Ministerio Grano de Trigo

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De Gloria en Gloria


Capítulo 9:
LA SANGRE DEL PACTO

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ÍNDICE

Capítulo 8: Montañas y valles

Capítulo 10: Dividiendo el Alma y el Espíritu (1)


Capítulo 9
LA SANGRE DEL PACTO

Antes que Dios constituyese el mundo actual y todo lo que hay en él, tenía en Su corazón un plan maravilloso. En el centro mismo de Su diseño, El tenía en mente la formación de una novia con la cual pudiera unirse en Santa intimidad –con la cual pudiera entrar en un pacto matrimonial.

Sin embargo en Su gran sabiduría El supo que esta obra solo podría lograrse con gran dificultad. Esta mujer celestial de Su deseo solo podría llegar a la perfección que debía tener para entrar en esta unión matrimonial, a través de gran prueba y tribulación. Ella debía haber conocido y luego también haber rechazado el pecado.

Entendemos este hecho porque el Cordero de Dios fue “inmolado antes de la fundación del mundo” (Apoc. 13:18). Así, Dios supo y entendió la necesidad de la caída y la redención del hombre aún antes de comenzar sus maravillosas obras.

Ven ustedes, Dios podría haber simplemente creado una novia para Sí mismo, perfecta y hermosa en cada aspecto. Pero los resultados de tal creación fueron ya evidentes. Nuestro Señor ya había hecho un ser extremadamente poderoso y hermoso – uno que era sin defecto en cada aspecto. Es el ángel Lucifer de quien hablamos aquí. Sin embargo, este ser perfecto nunca había conocido el pecado. De modo que, al transcurrir el tiempo, comenzó a pensar, soñar e imaginar cómo podría ser él tan grande como Dios. El tomó la decisión de rebelarse contra su Hacedor y así su reino llegó a ser uno de oscuridad e iniquidad.

Nuestro Dios necesita tener una compañera eterna en quien El pueda confiar totalmente. Nunca debe llegar el momento cuando ella pudiera ser tentada por el pecado y así volverse contra El. De modo que en Su sabiduría infinita, nuestro Señor ha permitido que los hombres y las mujeres que se convertirán en Su esposa pasen a través de la experiencia del pecado. El les dio libre albedrío desde el comienzo y así les permitió conocer las tinieblas y depravación del pecado.

También a Su pueblo le son conocidos los resultados de la rebelión contra El. De modo que la novia de Cristo está entrando a su posición de gloria y eminencia desde una dirección opuesta a la de Lucifer. El fue creado perfecto y luego cayó. Ellos, naciendo en el pecado, y luego redimidos por Su Hacedor, deben escoger diariamente rechazar el pecado.

Paso a paso, día a día, ellos entienden más y más cuan repulsivo es el pecado y cuan repugnantes son sus consecuencias. De esta manera, la novia de Cristo ha probado la rebelión y sin embargo ha escogido total sumisión a Él. Ha conocido el pecado, sin embargo ha buscado la santidad con todo su corazón. Cuando la profundamente sabia obra de Dios se concluya dentro de ella, nunca más será atraída al pecado.

Dios hizo toda Su obra sabiendo el alto precio que El tendría que pagar. Permitir a hombres y mujeres acceso al pecado ciertamente resultaría en que ellos lo experimentasen. Por lo tanto, esto causaría no solo su gran sufrimiento, sino también necesitaría la muerte de Su propio Hijo.

Conseguir la esposa, la compañera eterna que tanto deseaba, requeriría que El pagase el más alto precio. Lo que era más precioso para El tendría que ser sacrificado, Su sangre derramada sobre la tierra para que los propósitos finales de Dios fueran cumplidos. El contrato matrimonial vino al más grande costo posible. Esta es la sangre del pacto.

En el Jardín del Edén, poco después que Adán y Eva pecaron, Dios les vino a visitar. El vio completamente y supo lo que habían hecho. Habían desobedecido y se habían rebelado contra El. Así su desnudez fue expuesta. Aquí el Creador comenzó a enseñarles a cerca del precio del pecado. Comenzó a revelar el gran costo requerido para resolver el problema. Para cubrirlos, Dios mató a una criatura inocente, probablemente un cordero, e hizo vestidos para ellos. La sangre derramada de un inocente cubría el resultado de su pecado, su desnudez.

Sin duda esta acción fue penosa para Dios. El no deseaba matar nada, especialmente ninguna de las nuevas criaturas que había hecho. Dios no se deleita en matar o en la muerte, aún la muerte del malvado (Ez. 33:11). Sin embargo la situación lo demandaba. Su lección para Adán y Eva fue clara, el pecado solo podría ser cubierto por la muerte.

También, esta acción de Dios debió haber sido en extremo sorprendente para Adán y Eva. Hasta ese momento, no existe la muerte. Ningún animal había muerto antes. Estos animales eran sus amigos. Los conocían a todos y probablemente los habían estado cuidando en el Jardín. Este animalito lanudo no había hecho nada malo, sin embargo a causa de su rebelión, se requería su muerte. Esta acción debió haber impactado profundamente a la primera pareja del mundo. Comenzaron a darse cuenta del precio de su pecado.

Más tarde, cuando Dios dio la ley a Moisés, estos mismos sentimientos fueron expresados. Los vegetales y las frutas no eran aceptables para expiar el pecado. Solo ofreciendo la sangre de una criatura pura e inocente, el pecado podría ser expiado. El Antiguo Testamento está lleno de ordenanzas y exhortaciones concernientes a la necesidad de esta ofrenda. Como todos sabemos, el cumplimiento de esta severa demanda del Altísimo fue la ofrenda de Su propio y precioso Hijo.

Jesucristo vino a la tierra a morir por nosotros. El murió en nuestro lugar, derramando Su sangre de modo que el justo requisito de Dios pudiera ser satisfecho. Sin duda, si el sacrificio de un animal fue precioso a los ojos de Dios, la sangre del propio Hijo de Dios es indescriptiblemente más preciosa. El valor de un sacrificio tal para Dios va más allá de toda comprensión.

Para nosotros que somos pecadores, esta ofrenda es también de supremo valor. El precio que fue pagado fue lo suficientemente alto para limpiar y perdonar el pecado más abyecto. No hay nadie en la tierra que no pueda ser perdonado. No hay pecador cuyos hechos sean tan terribles que la sangre de Jesús no pueda limpiarlo.

Qué cosa tan gloriosa! Nosotros, que nos rebelamos contra Dios y pecamos contra Él en las formas más perversas, podemos ser limpiados por la sangre de Jesús. No puede haber duda acerca de esta verdad tan gloriosa.

La mayor parte de la iglesia moderna hoy, al menos parcialmente entiende este hecho. Sin embargo, con frecuencia lo ha llevado a un extremo donde ha dejado de ser verdad. Muchos maestros de Biblia han adornado los hechos acerca de la sangre de Jesús hasta que ya no están más en armonía con la mente de Dios o Su palabra.

Por ejemplo, muchos enseñan que cuando recibimos a Jesús, El perdona todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros. Ahora, ellos insisten, que no hay nada que podamos hacer o decir que cambie este hecho. Otro error que es comúnmente propagado hoy es que Dios no puede ver nuestro pecado, El solo ve la sangre de Jesús.

Estas aseveraciones no son verdad. No hay versículos en la Biblia que declaren tales cosas. Al contrario, encontramos muchos versículos que dicen algo completamente diferente. Por lo tanto, tomemos un poco de tiempo para examinar cuidadosamente la palabra de Dios juntos para descubrir lo que realmente es la verdad de Dios.

CONVICCION DE PECADO

Leyendo a través de las Escrituras, encontramos el maravilloso perdón gratuito de Dios revelado. Sin embargo, para recibir este gran perdón y tomar parte en esta limpieza, también encontramos que hay algunos requisitos. Uno de los más obvios de estos es el hecho que si no perdonamos a otros, Dios no nos perdonará (Mt. 6:15). Aquí en la Biblia se afirma claramente que hay al menos una condición que debemos cumplir para recibir el perdón de Dios. Todos nuestros pecados, pasados, presentes y futuros ciertamente pueden ser perdonados, pero tan ciertamente no lo serán a menos que cumplamos con los requisitos de Dios.

Otro requisito que viene a la mente es la necesidad que el pecador sea convicto de pecado. Jesús declaró: “Y cuando El (el Consolador) haya venido, convencerá al mundo de pecado, y de justicia y de juicio” (Jn. 16:8). Este profundo sentido de convicción de pecado es el primer paso que nos permite recibir el perdón. Es la obra del Espíritu Santo.

Cuando Pedro predicaba a las multitudes en el día de Pentecostés, exponiendo su pecado al crucificar a Jesús, cuál fue su respuesta? Ellos “se compungieron de corazón” (Hch. 2:37). Fueron convictos. De pronto se dieron cuenta de la profundidad de su maldad. Sin esta profunda convicción, ellos no podrían haber estado entonces preparados para recibir el perdón.

Pensemos a cerca de esto. Si usted nunca ha sido convicto de su pecado- no solo de lo que usted ha hecho, sino también de lo que usted mismo es- entonces usted no tiene necesidad de un Salvador. Si usted no se ha dado cuenta de una manera profunda y completa a la luz de Dios que usted es pecaminoso hasta la médula de los huesos, entonces usted no puede pensar que es digno de muerte. Y si usted no merece morir, entonces obviamente no es necesario que alguno muera en su lugar. Si usted no cree que es digno de la sentencia de muerte, entonces usted no puede necesitar un Substituto que tome su lugar en esta ejecución.

Por lo tanto usted no puede realmente ser perdonado. La sangre de Jesús no es pintura. Ella nos habla de la muerte de alguien. Este Alguien murió por aquellos que se dan cuenta de las malas tendencias de su propia vida y naturaleza. Han sido convictos de su pecado. Están profundamente arrepentidos y se dan cuenta que quienes son y lo que son es completamente indigno de vivir. Por lo tanto, están listos a recibir la sangre de Algún otro que murió por ellos. Desde esta posición, pueden recibir completo perdón.

Si usted nunca ha sido convicto de pecado, entonces usted no ha sido perdonado y hasta este día usted todavía está en sus pecados. No importa si usted a “orado el acto de contrición”. No importa si usted es miembro de una iglesia y asiste regularmente. Para hacer una oración que traiga como resultado el que usted sea perdonado, primeramente usted debe haber tenido un encuentro con Dios. Y cuando Dios se revela a Sí mismo al hombre, con esto viene la convicción de pecado. Dios es santo. El es puro y sin pecado.

De hecho El aborrece el pecado. De modo que, cuando El se revela a Sí mismo, esta ardiente santidad de Su carácter automáticamente revela la pecaminosidad e impureza de aquel a quien El se revela. Job dice: “De oídos te había oído; mas ahora mis ojos te ven. Por tanto me aborrezco, y me arrepiento en polvo y ceniza”. (Job 42:5,6).

Cuantos llamados “cristianos” están hoy en la posición de Job antes que Dios se revelara a Si mismo? Ellos han “oído acerca de Dios”, y quizás han estado de acuerdo mentalmente con lo que han oído, pero nunca lo han “visto”. Nunca realmente han conocido a Jesús. Nunca han sido convictos de pecado. A pesar del hecho que la iglesia donde asisten trata de asegurarles que son perdonados y salvados, la verdad es que no lo son.

SEGURIDAD DE PERDÓN

Hablando de esta “seguridad de salvación” y perdón, la iglesia no tiene derecho a tratar de asegurar a nadie de una cosa semejante. Esto es obra de Dios. En ninguna parte de la Biblia se le encarga a la iglesia la tarea de asegurar a la gente que está bien con Dios. La tarea de la iglesia es traer a hombres y mujeres a Cristo. Su trabajo es revelar a Jesús de manera poderosa a través de la predicación y el testimonio de modo que la gente pueda “verle” y conocerle. Es competencia de Jesús perdonar al pecador y luego darle confianza que ha sido perdonado. Esta seguridad de perdón viene de la presencia de Dios. Cuando las personas tienen un intercambio cara a cara con El, son profundamente convictas de su pecado, sin embargo salen sabiendo, estando totalmente seguros en sus corazones que se han encontrado con el Amor y el Perdón en Persona.

Oh, cómo están las iglesias hoy, llenas de aquellos que nunca han sido convictos de pecado. No tienen derecho a la seguridad del perdón, sin embargo están convencidos por el hombre que lo tienen.

En vez de procurar traer a la gente a Dios, demasiados cristianos están trabajando para traer gente a su “iglesia”. Su meta es diferente de la del Señor. Su objetivo es llenar su edificio y multiplicar sus números. Están trabajando para hacer sentir a la gente cómoda y bienvenida. De hecho, van a luchar contra cualquier predicación que pueda hacer sentir a alguien preocupado o incomodo. Y así ellos toman el lugar de Dios. Ofrecen perdón “fácil” a cualquiera que esté de acuerdo con ellos y se una a ellos. Esta es una obra impía.

El pensamiento de Dios, por otro lado, es completamente diferente. Es traer a hombres y mujeres a una convicción de pecado. Claramente manifestada, esta es la obra del Espíritu Santo (Jn. 16:8). Los pecadores necesitan estar incómodos. Cuanto más incómodos mejor. Todos los verdaderamente grandes avivamientos en la historia de la Iglesia se caracterizaron por este asunto específico: una profunda y angustiante convicción de pecado por parte de los incrédulos.

Es correcto que los impíos estén profundamente convictos. Es bueno que ellos se angustien por su condición pecaminosa. Un profundo pesar es señal maravillosa de la obra del Espíritu de Dios. Cuando encontremos pecadores en este estado no nos esforcemos por aliviarles de esta carga. Nuestra labor, nuestra única labor, es señalarles continuamente al Salvador hasta que ellos mismos entablen una relación con El, hasta que sepan por ellos mismos que han sido perdonados y aceptados. Esto dará como resultado una conversión verdadera y duradera.

Otro paso necesario para recibir el perdón es el arrepentimiento. Una profunda convicción de pecado resulta en arrepentimiento por parte del pecador. Cuando la multitud fue convicta o “traspasada en su corazón” por medio de la predicación de Pedro, ellos inmediatamente clamaron “Qué haremos”? La respuesta de Pedro a esto fue: “Arrepiéntanse… y sean bautizados”. Ven ustedes, el arrepentimiento es el resultado necesario de una profunda convicción de pecado.

Arrepentimiento significa literalmente en el idioma griego “tener un cambio de mente”. En otras palabras usted, siendo convicto de pecado, resuelve nunca involucrarse en el pecado otra vez. Usted cambia su actitud a aborrecer lo que usted ha sido y hecho y clama a Dios para ser completamente libre de aquella conducta detestable. Este también es un paso necesario para recibir el perdón, el cambio del corazón para decidir nunca más involucrarse en el pecado. A menos que haya tal determinación de parte del pecador, no podrá encontrarse el perdón.

Para ilustrar mejor esta verdad, miremos el Antiguo Testamento. Allí también cuando una persona hacía una ofrenda por el pecado, había este requisito esencial. Esta persona debía estar arrepentida. Debía admitir su pecado, realmente lamentarlo y tener la plena intención de nunca volver a hacerlo.

Sin esta actitud, la ofrenda que hacían no era aceptable a Dios. Era mal olor a Sus narices. Por qué debiera El, que hizo todas las cosas, querer ver a un precioso, inocente animal muerto sin razón? Y por qué matar un cordero debiera aliviar al oferente de su pecado cuando en su corazón tenía toda la intención de seguir con sus actividades? En lugar de ponerlo en paz con Dios, este sacrificio era una farsa y estaba en realidad empeorando las cosas. Lea Isaías 66:3. Dios no perdonó a estos hipócritas. Mas bien, Su juicio sobre ellos fue acrecentado.

Posiblemente muchos en la Iglesia hoy piensan que mientras que la sangre de los toros y machos cabríos podría realmente no “funcionar” para ocultar los pecados de aquellos “no completamente dispuestos a cambiar”, la sangre de Jesús puede porque es mucho más efectiva. Esta también es una idea equívoca. Aunque ciertamente la sangre de Jesús es mucho más “efectiva”, ella oculta de Dios solo aquellos pecados por los cuales verdaderamente nos hemos arrepentido.

Mientras que muchos cristianos hoy dicen que “Dios no ve nuestro pecado, sino solo la sangre”, la Biblia enseña que “Los ojos del Señor están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr. 15:3). Y también, “todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de Aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb. 4:13). Ven ustedes, Dios conoce nuestras motivaciones. El ve nuestro corazón. No podemos nunca engañarlo a Él, aún si podemos engañarnos a nosotros mismos.

Sí, una vez que nos hemos arrepentido verdaderamente y completamente, nuestros pecados son quitados de nosotros “tan lejos como está el oriente del occidente” (Sal. 103:12) y El no se acuerda más de ellos. Pero esto es el resultado de un corazón quebrantado y contrito. Es algo que puede ocurrir y de hecho ocurre con aquellos que vienen a Dios con un “corazón sincero” y honesto (Heb. 10:22). Cuando, a la luz de Dios, somos convictos de lo que hemos hecho y de lo que somos y luego nos arrepentimos verdaderamente, nuestros pecados son ciertamente perdonados y borrados para siempre.

Sin embargo, si Dios no aceptaba la sangre de animales inocentes para perdonar pecadores no arrepentidos, cuanto menos aceptará Él la sangre de Su preciosísimo Hijo para aliviar cristianos no arrepentidos de su justa recompensa. Si no estamos preparados y dispuestos a arrepentirnos plenamente y cuidadosamente y volvernos de nuestros malos caminos, la sangre de Jesús no nos ayudará en absoluto. No importa si alguna vez nacimos de nuevo. De hecho, tratar de aprovechar la preciosa sangre del Hijo de Dios de esta manera sólo empeorará nuestra situación. Dios nunca es burlado o engañado, aún si nosotros lo somos.

Debemos tener cuidado en distinguir las acusaciones del diablo en nuestra conciencia y la verdadera convicción de pecado. Es verdad que el diablo puede condenarnos y lo hace. Cuando respondemos a la convicción del Espíritu Santo, esto nos trae libertad, pero escuchar la voz del acusador solo nos trae esclavitud. Debemos aprender a discernir la voz de Dios en nuestra conciencia y rechazar aquella del enemigo. El verdadero arrepentimiento nos ayuda aquí. Cuando genuinamente hemos sido convictos y nos hemos arrepentido delante de Dios, entonces tenemos la coraza necesaria para resistir tales acusaciones. El arrepentimiento auténtico y completo no solo nos pone en relación correcta con Dios, sino también nos da una base para resistir mayores ataques del diablo. Cuando tenemos la confianza de parte de Dios mismo que somos perdonados, entonces el enemigo tiene muy poco que decir.

Sin embargo, con demasiada frecuencia, la convicción del Espíritu Santo es señalada por cristianos bien intencionados como “acusaciones “o “mentiras del enemigo”. Debemos tener mucho cuidado de no rechazar la convicción del Espíritu, identificando Su obra como “el diablo”. Honestamente, el gran problema en la Iglesia hoy no es demasiada falsa acusación sino muy poca verdadera convicción y arrepentimiento.

Las verdades que hemos estado investigando aquí en este escrito se aplican a creyentes como también a no creyentes. Los pasos necesarios para recibir el perdón también son para los cristianos. Hay muchos miembros de Iglesia hoy que, aunque alguna vez nacieron de nuevo, no están totalmente convictos de pecado, no completamente arrepentidos y por lo tanto no totalmente perdonados.

Muchos hijos de Dios están andando en pecado y por lo tanto no están, repito, NO están siendo perdonados por Dios. Recibir la Vida eterna requiere ciertamente una convicción inicial y arrepentimiento. Sin embargo, la necesidad de perdón no termina allí. Suponiendo que alguno verdaderamente ha nacido a la familia de Dios, todavía queda la necesidad de un arrepentimiento continuo.

CAMINANDO EN LA LUZ

El arrepentimiento para el creyente no es simplemente algo que ocurre una sola vez, sino una experiencia diaria que siempre se profundiza. Cuanto más crecemos espiritualmente, tanto más cerca caminamos con la Luz del mundo, tanto más profundamente sentimos nuestro estado pecaminoso.

Cuando yo era un cristiano nuevo, pensaba algo así: “Después de veinte o treinta años de caminar con el Señor, voy a ser realmente santo”. Pero mi experiencia de veinte o treinta años es: “Yo soy realmente malvado y digno de muerte”. Sin embargo desde esta posición, yo sé que estoy constantemente siendo perdonado y limpiado. Gloria a Dios, así que “confesamos” nuestro pecado, El hace dos cosas. No solo nos perdona lo que hemos hecho, sino también nos limpia de lo que somos (1 Jn. 1:9).

En primera de Juan 1:7 vemos que todavía hay otro requisito importante necesario para que seamos perdonados. De este pasaje es obvio que el perdón no es solo cosa de “una vez”. Es una experiencia continua para todo verdadero creyente. Juan nos enseña que: “Si andamos en la luz, como el está en la luz….la sangre de Jesús nos limpia de todo pecado”.

La palabra “si” aquí indica que definitivamente hay un pre-requisito para nuestra limpieza. “Andar en la luz” significa que estamos siendo constantemente iluminados por la luz de la faz de Jesús. Cada día estamos viviendo en Su presencia. Así cada pensamiento, actitud y acción se revelan a nosotros por lo que son mediante la expresión de Su rostro. Si estas cosas son pecaminosas, entonces podemos arrepentirnos de nuevo y experimentar el maravilloso perdón y limpieza que se nos dan libremente en Cristo. Para que un creyente viva en perdón, debe también caminar en la presencia de Dios respondiendo continuamente a cualquier convicción de pecado cuando y si ocurre.

EL JUICIO DE DIOS

Todos serán juzgados por Dios. Todo hombre y mujer que ha vivido en la tierra alguna vez y estará de pie delante de Él un día. Todos los incrédulos aparecerán delante de lo que se conoce como “el gran trono blanco” (Ap. 20:11). Allí todos aquellos que han odiado y rechazado a Cristo serán arrojados en el lago de fuego (Ap. 20:15). Sin embargo, mil años antes de este evento, los mismos hijos de Dios serán también juzgados. Ellos estarán en pie delante del “Tribunal de Cristo” (2 Cor. 5:10). Aquí, aquellos cuyas obras son buenas serán bendecidos, pero aquellos cuyas obras son malas serán castigados. (Bíblicamente, la palabra “recompensa” no significa solo cosas buenas, sino indica que obtendremos lo que justamente merecemos [ver 2 Tim. 4:14]). Sin embargo, seamos muy, muy claros acerca de una cosa. Este castigo de los hijos e hijas desobedientes de Dios no es lo mismo que el juicio de los incrédulos. Ningún creyente se perderá jamás. Ninguno de ellos será atormentado eternamente.

Por favor, sígame a través del siguiente tren de pensamiento lógico. Si somos perdonados de nuestros pecados, entonces ellos no serán ni pueden ser juzgados porque nuestro juicio ha caído sobre Otro. Pero si todavía estamos caminando en pecado o sea que aún estamos no convictos, no arrepentidos y por lo tanto no perdonados, debemos ciertamente ser juzgados por estos pecados. Dios sería injusto al no juzgar el pecado no perdonado.

Si hemos fracasado en satisfacer el criterio de Jesús para el perdón, la única alternativa es que seremos juzgados y por lo tanto recibiremos el castigo que merecemos. Esto es verdad para creyentes así como para no creyentes, es solo que el castigo es diferente. Si nosotros como creyentes no estamos “caminando en la luz” y por lo tanto no viviendo diariamente en arrepentimiento y perdón, entonces tenemos algo muy terrible que nos espera.

Hebreos 10:26,27 dice: “porque si pecáremos intencionalmente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados; sino una horrenda expectación de juicio, y hervor de fuego que ha de devorar á los adversarios”. Ven ustedes, el sacrificio de Jesús es solo para aquellos que se han arrepentido de sus pecados y por lo tanto han recibido el perdón. El “nosotros” aquí solo puede referirse a creyentes, ya que los incrédulos claramente no han “recibido” la verdad. Los "adversarios" aquí son los cristianos que están resistiendo a la obra de Dios en sus vidas.

El más severo castigo para los creyentes es lo que ya hemos estudiado en el capítulo titulado “El Tribunal de Cristo”. Allí comprendimos que la vida anímica no transformada de los creyentes será consumida y por lo tanto perdida delante de la presencia del Dios Todopoderoso.

Esta destrucción del alma es resultado directo de no vivir en arrepentimiento y por tanto no recibir le perdón y la limpieza que tan desesperadamente necesitamos. Lo que no es perdonado será juzgado y castigado. Lo que ha sido perdonado ya habrá sido limpiado y transformado.

(En realidad hay muchas otras consecuencias para los creyentes desobedientes, pero no hay espacio aquí en este escrito para detallarlas. Para una mejor comprensión de esto, por favor referirse a mi libro anterior titulado, Venga tu Reino).

EL MEDIO PARA UN FIN

Como se declaró al principio de este capítulo Jesús vino a la tierra y murió por un propósito. Este propósito eterno era redimir y preparar una esposa para Sí mismo. No era simplemente rescatar un grupo de pecadores perdonándolos. El perdón no era la meta, era solo el medio para un fin. Este fin fue cambiar a estos pecadores a Su propia semejanza, dándoles acceso a Su propia Vida y naturaleza, para preparar una esposa para Sí mismo.

Su maravilloso perdón fue sólo el primer paso. Esta limpieza por medio de Su sangre abrió el camino para que nosotros entrásemos en íntimo compañerismo con el Padre. Y a través de esta comunión, podemos ser convertidos en todo lo que El es. Consecuentemente, cuando estemos delante de Dios, no podremos usar la sangre de Jesús para excusarnos de hacer precisamente aquello por lo cual la sangre fue derramada! No podemos esperar ser perdonados por ignorar la razón misma por la cual fuimos perdonados.

Para ayudar al lector a entender esto, permítanme usar la siguiente ilustración. Supongamos que alguien compró para usted un boleto para los próximos juegos olímpicos. Pagó por el pasaje aéreo. Le compró boletos para ver todos los eventos. El arregló para que su hotel y toda su comida fueran gratis. Aún le proveyó dinero extra para usarlo en su propio disfrute y placer.

Naturalmente, usted le agradecería y le diría cuanto apreciaba este maravilloso regalo gratuito. Usted podría aun escribirle una nota de agradecimiento solo para decirle cuan agradecido realmente usted estaba. Pero ahora supongamos que cuando la fecha de los Juegos llegó, usted no fue. Se entretuvo con su jardín o su pasatiempo favorito. Simplemente usted no hizo el esfuerzo de subir al avión e ir.

Qué mostraría esto? Indicaría que usted realmente no apreció el regalo. Aún cuando usted actuó como si fuera importante para usted, realmente no lo fue. Usted trató el presente como un objeto común, ordinario, sin valor especial. Usted ha insultado a su amigo y pisoteado su regalo.

De modo que cuando el venga a verle para averiguar cuánto disfrutó de las Olimpiadas, qué va usted a decir? Aceptará que le devuelva el boleto como excusa por no ir? El hecho que él le compró el boleto a un gran costo personal y sacrificio producirá en su corazón perdón por su negligencia? Jamás.

Nuestro Dios nos ha provisto de una oportunidad indescriptible. Con su propia sangre El ha comprado para nosotros la posibilidad de participar de todo lo que El es. Este es el obsequio más valioso que cualquiera puede dar, pagado al precio más alto. El Dios del universo ha abierto el camino a nosotros, pequeños, insignificantes seres humanos, para crecer a Su plenitud.

Pero supongamos que no lo hacemos. Imaginemos que hay pocos cristianos que están descuidando el aprovechar este gran regalo. Mas bien están viviendo para sí mismos y sirviendo a sus apetitos naturales.

Quizás asisten a la iglesia con regularidad. Quizás no tienen pecados “groseros” evidentes en sus vidas. Pero no están esforzándose por avanzar en Cristo siendo transformados a Su imagen. Están enfocados en las cosas terrenales y así no están progresando espiritualmente.

Cuando Jesús venga, serán estas personas capaces de “apelar a la sangre” para excusarse de su estilo de vida carnal? Delante del tribunal aceptará Jesús la preciosa sangre que les compró el derecho de entrar para excusarlos por no entrar? No creo. No escaparemos Su juicio “si descuidamos una salvación tan grande” (Heb. 2:3).

Quien quiera que pervierta la gracia de Dios para vivir solo para sí mismo y luego espere que su sangre le cubra por hacer esto se sorprenderá delante de Su tribunal. La “época de la gracia” habrá entonces terminado. La oportunidad para el arrepentimiento y el perdón entonces habrá pasado. Allí el trono de gracia será reemplazado por el trono de juicio. Allí responderemos por lo que hicimos con la gracia y el perdón que estaba disponible para nosotros.

“Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda la sangre del pacto en la cual fue santificado, e insultara al Espíritu de gracia? Porque conocemos a Aquel que dijo: ‘La venganza es mía; yo daré el pago, dice el Señor’. Y otra vez: ‘El Señor juzgará a Su pueblo’. ¡Es una cosa horrenda caer en las manos del Dios viviente!”.(Heb. 10:29-31). (Ver también Heb. 6:4-8).

Revisemos también de nuevo Hebreos 10:26, “Porque si pecáremos intencionalmente después de haber recibido el conocimiento de la verdad ya no queda más sacrificio por el pecado sino una segura horrenda expectación de juicio e indignación ardiente que devorará a los adversarios”.

Este versículo no se dirige al cristiano que resbala de vez en cuando y peca, aún cuando sabe que está mal. “Pecar intencionalmente” aquí se está refiriendo a un pecado persistente y no arrepentido. Está hablando a cerca del mismo tema que estamos considerando. Usted ve, si trata de engañar a Dios y usa la preciosa sangre de Su Hijo para excusarse de entrar en Su plan eterno, el resultado es “horrendo”, “juicio” y “ardiente” fuego consumidor. Dios por cierto no es burlado no importa lo que sembremos, eso también vamos a cosechar (Gal. 6:7,8).

Queridos amigos, estas son consideraciones serias de consecuencias eternas. Que Dios nos conceda gracia abundante para que podamos ganar todo lo que El tiene para nosotros-una salvación completa- de modo que no quedemos avergonzados delante de Él en Su venida.

Fin del Capítulo 9

Use los siguientes hipervínculos para leer otros capítulos

Capítulo 1: El Amor de Dios

Capítulo 2: La oferta de la vida

Capítulo 3: Los dos árboles

Capítulo 4: Las dos naturalezas

Capítulo 5: La sentencia de muerte

Capítulo 6: La salvación del alma

Capítulo 7: El Tribunal de Cristo

Capítulo 8: Montañas y valles


Capítulo 10: Dividiendo el Alma y el Espíritu (1)

Capítulo 11: Dividiendo el Alma y el Espíritu (2)

Capítulo 12: Por gracia a través de la fe

Capítulo 13: La imagen del Invisible

Capítulo 14: La Esperanza de gloria