UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”
Escrito por David W. Dyer
“No temáis, manada pequeña, porque a vuestro Padre le ha placido daros el reino” (Lc 12:32). Nuestro Padre celestial desea mucho que todos y cada uno de Sus hijos sea obediente y entre a Su Reino. No es Su deseo prohibirle la entrada a nadie.
Sin duda, en Su propio corazón, cuando nos engendró a través de Su hijo, Jesucristo, anheló que fuéramos fieles y heredáramos esta gran bendición. En las escrituras se lee: “Porque de tal manera amó Dios al mundo, que ha dado a su Hijo unigénito, para que todo aquel que en él cree, no se pierda, mas tenga vida eterna”. (Jn 3:16). También leemos en Romanos 8:32: “El que no escatimó ni a Su propio Hijo, sino que lo entregó por todos nosotros, ¿cómo no nos dará también con Él todas las cosas?”.
Estos pasajes nos demuestran el gran amor de Dios hacia los hombres. Ni siquiera escatimó a Su propio Hijo al manifestar al mundo el incalculable e inmenso amor que tiene. Con respecto a la salvación, sabemos que no es Su voluntad que nadie perezca, sino que todos lleguen a conocer la verdad. Estoy seguro de que esta misma actitud también se aplica a la entrada de Sus hijos al Reino Milenial.
De la misma forma que Dios no se complace en lanzar a nadie al lago de fuego, así tampoco desea que Sus hijos se pierdan de las cosas que Él ha preparado para ellos.
Depende de nosotros. Si estamos dispuestos y somos obedientes, podemos confiar en que Él es fiel y nos facultará acceder a estas cosas. Todo el poder y la autoridad de Dios se invierten en Jesucristo y hoy están disponibles para nosotros a través del Espíritu Santo. Nunca debemos excusarnos de que somos demasiado débiles o incapaces.
En la cruz, por el derramamiento de Su sangre, Jesús pagó todo lo necesario para que nosotros pudiéramos ser obedientes y lograr Su voluntad. No solo esto, también derramó Su Espíritu sobre nosotros y nos concederá Su gracia para que podamos vivir como Dios lo quiere. Si estamos dispuestos, nos empoderará para vencer al reino del diablo.
No hay necesidad de que incluso el miembro más pequeño y débil del cuerpo de Cristo sea derrotado. Dios lo ha hecho todo. Lo que falta por hacer es que nosotros, por fe y obediencia, accedamos a ello. No nos sintamos condenados ni temerosos. Es un grato placer para el Padre darnos el Reino.
Pero hay que decir algo sobre los reincidentes. Si usted es alguien que suele recaer y vive en una condición pecaminosa y reincidente, no es demasiado tarde para arrepentirse. Puede renunciar a su vida malvada y pecaminosa en este momento. Y, cuando lo haga, se dará cuenta de que el Padre le dará la bienvenida con los brazos abiertos.
Lo mismo ocurre en el caso del hijo pródigo, sobre el que leímos en las escrituras. Él se alejó de su padre por un tiempo y despilfarró sus bienes en una vida desordenada acompañado por gente vil. Un día, volvió en sí, regresó a la casa de su padre y este lo recibió con alegría y un banquete; de esta misma forma usted puede arrepentirse, alejarse de la dirección hacia la que va y regresar a Dios.
Él lo recibirá, lo amará, lo volverá a vestir con prendas limpias. Y si continúa fielmente hasta que Él llegue, usted también podrá entrar al Reino.
No es demasiado tarde. Nunca será demasiado tarde para arrepentirse y volver a Él hasta el día en que Él llegue. Cuando llegue ese día, será demasiado tarde, pero hasta entonces, cada hijo de Dios que haya vuelto su vómito y se haya revolcado en el cieno tendrá la oportunidad de volver otra vez a Él y recibir la herencia. En el gran amor que Él tiene por toda la humanidad y, especialmente, para Sus hijos, el Padre ciertamente lo recibirá de vuelta y lo facultará para que viva para Él.
Debo decir en este momento que aquellos que reinciden probablemente no recibirán el mismo grado de recompensa. Sin embargo, aún pueden entrar al Reino de Dios si vuelven a Él antes de que sea demasiado tarde.
Hay una interesante parábola en el Nuevo Testamento (Mt 20:1-16) acerca de los obreros que el Señor envía a la viña. La historia relata cómo algunos trabajadores fueron contratados a primera hora de la mañana, otros más tarde en el día y otros al final del día. Cuando fueron a recibir su pago, cada uno recibió la misma cantidad.
Algunas de las personas que habían estado trabajando arduamente todo el día se quejaron de esto, pero el Señor los reprendió y les dijo: “Amigo, no te hago agravio; ¿no conviniste conmigo en un denario? Toma lo que es tuyo, y vete; pero quiero dar a este postrero, como a ti. ¿No me es lícito hacer lo que quiero con lo mío? ¿O tienes tú envidia, porque yo soy bueno? Así, los primeros serán postreros, y los postreros, primeros” (Mt 20:13-16).
Así es como será el Reino de Dios. Aquellos que nacen de nuevo más temprano en la vida y que trabajan fiel y diligentemente hasta que Él vuelva entrarán en el Reino. Y aquellos que se salven más tarde y trabajen solo por unos pocos años recibirán la misma herencia.
Todavía hay tiempo para usted. Si aún no ha recibido al Señor o si aún no ha comenzado a trabajar en la viña, Jesucristo lo está llamando. Dios llama a los trabajadores para que vengan y trabajen para traerle frutos. Si escucha este llamado, comience hoy mismo. No es demasiado tarde para comenzar a hacer la voluntad de Dios hasta que Él llegue.
No deje que el diablo lo engañe para que piense que usted es demasiado viejo, que sería demasiado difícil o que simplemente es demasiado tarde para hacer algo. Si usted trabaja fielmente a partir de hoy, recibirá la misma recompensa que aquellos que han trabajado con paciencia durante toda su vida.
En Mateo 5:19, hay otras palabras alentadoras. Aquí encontramos la historia de un hombre que desobedeció uno de los mandamientos del Señor e, incluso, enseñó a otros su desobediencia. Las escrituras dicen que será llamado el más pequeño en el Reino de los Cielos.
Al principio esto podría parecer poco alentador, pero lo bueno es que este hombre aún se encontraba en el Reino. Aunque, en cierta medida, se equivocó, engañó y enseñó a otros su engaño, entró al Reino porque estaba haciendo la obra del Señor. Tal vez sea el más pequeño, pero, a pesar de todo, está ahí debido a sus esfuerzos.
Por supuesto que hay otras personas que no podrán entrar debido a que no se esfuerzan legítimamente; sin embargo, parece que hay cierto margen de error. Dios mira nuestros corazones y juzga con rectitud.
Todos debemos hacer nuestro mejor esfuerzo para trabajar de acuerdo con la luz que hemos visto. Pero nos debe motivar el hecho de que, si no somos perfectos, sino solo fieles, Dios reconocerá esto en el día del juicio. Sin embargo, recuerde esto también: “muchos primeros serán postreros, y postreros, primeros” (Mt 19:30).
Vamos a leer juntos una parte de otra parábola sobre el Reino de Dios. Esta es la parábola del sembrador. Estoy seguro de que la mayoría de ustedes la ha escuchado antes. Es la historia de un sembrador que siembra sus semillas, las cuales caen en diferentes tipos de terreno y brotan distintos resultados. Jesús explica:
“A vosotros os es dado conocer los misterios del reino de Dios; pero a los otros por parábolas, para que viendo no vean, y oyendo no entiendan.
Esta es, pues, la parábola: La semilla es la palabra de Dios. Y los de junto al camino son los que oyen, y luego viene el diablo y quita de su corazón la palabra, para que no crean y se salven.
Los de sobre la piedra son los que habiendo oído, reciben la palabra con gozo; pero estos no tienen raíces; creen por algún tiempo, y en el tiempo de la prueba se apartan.
La que cayó entre espinos, estos son los que oyen, pero yéndose, son ahogados por los afanes y las riquezas y los placeres de la vida, y no llevan fruto.
Mas la que cayó en buena tierra, estos son los que con corazón bueno y recto retienen la palabra oída, y dan fruto con perseverancia.” (Lc 8:10-15).
Con cuánta precisión esta parábola describe las obras de la palabra en los corazones de los hombres y con cuánta claridad se aplica al Reino venidero. La palabra del Señor ha sido difundida y, para la mayoría de ustedes, es probable que haya sido sembrada en sus corazones.
Depende realmente de nosotros cómo responderemos a esto. Dado que tenemos el control de nuestro propio corazón, debemos decidir cuál de estos distintos caminos vamos a seguir. Creo que sería una buena idea que todos nos examináramos teniendo en cuenta estas palabras.
No sugiero pasar largas horas de introspección, pero creo que es absolutamente indispensable que tengamos tiempos de espera ante el Señor para permitir que su Espíritu Santo busque en nuestros corazones. Debemos ser receptivos y estar dispuestos a que el Espíritu de Dios saque a la luz distintas áreas de nuestras vidas, a que brille en nosotros y nos ayude a ver las piedras, las espinas y todas las cosas que puedan estrangular, entorpecer e impedir que la palabra sea fructífera.
A nadie que esté realmente dispuesto a servir al Señor se le prohibirá estar en el Reino por estas cosas, ya que, cuando las veamos en nuestros corazones, podemos pedirle al Señor que las elimine. Podemos pedirle que nos convierta en el tipo de persona que quiere que seamos. Dios puede quitar el corazón de piedra y darnos un corazón de carne (Ez 36:26).
Nosotros, con la ayuda del Espíritu Santo, podemos arar la tierra, sacar las piedras, cortar las malezas y traer frutos a Dios. Por lo tanto, vamos a examinarnos a nosotros mismos a la luz de la palabra mediante la iluminación del Espíritu Santo y veamos cuál de estos tipos de corazones tenemos. Si descubrimos que nuestro corazón es malvado, rocoso o está lleno de las espinas y los cardos de este mundo, debemos arrepentirnos (arrepentirnos por el Reino) y renovar nuestros corazones para acercarnos a Dios. Él nos apoyará mucho en esto y nos ayudará a acceder a lo que nos prometió.
Es importante que todos los creyentes conozcan el temor de Dios. Las escrituras nos dicen que: “El principio de la sabiduría es el temor de Jehová” (Pr 1:7). Tener un respeto sano y reverente por el poder de Dios y por el futuro juicio es bueno.
Sin embargo, hay algunos creyentes que trabajan bajo la constante condena del diablo. Me gustaría escribir algunas palabras para ellos. Aunque hay muchas cosas en este libro que son aterradoras, no permita que el diablo las use para acusarlo.
Si está haciendo todo lo posible, si es obediente en todo lo que sabe que el Señor quiere que sea, si su corazón vive por Dios, no permita que Satanás lo condene y le quite su gozo. Resista sus acusaciones y no crea lo que dice. El diablo es un mentiroso y le encantaría mantenerlo bajo una condenación constante para que no pueda servirle al Señor o conocer Su voluntad.
Por otro lado, es posible que haya muchos cristianos que tienen el tipo de problema opuesto. Estos son aquellos que se rehúsan a hablar del Señor, cuyos oídos se han aburrido de escuchar. Escuchan, pero no prestan atención. Estos son los que constantemente se excusan para no hacer lo que saben que Dios quiere que hagan. Debido a que hoy Dios es invisible y no lo vemos con nuestras facultades naturales, es muy fácil para los hijos de Dios ignorar cuando habla o excusarse para no hacer Su voluntad.
Si usted es una de estas personas, le ruego que se saque los tapones de las orejas, ablande el corazón, lo vuelva receptivo hacia Dios y se dé un momento para responder a lo que Él le dice. Puede que le pida que haga algo que es muy difícil.
Quizás le pida que venda todo y vaya a otra nación para predicar Su palabra. Quizás lo esté guiando para que deje un trabajo que usted elige porque le da seguridad, pero lo mantiene alejado de Él. Quizás le diga a algunas de las personas más jóvenes que se aparten de ese novio o esa novia que saben que no es creyente o que no vive para Jesucristo.
Ningún sacrificio por el Reino es demasiado grande. No sea como Esaú, que vendió su derecho de nacimiento por un plato de comida; vendió su derecho a la herencia simplemente para satisfacer sus antojos momentáneos.
En el Reino de Dios, tanto hoy como en el Reino Milenial que se acerca, hay grandes recompensas espirituales. El gozo es indescriptible y está lleno de gloria, pero nunca lo conocerá ni lo probará a menos que se aparte de lo que le impide acceder a él.
Las escrituras nos exhortan a lo siguiente: “Esforzaos a entrar por la puerta angosta; porque os digo que muchos procurarán entrar, y no podrán”. (Lc 13:24). Esto se refiere a cómo un animal de carga, para pasar por un espacio estrecho, primero tiene que despojarse de todo su equipaje. Solo después de soltar sus cargas es que un animal de carga puede pasar por ese espacio.
La triste razón por la que tantos hijos preciosos de Dios no entran al Reino es que no están dispuestos a deshacerse de todo el equipaje que los mantiene lejos de la voluntad de Dios. Se aferran a demasiadas cosas, tienen miedo de soltarlas y confiar en que Jesús sea todo para ellos. Muchos creyentes apenas han percibido el aroma del rico deleite de Dios que está disponible para ellos hoy.
Se paran en el jardín exterior y nunca entran en el lugar santísimo, en la mismísima presencia de Dios, para disfrutar de un banquete junto a Él, todo porque están atados a cosas externas, materiales y terrenales.
Dejemos a un lado las cargas y el pecado que tan fácilmente nos agreden y corramos la carrera. Si hay algo que le impide entrar, apártelo. No se permita llevar una carga tan grande que no le deje entrar. Dios guardará esas cosas que le confió hasta el día en que vuelva y, luego, lo recompensará abundantemente por lo que dejó en su cuidado.
Hermanos en Cristo, el Reino de Dios está esperando por nosotros. La puerta está abierta y todos pueden entrar. Quiero decir nuevamente que nadie es demasiado débil o frágil. Los que no entran, simplemente, no están dispuestos. No importa cuál sea su estado o su condición, puede arrepentirse hoy, acudir al Padre celestial, y Él lo fortalecerá y le facultará trabajar fielmente hasta que Él llegue.
“Bienaventurado aquel siervo al cual, cuando su señor venga, le halle haciendo así. De cierto os digo que sobre todos sus bienes le pondrá.” (Mt 24:46,47).
Que Dios se apiada de nosotros para que podamos ser obedientes y aquellos a quienes dice: “Bien, buen siervo y fiel [...] entra en el gozo de tu señor” (Mt 25:21).
Me gustaría finalizar este capítulo con algunos versículos que muestran cuán fiel es Dios si nosotros también lo somos, y cuánto ansía Él que entremos en Su Reino celestial.
“Todo vuestro ser, espíritu, alma y cuerpo, sea guardado irreprensible para la venida de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es el que os llama, el cual también lo hará.” (1 Te 5:23,24). “El cual también os confirmará hasta el fin, para que seáis irreprensibles en el día de nuestro Señor Jesucristo. Fiel es Dios”. (1 Co 1:8,9).
Pablo dice: “Y el Señor me librará de toda obra mala, y me preservará para Su reino celestial”. (2 Tim 4:18). “Estando persuadido de esto, que el que comenzó en vosotros la buena obra, la perfeccionará hasta el día de Jesucristo”. (Fil 1:6).
“Y a aquel que es poderoso para guardaros sin caída, y presentaros sin mancha delante de su gloria con gran alegría, al único y sabio Dios, nuestro Salvador, sea gloria y majestad, imperio y potencia, ahora y por todos los siglos. Amén. Amén” (Jds 24,25).