Ministerio Grano de Trigo

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De Gloria en Gloria


Capítulo 5:
LA SENTENCIA DE MUERTE

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ÍNDICE

Capítulo 4: Las dos

Capítulo 6: La salvación del alma


Capítulo 5
LA SENTENCIA DE MUERTE

En varios de los capítulos anteriores, hemos estado hablando del hecho que como cristianos, tenemos dos vidas y dos naturalezas. De nuestro padre Adán, recibimos una vida (sique en griego) natural, humana con una naturaleza caída, pecaminosa. Cuando “nacemos de nuevo” recibimos de Dios el Padre una Vida increada con la naturaleza divina (zoe en griego). Cada creyente en Jesús tiene dentro de su ser dos vidas que manifiestan dos naturalezas diferentes.

Consecuentemente, cuando vivimos por nuestra vida natural, expresamos nuestra naturaleza pecaminosa y cuando vivimos por la Vida nueva y divina manifestamos la naturaleza santa de Dios. Es aquí entonces que los cristianos encuentran un dilema. Como es posible estar lleno de la Vida de Dios y manifestarla? Más aún, cómo es posible ser libre de la vieja vida que está constantemente produciendo pecado?

En el último capítulo hablamos de la necesidad de la comunión con Dios para estar llenos de Su Vida. Aquí enfocaremos el maravilloso plan de Dios para librarnos del pecado. Para entender el plan completamente, necesitamos comprender plenamente la corrupción de la naturaleza humana.

Cuando Adán y Eva participaron del árbol del conocimiento del bien y del mal, un profundo cambio ocurrió dentro de ellos. La naturaleza misma de sus vidas fue alterada. Se hicieron pecadores.

La vida humana dentro de él que antes era pura y sin pecado, quedó contaminada con el pecado. El fruto de la vida caída es pecado. Es el producto espontáneo de la vida caída que está dentro de ellos.

Los hombres hoy día pecan, no porque resbalan de vez en cuando y hacen algo malo, sino porque es su naturaleza hacer así. Lo que sale de ellos. Aunque la plena expresión de esta pecaminosidad de alguna manea se mantiene bajo control por los gobiernos, la presión social y la conciencia humana, en varias ocasiones en la historia este “principio de pecado” ha quedado sin control. Quizás la historia de Sodoma y Gomorra y el ejemplo más reciente del “holocausto” Nazi ilustren adecuadamente este punto.

Algunos pueden argumentar que el hombre no es enteramente pecaminoso. Algunas veces el hombre natural puede producir algunos sentimientos y acciones realmente loables. Ciertamente es verdad que los hombres pueden y de hecho exhiben buenas cualidades, pero tarde o temprano cada cual comete pecado. Puede ser en alguna forma oculta, secreta, quizás aún solo en su mente, pero todos los hombres pecan y no alcanzan la gloria de Dios (Rom. 3.23).

Si sólo pudiéramos ver profundamente en el corazón de cada hombre como Dios lo hace, sin duda encontraríamos en cada “buen “pensamiento o hecho un elemento de autosatisfacción, orgullo o motivo egoísta. Esta mancha de “ego” descalifica a la persona de ser verdaderamente justa como Dios es. La verdad es que el hombre es irremediablemente pecaminoso.

Quizás una buena manera de entender el problema sería pensar en una jarra llena de jugo de fruta. Este jugo es completamente sano y delicioso. Pero supongamos que alguien se acerca y hace caer en el jugo solo un poquito de veneno. Todo el recipiente de jugo queda contaminado. Imposible de beberse. En teoría hay bastante jugo “bueno” en la jarra. Pero todo él ha quedado contaminado imposible de beberse. No hay forma segura de separar el veneno del jugo. La única solución es arrojarlo todo. Dependiendo del recipiente, aún este también debe descartarse.

Cuando Dios creó al hombre, El les dio instrucciones concernientes al árbol del conocimiento junto con una seria advertencia. El dijo: “el día que de él comieres, ciertamente morirás” (Gn. 2:17). Dios pronunció esta sentencia por una buena razón. Participar de éste árbol iba a hacer que sus naturalezas cambiasen y sus vidas quedaran contaminadas. La única solución para este problema de pecado es erradicar al pecador. El pecador para no pecar más, ciertamente debe morir.

En el universo que Dios creó, está es la única manera. La solución para el pecado es la muerte. El pronunciamiento original de Dios fue y es verdad hoy día. La Biblia dice: “el que ha muerto ha sido librado del pecado” (Rom. 6:7). Esta es la única forma posible de librar a la humanidad del pecado. La raza misma debe ser eliminada. El veneno contaminante no puede ser separado del jugo. Todo debe ser arrojado. Pablo, el apóstol, confirma esta verdad en su propia vida al declarar: “Pero tuvimos dentro de nosotros mismos sentencia de muerte, para que no confiásemos en nosotros mismos sino en Dios que levanta a los muertos” (2 Cor. 1:9)

DEL PLAN DIVINO

En los capítulos que preceden, hemos estado viendo que Dios creó al hombre con un plan maravilloso en mente. Su deseo divino fue crear una criatura a Su imagen y semejanza quien eventualmente recibiría Su Vida y se convertiría en Su esposa. Con la caída de la humanidad, parecía como que este deseo de nuestro Señor quedaba frustrado. Lo que originalmente había sido puro y bueno había quedado contaminado por el mal. Sin embargo nuestro Dios es extremadamente sabio. Aún antes de la fundación del mundo, El previó que todo esto ocurriría. Con este preconocimiento, El planeó y preparó una manera de eventualmente lograr todo lo que estaba en su corazón.

La primera parte de Su plan que hemos estado entendiendo es que Dios ha ofrecido a los seres humanos una Vida substituta. Esta Vida de Dios (Ef. 4:18) que podemos recibir a través de Jesucristo es verdaderamente la respuesta. Es esta Vida la que agrada a Dios y es esta Vida ZOE a cerca de la cual hablamos en el capítulo 2.

La segunda parte del plan que estaremos investigando aquí es cómo la vieja vida del alma, con su naturaleza vieja puede ser eliminada. (Aclaremos bien aquí que no estamos hablando de perder nuestra vida física, sino a cerca de nuestra vida anímica o sique). Hay sólo una cantidad de “espacio” en cada ser humano. No podemos ser llenados hasta el borde con dos “vidas” al mismo tiempo. Para ser llenos de la Vida de Dios (ZOE) debemos ser librados de la nuestra (SIQUE). Como hemos estado entendiendo aquí, la solución al problema es la muerte. Debemos ciertamente morir.

Aquí está un aspecto del evangelio que muy pocos cristianos entienden. Mucha gente recibe a Jesús con la esperanza de alguna gran mejora en sus vidas. Quizás son llevados a pensar que se sentirán mejor, encontrarán la solución a todos sus problemas o aún que llegarán a ser ricos y prósperos. Pero la verdad de Dios se pone de manifiesto. Jesús dijo claramente: “Si alguno quiere venir en pos de Mí, que tome su cruz y me siga” (Mt. 16:24).

En aquellos días él, nadie lleva una cruz para la diversión. Además, cuando alguien lleva una cruz, no caminar solo. Él estaba rodeado de soldados romanos. Y que iba a un destino - la muerte. Por lo tanto, cuando Jesús nos enseñó a tomar nuestra cruz, estaba hablando precisamente sobre este evento, nuestra muerte. Al recibir el regalo de la vida de Dios y seguirlo significa que debe morir. Usted, sí usted, pecador, debe ser eliminado del universo. Esta es la única solución para usted.

Es una parte integral del plan de Dios. A pesar de que quizás prefieren centrarse en el amor de Dios, nuestra muerte es también parte del Evangelio, y para comprender realmente el Evangelio, tenemos que entender el aspecto de la muerte con mucha claridad.

Recibir el don de la Vida de Dios y seguirlo significa que usted debe morir. Usted, si usted, el pecador, usted debes ser eliminado del universo. Esta es la única solución para usted. Es una parte integral del plan de Dios. Aunque quizás nosotros preferimos enfocar el amor de Dios, nuestra muerte es también parte del evangelio y para realmente entender el evangelio, debemos entender el aspecto de la muerte muy claramente.

Ha sido usted realmente convicto de pecado? Realmente usted entiende a la luz de Dios cuan malo es en su ser interior? Esta usted realmente arrepentido, no solo por lo que usted ha hecho sino por lo que usted es? Cuando recibió a Jesús, lo hizo con la comprensión que era el fin de su propia vida? Si no puede honestamente responder “si” a estas preguntas, entonces usted no está bien en su relación con Jesucristo. Usted no ha entendido realmente el evangelio y está en peligro de perder la mejor parte, sino todo, lo que Dios tiene en mente para usted.

Tomemos un poco de tiempo aquí para hablar del bautismo. Claramente el bautismo es una parte integral del mensaje que Jesús predicó. Leemos: “El que cree y es bautizado será salvo” (Mar. 16:16), Pablo y los otros apóstoles también practicaban el bautismo. Pero que significa el bautismo? Significa que estamos listos para morir. Ser sumergidos debajo del agua no es un baño. Significa ahogarse, morir. Somos bautizados en la muerte de Jesús (Rom. 6:3).

Nuestro bautismo significa que estamos confesando que somos dignos de morir y que estamos de hecho preparados y dispuestos para experimentar la muerte que Cristo cumplió por nosotros. Significa que hemos entendido nuestro pecado y el juicio de Dios sobre él.

Nuestro bautismo testifica del fin de todo lo que éramos, somos o lo que alguna vez quisiéramos ser. Estamos de acuerdo con la sentencia de muerte dada por Dios y estamos preparados para que El la aplique a nosotros. Si usted ha sido bautizado sin esta clara comprensión y convicción, entonces realmente usted no ha captado el mensaje de Jesucristo.

MUERTE Y RESURRECCION

Jesús dijo: “El que cree en Mí, aunque muera, vivirá” (Jn. 11:25). Aquí tenemos un misterio grande e importante. En Jesucristo podemos realmente experimentar la muerte y sin embargo aún vivir. El inalterable juicio de Dios que debemos morir puede ejecutarse sobre nosotros sin eliminarnos completamente. Nuestro Padre, en Su gran sabiduría, ha establecido una forma para que nosotros pasemos a través de la muerte, sin ser destruidos. En Cristo, lo que somos como seres humanos naturales puede ser crucificado y remplazado por todo lo que El es. Podemos pasar por la muerte a la Vida. (1 Jn. 3:14).

Aquellos que están en Cristo Jesús no dejan de experimentar la muerte. Pasan a través de ella. La necesidad que Dios elimine a los pecadores no ha cambiado ni se puede cambiar. Si el permitiera a los pecadores entrar en Su reino eterno, contaminarían el nuevo mundo tal como han contaminado el antiguo. Ninguna cantidad de represión o re-entrenamiento hará a la vieja naturaleza apta para entrar en el reino de Dios. Debe ser y será eliminada. Gloria a Dios que El ha hecho un camino para nosotros. En El, podemos experimentar ambas cosas muerte y resurrección. Tal como Noé en su arca pasó a través del juicio de Dios, sin embargo no fue muerto, así en Cristo, nosotros también podemos pasar a través de la muerte y entrar a la Vida.

La cruz de Cristo está en el centro del mensaje del evangelio. Este instrumento romano de tortura y muerte está en el centro del Cristianismo. Pero ¿qué significa? No es solo un símbolo cristiano o un objeto de joyería. Nos habla de terminación de vida. Significa el fin de usted. Significa que usted está terminado. Sus esperanzas, sus sueños, sus opiniones, deseos, inquietudes, planes y futuro no son más. Usted mismo de hecho ha sido juzgado y crucificado. Ya no hay más lugar para su “yo” en el universo de Dios.

Y en su lugar está la Vida de Otro. Uno más grande y más digno que usted está preparado y dispuesto para llenar su ser en todo lo que El es. Ya no será más usted quien es visto y oído. Ya no será más su voluntad la que se hace. Ya no más predominará lo que a usted le importa. En su lugar, el Dios del universo usará su mente, emociones, voluntad y aún su cuerpo para hacer Su voluntad sobre la tierra.

Cuando Jesús murió en la cruz del Calvario, de una manera espiritual, que es difícil de entender, nosotros morimos también con El (Rom. 6:4-6). Cuando El fue levantado de los muertos, también nosotros fuimos levantados con El. La cruz de Cristo es un lugar de muerte y resurrección. Es allí que se produce un intercambio importante. En la cruz, intercambiamos todo lo que somos por todo lo que El es. Nuestra vida anímica con su naturaleza pecaminosa muere y Su Vida con Su naturaleza Santa vive en su lugar. Nosotros menguamos y El crece (Jn. 3:30). Nuestra muerte con El es una maravillosa liberación de lo que somos lo cual hace espacio para la llenura de todo lo que El es.

Si usted está dispuesto y preparado para esto, es una gran bendición y liberación. Si usted no ha establecido en su mente que esto es lo que usted necesita y quiere con todo su ser, entonces usted tendrá gran dificultad experimentando algún progreso espiritual. Sin la experiencia de la cruz, no hay verdadero cristianismo. Sin la muerte de Cristo operando dentro de nosotros, no puede haber un andar genuino con el Señor resucitado. Solo a través de la cruz de Cristo podemos ser libres de lo que somos y ser llenos de lo que El es. Es la cruz la que nos lleva a entrar en Dios y a Dios en nosotros en una forma poderosa y sobrenatural. Sin muerte, no puede haber resurrección. (Ver Fil. 3:10,11).

Para caminar en “novedad de Vida” (ZOE) (Rom. 6:4) primero debemos pasar a través de la muerte. Esto no es algo que ocurre todo en un momento. Es un proceso gradual. Si estamos dispuestos a andar con Jesús, experimentaremos la muerte cada día. Pablo escribe: “cada día muero” (1 Cor. 15:31). Así que la Vida de Dios crece dentro de nosotros la experiencia de la cruz se profundiza. Estamos: “siempre llevando por todas partes (mientras estemos) en el cuerpo el morir del Señor Jesús, para que la Vida de Jesús también pueda manifestarse” (2 Cor. 4:10).

La aplicación o experiencia de la cruz de Jesucristo- la ejecución de la sentencia de Dios- se hace real para nosotros a través del Espíritu Santo. No es algo que nosotros podamos hacerlo a nosotros mismos. Ningún grado de esfuerzo servirá para alterar la naturaleza íntima de nuestra vida anímica. Aún el procurar “negarnos a nosotros mismos” no logrará el objetivo. Así que aprendemos sencillamente a andar en el Espíritu día a día, todo lo que está en Cristo se hace real para nosotros. La muerte de Jesús en la cruz llega a ser nuestra experiencia diaria así que somos continuamente llenos con el Espíritu Santo. Es el Espíritu de Dios el que aplica la muerte de Jesús a nuestra vida natural y naturaleza. Su palabra dice: “si por el Espíritu ustedes hacen morir las obras del cuerpo, vivirán (tendrán Vida ZOE, Griego)” (Rom. 8:13).

Esta verdad nos ayudará a entender la gran necesidad de estar llenos de Dios cada día. Nuestras habilidades naturales y fortaleza no son de utilidad en tanto estén bajo el control de nuestra vieja vida SIQUE. A menos que caminemos diariamente en el Espíritu Santo y la luz de Dios, nunca seremos libres de lo que somos como hombres naturales. Nunca tendremos una vida de victoria sobre el pecado. Solo a través de la acción del Espíritu Santo haciendo la muerte de Cristo real para nosotros tendremos la experiencia diaria de la resurrección.

Aquí está el secreto del verdadero cristianismo: La experiencia de la muerte y resurrección de Jesús. Este secreto fue demostrado por los tres sabios que vinieron a ver al Señor en Su encarnación. Estos sabios trajeron tres obsequios: oro, incienso y mirra. La mirra es una especie que los hombres de esa época usaban para embalsamar cuerpos muertos. Por lo tanto, este obsequio habla de la muerte de Cristo. El incienso es una sustancia que, cuando se quema, despide un humo perfumado que asciende hacia arriba, refiriéndose a la resurrección y ascensión de Cristo. El oro es el único metal que no se oxida o enmohece. Representa para nosotros aquí la naturaleza incorruptible de Dios. Uniendo todas estas nos dan una ilustración maravillosa. La experiencia de la muerte y resurrección de Jesús nos lleva a la posesión de la naturaleza divina, el oro puro de todo lo que El es.

LA OFENSA DE LA CRUZ

Si usted está leyendo este mensaje y no está en alguna forma ofendido, quizás usted no está entendiendo lo que se está diciendo. La predicación de la cruz es verdaderamente una ofensa. Es un punto de tropiezo para muchos. Cuando Jesús explicó a la gran multitud de Sus seguidores que El sería crucificado, la mayoría de ellos se fue. Se sintieron ofendidos con la idea de la muerte. Jesús nos dice claramente que El es una “piedra de tropiezo y roca de ofensa” (Rom. 9:33). La idea misma que lo que somos no puede nunca ser aceptable a Dios es una píldora amarga que tragar.

Admitir que somos pecadores y que necesitamos ser remplazados por Otro es en extremo humillante. Por lo tanto, solo aquellos que se humillan pueden esperar entrar en el reino de Dios. Verdaderamente Jesús dijo: “feliz aquel que no se sienta ofendido por causa de Mí” (Mt. 11:6).

La cruz de Jesucristo con frecuencia causa ofensa. Ceder a la muerte áreas de nuestras vidas que amamos y apreciamos puede ser en extremo difícil. Lo que somos por naturaleza, lo cual en la superficie puede parecer tan bueno es en realidad un estorbo para lo mejor de Dios. Sin embargo, en el ardor de nuestras situaciones esta verdad puede ser difícil de verse.

Mientras puede haber problemas obvios en todas nuestras vidas de los cuales estamos más que felices de librarnos, no es extraño encontrar que Dios desea destruir en nosotros algo que consideramos precioso. Debemos estar preparados para esto. Nuestra fe debe descansar en Dios creyendo que El es capaz de levantar de los muertos algo mucho mejor que lo que le hemos dado.

Desafortunadamente mucha gente camina solo hasta cierto punto con Jesús. Aunque pueden continuar siendo “buenos miembros de iglesia” y llevar externamente vidas morales, internamente están resistiendo al Espíritu Santo. Han llegado a algún punto que rehúsan rendir a Dios y allí se quedan. En realidad tales personas han dejado de seguir al Señor. Estos creyentes están en una posición espiritual muy peligrosa. El endurecimiento del corazón del hombre hacia Dios puede ser tan lento, es casi imperceptible, pero al final el resultado es destrucción. Nada de la vida vieja será capaz de soportar la presencia de Dios. Nuestra vieja naturaleza Adámica no puede heredar la eternidad.

La obra que Jesucristo hizo en la cruz fue completa. Es absolutamente suficiente para cambiarnos a Su imagen de un grado de gloria a otro (2 Cor. 3:18). Ninguna parte de nuestra vida ha sido clasificada como “demasiado difícil”. Dios ha abierto el camino para que nosotros seamos hechos completamente nuevos. Sin embargo esta experiencia ciertamente requiere algo de nuestra propia cooperación. Dios no va a forzarnos a entrar en nada. Debemos estar dispuestos a negarnos a nosotros mismos, tomar nuestra cruz y seguirlo a Él.

Sin duda la vieja naturaleza resistirá esta crucifixión. Muchas veces todo dentro de nosotros gritará que esto es demasiado, esto es demasiado duro, esta no puede ser la manera de Dios, este no puede ser el “auténtico Cristianismo”. El amor del yo es enemigo de la cruz y por tanto enemigo de Cristo. Reconocerlo por lo que es y condenarlo con el mismo juicio que Dios ha pronunciado sobre él, es la única manera como seremos capaces de andar en novedad de Vida y poder de resurrección.

Cuando Jesús estuvo explicando a los discípulos que El debía morir, Pedro, uno de Sus más ardiente seguidores, disputó con El diciendo: “Señor, esto no te ocurrirá a ti” (Mt. 16:23). En otras palabras, estaba diciendo: “No seas tan duro contigo mismo. Ciertamente tu no necesitas una solución así de drástica”. Esta también es con frecuencia nuestra respuesta hoy, pensamos que experimentar la cruz es demasiado difícil. Ciertamente en el amor de Dios El debe tener una manera más fácil. Pero cuál fue la respuesta de Jesús a este argumento de auto-compasión? El dijo: “Quítate de delante de Mí, Satanás!....porque no pones la mira en las cosas de Dios, sino en las de los hombres” (Mt. 16:23). La solución de Dios para el pecado es la muerte. Jesús murió en nuestro lugar, de modo que por medio de El pudiéramos pasar a través de la muerte y entrar a la Vida.

Algunos cristianos piensan equivocadamente que Jesús fue el “segundo Adán”, indicando así que El vino a comenzar de nuevo y hacer un mejor trabajo donde fracasó Adán. Sin embargo, así no es el asunto. Jesucristo fue el “último Adán” (1 Cor. 15:45). Cuando Jesús vino a esta tierra, a los ojos de Dios la raza de Adán terminó. La raza humana caída y pecaminosa quedaba terminada. El juicio del Altísimo sobre ellos estaba siendo llevado a cabo.

Cuando entramos en Jesús, llegamos a ser parte de una nueva raza de seres. Llegamos a ser una nueva clase de criaturas. (2 Cor. 5:17). Ahora somos de la raza divina. Hemos llegado a ser los “hijos de Dios” (Gal. 4:6). La vieja raza de “Adán” pasó y una clase de ser recientemente generado está llegando a constituirse. Aunque esta obra está ocurriendo en secreto, algún día cuando los hijos de Dios sean manifestados (Rom. 8:19), todo lo que ha sido hecho a través de Cristo se hará evidente.

UN MALENTENDIDO COMÚN

Ahora me gustaría tomar un pequeño espacio aquí para encarar un malentendido común. A veces en el Nuevo Testamento estas verdades concernientes a la cruz y el llegar a ser nuevas criaturas se declaran como si ya hubieran ocurrido. Leemos en Gálatas 2:20: “He sido crucificado con Cristo”, al parecer indicando una obra que ya está hecha. Colosenses 3:3 declara, “porque habéis muerto, y vuestra vida está escondida con Cristo en Dios”. Ciertamente hay un sentido en el cual esto es verdad porque cuando Cristo murió Su obra fue terminada. El dijo: “Consumado es” (Jn. 19:30).

Sin embargo, esto puede causar confusión en las mentes de los creyentes. Muchos no se dan cuenta que esta crucifixión debe hacerse real para ellos. No entienden que las verdades bíblicas no tienen valor para ellos a menos que entren en la experiencia de ellas a través del Espíritu Santo.

Algunos equivocadamente piensan que si simplemente “creen” que ya están cambiados completamente, entonces lo están. Otros se imaginan que dado al hecho de que han sido perdonados, todo está ahora bien, sin darse cuenta que esto fue solo el comienzo y que Dios aún tiene un importante trabajo que hacer en ellos.

La verdad es que a menos que entremos en la experiencia de estas cosas, ellas no serán absolutamente de ningún beneficio para nosotros. Jesucristo murió por los pecados de todo el mundo pero solamente aquellos que a través de la fe entran en El, son beneficiados por ello. De la misma manera el hecho que hemos muerto con Cristo y hemos sido levantados con El no nos será de ningún beneficio en absoluto a menos que a través de la fe y la obediencia entremos en la realidad de ello.

No es suficiente, espiritualmente hablando simplemente afirmar nuestra “posición en Cristo”. Esa “posición” debe convertirse en nuestra experiencia. Si no entramos en esta buena tierra que Dios no ha dado y la poseemos, entonces aún cuando es nuestra en teoría, no la obtendremos. Debemos por la fe en el poder de la resurrección de Jesucristo, rendirnos nosotros mismos diariamente a Su muerte de modo que El pueda levantarnos para caminar en novedad de Vida.

POR QUÉ SUFRIMOS?

Es obvio al leer cuidadosamente el Nuevo Testamento que el sufrimiento es una gran parte de la experiencia cristiana. Aunque a algunos les gustaría tratar de eliminar el sufrimiento del evangelio, este está escrito claramente en cada libro del Nuevo Testamento. Dado que Cristo ya sufrió y murió por nosotros, por qué es necesario que nosotros suframos?

Otra vez esto tiene que ver con nuestro entrar en la experiencia de Cristo. Leemos en la Biblia: “aquel que ha sufrido en la carne ha terminado con el pecado” (1 P. 4:13). Pablo declara que “somos participantes de los sufrimientos” (2 Cor. 1:7) y que estaba entrando en la “participación de Sus sufrimientos” (Fil. 3:10). Estos y muchos otros versículos muestran claramente que los seguidores de Jesucristo experimentarán sufrimiento, no solo de parte del diablo sino también de la mano de Dios. Por qué es necesario esto y cómo funciona?

Una razón importante por qué Dios permite el sufrimiento es para producir cambio en nuestras vidas. Todos en este mundo sufren de una manera u otra. Sin embargo no son cambiados a la imagen de Cristo. Pero el sufrimiento que Dios permite sirve a un propósito muy importante para aquellos que están entrando en la Vida.

Las dificultades y el dolor que atravesamos en esta vida obran en nosotros para exponer el pecado. Cuando sufrimos, nuestra reacción ante ello es con mucha frecuencia pecaminosa. Nos quejamos, nos ponemos impacientes y nos enojamos, nos convertimos en individuos quejumbrosos y egocéntricos. Nos hacemos coléricos, amargados, desamorados y aborrecibles. Nuestras más grandes dificultades hacen subir de lo profundo de nuestro ser toda clase de maldad. De pronto nuestra propia justicia, nuestra propia bondad, no funciona más.

Por ejemplo, cuando alguien le ha causado a usted un extremado dolor físico o emocional por muchos años, tarde o temprano, su propia fuerza para soportar se agota. Su corazón cambia hacia ellos. A usted le gustaría verlos muertos. Se ha convertido usted es un homicida! No, espere, usted no se ha convertido en un homicida, usted siempre lo fue, solo que estaba dentro suyo oculto de usted y de otros. Esta y muchas otras reacciones similares son expuestas dentro de nosotros por la operación del sufrimiento.

A menos que y hasta que hayamos realmente sufrido no veremos lo que verdaderamente somos por dentro. Dios, sin embargo, conoce lo que hay dentro de nuestros corazones. Por lo tanto, El nos permite sufrir para mostrarnos lo que ya El ve. El sufrimiento es el azadón de Dios. A través de él, excava en nuestros corazones para revelar las profundidades del mal que reside allí. Con frecuencia somos tentados a pensar que no somos realmente ese tipo de persona, es solo los sufrimientos de nuestra situación los que han hecho que seamos así.

Amigo, permítame decirle un secreto. No puede salir nada de su corazón que no haya estado ya allí. Es “de la abundancia del corazón que habla la boca” (Lc. 6:45). Pecamos, porque el pecado vive en nuestros corazones. El pecar pertenece a nuestra naturaleza. En cada ser humano residen secretamente escondidos los más repulsivos deseos y reacciones. Todo lo que se necesita es la oportunidad apropiada para expresarse. Homicidio, mentira, avaricia, orgullo, celos y muchas más cosas detestables viven en cada hombre natural. Si usted no sabe esto a cerca de usted mismo, entonces usted no ha sufrido realmente y no ha tenido la oportunidad de realmente arrepentirse delante de Dios por lo que usted es.

El sufrimiento entonces nos trae la oportunidad de morir. Cuando el pecado es expuesto dentro de nosotros, entonces tenemos la maravillosa oportunidad de negarnos a nosotros mismos. Podemos negar a nuestra vida egoísta el derecho de expresar su reacción natural a nuestra situación. Podemos, a través del Espíritu Santo, morir al yo y vivir para Dios.

Así es como el sufrimiento puede obrar para nuestro bien. Cuando sufrimos y encontramos dentro de nosotros mismos reacciones impías, podemos clamar a Dios que El substituya lo que El es por lo que vemos que nosotros somos. Podemos orar fervientemente que no se nos permita vivir expresando tal vileza sino que El viva en y a través de nosotros.

Nosotros crecemos espiritualmente, no meramente por sufrir sino por volvernos a Dios en medio de nuestro sufrimiento. Por medio de la operación del Espíritu Santo, la muerte de Cristo puede ser aplicada a nuestra vieja vida (SIQUE) y una Vida nueva y eterna (ZOE) puede vivir en su lugar. Jesús ya ha pasado a través de la muerte por nosotros. Cuando entramos en El, esto es, cuando entramos en Su presencia por el Espíritu en medio de nuestros sufrimientos, allí encontraremos la gloria de Su resurrección.

Hay frecuentemente una gran tentación cuando sufrimos por arreglar nuestra propia liberación, para encontrar una forma de escape a la “situación” que nos está causando dolor y como Pedro con el Señor, siempre habrá cerca alguna persona bien intencionada que nos anime a hacer justamente eso.

Cuán fácil sería simplemente bajar de la cruz y ahorrar a nuestra vida natural sufrimiento y muerte. Cuán fácil es “obtener ese divorcio “o alejarse de una situación incómoda. Sin embargo, si tomamos este camino, nunca entraremos en toda la plenitud de Cristo y la gloria de Su resurrección. La elección es nuestra para hacerla cada día.

Nunca echemos la culpa a nuestra situación por lo que pudiera ser nuestra reacción hacia ella. Cuando el Señor Jesús fue probado, no se encontró nada impuro. Antes que los judíos pudieran sacrificar un cordero, era necesario que los sacerdotes lo examinaran para ver si tenía algún defecto. Así también, antes que Jesús fuera sacrificado por nosotros, fue necesario que El fuese examinado para ver si tenía alguna falla.

Pilato lo examinó. Herodes también tuvo su oportunidad. Los soldados romanos hicieron todo lo que estuvo a su alcance para poner a prueba al Hijo de Dios. Fue objeto de burla, fue golpeado, desnudado, torturado y finalmente muerto. Durante todo este tiempo, ni una sola palabra equivocada salió de Su boca. Ni una mala actitud fue expresada. Ni siquiera una expresión de Su rostro reveló odio o venganza. Este era verdaderamente santo.

Nada pecaminoso se escondía dentro de Él, por tanto, nada malo podía salir de Él. El había pasado la prueba. Pilato dijo: “Ningún delito hallo en este hombre” (Lc. 23:4). Estoy seguro que él no hubiera podido decir esto de ningún otro hombre. Herodes se dio por vencido tratando y lo envió de vuelta a Pilato. El jefe de los soldados, que sin duda había visto muchos otros hombres derrumbarse bajo tal tortura, testificó: “Verdaderamente este era el Hijo de Dios” (Mt. 27:54) Aquí estaba un hombre perfecto, sin pecado.

Queridos amigos, este es el Cristo que vive en cada creyente. Su Vida está en nosotros y El grandemente desea expresarse por medio de nosotros en cada situación de nuestras vidas. El único obstáculo somos nosotros. Estamos listos y dispuestos a morir a nosotros mismos y ser llenos de Él? Estamos dispuestos a ser librados de lo que somos y recibir lo que El es?

El no hará nada dentro de nosotros sin nuestro total y completo consentimiento. Debemos estar listos a morir, tomar nuestra cruz y seguirlo. Estemos de acuerdo con la sentencia de muerte dada por Dios sobre la raza caída. Permitámosle que a través de Jesús ejecute Su juicio sobre ella. Solo entonces estaremos en posición de experimentar todo lo que El es. Solo cuando hayamos experimentado la muerte de Cristo obrando completamente dentro de nosotros y la resurrección de Cristo fluyendo a través de nosotros seremos capaces de decir con Pablo, “no soy más yo quien vive, sino que Cristo vive en mí” (Gal. 2:20). Esto no debe quedar solo como nuestra doctrina sino debe llegar a ser nuestra experiencia.

Fin del Capítulo 5

Use los siguientes hipervínculos para leer otros capítulos

Capítulo 1: El Amor de Dios

Capítulo 2: La oferta de la vida

Capítulo 3: Los dos árboles

Capítulo 4: Las dos naturalezas


Capítulo 6: La salvación del alma

Capítulo 7: El Tribunal de Cristo

Capítulo 8: Montañas y valles

Capítulo 9: La Sangre del pacto

Capítulo 10: Dividiendo el Alma y el Espíritu (1)

Capítulo 11: Dividiendo el Alma y el Espíritu (2)

Capítulo 12: Por gracia a través de la fe

Capítulo 13: La imagen del Invisible

Capítulo 14: La Esperanza de gloria