Ministerio Grano de Trigo

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De Gloria en Gloria


Capítulo 10:
Dividiendo el Alma y el Espíritu (1)

Hipervínculos para:

ÍNDICE

Capítulo 9: La Sangre del pacto

Capítulo 11: Dividiendo el Alma y el Espíritu (2)


Capítulo 10
Dividiendo el Alma y el Espíritu (1)

Cuando una persona nace de nuevo, el Espíritu de Dios entra en Su espíritu humano. Allí, se produce una unión eterna. La Biblia nos enseña que: “El que se une al Señor es un espíritu [con el Señor]” (1 Cor. 6:17). El espíritu de aquel individuo, que antes estaba adormecido y oscurecido, cobra vida con la Vida de Dios. Aquí, en el “Lugar Santísimo”, de nuestro ser, Dios establece residencia. Aquí entonces está el lugar de la nueva Vida dentro de nosotros. Es en nuestro espíritu humano el cual se ha “unido” al Espíritu Santo de Dios.

Esta nueva Vida ZOE que ahora tenemos en nuestro espíritu es moralmente superior a nuestra vida natural en toda forma. En cada aspecto de la vida ella expresa la naturaleza divina de Dios. Por lo tanto, cuando vivimos por esta Vida, expresamos santidad. Cuando vivimos por nuestro espíritu, manifestamos la naturaleza de Dios. Esto es verdaderamente lo que el Padre está buscando-aquellos a través de los cuales El pueda manifestarse al mundo.

Pero usted recordará que también tenemos dentro de nosotros una vieja vida SIQUE. Esta vida reside en nuestra alma y puede ser descrita más claramente como nuestra “vida anímica”. Como hemos visto en los capítulos anteriores, esta vida humana, natural, invariablemente expresa la naturaleza pecaminosa y caída. Por lo tanto, cuando vivimos por nuestra alma, manifestamos la naturaleza pecaminosa.

Tenemos entonces dos fuentes o “lugares” de vida dentro de nosotros, con dos naturalezas diferentes. Consecuentemente, todo cristiano tiene una necesidad diaria, desesperada, de ser capaz de discernir cuándo él o ella están viviendo por el alma o viviendo por el espíritu. Necesitamos urgentemente experimentar la “separación del alma y el espíritu” (Heb. 4:12). Ya que el vivir por nuestro espíritu o vivir por nuestra alma produce resultados tan diferentes, es de suma importancia que seamos capaces de discernir cual es cual.

Tristemente, muchos creyentes hoy día ni siquiera saben que existe tal distinción. Pero si no sabemos cuando estamos “en el espíritu” y cuando estamos viviendo por el alma, verdaderamente estamos andando en tinieblas espirituales y no sabemos dónde vamos (Jn. 12:35). Nuestro Dios es luz (1 Jn. 1:5) y ciertamente El desea en estos últimos días iluminar a Sus hijos de modo que puedan también caminar en la luz y no estar tropezando en confusión y oscuridad. Por lo tanto, en estos próximos dos capítulos, nos concentraremos en este asunto: qué significa estar en el espíritu y qué significa estar viviendo por nuestra alma.

Una mala interpretación que necesita tratarse desde el comienzo es que el Espíritu Santo con frecuencia es percibido como fuera de nosotros, que “viene sobre nosotros” ocasionalmente. Mientras que esto pudo haber sido verdad en tiempos del Antiguo Testamento, la experiencia del Nuevo Pacto es completamente diferente. El Espíritu Santo ya ha sido derramado en el día del Pentecostés y ahora está en el interior de cada creyente El no es algo (Alguien) que estamos esperando recibir externamente, sino que ya hemos recibido internamente. El no viene y se va sino que mora permanentemente dentro de cada creyente.

Mientras que nuestra experiencia de Su presencia puede variar- o sea que podemos “percibir” Su presencia con mayor o menor intensidad- El está siempre en nuestro espíritu. Es cuando el Espíritu Santo “se traslada” de nuestro espíritu y llena nuestra alma que lo experimentamos con nuestros sentidos naturales. Esto puede sentirse como que El ha venido sobre nosotros, pero en realidad, El simplemente se ha “extendido” del Lugar Santísimo al Lugar Santo. De hecho, el Espíritu Santo puede también llenar “el atrio”, refiriéndonos a nuestros cuerpos físicos (Rom. 8:11).

Vamos a estar hablando a cerca de estas experiencias “más externas” después; sin embargo, aquí en este capítulo debemos concentrarnos en las experiencias que podemos tener del Espíritu Santo en nuestro espíritu. Es aquí donde la presencia de Dios reside, y es aquí que mora la Fuente de la Vida. Por lo tanto, es esencial que todo creyente sepa cómo discernir si está en el espíritu o meramente viviendo por su alma.

EN EL ESPÍRITU

Algunos creyentes pueden no entender con claridad el uso de los términos en la Escritura: “en el espíritu” y “en el Espíritu”. Quizás la siguiente explicación ayude a ilustrar de una manera más clara. En el Nuevo Testamento cuando se usa una “E” mayúscula en la palabra Espíritu indica al Espíritu Santo. Cuando se usa una “e” minúscula, indica el espíritu del hombre o el espíritu humano.

Es interesante, en el idioma original griego, en el cual se escribió el Nuevo Testamento, no había letras “minúsculas”. Todas las letras eran “mayúsculas”. Por lo tanto, para determinar si el texto se estaba refiriendo al espíritu humano o al Espíritu Santo, los traductores tenían que depender del contexto. Ocasionalmente, aún del contexto es virtualmente imposible discernir si el escritor estaba hablando a cerca del espíritu humano o del Espíritu Santo.

Sin embargo, para nosotros no es necesario que haya confusión. Estos dos espíritus, el de Dios y el del hombre, ahora han sido “reunidos” como uno dentro de nosotros (1 Cor. 6:17). Por lo tanto, cuando estamos “en el Espíritu”, estamos en el espíritu humano también y cuando estamos “en nuestro espíritu” estamos en el Espíritu Santo también.

Toda vida cristiana genuina es vivida “por el espíritu” o sea es una manifestación de la Vida que emana de nuestro espíritu. Se nos instruye que andemos “en el espíritu” (Gal. 5:16,25). Se nos exhorta a ser “guiados por el Espíritu” (Rom. 8:14). Por cierto debemos “adorar a Dios en el espíritu” (Jn. 4:24), Ya que esa es la única adoración que es acepta delante de Él. Pablo declara que él servía a Dios “en su espíritu” (Rom. 1:9) y que nosotros también debemos servirle “en lo nuevo del Espíritu” (Rom. 7:6). Debemos “vivir conforme al Espíritu” (Rom. 8:12).

Nuestro ministerio debe ser del “Espíritu” (Gal. 3:5). Nuestras vidas deben estar manifestando el “fruto del Espíritu” (Gal. 5:22). Es importante que “sembremos para el Espíritu” (Gal. 6:8). Nuestra unidad en Cristo con otros creyentes es “en el Espíritu” (Ef. 4:3). Debemos orar en el Espíritu (Ef. 6:18), “estar firmes en un mismo espíritu” (Fil. 1:27), tener la “comunión del Espíritu” (Fil. 2:1), “amor en el Espíritu” (Col. 1:8) y muchas otras cosas como estas. Verdaderamente, la fuente de todo cristianismo auténtico está “en el (E)espíritu”.

Con todo esto en mente, cómo puede un cristiano saber cuándo está en el espíritu? Para investigar esta pregunta más exhaustivamente, regresemos al tabernáculo que Dios instruyó a Moisés construirle. Como hemos visto en el capítulo 6, esta estructura estaba dividida en tres partes, correspondiendo a las tres partes del hombre: cuerpo, alma y espíritu.

Tenía un atrio exterior, un lugar Santo y un lugar Santísimo. Es esta sección más íntima la que nos habla del espíritu humano, el lugar de la morada del Dios Todopoderoso. En este santísimo lugar, Dios instruyó a Moisés que pusiera el Arca del Pacto. Sobre la parte superior del Arca, estaban dos querubines de oro, uno a cada lado, con sus alas extendidas, cubriendo el lugar donde aparecía la gloria de Dios.

Dentro de esta arca estaban colocados tres objetos: un recipiente de oro lleno de maná, la vara de Aarón que retoñó, floreció y produjo almendras maduras, y finalmente las dos tablas de piedra, en las que estaban escritos los diez mandamientos. Estas cosas no fueron escogidas al azar sino que tienen un significado espiritual importante. Estas cosas no fueron solo reliquias religiosas judías sino que todavía nos hablan hoy.

Es significativo que algunos maestros bíblicos han distinguido tres funciones del espíritu humano. O sea que en nuestro espíritu tenemos tres “habilidades”. Estas tres funciones corresponden a los tres objetos que fueron colocados en el Arca del Pacto. Es muy importante que entendamos estas cosas porque cuando experimentemos estas tres cosas, podremos saber que estamos “en el espíritu” o que estamos en la presencia de Dios.

LA VASIJA DE ORO CON MANÁ (COMUNIÓN)

La primera función de nuestro espíritu humano es la capacidad de tener comunión con Dios. Esto es lo que representa para nosotros la presencia de la vasija de oro llena de maná. Obviamente, este maná nos habla del “pan del cielo que descendió” (Jn. 6:41), indicando el disfrute del Señor Jesús. Este alimento celestial verdaderamente vino en un receptáculo de oro que representa la pureza e incorruptibilidad de Cristo. En el capítulo 4 hemos examinado en forma algo detallada a cerca de la realidad espiritual de la comunión con Dios y cómo podemos crecer en esta importantísima experiencia. Si Ud. no está seguro a cerca de esto, por favor revise las secciones del capítulo 4 sobre la comunión.

Comunión significa tener intimidad con Dios. Cuando estamos en el Espíritu y por lo tanto en nuestro espíritu, tenemos intimidad con Dios. Percibimos su presencia dentro de nosotros. Tenemos un tipo de diálogo continuo en oración (ver 1 Tes. 5:17). Esta comunión con el Altísimo es una indicación segura que estamos en el espíritu. Debe servirnos como un tipo de señal en nuestra vida cristiana.

Si esta comunión íntima y percepción de Su presencia faltan, entonces esto es una pauta de que algo está mal. De alguna manera, no estamos donde debiéramos estar. Claramente es la voluntad de Dios que todos Sus hijos deban “caminar en el espíritu” (Gal. 5:16) indicando así que esta debiera ser una experiencia normal y continua para todos los creyentes. Estar “en el espíritu” no debe ser una “bendición” esporádica sino un caminar diario y constante. Nuestra comunión con Dios es la fuente de la cual fluye todo verdadero trabajo cristiano y virtud.

Esta es entonces la verdadera prueba. Andar en el espíritu es vivir en íntima comunión con Dios. Aquellos que tienen esta comunión saben cómo comer de Él. Saben cómo beber de Su Espíritu y saben cómo “vivir por” El (Jn. 6:57). Si, por otro lado, usted no está andando diariamente en intimidad con Dios y así no conoce este sentir de Su presencia, entonces es muy probable que usted no esté andando en el Espíritu.

La única alternativa es que usted esté viviendo en la carne, siendo guiado por la vida del alma. Note que el alma puede mostrarse muy religiosa y puede dar la impresión de hacer muchas cosas “para Dios”. Asistir a la Iglesia, diezmar, leer la Biblia, orar, estar “activos” en el servicio de Dios- todas estas cosas pueden hacerse en las fuerzas del alma. Pero la única fuente de cristianismo genuino es el Espíritu de Dios que vive en nuestro espíritu humano. Para recibir la aprobación de Dios, todas nuestras palabras, pensamientos y acciones deben ser el resultado de nuestro compañerismo íntimo con El en el Espíritu. Para vivir en y por el espíritu, debemos estar en comunión con Dios. Este es el significado de la vasija de oro llena de maná.

LA VARA DE AUTORIDAD (INTUICION)

El segundo objeto en el Arca es la vara de Aarón. Este bastón fue el símbolo de la autoridad divina-del liderazgo del Espíritu Santo. Dentro de nuestro espíritu, también encontramos esta función importante. Cuando estamos en la presencia de Dios, con frecuencia percibimos su guía y dirección. Llamaremos a esta función “intuición”. Cuando estamos en comunión con Dios, de alguna manera, en una forma que no se puede definir, sabemos que es lo que El quiere que hagamos. Quizás nos sintamos inclinados a orar. Podría ser que sintamos la necesidad de ir a visitar a alguien o salir a evangelizar.

Un sin número de instrucciones se nos pueden comunicar mientras estamos en el espíritu. Esto es lo que significa “andar con el Señor”. Es mientras que estamos viviendo en constante comunión con Él, que dirige nuestra vida a través de la dirección del Espíritu. Esto no significa que “escuchemos voces” o necesariamente sepamos con exactitud qué hacer. Es simplemente que percibimos una inclinación, un deseo o impulso espiritual a hacer o decir algo en particular. Esta es la función de la intuición en nuestro espíritu.

No estoy descartando el hecho que Dios puede y de hecho usa las cosas externas tales como circunstancias, finanzas y aún “pálpitos” ocasionales para guiar nuestros pasos. Pero insisto que nuestra fuente más importante de dirección es el Espíritu de Dios dentro de nuestro espíritu. Si descansamos en “eventos” superficiales, sentimientos, coincidencias, sueños, profecías, etc. Buscando dirección espiritual, entonces ya estamos andando en engaño.

Usted siempre va a encontrar que cuando las circunstancias externas están siendo usadas por Dios para dirigirle, en su espíritu usted también va a tener un “testigo”, usted siempre tendrá paz espiritual. Cuando estas dos cosas están en conflicto (“dirección externa” tales como profecías y eventos fortuitos y la paz profunda del Espíritu Santo en su espíritu) la fuente más confiable de guía es la paz de Dios en el corazón.

La Biblia enseña que debemos dejar que la paz de Dios “gobierne” o arbitre en nuestros corazones (Col. 3:15). Esto significa que como el oficial en algún evento deportivo tiene la última palabra, así también la paz de Dios en nuestro espíritu debiera ser nuestro juez final.

Nunca confíe en las opiniones de otros cuando no tenga tranquilidad en su espíritu. Desobedecer la percepción íntima de la guía de Dios en su espíritu puede llevarle al desastre. Por favor, tome esta advertencia de alguien que se ha equivocado muchas veces de esta manera y ha vivido para arrepentirse de ello.

Cuando pensemos que Dios nos ha dado alguna dirección en nuestro espíritu, nunca está mal querer que sea confirmado. Podemos ver Su palabra en primer lugar, para ver si lo que suponemos que es Su voz armoniza con lo que El nos ha hablado por medio de la página escrita. Si es así, entonces probablemente es Su voz la que estamos oyendo. Si no, entonces nuestros impulsos están equivocados y debemos empezar de nuevo a buscar Su dirección. También podemos pedir a Dios confirmar Su dirección a través de un sin número de formas que El pueda escoger. También podemos pedir el consejo de otros creyentes quienes sabemos que son espiritualmente maduros y sensibles a la dirección del Espíritu. Los más maduros no estarán prontos a dar consejos pero le ayudarán a clarificar lo que Dios realmente le está diciendo a usted.

Aunque el Señor con frecuencia usará líderes para darnos orientación, el hombre de Dios no debe nunca depender de otro hombre sino buscar el rostro de Dios él mismo, hasta que tenga certidumbre en su propio corazón a cerca de la dirección del Espíritu. Esta no es una autorización para la rebelión, sino un consejo para que usted mismo oiga a Dios con claridad. Recuerde, es a Él al que responderemos por cada cosa que hagamos.

Es importante mencionar aquí que una cosa que engaña a los creyentes en esta área para percibir los deseos de Dios son sus propios deseos. Cuando queremos algo muy intensamente, entonces se hace difícil escuchar la voz de Dios. La "voz" de Dios en nuestro espíritu no grita. Por lo general, es suave y blanda. Por eso, cuando nuestros deseos son fuertes, es fácil ignorar o dejar pasar esta intuición. Es casi imposible escuchar lo que dice "no".

Cuando queremos algo, es fácil pasar por alto o confundir a la dirección del Espíritu con nuestra voluntad. Esto es especialmente cierto en el área del matrimonio y las finanzas. Con demasiada frecuencia, los creyentes son conducidos en una dirección por los sentimientos fuertes y deseos ardientes, naturales.

Sin embargo, casi siempre, las decisiones tomadas por estos motivos van mal. ¿Cuántas veces, entramos en una situación que termina mal? Y entonces, recordamos que, en lo profundo de nuestro espíritu, sentimos que Dios realmente no estaba aprobando! Pero ahora nos encontramos en una relación o en una situación dolorosa y difícil.

Cuando nos rebelamos contra la dirección que vemos en nuestro espíritu, sufrimos las consecuencias de la desobediencia. Así aquello que queríamos tanto, pero tanto, cerrando los oídos a cualquier consejo o sentido espiritual, se convierte en un gran castigo por nosotros. El dolor de la situación que tanto queríamos, de todos modos, se convierte en nuestra disciplina. Dios usa aquello que queríamos más que él para tratar esta misma área rebelión. Este sufrimiento proviene de la circunstancia sirve para transformar nuestras almas. No es raro que la disciplina de Dios durar muchos años, hasta que, finalmente, nuestros deseos se convierte en algo sometido a Él.

La experiencia de la dirección del Espíritu Santo dentro de nuestro espíritu es la experiencia de la vara de Aarón. Cuando estemos en la presencia de Dios teniendo comunión espiritual con El, tendremos una “intuición” ha cerca de qué debemos hacer. De esta manera podemos ser guiados por el Espíritu. La experiencia se hace más fuerte así que crecemos espiritualmente. Así que maduramos, esta sensibilidad a la dirección del Espíritu también se hace más clara y más definida.

De esta manera, nuestro Señor puede dirigirnos de una manera cada vez más “detallada”. Aún la expresión de Su rostro o la mirada de Sus ojos pueden hacernos notar Su desagrado o aprobación. Esta habilidad creciente de saber y percibir la guía del Espíritu Santo es una señal de madurez espiritual. Aquellos que son guiados por el Espíritu son ciertamente los maduros hijos de Dios (Rom. 8:14).

Cuando “intuimos” o percibimos la dirección de Dios dentro de nosotros, entonces sabemos que estamos en el espíritu ya que esta es una de las funciones del espíritu. Pero si deseamos permanecer en el espíritu, o sea vivir en la presencia de Dios consistentemente, entonces debemos obedecer lo que el Espíritu esté diciendo.

Este es un principio espiritual importante. Si no escuchamos a Dios y no hacemos lo que El desea, entonces llegará a ser imposible el que nosotros vivamos en Su presencia.

Cuando somos desobedientes, nuestra comunión con Dios llega a ser difícil si no imposible. Esto es porque cuanto más profundamente entramos en Su presencia, tanto más fuertemente habla la vara de Aarón. Cuanto más intimidad deseamos tener con El, tanto más se conoce Su autoridad. Si estamos resistiendo lo que Dios está dirigiendo, tendremos una gran dificultad para permanecer en su presencia.

Si hemos sido desobedientes con Él, la única solución es el arrepentimiento. Esto significa pedir perdón y también decidir hacer cualquier cosa que Dios nos pida. Cuantos creyentes hoy están viviendo vidas anímicas porque no están dispuestos a obedecer al Señor! Quizás tratan de seguir ordenanzas religiosas superficiales y fórmulas, pero interiormente saben que no están bien con Dios. Ellos están viviendo en desobediencia.

La única alternativa para los cristianos desobedientes es vivir por la vida del alma. O, pueden “avanzar” en el Espíritu de vez en cuando durante tiempos de adoración u oración. Pero no pueden cómodamente permanecer en la presencia de Dios mientras Su vara de autoridad está hablando.

Piénselo. Si Dios le dice que vaya a la China y le sirva, y usted no va, acaso mantendrá usted la misma dulce intimidad con Él? Cuando El dice “no” a algo que queremos, y nosotros seguimos adelante y lo hacemos de todas maneras, podremos acaso permanecer en Su presencia mientras nos estamos rebelando contra El?

Quizás nos imaginemos que el sacrificio de Jesús será suficiente para restaurar nuestra comunión con El. Pero se acuerda usted del rey Saúl y de sus ofrendas a Dios? Cuál fue la respuesta divina? “Obedecer es mejor que los sacrificios, y el prestar atención que la grosura de los carneros” (1 Sam. 15:22). Restaurar su comunión con Dios requiere no solo el sacrificio de Jesús sino también obediencia.

Es imposible vivir en desobediencia para con Dios y también vivir en el espíritu. Un hijo o hija rebelde nunca se sentirá cómodo en Su presencia. Para caminar en intimidad con El, usted también debe obedecer y hacer cualquier cosa que El pida. El realmente debe ser el Señor de su vida.

TABLAS DE PIEDRA (CONCIENCIA)

En el Arca del Pacto también podemos encontrar las dos tablas de piedra sobre las cuales el dedo de Dios escribió los diez mandamientos. Esta era la ley de Dios. Pero hoy día tenemos otra ley. Esta no está escrita en piedra sino sobre corazones de carne (Heb. 8:10). Esta es una función de nuestro espíritu que llamaremos “conciencia”.

Esta “parte” del espíritu, la conciencia, parece actuar con un alcance muy limitado aún antes que la persona nazca de nuevo. Quizás Dios permitió este parpadeante, ardiente vestigio de luz espiritual dentro del hombre para ayudarle a estar consciente de su pecado.

Sin embargo, una vez que nacemos de nuevo, esta parte de nuestro espíritu se pone más y más activa. Nos hacemos cada vez más conscientes cuando ofendemos a nuestro Señor o a alguna otra persona. Muchas veces, ninguno tiene que decirnos que hemos hecho o hablado algo malo. Quizás no hemos hecho nada que esté en contra del código escrito de la ley. Pero en lo profundo de nuestro espíritu sabemos que hemos ofendido a nuestro precioso Salvador.

Cómo lo sabemos? Es porque esta parte de nuestro espíritu, nuestra conciencia, está hablando. La “ley del Espíritu de Vida” (Rom. 8:2) escrita dentro de nosotros está actuado.

Esta función del espíritu es muy importante. Esta habilidad de saber cuándo estamos agradando a Dios o no, se encuentra en el mismo centro de nuestra relación con El. Nuestro Dios es una persona viviente por tanto necesitamos cuidar nuestra relación con El tal como lo haríamos con un buen amigo o cónyuge.

Si hemos ofendido o encolerizado a alguien con quien tenemos una relación cercana, entonces necesitamos arreglar las cosas con ellos si vamos a continuar teniendo intimidad con ellos. No es diferente con Dios. No podemos esperar tener una relación cercana, personal con El, cuando estamos ofendiendo Su persona. Por ejemplo, cuando usted está fornicando con su novio o novia puede usted también vivir en Su presencia? El “clamar a la sangre de Jesús” le hará ciego a nuestro comportamiento ofensivo? No! Sólo podemos estar bien con nuestro Señor si le obedecemos.

Cuando hemos errado en nuestras actitudes, pensamientos, palabras o acciones, esta “conciencia” parte de nuestro espíritu, se pone activa. Obra convenciéndonos de pecado. Y cuando lo hace, entonces se hace necesario tratar con este pecado a la luz de Dios.

Esto involucra arrepentimiento y una decisión de nunca volver a ofender a nuestro Señor de esta manera. Involucra no sólo decirle que lo sentimos, sino realmente sentirlo. Sino procuramos mantener esta clase de relación transparente con Jesús, encontraremos imposible vivir en el espíritu. Cuando nuestra conciencia nos hable, debemos tomar todos los pasos necesarios para poner las cosas en orden con Jesús.

RECORDANDO A NUESTRO HERMANO

Esto no es solo cierto en nuestra relación con Dios, sino que El también requiere que mantengamos relaciones correctas con otros. Si en nuestra vida diaria ofendemos a otros en alguna forma, debemos también hacer lo que sea necesario para ponernos en paz con ellos.

Leemos en Mateo 5:23 “si traes tu ofrenda al altar, y allí te acuerdas que tu hermano tiene algo contra ti, deja allí tu ofrenda ante el altar y ve. Primero reconcíliate con tu hermano y luego ven y presenta tu ofrenda”. “Traer tu ofrenda al altar” aquí significa que venimos a la presencia de Dios a adorarlo y tener comunión. Nuestra “ofrenda” es la sangre de Jesús.

Pero por qué es que cuando estamos en la presencia del Señor de pronto comenzamos a “recordar” a nuestro hermano. Esto es porque en Su presencia la conciencia comienza a hablar. Cuanto más cerca nos aproximamos a Su trono, tanto más fuerte se vuelve la voz de la conciencia en nuestro espíritu. La única solución para esto es ir y poner las cosas en orden con aquellos a quienes hemos ofendido.

Este es un principio espiritual absolutamente esencial. Espiritualmente no llegaremos a ninguna parte si no reconocemos y seguimos a nuestra conciencia. Es imposible caminar en comunión con Dios cuando nuestra conciencia nos está incomodando. Pablo, el apóstol, estaba intensamente conciente de este hecho. El decía: “yo mismo siempre procuro tener una conciencia sin ofensa ante Dios y los hombres” (Hch. 24:16). Para él una conciencia limpia y transparente era de suprema importancia-un asunto de ejercicio diario.

Entonces si hemos ofendido a Dios, necesitamos ponernos bien con Dios. Si hemos ofendido a los hombres, necesitamos hacer todo lo posible para ponernos bien con ellos también. Simplemente arrepentirnos delante de Dios no es suficiente. Cuando hay otras personas involucradas, debemos también arreglar las cosas con ellos. Esto significa que debemos ir a ellos, disculparnos por lo que hemos hecho y solicitar su perdón. Si no es posible un contacto cara a cara, necesitamos llamar por teléfono, escribir una carta o hacer todo lo que podamos para poner las cosas en orden.

Una buena conciencia es tan importante que descuidarla puede causar el “naufragio” de nuestra fe (1 Tim. 1:19). Muchas veces nuestra carne se resiste a confesar nuestra culpa a otros hombres y mujeres. El problema es nuestro orgullo, para arrepentirnos, debemos humillarnos y admitir que nuestras actitudes, acciones y palabras fueron impías, fueron egoístas, pecaminosas y causaron daño a otros. Este daño podría ser emocional, físico o financiero.

En cualquier forma que hayamos ofendido a algún otro, debemos, cueste lo que cueste, ir a ellos y arrepentirnos. Debemos arreglar las cosas tanto como sea posible y pedir su perdón. Esta humillación de parte de nosotros mismos es absolutamente esencial si vamos a mantener nuestra comunión con Dios. El “resiste a los soberbios” (1 P. 5:5) pero está contento de tener compañerismo con los humildes. La limpieza de nuestra conciencia abrirá nuevas perspectivas de comunión con nuestro Dios.

TRATANDO CON EL PASADO

Esta necesidad de arreglar las cosas con otros se aplica al pasado así como al presente. Demasiados creyentes están “tratando de continuar con el Señor” sin jamás arrepentirse y arreglar las cosas de su pasado. Arrastran una enorme cantidad de carga pesada detrás de ellos y están haciendo muy poco progreso espiritualmente. Muchas de estas personas piensan que una vez que llegan a ser cristianos, todo su pasado es perdonado y olvidado. Esta es quizás una idea agradable, pero no es completamente cierta. Por parte de Dios, cuando hemos confesado y nos hemos arrepentido de todos nuestros pecados pasados, por cierto que ellos son perdonados. Pero por parte del hombre, también necesitamos ir a ellos y arrepentirnos.

No puede haber un “ir adelante” sin primero ir atrás. La palabra de Dios es clara “Dios requiere aquello que es pasado”* (Ec. 3:15). [*Nota del traductor.- La Biblia Reina Valera traduce “Dios restaura lo que pasó,” sin embargo el autor se acerca más a la versión original del Hebreo que es “Dios llama a cuentas al pasado”.] Esto significa que debemos ir a aquellos contra quienes hemos pecado, arrepentirnos, pedir perdón y luego hacer todo lo posible para arreglar las cosas.

Si hemos robado, necesitamos devolver el dinero, invirtiendo todo el tiempo, gasto y esfuerzo que esto tome. Si hemos dañado a alguien emocionalmente, entonces debemos admitir nuestros errores y pedir perdón. El hecho de que también nos hayan herido no tiene que ver nada en la situación. El que ellos se arrepientan no cambia lo que necesitamos hacer. Ningún pecado se justifica por lo que otros nos hayan podido hacer.

Examinemos algunas ilustraciones aquí para aclarar más estos puntos. Supongamos que alguien robó un banco. Luego al día siguiente, esta persona recibe nueva Vida en Jesucristo. Se queda él con el dinero? Ya que algunos insisten que él está ahora completamente perdonado, puede entonces olvidarse del robo y vivir de lo que robó? No!

Pensemos ahora en personas que se divorciaron en el pasado. Es posible que fueran completamente inocentes? Es concebible que en toda su relación matrimonial no hicieran o dijeran algo de lo cual no necesitan arrepentirse? Entonces que se debe hacer? Necesitan ponerse en contacto con la persona que fue ofendida, admitir la parte de su culpa que le corresponde por el fracaso de la relación y pedir perdón. No importa si la otra persona también pecó. Este hecho ni siquiera entra en nuestras consideraciones. Nuestra parte es la parte que necesita arrepentimiento y perdón.

Cuando hemos pecado contra otro, necesitamos hacer todo lo que podamos para poner las cosas en orden. Si es dinero, necesitamos devolverlo (Lc. 19:8). Si hemos difamado a alguien, necesitamos dejar que conozcan la verdad todos los que fueron afectados por nuestras mentiras. Como regla general, si hemos pecado públicamente, debemos también arrepentirnos públicamente. Si nuestro pecado fue privado debemos ir en privado a aquellos que fueron afectados. Cuando sea posible necesitamos restituir a otros lo que hemos tomado, sea dinero, reputación o propiedades.

Obviamente, hay algunas situaciones que son imposibles de restaurar. Si hemos matado a alguien no podemos traerle de vuelta a la vida. Si hemos causado que alguien quede embarazada o nos hemos embarazado fuera del vínculo matrimonial, no hay forma de deshacer este hecho sin pecar. Debemos hacer todo lo posible por restaurar cuando y donde podamos. Sin duda el Señor nos dará sabiduría en estas cosas, mostrándonos cómo y cuándo restaurar. Si nuestros corazones son verdaderamente humildes y están dispuestos, El nos ayudará a limpiar completamente nuestras conciencias.

Ciertamente hay algunos que tienen lo que podría llamarse conciencias “débiles”. Ellos son susceptibles a las acusaciones del enemigo. Viven en continua culpa y condenación. Para ellos, tomar todos los pasos disponibles que puedan para limpiar su conciencia les ayudará en su lucha. Saber que hay hecho todo para limpiar su relación pasada y presente con Dios y otros, les dará una buena base para resistir nuevas acusaciones.

Es posible también que algunos vivan en esta condenación por cosas que no han hecho, porque en sus corazones están ocultas otras cosas que ellos no desean traer a la luz. Esto debilita su conciencia y la hace vulnerable a acusaciones falsas.

Para vivir y andar en el Espíritu, estas experiencias del maná, la vara de Aarón y las tablas de piedra, son absolutamente necesarias. Sin ellas, la única alternativa es vivir y caminar en el alma. El resultado de negarse a rendir su vida a Dios en estos asuntos tiene dos posibles resultados. El primero ocurre cuando la persona que se está rebelando contra Dios lo admite ante sí mismo y simplemente se da por vencido, dejando de seguir a Jesús.

El segundo ocurre cuando la persona que está resistiendo la autoridad del Altísimo trata de aparentar que él todavía está bien. Esconde su rebelión de sí mismo y de otros, tratando de actuar como si aún fuera un “buen cristiano”, fingiendo que nada anda mal. Este individuo desarrollará entonces una religión meramente anímica. Con esto quiero decir que ellos todavía tratarán de obedecer los principios bíblicos con los esfuerzos del alma, ir a las reuniones de Iglesia y hacer las cosas que otros cristianos esperan de ellos.

Sin embargo, todo esto será hecho sin una íntima comunión con Dios por lo que solo podrá lograrse mediante el poder humano y el esfuerzo natural. Los resultados pueden parecer buenas imitaciones de vida espiritual auténtica, pero el sabor es diferente. En lugar de la dulce fragancia de Cristo, está el sentido seco y muerto de la demanda. En lugar de fluir del agua de Vida, está la ejecución del “deber”. La persona involucrada está con frecuencia aún tratando de servir a Dios pero no realmente sometiéndose completamente a Él.

Es esencial que cada creyente aprenda a caminar en el espíritu. No hay otra forma para hacerle agradable. Podemos saber que estamos en el espíritu, no por sensaciones físicas, por escuchar “voces” o tener sentimientos emocionales fuertes, sino por la experiencia del maná, la vara de Aarón y las tablas de piedra.

Cuando estamos teniendo comunión espiritual con Jesús, cuando estamos percibiendo su liderazgo y cuando sabemos si lo estamos ofendiendo, esta es una indicación segura que estamos en el (E) espíritu. Y es del espíritu que fluirá toda Su virtud. Que Dios tenga misericordia de nosotros para que podamos aprender a vivir diariamente en Su presencia, de modo que nuestro espíritu, Su Espíritu, pueda manifestar Su Vida a través de nosotros.

Fin del Capítulo 10

Use los siguientes hipervínculos para leer otros capítulos

Capítulo 1: El Amor de Dios

Capítulo 2: La oferta de la vida


Capítulo 3: Los dos árboles

Capítulo 4: Las dos naturalezas

Capítulo 5: La sentencia de muerte

Capítulo 6: La salvación del alma

Capítulo 7: El Tribunal de Cristo

Capítulo 8: Montañas y valles

Capítulo 9: La Sangre del pacto


Capítulo 11: Dividiendo el Alma y el Espíritu (2)

Capítulo 12: Por gracia a través de la fe

Capítulo 13: La imagen del Invisible

Capítulo 14: La Esperanza de gloria