Ministerio Grano de Trigo

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Venga Tu Reino


Perdón y juicio

UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión



Capítulo 10
Perdón y juicio

En este libro, hemos estado investigando distintas verdades sobre el Reino de Dios, tanto los aspectos presentes de este como el Milenio venidero. Entre estas verdades, está el hecho de que no todos los hijos de Dios viven de una manera que los hará merecedores de participar en el venidero Reino de Cristo. Aunque se “salvarán” y estarán con el Señor en la eternidad, no podrán entrar al Reino venidero. Un breve resumen de estas cosas se encuentra en 2 Timoteo, donde leemos:

Si somos muertos con Él, también viviremos con Él; Si sufrimos, también reinaremos con Él; Si le negáremos, Él también nos negará. Si fuéremos infieles, Él permanece fiel; Él no puede negarse a sí mismo [en nosotros] (2 Tim 2:11-13).

El Señor juzgará a su pueblo (Heb 10:30). No es posible que Dios juzgue con justicia al mundo si Él no juzga primero correctamente Su propia casa. De hecho, las escrituras revelan claramente que el juicio comenzará en la casa de Dios (1 Pe 4:17).

Hoy vivimos en lo que se conoce como la “era de la gracia”. En su maravillosa bondad, Dios ha suspendido Su juicio. Él está pasando por alto nuestros pecados y no está lidiando con nosotros de la forma en que lo merecemos. La gracia de Dios es una de las características predominantes de esta era de la Iglesia.

Desafortunadamente, muchos han sido engañados por esto. Han comenzado a imaginar que, como Dios no está juzgando su pecado hoy, nunca lo hará. Ya que no experimentan el juicio de Dios sobre ellos cuando pecan (además de, tal vez, sentir una conciencia afligida), suponen que Dios no debe ver lo que hacen o tal vez no se preocupa mucho por ello.

Lo que no entienden es que la bondad de Dios debe llevarlos al arrepentimiento (Ro 2:4). En lugar de engañarse pensando que nunca habrá un juicio, deberían amarlo más y entregarse más que nunca a Sus manos para que el pecado en ellos pueda ser borrado. Deberían usar la gracia de Dios que está disponible hoy para ser liberados de su pecado, no para continuar en él.

Ya hemos estudiado en este libro algunas de las consecuencias de la desobediencia, que resulta de la incredulidad. Entre estas están: quedar fuera del Reino Milenial de Cristo (Mt 25:1-14), ser echados en tinieblas (Mt 25:14-30) y recibir muchos azotes (Lc 12:35-48). Como hemos visto, estos castigos son solo para los creyentes, ya que son recibidos ante el tribunal de Cristo. Allí, podemos estar seguros de que no quedarán no creyentes. Estos juicios son muy profundos y extremadamente prolongados.

Tales cosas están escritas para nosotros para que podamos tener una cantidad saludable de temor divino. Leemos que “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Pr 1:7). El temor del Señor es uno de los elementos más importantes para una experiencia cristiana saludable. Es esencial que cada creyente tenga el claro entendimiento de que las cosas de Dios no son un juego. No estamos creyendo en un cuento de hadas.

Estas cosas valiosas y eternas que están disponibles para nosotros son extremadamente importantes, y habrá graves consecuencias por descuidarlas. Los escritores del Nuevo Testamento enseñan sobre los juicios venideros, específicamente, con el propósito de generar en nosotros el temor de Dios.

Uno de los numerosos ejemplos de esto se encuentra en 2 Corintios 5:10,11. Aquí, Pablo habla sobre el futuro juicio de los creyentes. Leemos: “Porque es necesario que todos nosotros comparezcamos ante el tribunal de Cristo, para que cada uno reciba según lo que haya hecho mientras estaba en el cuerpo, sea bueno o sea malo. Conociendo, pues, el temor del Señor, persuadimos a los hombres”.

Aquí leemos sobre el “temor del Señor”. Por el contexto, concluimos que esto no es para los no creyentes, sino para los cristianos. No dice que los pecadores que no creen caerán en el lago de fuego (que pasará 1000 años después), sino que los hijos de Dios serán juzgados por su Padre.

Se habla del “temor”. Debemos tener una buena dosis de temor divino de las consecuencias de nuestra rebelión contra Él y nuestra resistencia ante Sus obras en nuestras vidas. Entendiendo esto, Pablo dice que hace lo mejor que puede para persuadir a hombres y mujeres a que se arrepientan de sus maldades actuales y sirvan a Dios.

Tal temor divino es un ingrediente esencial en la vida de cada creyente. Debemos servir al Señor “con temor y reverencia” (Heb 12:28). Sin esto, no progresaremos espiritualmente, no buscaremos al Señor como deberíamos, y terminaremos solo engañándonos a nosotros mismos.

El temor del Señor es algo muy saludable. Limpiará nuestras vidas. Nos ayudará en tiempos de prueba, sufrimiento y dolor para aguantar y perseverar. Nos hará buscar el rostro de Dios con todo nuestro corazón para no sufrir estas consecuencias negativas en el futuro.

El Salmo 19:9 dice: “El temor de Jehová es limpio”. De verdad tiene un efecto limpiador. Cuando tememos a Dios de una forma adecuada, orientamos nuestras vidas teniendo a la vista Su tribunal. Lo amamos y lo respetamos para vivir en servicio obediente de Él.

Todos debemos entender claramente que los castigos que los creyentes sufren hoy y en el futuro (si continúan en desobediencia) son correctivos. Esto significa que, ya que Dios ama a todos Sus hijos, Él usará los métodos y medios mencionados para su bien con el paso del tiempo.

Aunque está claro que las consecuencias de la desobediencia en el Milenio son extremadamente graves y de larga duración, la verdad, merecemos algo peor. Si no fuera por la gracia y la bondad de Dios, todos seríamos echados al lago de fuego.

Pero a través de Jesucristo, nos hemos convertido en hijos de Dios y, por lo tanto, no estaremos condenados o “perdidos” para siempre. No obstante, es indudable que seremos disciplinados por nuestro Padre Celestial (Heb 12:6). Aquellos que no responden a esta disciplina durante sus vidas necesitarán más tratamiento cuando Jesús venga.

Aunque hay muchos, muchos versículos en el Nuevo Testamento que demuestran estas cosas claramente, no es un tema que se entiende o enseña comúnmente. Ya que es algo muy nuevo para muchas personas, es posible que algunos malentiendan esto, pues sus conceptos previos perjudican su comprensión de la verdad.

Una gran parte de la Iglesia actual no tiene el temor de Dios, sino una serie de medias verdades y malentendidos. Muchos hacen énfasis en solo una parte del evangelio de gracia y descuidan versículos que no les agradan. La gracia y la bondad de Dios, con frecuencia, se llevan a un extremo en el que dejan de ser ciertas.

LA SANGRE DE JESÚS

Un ejemplo moderno de tales enseñanzas está vinculado con la sangre de Jesús. Mientras que la sangre de Jesús es lo más valioso, y este autor nunca pensaría en disminuir su potencia y eficacia, en la actualidad hay errores populares en relación con este tema que necesitan corregirse. Algunos han enfatizado una parte de la verdad y descuidado la otra, produciendo una enseñanza desequilibrada e incorrecta.

Por ejemplo: mientras meditan sobre la Palabra de Dios, algunos maestros se han dado cuenta de que Jesús murió por los pecados de todo el mundo. Murió una vez y murió por todos. En un acto de redención, Jesús derramó Su sangre para que todo el mundo pudiera salvarse.

De esto concluyen que, una vez que “aceptamos a Jesús”, todos nuestros pecados son perdonados, tanto los del pasado como los del presente y del futuro. Razonan que, dado que el peso de nuestro juicio cayó sobre Jesús, Dios ya no ve ninguno de nuestros pecados y no podría juzgarnos de ninguna manera. Como Él murió una vez por todos, entonces cada pecado de cada persona ya está perdonado. Todo lo que el hombre tiene que hacer, insisten ellos, es dar una especie de señal de aceptación de este hecho o, en otras palabras, “creerlo”, y seremos “salvos” y estaremos encaminados al cielo.

El problema de este punto de vista es que es muy unilateral. Cada ecuación tiene dos lados. Cada relación implica a más de una persona. Esto también es así en cuanto al perdón disponible para nosotros a través de la sangre de Jesús. Dios, sin duda, ha hecho Su parte. En Su lado, “consumado es” (Jn 19:30).

Sin embargo, todavía tenemos que cumplir nuestra parte. Según la palabra de Dios, también debemos hacer algunas cosas. Una de las más obvias es arrepentirnos. Si no nos arrepentimos, Dios no nos perdonará.

Se nos enseña que es necesario que nos “acerquemos [a Dios] con corazón sincero” (Heb 10:22). Esto significa que la aflicción y el arrepentimiento que sentimos debe ser de todo corazón. Cuando Dios ve nuestra sinceridad, el perdón que recibimos es abundante. Si no somos sinceros, Él tampoco nos concederá el perdón.

Según la ley del Antiguo Testamento, Dios no aceptaba los sacrificios de los pecadores que no se arrepentían. Si alguien tenía la completa intención de continuar con su pecado, solo matar un animal inocente no los salvaría de su juicio justo ante Dios. Él los consideraba hipócritas. De la misma manera, en la actualidad, todos los que no se arrepienten no serán perdonados. Aunque, si han recibido a Cristo y han sido rescatados de la perdición eterna, no han escapado de la recompensa justa que Dios les dará cuando venga.

Cuando uno piensa en esto honestamente, se hace claro que, de nuestra parte, no es posible que todos nuestros pecados ya estén perdonados. Por una parte, no los hemos cometido todavía, así que no hemos tenido la oportunidad de confesarlos y arrepentirnos de ellos.

Solo a través de la confesión y el arrepentimiento se puede abrir el camino para el perdón. En 1 Jn (1:9) se nos dice: “Si confesamos nuestros pecados, Él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados, y limpiarnos de toda maldad”. La palabra “si” que se usa aquí es un factor importante en la ecuación. En nuestro lado de la relación, debemos confesar nuestro pecado para recibir perdón. Entonces, queda de parte de Dios liberar Su maravilloso perdón.

La palabra “confesar” que se usa aquí no significa meramente admitir que hicimos algo malo. La palabra griega que se usó originalmente significa de forma literal “hablar juntos”. Esto significa que estamos aceptando el punto de vista de Dios con respecto a nuestros pecados y, también, Su juicio sobre estos. Su juicio es este: el que peque es merecedor de la muerte.

Así que, cuando “confesamos”, debemos aceptar que somos merecedores de la muerte. Aceptamos el juicio de Dios sobre nuestro pecado junto con Él. Vemos nuestro pecado, odiamos nuestro pecado y aceptamos Su juicio. Desde esta posición, podemos entonces recibir perdón.

Solo cuando aceptamos que nuestros pecados requieren nuestra muerte es que está disponible para nosotros la muerte de Jesús. Piense en ello de esta manera: si no cree que es merecedor de morir, ¿cómo podría ser necesario que alguien muera en su lugar? Si su muerte no es necesaria, ¿por qué alguien más tendría que tomar su lugar en esta ejecución? Por lo tanto, la muerte de Cristo no es necesaria en su caso. Entonces, Su muerte no se aplicaría a usted y no sería perdonado.

En 1 Juan también encontramos otro “si” importante. Leemos que “si andamos en luz, como Él está en luz, [...] la sangre de Jesucristo su Hijo nos limpia de todo pecado” (1 Jn 1:7). Aquí vemos que hay otra necesidad de nuestra parte si queremos recibir la limpieza de nuestros pecados: “andar en luz”.

Pero ¿qué significa esto? Significa que día a día caminamos en comunión con Jesús y disfrutamos Su presencia. Cuando pecamos, inmediatamente nos damos cuenta de ello porque sentimos la desaprobación de Dios a través del Espíritu. Entonces, podemos arrepentirnos y recibir perdón. Si nos negamos a arrepentirnos, esto rompe nuestro compañerismo con Él. Nuestra relación está dañada y ya no estamos andando en luz. El “si” ya no tiene efecto. La consecuencia de esto es que nuestro pecado no es perdonado y corremos peligro del juicio venidero.

Otro pasaje claro que muestra que tenemos que hacer nuestra parte para recibir perdón es cuando leemos que si no perdonamos a otros que han pecado contra nosotros, Dios no nos perdonará (Mt 6:14,15).

Si todos nuestros pecados ya están perdonados, ¿cómo puede ser posible que Dios no nos perdone? Aquí, de nuevo, vemos que el perdón no es automático ni universal. En nuestro lado de la relación, necesitamos ser obedientes a Dios, perdonar a los demás y arrepentirnos de los pecados que cometemos. A su lado, Él nos da el perdón completo y gratuito.

Indudablemente, el perdón está disponible para cualquier pecado. Sin embargo, como hijos sabios de Dios, no estamos intentando aprovecharnos de la situación y pecar tanto como queremos, esperando que más adelante nos podamos arrepentir, seamos perdonados y escapemos de nuestro castigo justo. Leemos lo siguiente: “Si pecáremos voluntariamente después de haber recibido el conocimiento de la verdad, ya no queda más sacrificio por los pecados, sino una horrenda expectación de juicio” (Heb 10:26,27).

Cuando nos volvemos hipócritas y no nos arrepentimos sinceramente, sino que nos aprovechamos de la gracia de Dios, Su sacrificio ya no está disponible para nosotros. El padre no permitirá que abusemos de Su bondad y nos aprovechemos de la sangre preciosa de Su Hijo. Él nunca pensará en eximir a aquellos que no tienen una actitud correcta en sus corazones con respecto a Su justo castigo. Estos pecados no han “sido perdonados ya”, y, de hecho, no lo serán.

Vale la pena mencionar que “pecar voluntariamente” no se refiere a aquellos que pecan de forma ocasional, incluso cuando saben que está mal. La mayoría de las veces que pecamos ya sabemos que es un pecado. Sin embargo, después, nos convencemos de nuestro pecado y nos arrepentimos ante Dios. Este pasaje no se trata de este tipo de situación. No obstante, hay quienes persisten en su pecado. Conocen su error, pero continúan rebelándose ante Dios.

Por ejemplo, tal vez aman más a su relación pecaminosa con alguien del sexo opuesto que a Dios. Se rehúsan a abandonar esto. Posiblemente, su problema de consumo excesivo de alcohol o drogas es más valioso para ellos que su intimidad con Jesús. Ellos persisten en su rebelión. Para casos como estos, su pecado se ha convertido en un hábito arraigado. Tercamente, se rehúsan a arrepentirse y buscar a su Hacedor de corazón para que los perdone. Para ellos, solo queda esperar el día del juicio.

Solo Dios sabe cuáles son Sus límites. Solo Él sabe cómo funciona el corazón humano. Solo Él sabe cuándo hemos pasado más allá del punto en el que el arrepentimiento sincero ya no es una opción. Sin duda, Él está consciente de cuándo hemos jugado con las verdades eternas, sin valorarlas como esenciales y, de este modo, endurecido el corazón hasta el punto en el que ya no nos podemos arrepentir de una forma sincera y verdadera.

¿Existe tal punto? Juan, en sus epístolas, parece indicar esto. Él dice: “hay pecado de muerte” (1 Jn 5:16). Más adelante, indica que incluso nuestras oraciones para una persona así no serían eficaces.

Esaú fue un caso así. Él vendió su primogenitura por una gratificación temporal y sensual. En su situación, era comida, pero hay muchos paralelos en el mundo malvado actual. En referencia a Esaú, el autor de Hebreos menciona específicamente la fornicación (Heb 12:16). Después, Esaú buscó arrepentimiento con lágrimas, pero no lo pudo encontrar (Heb 12:17).

¿Cuántos hijos de Dios están hoy en un estado como ese? Han ido contra Dios y sus conciencias por tanto tiempo y hasta tal punto en el que ya no pueden arrepentirse con sinceridad. Han abusado contra la gracia de Dios por tanto tiempo que ya no tiene ningún efecto. Solo hay una “horrenda expectación de juicio” (Heb 10:27).

Más adelante, en este capítulo de Hebreos (10:28-31), leemos lo siguiente: “El que viola la ley de Moisés, por el testimonio de dos o de tres testigos muere irremisiblemente. ¿Cuánto mayor castigo pensáis que merecerá el que pisoteare al Hijo de Dios, y tuviere por inmunda [de poco valor] la sangre del pacto en la cual fue santificado, e hiciere afrenta al Espíritu de gracia? Pues conocemos al que dijo: Mía es la venganza, yo daré el pago, dice el Señor. Y otra vez: El Señor juzgará a Su pueblo”.

El hecho de que este pasaje se refiere a los creyentes es claro. Estas personas fueron “santificadas” por la sangre. Solo los cristianos que nacen de nuevo son santificados. Además, leemos que el Señor juzgará “a Su pueblo”.

Por favor, no ignore estas importantes verdades. No cometa el error de tratar de escapar de las consecuencias obvias de la desobediencia aplicando estos versículos a los no creyentes. Continuar en pecado que uno sabe que está mal es insultar al Espíritu de Dios, degradar el valor de la sangre intentando abusar de esta, aplastar bajo sus pies a Jesús junto con Su sacrificio.

Pero podría argumentarse: “¿qué podría ser un peor castigo que la muerte mencionada en este pasaje?”. Y para responder esto, le contaré una pequeña historia. Mi esposa y yo, por un breve período, estuvimos involucrados en un barco de misión que hacía viajes a Haití. Ya que los que trabajaban con la misión pasaban tiempo navegando, de vez en cuando, surgía el tema de los mareos. Los que eran nuevos en la misión, incluyéndome, se preocupaban con frecuencia de marearse y, si les pasaba, qué tan malo sería.

Un individuo servicial que había pasado mucho tiempo en el mar lo explicó de esta manera. Dijo: “hay tres etapas de mareo. La primera es cuando uno comienza a sentirse revuelto, se pone verde y empieza a vomitar. La segunda es cuando se siente tan mal que cree que va a morir. La tercera es cuando comienza a temer que no morirá y que eso continuará para siempre”.

Verá, hay cosas peores que la muerte. Entre estas cosas, está el sufrimiento que parece no terminar nunca. Mil años es mucho tiempo y estoy seguro de que nadie disfrutará el castigo que Dios les dará a Sus hijos que son desobedientes. “¡Horrenda cosa es caer en manos del Dios vivo!” (Heb 10:31).

Otro error sobre la sangre de Jesús es pensar en algo como esto: “ya que nos volvimos cristianos, Dios ya no ve nuestro pecado. Estamos completamente cubiertos por la sangre de Cristo, así que el Padre ya no sabe cuándo pecamos, sino que solo ve a Jesús”.

Esto no es más que idiotez. No tiene base en las escrituras. De hecho, la Biblia enseña justo lo opuesto. Leemos: “... todas las cosas están desnudas y abiertas a los ojos de aquel a quien tenemos que dar cuenta” (Heb 4:13). Cada cosa que hacemos, decimos o pensamos es extremadamente obvia y visible para nuestro Señor. “Todas las cosas” son claras para Él. También se nos enseña: “Los ojos de Jehová están en todo lugar, mirando a los malos y a los buenos” (Pr 15:3). Dios ha entendido desde lejos nuestros pensamientos (Sal 139:2).

Queridos hermanos y hermanas, debemos vivir teniendo a la vista Su tribunal. Debemos vivir y andar en la luz de Su rostro para que cada actitud, acción y palabra esté disponible para Su inspección y aprobación. Es muy cierto que cuando confesamos y nos arrepentimos de nuestros pecados, estos se eliminan para siempre. Sin embargo, también es cierto que no se eliminarán si no estamos contritos y arrepentidos.

El perdón del pecado está abundantemente disponible para cada creyente. Es una de las verdades más fundamentales reveladas en la Biblia. Es nuestro privilegio, como hijos de Dios, acudir a Él, confesar nuestros pecados en verdadero arrepentimiento y recibir perdón eterno. Ninguno de nuestros muchos pecados que son perdonados de esta forma será recordado por Dios. Se eliminan para siempre de la misma manera que está lejos el oriente del occidente (Sal 103:12) Ante Su tribunal, esos pecados no serán un factor. Podemos tener completa confianza en este hecho y descansar nuestra conciencia en Su eterna gracia.

Por lo tanto, amados hermanos y hermanas, acudamos continuamente ante el trono de Dios y arrepintámonos por nuestros pecados antes de que sea demasiado tarde. Tomemos Su oferta de misericordia y gracia seriamente y humillemos nuestros corazones ante Él mientras todavía es “hoy” (Heb 3:13). Dios nos ama. Él envió a Su Hijo para morir en nuestro lugar. Si somos débiles, Él nos ayudará. Cuando nos sentimos incapaces, Él puede fortalecernos para hacer Su voluntad. Nuestro fracaso y debilidad no debería convertirse en una excusa para que no busquemos la voluntad y la gracia de Dios con todo nuestro corazón.

Mientras caminamos con Él en íntima comunión, debemos actuar rápidamente para arrepentirnos por cualquier cosa que Él nos muestre que está en contra de Su santa naturaleza. Nuestro arrepentimiento abrirá el camino para que Su vida fluya en nosotros y a través de nosotros para limpiarnos. Dios no solo nos perdonará voluntariamente, sino que también obrará para cambiarnos de lo que somos a lo que Él es. Esta es una maravillosa promesa. Esto también será para nosotros una gran libertad. Podemos ser perdonados y liberados del pecado.

COMPRENSIÓN DEL REINO

Ojalá que este capítulo sea de ayuda para los lectores para entender los planes y los propósitos de Dios de una manera más clara. Sin tal revelación, es fácil confundirse mucho cuando se intenta entender ciertos pasajes de la Biblia.

Algunos, por ejemplo, han tratado de aplicar por error los numerosos versículos del Reino al tema de nuestra vida eterna. Dado que no entienden el lugar del Reino Milenial en el plan de Dios, tratan de entender muchos de los versículos mencionados en este capítulo considerando nuestro destino eterno. Al hacerlo, han elaborado una teología muy insegura y confusa.

Después de leer los versículos sobre juicio y castigo, han sido suficientemente honestos para admitir que estos deben aplicarse a los creyentes. Pero, como no entienden la verdad sobre el Reino, se les ha hecho creer que un hijo de Dios puede perder su vida eterna.

Muchos de estos maestros también enseñan la gran necesidad del temor de Dios. Para ellos, el punto de vista “una vez salvado, siempre salvado” parece restar todo el temor del Señor y, por lo tanto, mucha de la motivación de escapar de los placeres del mundo y el pecado. Entonces, citan algunos de estos versículos para intentar probar que algunos de los hijos de Dios se perderán. No obstante, muchos de los versículos que los maestros de “perder la salvación” usan para probar sus argumentos son, en realidad, pasajes sobre el Reino venidero.

Como hemos dicho, el temor del Señor es esencial. Es un ingrediente que parece haberse perdido en la Iglesia actual. Es algo que, desesperadamente, necesita restaurarse entre el pueblo de Dios. Pero para que los creyentes conozcan este temor, debemos enseñar la verdad. Cualquier doctrina que no sea la verdad no tiene poder para cambiar realmente los corazones de los oyentes.

Por ejemplo, algunos enseñan que los creyentes pueden perder su vida eterna si pecan. Pero los cristianos pecadores suelen tener una experiencia incongruente. Sus conciencias los molestan, tal vez intensamente a veces, pero no se sienten “perdidos”. Todavía sienten algo de la presencia de Dios en su espíritu. Así que, aunque pueden creer con su mente que están perdidos, sus corazones les dicen algo diferente.

Aunque saben que lo que están haciendo está mal, con frecuencia se consuelan a sí mismos con el hecho de que Dios no los ha dejado por completo. La enseñanza que están recibiendo y su experiencia no coinciden. El verdadero temor del Señor no se genera de esta manera.

Otro problema que se plantea cuando se enseña que nuestra vida eterna puede perderse a través del pecado es: ¿cuánto pecado es necesario? ¿Qué tan “malo” debe ser un pecado o cuántos pecados debemos cometer antes de perdernos en serio? Aparentemente, debería ser un pecado muy malvado o una gran cantidad de pecados a fin de calificar para resultados tan terribles. Esto, entonces, deja fuera a aquellos que tienen pocos o casi ningún pecado evidente, pero que en verdad se resisten al Señor en muchas áreas de su vida, libres de mucha condenación.

Son desobedientes, pero no de manera lo bastante obvia para notarlo. Tal vez aquellos más cercanos a ellos se den cuenta de que hay un problema, pero la mayoría de los demás creyentes creerán que están bien.

Este tipo de enseñanza solo abarca los tipos de pecados más obvios, pero no penetra en el corazón ni exige una completa sumisión al Rey. No genera el verdadero temor del Señor. Muchas iglesias que creen en “perder la salvación” están llenas de chismes, mentiras, lujuria, discordia, envidia, murmuración, odio, envidia, ira, orgullo y muchas cosas similares. Pero nadie cree o enseña que estos miembros han perdido su salvación.

La enseñanza de perder nuestra vida eterna tiene el fin de generar el tipo de respeto de Dios que purificará las vidas de los seguidores. Pero, en mi experiencia, no lo logra. Si comparáramos honestamente la cantidad de pecado que se encuentra en iglesias que creen en seguridad eterna con aquellas donde no se cree esto, creo que los resultados serían iguales.

Si pudieran dejarse a un lado los factores externos, como los códigos de vestimenta u otras prácticas superficiales, los pecados del corazón se evidencian en cantidades iguales en ambos tipos de grupos. Los seres humanos son los mismos en cada clase de entorno.

Otro factor que entra en el debate es el relacionado con los dones de Dios. Cuando ministramos a otros usando los dones espirituales que nuestro Señor nos ha dado, suele haber una poderosa sensación de la unción y de Su presencia.

Cuando pecamos, o vivimos en pecado a sabiendas, no siempre perdemos esta unción en nuestros dones. Tomemos el ejemplo de un predicador que también tiene un don de sanación. Cuando Él predica, él siente una poderosa unción en sus palabras, y muchas personas son sanadas a través de su ministerio.

Pero supongamos que este hermano cae en pecado. Comienza a tener relaciones sexuales con una integrante de la iglesia con quien no está casado. Naturalmente, su conciencia lo condena.

Pero cuando sube al púlpito a predicar, la unción sigue allí. Él todavía “siente” la presencia de Dios en el uso de su don ministerial. Quizá algunos todavía sean sanados. Así que se consuela a sí mismo con este hecho. No está perdido. Dios no lo ha abandonado. Tal vez incluso, según supone él, su pecado no es tan malo o está siendo “permitido por Dios” por su posición, circunstancia o “necesidad” especial. Por supuesto que eso es una mentira, pero es fácil engañarse a sí mismo, especialmente cuando nuestra doctrina es incorrecta desde el principio.

Mientras que unos podrían insistir en que cualquiera que vive en pecado no podría tener poder en sus áreas de dones, la experiencia de muchos creyentes con el paso de los años cuenta una historia distinta. Incontables hombres y mujeres de Dios se han encontrado en posiciones como esa. Han caído en pecado, pero todavía saben que, hasta cierto punto, Dios no los ha abandonado. Sus dones todavía “funcionan”. Todavía sienten una unción. Así que se aferran a sus experiencias e intentan justificarse en sus mentes y corazones.

Lo que se necesita en estos casos es el evangelio del Reino. Estos hermanos y hermanas necesitan conocer la verdad desesperadamente. Dios no puede ser burlado (Gal 6:7). Ellos no pueden continuar “sirviendo al Señor” y vivir en pecado a sabiendas. Segarán exactamente lo que están sembrando cuando Jesús venga. A menos que se arrepientan, serán juzgados por estas cosas y su Padre celestial los castigará por ellas.

No es la intención de este libro tratar de abordar el tema de la seguridad eterna de una forma intensiva o completa. No obstante, espero que muchos creyentes, a través de este texto, adquieran una nueva perspectiva con la que interpretar la Biblia de una forma clara y cohesiva. Para entender mejor el panorama general, me gustaría recomendarle mi libro De gloria en gloria, que examina en mayor detalle el tema de la salvación.

Lo que hará que los creyentes teman a Dios es una buena dosis de Su verdad, predicada bajo la unción del Espíritu Santo. Tenemos una gran necesidad de la revelación de los apóstoles del Nuevo Testamento acerca del Reino de Dios y el juicio venidero de Su pueblo.

El evangelio del Reino era algo que se entendía claramente en las iglesias de la época de Pablo. Nos irá bien si lo practicamos y predicamos también.

Fin del Capítulo 10

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Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión