UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”
Escrito por David W. Dyer
Hemos estado examinando la maravillosa posibilidad de vivir una vida que vence al enemigo. Hemos estado viendo que, dentro del cuerpo de Cristo hoy, hay muchos miles de hombres y mujeres que, mediante el poder de Dios, están logrando resistir la tentación y soportar mucha tribulación.
Por lo tanto, están manifestando la victoria de Jesús al universo que los observa. Pero ¿cómo podemos también vivir de esta manera? ¿Cómo podemos exhibir ante principados y potestades la amplia sabiduría de Dios?
Algunos han pensado que su victoria sobre las fuerzas invisibles de la maldad es una cuestión de guerra espiritual. En la Iglesia de hoy, este tema es muy popular. Muchos escriben libros, imparten seminarios y se enfocan atentamente en este aspecto de la vida cristiana.
Sin embargo, parece que mucho de lo que se está enseñando (aunque aquellos que enseñan, sin duda, tienen buenas intenciones) implica muchos malentendidos y hasta errores.
Ya hemos mencionado este tema antes, en el capítulo 5. Allí, estudiamos la probabilidad de que los ángeles caídos no sean el mismo tipo de seres que los demonios. (Si no ha leído o no recuerda este capítulo, revíselo ahora antes de continuar). Dado que no son lo mismo, nuestra guerra con ellos y la victoria sobre ellos son diferentes.
Una táctica que aparentemente es muy popular entre algunos grupos es “atar” al diablo. Oh, cuánto aliento se ha gastado, cuántos gritos enérgicos y esfuerzo emocional se ha aplicado para “atar al diablo a los lados del abismo”.
Pero, por alguna extraña razón, parece seguir suelto. Parece que el diablo todavía puede obrar como siempre. Si somos honestos con nosotros mismos, debemos admitir que no está atado en absoluto. El mundo es tan malvado como antes, tal vez más. Las guerras y la maldad de todo tipo siguen siendo una realidad. Los cristianos todavía sufren ataques y confrontan todo tipo de pruebas y tentaciones.
Pensemos en esto con lógica y honestidad. Si “atar al diablo” y sus ángeles de verdad funcionara, entonces todos deberían participar seriamente en esta labor. Si la victoria sobre el diablo fuera una simple cuestión de vociferar u orar hacia él, entonces, por supuesto, reunamos a los hermanos y hermanas más espirituales del mundo y “oremos” de esta manera día y noche hasta que no funcione ningún principado ni una potestad.
Entonces, podremos proceder a hacer la obra de predicar sobre el Reino de Dios sin obstáculos. Pero si esto no hace ningún bien y solo es una pérdida de tiempo y hasta una distracción de la verdadera victoria, entonces busquemos una mejor solución.
Si “atar” al diablo no es la clave, entonces ¿cómo se supone que luchemos contra estos tipos de fuerzas malignas? ¿Cómo podemos vencerlas?
Para entender la respuesta, primero debemos ver la vida de Jesús. Él es el que ya ha derrotado al enemigo. Él es el que se ha adelantado a nosotros y ha vencido. Pero ¿cómo lo hizo? ¿Cómo es que Él logró derrotar por completo a Satanás?
La respuesta aquí es algo que parece muy simple, pero es extremadamente profundo. Jesús venció al diablo viviendo por la vida del Padre. Mediante la pureza de esta Vida, Él resistió al enemigo y todas sus tentaciones. Su victoriosa vida culminó en Su muerte en la cruz. Así es como Jesús venció a Satanás.
Cabe destacar que no hizo falta vociferar. No fue una oración especial la que hizo magia. En su lugar, fue el resultado de una vida humilde y modesta completamente sometida al Padre. En última instancia, Jesús fue crucificado y fue allí que Él exhibió Su victoria total sobre el enemigo.
Durante la vida de Jesús aquí en la Tierra, el diablo hizo todo lo que pudo contra Él. Jesús fue tentado en cada aspecto de Su vida. En el desierto, fue tentado con hambre y sed, incluso con todas las cosas “gloriosas” del reino de Satanás.
Más adelante, fue acusado falsamente. Fue objeto de calumnias, burlas, hostigamiento, amenazas y rechazo por parte de muchos hombres. Los líderes religiosos de Su tiempo no solo rechazaron Sus palabras, sino que intentaron matarlo. Todos aquellos en los que el enemigo ejercía influencia y control fueron usados para tratar de que Jesús hiciera o dijera algo incorrecto.
Incluso los propios seguidores de Jesús fueron usados como parte de esta estrategia (Mt 16:23). Todo el esfuerzo de Satanás se concentró en intentar todo lo que normalmente hace que los hombres pequen. Él trató de crear situaciones en las que un hombre ordinario se enojaría, diría algo brusco o incorrecto, actuaría sarcástico, comenzaría a odiar, se desmotivaría o mostraría de alguna otra manera su naturaleza caída.
El diablo usó todo su arsenal. Pero nada funcionó. Sorprendentemente, Jesús soportó cada prueba sin pecar. Él fue el primer hombre en el que el poder del diablo no tenía efecto. Eva aguantó el engaño de Satanás quizá unos 5 o 10 minutos. Jesús vivió una vida perfecta y nunca fue objeto de su influencia de ninguna manera.
Finalmente, desesperado, Lucifer trabajó con sus siervos para lograr que mataran a Jesús. No solo hizo que lo mataran, hizo que muriera de la forma más horrible, dolorosa y humillante. Pero en medio de toda la tortura y el tormento, todo el dolor y la vergüenza, Jesús nunca sucumbió. Nunca dijo una palabra incorrecta ni hizo ninguna cosa malvada. Nunca tuvo una actitud o expresión facial que fuera egoísta o pecaminosa.
Gloria a Dios, ¡este fue un hombre que venció al diablo! ¿Cómo lo hizo? Él lo logró manteniendo su fidelidad al Padre mediante todo, incluso “hasta la muerte” (Flp 2:8), nunca dando “lugar al diablo” (Ef 4:27) y rehusándose a permitir que Sus circunstancias y dificultades lo hicieran pecar.
En toda situación, Él permitió que el Padre viviera en Él y a través de Él. Él se sometió completamente a Dios y Le permitió reinar en todos los aspectos de Su ser. De esta manera, Él venció. Él salió victorioso.
CÓMO VIVIR EN LA VICTORIA
La vida incorruptible de Jesús nos conduce a una maravillosa meditación. Su carácter y pureza inmaculados son excelentes fuentes de motivación e inspiración. Sin embargo, demasiados creyentes se conforman con solo saber que Jesús venció. Se regocijan en lo que Él ha hecho, pero no notan que esto tiene repercusiones importantes para ellos.
Lo que no entienden es que nosotros también debemos experimentar esta victoria en nuestras vidas. No es suficiente que Jesús haya vencido y ascendido al cielo. Dios también nos exhorta a que lo sigamos en este camino victorioso.
Entonces la pregunta es: ¿cómo podemos “vencer” y vivir en este tipo de victoria? ¿Cómo podemos vencer al diablo y manifestar el Reino de Dios en este mundo? ¿Cómo podemos hacer una “guerra espiritual” que sea exitosa?
Para entender esto claramente, debemos tener una revelación muy básica: una vez que recibamos vida eterna, tenemos en nosotros dos “vidas”. Tenemos nuestra vida natural y antigua, que recibimos de Adán, y tenemos una vida nueva y sobrenatural que recibimos del Padre. Esta nueva vida de Dios es la que tiene la naturaleza santa necesaria para vencer. Solo la vida de Dios, que Él nos da en Cristo Jesús, puede resistir al enemigo. No hay ninguna cantidad de esfuerzo, ningún nivel de consagración, ninguna intensidad de fervor de nuestra parte que bastará para esto. Solo la vida de Dios es y será victoriosa.
Por otro lado, con la misma certeza, nuestra vida natural y antigua siempre fracasará. El hombre natural que manifiesta la naturaleza pecaminosa siempre sucumbirá ante las tentaciones y las pruebas del enemigo. Al igual que Adán y Eva cayeron rápida y fácilmente, la vida natural que heredamos de ellos nunca podrá pasar la prueba.
Por lo tanto, para vencer necesitamos aprender a vivir por la nueva vida que tenemos de Dios. Al igual que Jesús no vivió por su vida humana, sino que vivió por el Padre (Jn 6:57), también debemos aprender a “andar en vida nueva [de Dios]” (Rm 6:4).
Verá, Jesús tuvo una vida natural que heredó de María. Pero Él también recibió una vida sobrenatural de Su Padre. Así, también tenía en Él estas dos vidas.
Sin embargo, Él constantemente elegía vivir por la vida increada. Él, fielmente, eligió dejar que la vida de Dios dominara cada pensamiento, actitud, palabra y acción Suya. Dijo: “Las palabras que yo os hablo, no las hablo por mi propia cuenta, sino que el Padre que mora en mí, Él hace las obras” (Jn 14:10). Todas las palabras y obras de Jesús fueron el resultado de la manifestación de la vida Divina dentro de Él.
De la misma manera, nosotros también podemos “vivir por Él” (Jn 6:57). Tenemos la posibilidad de vivir como Jesús lo hizo, no por nuestra propia vida natural, sino por la vida de Dios dentro de nosotros. Este mismo Jesús que venció al diablo en cada aspecto de la vida, que resistió la tentación incluso hasta la muerte, ahora vive en cada creyente.
No importa si somos débiles. No importa cuáles son nuestras capacidades personales. El Dios del universo vive en nosotros y Él ya ha vencido. Todo lo que necesitamos es someternos completamente a Él. Solo debemos dejar que Su vida domine y predomine en nosotros. A medida que dejamos que Su vida nos llene y viva a través de nosotros, podemos demostrar la misma victoria sobre Satanás y el pecado.
EL CAMINO DE LA CRUZ
Uno de los aspectos más importantes de esta victoria implica la muerte de nuestro ser. También debemos experimentar la muerte, incluso la muerte de la cruz. Jesús les enseñó a sus discípulos que, para seguirlo, debían negarse a sí mismos, tomar su cruz y seguirlo (Mt 16:24).
Esto no significa que debemos llevar un pedazo de madera en forma de cruz. Significa que nuestra vida antigua, la que recibimos de Adán, debe morir. Mientras viva, inevitablemente se expresará en pecado. El diablo siempre podrá salir victorioso sobre esta. La única solución es eliminarla.
Cuando Jesús murió en la cruz, nosotros también morimos con Él (Gál 2:20). Por lo tanto, la realidad de esta muerte puede y debe convertirse en nuestra experiencia. Podemos “morir cada día” (1 Co 15:31). Podemos experimentar “siempre por todas partes la muerte de Jesús” (2 Co 4:10).
Uno de los grandes secretos de vivir en victoria sobre Satanás es nuestra muerte en la cruz. Nuestro ser debe morir y tenemos que vivir para Dios. Esta es la manera en que Jesús mostró la victoria final sobre el diablo. Si queremos también tener el poder espiritual para derrotar al reino de la oscuridad y vivir en la victoria de Cristo, esta es la única manera. También debemos morir.
Mientras más experimentemos vivir por la vida sobrenatural y la muerte de nuestro ser, más venceremos al diablo y sus fuerzas malvadas. Mientras más opere la cruz en nosotros y sobre nosotros, más victoria experimentaremos.
Tenga en cuenta que aquellos que componen el hijo varón en Apocalipsis “menospreciaron sus vidas hasta la muerte” (Ap 12:11). La palabra “vidas” aquí en griego es “PSUCHE”, que se refiere a nuestras vidas naturales, del alma. Una de las maneras en que “lo vencieron” fue no amarse a sí mismos. Estaban dispuestos a morir.
Nuestra victoria aquí tiene poco que ver con vociferar y “atar”, y mucho que ver con someterse y morir. A medida que sometamos nuestras vidas a Jesús, permitiéndole “ser” nuestra vida (Col 3:4), venceremos. Es cuando muere nuestro ser y vivimos para Dios que se ata al “hombre fuerte” y tendremos el poder para saquear el reino de Satanás. Que Dios nos dé paz para vivir cada día más y más en esta victoria.
Jesús enseñó que: “Si el grano de trigo no cae en la tierra y muere, queda solo; pero si muere, lleva mucho fruto” (Jn 12:24). Aquí vemos que morir es el secreto de una vida fructífera. A medida que morimos, la vida de Cristo tiene más “espacio” para vivir y moverse en nosotros.
Así mismo, cuando nuestro ser muere, el reino de la oscuridad tiene menos influencia en nosotros. Por lo tanto, podemos, siguiendo la orientación del Espíritu Santo, ser más fructíferos en nuestra obra para él. Podemos vivir una vida de victoria sobre el pecado y sobre todas las artimañas del enemigo mientras ayudamos a otros a hacer lo mismo.
La Biblia nos enseña que solo a través de muchas tribulaciones entramos al reino (He 14:22). Leemos que: “Si sufrimos, también reinaremos con Él” (2 Tim 2:12). Por lo tanto, nuestra entrada a Su Reino, sin duda, implicará mucha dificultad, lucha y aflicción.
Esto es una verdad bíblica. Jesús nunca dijo que seguirlo sería fácil. Él no indicó que no habría tristeza ni dolor. Aquellos que insisten en que los creyentes siempre deben estar saludables, felices y ser ricos se engañan a sí mismos y engañan a sus seguidores. Sin embargo, Jesús nos prometió gozo y fuerza interior, que vienen de creer y obedecer.
Solo cuando negamos nuestro “ser” y lo ponemos a los pies de Jesús, podemos entrar en el gozo eterno y espiritual que está disponible en Cristo. Solo a medida que perdamos nuestras propias vidas podremos experimentar la Suya.
Mucho del cristianismo de hoy es superficial simplemente porque no ha pasado por la cruz. La vida que los cristianos vivimos tiene muy poco del poder de la resurrección de Jesús porque tenemos muy poca parte en sus sufrimientos (Flp 3:10). No experimentamos Su exaltación y glorificación porque no compartimos Su cruz. No exhibimos Su victoria porque nuestras propias vidas todavía predominan en nosotros.
Es muy fácil que nosotros, en medio de nuestras situaciones cotidianas, nos desmotivemos. Hay sufrimientos que nunca parecen terminar. A veces nos encontramos en situaciones que son emocionalmente o físicamente dolorosas. Oramos y oramos y oramos. Pero parece que no llega una respuesta. Clamamos a Dios. Pero los cielos parecen permanecer cerrados. El sufrimiento continúa con el largo paso de los años.
La gran tentación aquí es rendirse, hacer algo que sabemos que está mal para dar fin al dolor o amargarnos. ¿Qué está haciendo Dios? ¿Por qué no responde? La verdad es que Dios está escuchando y respondiendo. Pero en lugar de hacer lo que queremos, Él está haciendo lo que es mejor para nosotros.
En lugar de hacer lo que creemos que está bien en un sentido mundano y a corto plazo, Él está haciendo lo que sabe que está bien desde una perspectiva eterna. Usted, sí, usted, necesita desesperadamente morir. Su vieja vida con su vieja naturaleza y todos sus deseos y “necesidades” tienen la tremenda necesidad de la crucifixión. La muerte de su ser es esencial para su gozo eterno.
La respuesta es humillarse ante Dios, aceptar Su voluntad para usted donde está y dejar que Su Espíritu haga una obra transformadora en usted. Cuando se somete a Dios en medio de la prueba y el dolor, encuentra una dulce liberación de lo que usted es y de lo que quiere. Poco a poco, morirá. Algún día, incluso Le agradecerá por su experiencia.
Finalmente, cuando haya desistido de sus propios deseos relevantes y sus preciados “sentimientos”, cuando ya no se sienta afligido por su situación, cuando esté satisfecho en Cristo sin importar la situación en la que esté, entonces estará listo para un cambio.
Cuando Jesús lo haya liberado de lo que usted es, entonces Él podrá liberarlo de donde está. Cuando el pan está bien cocido, es hora de sacarlo del horno. Es entonces cuando su vida se convierte en un testimonio para el mundo y para los principados y las potestades. Cuando usted se hace fiel hasta la muerte, es victorioso sobre el enemigo, su ser y el pecado. Es, entonces, cuando su vida puede comenzar a ser usada por Dios de una manera poderosa para saquear el reino de la oscuridad y traer mucho fruto. Cuando haya pasado por la muerte, entonces podrá experimentar la vida de resurrección y la victoria.
RECTITUD QUE CALIFICA
Mientras enseñaba sobre el Reino, Jesús dijo: “Porque os digo que si vuestra justicia no fuere mayor que la de los escribas y fariseos, no entraréis en el reino de los cielos” (Mt 5:20).
Esta es una declaración sorpresiva. Los escribas y fariseos eran la élite religiosa de su época. Tenían una apariencia de rectitud que seguía la ley al pie de la letra. Diezmaban, ayunaban, oraban y estudiaban las escrituras a diario de una manera impresionante. Aparentemente, eran la cúspide de lo que Dios exigía.
Las vidas de muchos cristianos ni siquiera se acercan a esta clase de dedicación. Sin embargo, Jesús insiste en que debemos poner a la vista incluso más rectitud. ¿Cómo se puede lograr esto?
En las escrituras, encontramos que los requisitos de rectitud para entrar en Su Reino son definidos con más detalle. Leemos las palabras de Jesús: “Bienaventurados los mansos, porque ellos recibirán la Tierra por heredad” (Mt 5:5). “Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos” (Mt 5:3). Así, vemos que hay un requisito de mansedumbre y humildad.
En 2 Pedro, se nos presenta una lista todavía más larga de requisitos previos. Pedro nos exhorta a lo siguiente: “… añadid a vuestra fe virtud; a la virtud, conocimiento; al conocimiento, dominio propio; al dominio propio, paciencia; a la paciencia, piedad; a la piedad, afecto fraternal; y al afecto fraternal, amor. Porque de esta manera os será otorgada amplia y generosa entrada en el reino eterno de nuestro Señor y Salvador Jesucristo” (2 Pe 1:5-7,10,11).
¡Qué lista! Todas estas cosas son características deseables para un cristiano, pero ¿cómo puede alguien vivir de esta manera? Si se requiere un carácter tan divino, ¿cómo alguno de nosotros podría siquiera imaginar que podríamos entrar?
Lo que Dios busca y nos facultará entrar a Su Reino es su nueva Vida, de la que hemos estado hablando. Una vez más, nuestra propia vida, incluso si dedicamos todo el esfuerzo y la energía que poseemos, nunca puede compararse con el estándar divino.
Tal vez haya muchos creyentes hoy que imaginan que se han consagrado. Tienen una determinación y un fervor verdaderos para agradar a Dios y hacer Su voluntad. Incluso, es posible que imaginen en secreto que están espiritualmente un poco por encima de otros debido a su dedicación. Esta opinión podría reforzarse si tienen dones espirituales poderosos y evidentes.
Pero esto no califica como mansedumbre. No es humildad. Es solo el tipo de rectitud que los escribas y fariseos pudieron producir. Y se nos ha dicho claramente que eso no bastará para entrar al Reino de Dios.
Cuando Jesús caminaba en esta Tierra, dijo: “Yo soy el camino” (Jn 14:6). Vale la pena señalar que Él no dijo que simplemente nos estaba enseñando el camino, sino que Él era el camino. Hoy, el camino de Dios es una persona. Cuando permitimos que esta persona viva en nosotros y a través de nosotros, podemos recorrer este camino divino.
Jesús nos exhorta a “entrar por la puerta angosta” y, posteriormente, dice que “muchos procurarán entrar, y no podrán” (Lc 13:24). Él también es la puerta angosta. Cuando Le permitimos ser nuestra vida es cuando tendremos éxito en entrar. Mientras entramos por esta estrecha vía, todo lo que somos debe quedar atrás.
Lo que tenemos y lo que somos por naturaleza, aunque se vea “bueno” a nuestros ojos, simplemente no cabrá. Cuando busquemos entrar pero sin estar dispuestos a quitarnos de encima todo lo que somos, no podremos pasar por la puerta y entrar al Reino.
Solo la vida de Jesús viviendo en nosotros y a través de nosotros puede satisfacer al Padre. Es en Él que el Padre tiene complacencia (Lc 3:22). En efecto, el camino es angosto. Es solo una persona y debemos entrar a través de Él. La puerta es excesivamente angosta y, como el camello pasando por el ojo de la aguja, la única manera de pasar es despojarnos de todo el equipaje. Nuestras habilidades, nuestro fervor, nuestro liderazgo natural, nuestras posesiones, sí, incluso nuestras propias vidas no cabrán.
Cuando cedemos nuestra vida más y más a Él para que nuestra vida pueda morir y, en su lugar, Su vida pueda vivir a través de nosotros, entonces estos maravillosos atributos de la propia naturaleza de Dios se podrán manifestar en nuestras vidas. Todos los atributos de Su carácter son evidentes. Cuando ya no somos nosotros los que vivimos, sino Cristo (Gál 2:20), entonces el mundo alrededor de nosotros puede comenzar a ver cómo es Jesús en verdad.
Cuando la vida de Dios domina en nosotros, entonces nuestro testimonio ya no son solo palabras, sino que se manifiesta en todas nuestras actitudes y acciones. De esta manera, nuestra entrada en Su Reino se “suministrará en abundancia”.
VENCER AL MUNDO
Otro aspecto de la victoria del Reino implica vencer al mundo. La Biblia nos enseña que el mundo y todo lo que está en él es parte del reino del diablo. Por lo tanto, cualquier creyente que desea entrar al reino de Dios también debe vencer al mundo. Esto incluye lo que podría llamarse “el sistema de este mundo”, con toda su lujuria, su opulencia, su avaricia, su brillo y esplendor.
Dios nos exhortó a separarnos del mundo. Él dice en Su palabra: “... Salid de en medio de ellos, y apartaos, dice el Señor, y no toquéis lo inmundo; y yo os recibiré” (2 Co 6:17).
Otro versículo dice: “No améis al mundo, ni las cosas que están en el mundo [...] Porque todo lo que hay en el mundo, los deseos de la carne, los deseos de los ojos, y la vanagloria de la vida, no proviene del Padre, sino del mundo. Y el mundo pasa, y sus deseos; pero el que hace la voluntad de Dios permanece para siempre” (1 Jn 2:15-17).
El mundo y todas las cosas en él son un elemento importante del reino del diablo. Es una de las trampas más sutiles con las que atrapa al pueblo de Dios. Satanás le ofreció a Jesús y nos ofrece a nosotros todos los reinos de este mundo si nos sometemos a él.
El diablo también es capaz de darle a los hombres y las mujeres muchas cosas que parecen deseables desde un punto de vista humano. Esto incluye cosas como dinero, fama, posesiones y posición social a los ojos de los demás. Él puede otorgar reconocimiento, poder e influencia. Pero, como nuestro Maestro, debemos aprender a huir de estas cosas a toda costa porque, si no lo hacemos, nos costará el Reino.
En las escrituras leemos: “Ninguno puede servir a dos señores; porque o aborrecerá al uno y amará al otro, o estimará al uno y menospreciará al otro. No podéis servir a Dios y a las riquezas” (Mt 6:24). La riqueza que menciona las escrituras se refiere a dinero, placeres, entretenimiento y elogios que el mundo y sus habitantes pueden impartir.
Es imposible servir a Dios y perseguir las cosas del mundo. A menos que nuestros corazones se purifiquen de estas cosas y nos propongamos solamente servir a Dios, seremos engullidos por las preocupaciones de esta vida, por las cosas de este mundo que pensamos que necesitamos, y no seremos dignos de la meta para la que hemos sido llamados. “Cualquiera, pues, que quiera ser amigo del mundo, se constituye enemigo de Dios” (Sant 4:4).
El dinero es, hoy, la cosa más poderosa del mundo físico. Jesús dice que “es más fácil pasar un camello por el ojo de una aguja, que entrar un rico en el Reino de Dios” (Mt 19:24). Sus discípulos seguramente pensaron que esto era imposible, pero Jesús les aseguró que, con Dios, todas las cosas son posibles.
Las riquezas son engañosas. Engañan a aquellos que las poseen al hacerlos creer que son un fin en sí mismas. Más personas han sido engañadas por esto que por cualquier otra cosa.
En la actualidad, incluso hay una rama completa del cristianismo que enseña a los hombres y las mujeres a buscar las riquezas. Al hacer esto, estos maestros apartan las mentes de los creyentes del Reino de Dios y las impulsan hacia la más poderosa influencia del reino de Satanás.
1 Timoteo 6:9,10 dice: “Porque los que quieren enriquecerse caen en tentación y lazo, y en muchas codicias necias y dañosas, que hunden a los hombres en destrucción y perdición; porque raíz de todos los males es el amor al dinero, el cual codiciando algunos, se extraviaron de la fe, y fueron traspasados de muchos dolores”.
Las riquezas no solo son una distracción, sino que, si nos enfocamos en ellas y pasamos nuestro tiempo buscándolas, no entraremos en el Reino que Dios está preparando.
Si tenemos dinero, solo podemos vencer cuando ofrecemos todo que tenemos a la autoridad de Jesucristo. Y así como el gobernante rico joven, esto puede implicar que demos mucho o todo.
El dinero debe usarse para la obra de Dios y cumplir Sus propósitos, no para ponernos en una posición segura y cómoda, ganar posesiones materiales y satisfacer nuestros propios deseos. El dinero que está bajo el control de Dios será usado para apoyar a Sus siervos, dar a los pobres y de cualquier otra manera que ayude a que los propósitos de Dios progresen en este mundo.
El dinero puede ser una herramienta muy importante para aquellos que saben cómo usarlo para el Reino de Dios, pero la escritura nos advierte que el poder del dinero es muy engañoso, tanto que tenemos que tener extrema precaución y cuidado cuando lo manejemos. “Ninguno que milita se enreda en los negocios de la vida, a fin de agradar a aquel que lo tomó por soldado” (2 Tim 2:4).
Todos los hijos de Dios deben asegurarse de que sus finanzas estén completamente bajo la autoridad de Dios y que estén dispuestos a obedecerlo sin importar el costo.
Pedro le dijo una vez a Jesús: “He aquí, nosotros hemos dejado nuestras posesiones y te hemos seguido” (Lc 18:28). Y Jesús le respondió: “De cierto os digo, que no hay nadie que haya dejado casa, o padres, o hermanos, o mujer, o hijos, por el reino de Dios, que no haya de recibir mucho más en este tiempo, y en el siglo venidero la vida eterna” (Lc 18:29,30). En “este tiempo”, ese “más” puede significar bendiciones espirituales. Podría parecer que nunca poseeremos muchas cosas mundanas, pero en el día que Jesús regrese, seremos recompensados enormemente.
Les pido, hermanos y lectores, que no le den prioridad al mundo y las cosas dentro de él. Apártenlas. No se enreden en las cosas de esta vida. Busquemos, primeramente, el reino de Dios y Su justicia, y todas estas cosas que necesitamos para seguir viviendo en este mundo nos serán añadidas (Mt 6:33).