dios debe convertirse en un siervo o una sierva. De-bemos humillarnos ante el Señor y nuestros hermanos en Cristo, en lugar de seguir el ca-mino del mundo. En lugar de buscar la exalta-ción a los ojos de los hombres para que poda-mos controlarlos, y así "ayudarlos" a ir por los caminos de Dios, debemos ser humildes. De esta manera, solo aquellos que realmente quie-ran escuchar la voz de Dios lo escucharán ha-blar a través de nosotros y serán obedientes.
Esta es exactamente la manera en que nuestro Señor Jesucristo vivió mientras estuvo en la Tierra. No solo tenía el derecho y la auto-ridad para exigir obediencia, sino que también tenía el poder para obligar a que las cosas salie-ran a Su manera.
Sin embargo, en lugar de usar ese po-der, leemos: "Haya, pues, en vosotros este sen-tir que hubo también en Cristo Jesús: Él, siendo en forma de Dios, no estimó el ser igual a Dios como cosa a que aferrarse, sino que se despojó a sí mismo, tomó la forma de siervo y se hizo semejante a los hombres. Mas aún, hallándose en la condición de hombre, se humilló a sí mismo, haciéndose obediente hasta la muerte, y muerte de cruz". (Flp 2:5-8).
Queridos hermanos y hermanas, este es el Camino; una Persona maravillosa. Haz que experimentemos plenamente Tu realidad.