UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”
Escrito por David W. Dyer
El Día del Señor es el séptimo (y último) “día” de 1000 años de este mundo. Comienza con la aparición de Jesucris- to —la “segunda venida”— y termina con la llegada del futuro eterno. El Día del Señor también es el Reino Milenial sobre el cual hemos estado hablando.
Algunos cristianos, sin darse cuenta de que el Día del Se- ñor es un “día” de 1000 años de duración, a menudo se confunden cuando leen versículos relacionados con él. Esperamos que este capítulo ayude a aclarar algunas de esas confusiones.
Al menos una parte de la confusión de las personas sobre el Día del Señor surge del hecho de que, cuando la Biblia menciona el Día del Señor, no solo habla de que Jesús viene en las nubes y Su juicio de los santos, sino que también habla de cómo los cielos y la tierra serán deshechos, se quemarán y pasarán (2 Pe 3:10).
A partir de la lectura de versículos como estos, una perso- na podría creer que el regreso de Jesús es el principio de la eterni- dad. No es así. Al saber que el Día del Señor es un día de 1000 años, desaparece toda la perplejidad. Muchas cosas sucederán durante el Día del Señor y, en este capítulo, investigaremos algunas de las más importantes.
Uno de los primeros eventos que ocurrirán durante el Día del Señor es algo que ya mencionamos: el juicio de los creyentes. Cuando Jesucristo regrese, nos elevaremos para recibirlo en el aire y, luego, volveremos con Él a la Tierra para ayudarlo a establecer Su Reino Milenial.
Después del rapto (el término que algunas personas utilizan para el arrebatamiento al aire de los santos) y antes de que comen- cemos a ejercer nuestra función en el Reino de Cristo, habrá un juicio. Todos compareceremos ante el tribunal de Cristo y le rendi- remos cuentas de las cosas que hemos hecho mientras estábamos en nuestros cuerpos físicos (2 Co 5:10). La palabra “nosotros” aquí debe referirse a los creyentes, ya que es para ellos que se escribió esta epístola.
Este juicio es diferente del juicio final de todas las personas al final del Milenio, que generalmente se denomina “el juicio del gran trono blanco”. Por otro lado, el “tribunal de Cristo” es antes del Milenio e involucra solo a los creyentes. En el primer juicio se evaluará lo que hemos hecho. Este juicio de los creyentes es un elemento esencial del Día del Señor.
Hay muchos aspectos interesantes al respecto que los cris- tianos deben comprender; sin embargo, la mayoría de esos aspec- tos se abordarán en los próximos capítulos. Basta con decir aquí que habrá una evaluación exhaustiva de los creyentes al comienzo del Día del Señor antes de su entrada con Él al Reino Milenial.
EL RAPTO
Permítanme tomarme unos momentos para hablar sobre el rapto que indica el comienzo del Milenio. Este es el evento en el que todos los hijos de Dios son arrebatados de la tierra para recibir al Señor en el aire (1 Tes 4:17). En la descripción de este evento, Je- sús dice que “dondequiera que estuviere el cuerpo muerto, allí se juntarán las águilas [los buitres]” (Mt 24:28). Esta es una referencia a la gran cantidad de buitres que, a menudo, hacen círculos en el aire sobre el cadáver de un animal muerto.
No se ofenda por el uso de Jesús de una analogía sobre bui- tres. No se debe tomar ninguna connotación negativa de esto. Es, simplemente, el mejor ejemplo natural que podría usar y es algo que todos los de Su época podían entender. En la actualidad, esto es algo muy común en muchas partes del mundo.
Cuando aparezca el Señor, todos los creyentes se reunirán con Él. Sin importar dónde estemos, nos elevaremos en el aire y nos reunimos en el lugar donde Él esté. Lo recibiremos “en el aire” y, luego, regresaremos con Él a la tierra.
¿Y adónde vendrá Él? Vendrá a Jerusalén. Sus pies tocarán el Monte de los Olivos, la tierra se abrirá y muchos volarán a esta grieta para buscar protección (Zac 14:4,5). Todos los creyentes serán testigos de este evento.
No solo los creyentes con vida serán arrebatados, sino que, al mismo tiempo, los muertos en Cristo se elevarán de sus tumbas y ascenderán también para recibirlo en el aire. “Porque el Señor mismo con voz de mando, con voz de arcángel, y con trompeta de Dios, descenderá del cielo; y los muertos en Cristo resucitarán primero. Luego nosotros los que vivimos, los que hayamos que- dado, seremos arrebatados juntamente con ellos en las nubes para recibir al Señor en el aire, y así estaremos siempre con el Señor” (1 Tes 4:16,17).
Un amigo mío una vez me compartió una idea interesante sobre esta palabra “recibir”. Dijo que en los tiempos del Nuevo Testamento, cuando un rey victorioso regresaba a su ciudad con su ejército y todos sus cautivos, los habitantes de esa ciudad salían a recibirlo y, luego, regresaban con él para disfrutar de su celebración de victoria.
¡Qué imagen! Esto representa exactamente cómo se producirá el rapto. Ascenderemos para recibirlo en el aire y, luego, regresaremos con Él a la tierra. La razón de ser arrebatados parece ser, principalmente, para reunir a los creyentes en un solo lugar.
Cuando el Señor regrese, seremos arrebatados adonde Él esté, de modo que podamos regresar con Él hacia donde va: la tie- rra de Israel y la ciudad de Jerusalén.
Para evitar confusiones, debemos recordar una cosa: este evento no es el comienzo de la eternidad. Es solo la primera parte del Día del Señor, el día que todos deberíamos esperar con ansias.
Muchos han pensado que el juicio que ocurrirá en ese mo- mento tendrá lugar mientras estamos suspendidos en el aire. Otros han especulado que iremos con el Señor de vuelta al cielo, espera- remos un tiempo y regresaremos con Él, por lo que se necesitarían varias “apariciones” de Jesucristo al final de la era.
Sin embargo, parece posible que el juicio de los creyentes pueda tener lugar aquí en la Tierra. Una cosa que las escrituras nos dicen claramente es que habrá tal juicio y que estaremos involucra- dos en él. Otra cosa que podemos saber con certeza es que cuando seamos arrebatados, nuestros cuerpos estarán glorificados. Lee- mos, “en un momento, en un abrir y cerrar de ojos, a la final trom- peta; porque se tocará la trompeta, y los muertos serán resucitados incorruptibles, y nosotros seremos transformados” (1 Co 15:52).
¡Qué gloria habrá en ese día! Nuestros cuerpos caídos y viles se volverán celestiales. Los efectos malvados de la caída (la muerte que obra en nuestro cuerpo) se eliminarán por completo. Esta recepción de nuestro cuerpo glorificado es solo el comienzo, un paso preparatorio para nuestra herencia del Reino que Cristo está preparando.
Observe que este versículo nos dice exactamente cuándo se producirá el rapto: “a la final (la última) trompeta”. La mayoría de los cristianos entienden que durante el período de tribulación hay siete trompetas que suenan (consulte Ap 8:2 y siguientes). Para que esta trompeta de la que habla Pablo sea la “última trompeta”, debe sonar necesariamente después de las siete mencionadas en Apoca- lipsis o podría ser la séptima. Ciertamente no podría sonar antes, ya que entonces no podía ser la “última” trompeta. Esto ubicaría el tiempo del rapto al final del período de la tribulación, o al menos cerca del final.
Otro pasaje que arroja luz sobre el momento en que ocu- rre este evento es Mateo 24:29-31, donde leemos: “inmediatamente después de la tribulación de aquellos días [...] Y enviará sus ángeles con gran voz de trompeta, y juntarán a sus escogidos, de los cuatro vientos...”.
Aunque hay algunos que insistirían en que “escogidos” se refiere a los judíos y no a los cristianos, esta idea no encaja con las profecías del Antiguo Testamento que indican que las personas de la tierra (no los ángeles) traerán a los judíos de vuelta a Israel des- pués del regreso del Señor (Is 49:22). Además, a menudo se hace referencia a los creyentes como los “escogidos de Dios” (Ro 8:33, Col 3:12, Lc 18:7).
En realidad, el tiempo del rapto no es el tema central de este libro. Tampoco debería ser un punto controversial. Simple- mente ofrezco estos pensamientos para que el lector los contemple y forme sus propias conclusiones. Por lo tanto, no deje que esto lo distraiga del contenido del resto del libro. El tiempo del rapto tiene muy poca relevancia para el resto de este mensaje.
EL DÍA DE REPOSO
Muchos de ustedes conocen de memoria el fragmento de las escrituras que dice: “Porque en seis días hizo Jehová los cielos y la tierra, el mar, y todas las cosas que en ellos hay, y reposó en el séptimo día” (Éx 20:11). Este séptimo día es el día de reposo que para nosotros equivale al sábado. Es el día de reposo del Señor. No solo fue el reposo inicial de Dios, sino que también presagia un día más de reposo, el Día del Señor.
El Reino Milenial es el séptimo día de 1000 años, el cual también es un momento de descanso para Dios y Su pueblo. Aun- que no es el reposo final ni el reposo completo que será eterno, aún es un reposo parcial que Dios tendrá; y nosotros, el pueblo de Dios, lo disfrutaremos con Él.
En los capítulos 3 y 4 de Hebreos, el escritor menciona este reposo de Dios que vendrá, y exhorta a sus lectores a trabajar para entrar en él, de modo que ninguno parezca no haberlo alcanzado (Heb 4:1). Podría ser útil para cada lector hacer una pausa aquí y leer estos dos capítulos (Hebreos 3 y 4) para ver cómo esta idea encaja en su contexto.
El día de reposo no solo es un presagio del reposo que ten- dremos con Dios en el Milenio, también es un tipo de reposo que ahora podemos tener en Jesucristo.
Hoy, espiritualmente, podemos entrar al reposo de Dios a través de Él. Podemos descansar de nuestras propias labores como Dios descansó de las Suyas. De hecho, esta es una clave infalible para una verdadera experiencia cristiana. Debemos aprender a de- jar de trabajar, es decir, hacer lo que queremos hacer por nosotros mismos, para nosotros mismos y con nuestra propia energía, y reposar en Dios. No me malinterprete, este reposo no implica que no hagamos nada. Es solo el cese de hacer cosas con los esfuerzos y la energía propios.
Cuando los fariseos desafiaron a Jesús por no cumplir el día de reposo, Él dijo: “Mi Padre hasta ahora trabaja, y yo trabajo” (Jn 5:17). A pesar de que Dios descansó de Sus labores después de haber creado los cielos y la tierra, Jesús nos dice que todavía está trabajando. Todavía está haciendo algo para cumplir Sus propósi- tos. La razón por la que Dios sigue trabajando es que Su enemigo, el diablo, corrompió lo que Él hizo originalmente y surgió la nece- sidad de que hiciera algo más para cumplir Sus planes.
Sí, Jesucristo está trabajando hoy y debemos estar traba- jando con Él. Debemos hacer “... buenas obras, las cuales Dios pre- paró de antemano para que anduviésemos en ellas” (Ef 2:10). Sin embargo, tal trabajo también puede ser reposar.
Si Lo respetamos y confiamos en Su fuerza para hacer Su voluntad, encontraremos paz. Nos explica que Su yugo es fácil, y ligera Su carga, y que hallaremos descanso en hacer Su obra (Mt 11:29,30).
Cuando notamos que nos estamos esforzando demasiado para servir al Señor —cuando nos damos cuenta de que estamos cansados y agotados—, apenas es una indicación de que no es- tamos experimentando el reposo de Dios. No hemos entrado al reposo sobrenatural disponible para nosotros. Por supuesto que sabemos que este reposo actual está incompleto. Durante el Día del Señor, disfrutaremos de un reposo incluso más profundo y, en la eternidad, un reposo pleno.
Una de las razones por las que podremos descansar duran- te los 1000 años es que Jesucristo vencerá a todos Sus enemigos. En las escrituras leemos que “preciso es que él reine hasta que haya puesto a todos sus enemigos debajo de sus pies” (1 Co 15:25). Este reinado Milenial de Jesucristo es otro aspecto del Día del Señor. En este, Él va a establecer Su legítimo gobierno sobre toda la Tierra.
Todas las personas, las naciones, los animales e incluso la naturaleza misma se someterán ante Él. Leemos que regirá las naciones con vara de hierro (Ap 2:27). También se nos dice que los leones comerán paja como buey, y los niños estarán seguros alrededor de bestias ponzoñosas (Is 11:6-8). Suena a que toda la naturaleza cambiará y ahora estará en paz.
El último enemigo que será destruido será la muerte. Al final del Milenio, el Hijo victorioso entregará a Dios Padre el Reino que habrá sometido para Sí mismo, de modo que Dios tenga el completo dominio sobre todo lo que ha creado (1 Co 15:24-28).
Durante el reinado de Cristo, todas las cosas se corregirán. Detendrá la injusticia, eliminará el problema de la contaminación y no habrá más guerra (Mi 4:3). Todos los delitos cometidos se castigarán de una manera justa y equitativa que solo Dios podría administrar. Las tantas cosas de nuestro mundo malvado actual, las cuales tanto nos desconciertan y afligen, se corregirán cuando Jesús regrese. Él gobernará este mundo perfectamente.
Otra cosa que será enormemente beneficiosa para Su co- rrección del desorden de este mundo es que el diablo estará en- cadenado durante 1000 años. Durante este tiempo, estará atado y será echado al abismo (Ap 20:2-3). La influencia de Satanás (su dominio sobre este mundo actual) será eliminada, y Jesucristo to- mará Su lugar legítimo como Rey. Jesús reinará y establecerá Su Reino sobre los pueblos y las naciones de la Tierra.
Lamentablemente, este gobierno de Jesucristo será, en mu- chos casos, solo una subyugación aparente, pues los corazones que Él gobierna no estarán sometidos por completo a Él, sino solo en apariencia. Cuando el diablo sea desatado nuevamente por un bre- ve período al final del reinado de 1000 años, todas las naciones lo seguirán en una rebelión contra el Señor (Ap 20:7-9). Reunirán un ejército y rodearán a la ciudad santa para luchar contra Él y Sus santos. Esta insurrección terminará cuando caiga fuego del cielo y los consuma (Ap 20:9). Este trágico episodio ilustra gráficamente un hecho importante. El reinado Milenial no llegará a los corazo- nes de todos los hombres. Aunque toda la Tierra estará sometida a Jesús de manera externa, es decir, en apariencia, internamente, la naturaleza malvada del hombre caído seguirá viviendo. La natura- leza pecaminosa que heredaron de Adán seguirá estando presente.
Aunque, en el exterior, puede haber rectitud con la desa- parición de las manifestaciones visibles del pecado, los corazones de los hombres no cambiarán a menos que tengan una experiencia personal y real con Dios. Sin este ingrediente esencial, todos los pecados internos, como la codicia, la avaricia, la lujuria y el odio, las cosas que no siempre se pueden ver en el exterior, seguirán estando activas en los corazones de estas personas que habitan la Tierra durante el reinado de Cristo.
¡Cuán bendecidos estamos hoy por tener la oportunidad de conocer a Jesús personalmente, de que Su vida esté dentro de nuestro ser y de que nos limpie desde adentro hacia afuera! A través del Espíritu que mora en nosotros, Él puede purificar nuestras vidas de la naturaleza tan pecaminosa que nos hace hacer cosas inmorales.
Puede salvarnos completamente de todo el mal que hay en nuestros corazones. Nosotros, los cristianos, no solo podemos dejar de hacer esas acciones pecaminosas externas, sino que tam- bién podemos cambiar internamente para ser como Jesús. ¡Qué salvación! Otro aspecto del reinado de Jesucristo de 1000 años es que es el cumplimiento de la promesa de Dios al rey David: nunca faltaría alguien de su linaje que se sentara en su trono. A David, el rey de Israel, se le prometió que uno de sus descendientes reinaría en su lugar para siempre (2 Sam 7:12,13). ¡Este descendiente es el “Príncipe de Paz”! Su Reino no tendrá límite (Is 9:6,7). Lo que Dios le prometió a David, Dios lo cumplirá y seremos parte de ello.
El reino de Cristo también es el cumplimiento de la prome- sa de Dios a Abraham de que su descendencia heredaría la tierra de Israel y la poseería para siempre (Gén 17:8). Cuando Jesucristo regrese, reunirá a todos los judíos de las naciones donde están es- parcidos (cada uno de ellos), y los llevará de vuelta a la tierra de Israel (Ez 39:28).
Después de esto, Jesús, según el capítulo 48 de Ezequiel, redistribuirá esta tierra entre las doce tribus. Estos versículos en Ezequiel son lecturas muy interesantes y detallan la división de la tierra minuciosamente. También se menciona aquí el hecho de que habrá una franja de tierra que va del este al oeste llamada la tierra del Príncipe (Ez 48:21,22). Puede ser que en esta tierra el pueblo de Dios esté morando.
Desde la ciudad de Dios, llamada en ese tiempo “Jeho- vá-sama” (Jehová allí), Él estará reinando (Ez 48:35). La simiente de Abraham, los judíos según el linaje terrenal, heredará la tierra que Dios prometió. Aquellos que sean “la simiente de la fe”, los creyentes judíos y gentiles del Nuevo Testamento, reinarán sobre la Tierra con Él. Este es el cumplimiento literal de las promesas de Dios una vez más.
Por supuesto, no sabemos exactamente qué forma tendrá nuestro reinado con Cristo. Sin embargo, una cosa que sí sabemos es que estaremos en nuestros cuerpos glorificados, que son cuer- pos como el que Jesucristo ha tenido después de Su resurrección. Este cuerpo no se limita al tiempo ni al espacio.
En la Biblia, se registra que Jesús atravesó paredes y apa- rentemente podía aparecer donde quisiera. Sin duda, nuestros nuevos cuerpos tendrán estas mismas capacidades. Por lo tanto, durante el reinado Milenial, nuestras capacidades probablemente no se limitarán en relación con el tiempo y el espacio.
Las escrituras no establecen específicamente si nuestra pre- sencia y nuestro reinado durante este tiempo es algo que notarán por completo los habitantes de la Tierra. Aunque podemos ser visi- bles para ellos y podrían conocernos, es igualmente posible que no estemos en todo momento. En la actualidad, existen gobernantes espirituales de este mundo liderados por el diablo que los hombres no ven, pero que, sin embargo, ejercen una influencia completa so- bre ellos. La función de los creyentes en el Reino venidero podría ser similar a esto. Otra posibilidad es que funcionen de manera similar a los jueces del Antiguo Testamento (ver Mt 19:28). Aunque es imposible formar conclusiones definitivas, sabemos con certeza que reinaremos con Jesucristo en esta Tierra (Ap 5:10).
Los pueblos de la Tierra sobre los que reinarán los que es- tán con Él son los descendientes de los hombres y las mujeres que sobrevivan a los juicios de Dios. Durante el período que se deno- mina como la “gran tribulación”, una gran parte de la población mundial será destruida por diversas plagas y juicios de Dios. Ade- más, en la Batalla de Armagedón (que tendrá lugar justo antes del regreso de Jesucristo), literalmente millones de soldados morirán.
Es posible que solo dos o tres por ciento de las personas del mundo sobrevivan hasta el final. La Biblia describe la cantidad de personas en la tierra después de este tiempo como rebuscos en un árbol de oliva que han sacudido (un método para cosechar aceitunas) y como una vid después de que le han sacado el fruto (Is 17:6; 24:13).
Al cosechar, nadie deja la fruta que se alcanza fácilmente. Solo las pocas aceitunas que no están maduras son las que no se caen después de agitar el árbol. Además, solo esos pocos racimos pequeños de uvas escondidos detrás de algunas hojas son aquellos que los cosechadores no encuentran, entonces permanecen en la vid. Esto podría llevarnos a un cálculo aproximado de dos o tres por ciento de las personas en la tierra que sobrevivirán al próximo período de juicio.
Ya que el mundo de hoy tiene más de 7000 millones de habitantes, entonces se podría especular que, si el 10 % sobrevi- ve, quedarían 700 millones. Si sobrevive del dos al tres por cien- to, quedarían solamente entre 130 y 210 millones. Es probable que estas se dispersen por todo el mundo de manera individual o en pequeños grupos de personas.
Para respaldar aún más la cantidad reducida, leemos que un ser humano será tan escaso como el oro y que un ser humano de sexo masculino será tan escaso como el “oro de Ofir” (Is 13:12).
En otras palabras, durante la primera parte del Milenio, los habitantes de la tierra no serán muchos. Pero mil años es mucho tiempo y estos hombres, sin duda, se multiplicarán. Sin guerras, con pocas enfermedades, si las hubiera, y sin varias otras calami- dades naturales, aumentarán velozmente y la tierra se llenará rá- pido de nuevo.
En este proceso, el hecho de que los hombres vivirán mu- cho más tiempo será de ayuda, algo similar a la cantidad de tiempo que vivían las personas antes del diluvio.
Se nos dice que vivirán tanto como los árboles, que pueden vivir aproximadamente 600-900 años (Is 65:22). Además, leemos que alguien que muere a los cien años de edad será considerado un niño (Is 65:20).
EL BANQUETE DE BODAS
No solo es el Día del Señor de 1000 años el día del juicio para los creyentes, un día de juicio para los no creyentes que se opongan a Él en la batalla de Armagedón, el séptimo día, el día de reposo y el día de restauración del Reino de Dios, sino también es el día de la boda del Señor.
Quizás muchos de ustedes han escuchado o leído acerca del banquete de bodas que se está preparando. El concepto gene- ral entre los cristianos parece ser que cuando el Señor regrese y nos encontremos con Él, todos se sentarán rápidamente alrededor de una mesa grande y comerán un formidable banquete. Quizás habrá pavo o jamón o algo así (bueno, probablemente no jamón) y, luego, todos nos apresuraremos de vuelta a la Tierra para esta- blecer el Reino.
Algunas personas creen que este festín se producirá en unos pocos días. Otros conjeturan que tomará semanas o, incluso, entre tres años y medio y siete años.
Pero, consideremos por un momento que este es el festín de bodas del Hijo de Dios. No es un evento pequeño o poco im- portante. Esta será la boda más significativa, supremamente santa y espectacular que haya tenido lugar en todo el universo. Este no será un festín de varios días o, incluso, de siete años. No habrá ninguna prisa en el festín de bodas de Dios.
Este festín se llevará a cabo durante 1000 años porque el Día del Señor también es el día de la boda del Señor, y es durante este “día” que estaremos festejando con un banquete. Jesús dijo: “Yo, pues, os asigno un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, para que comáis y bebáis a mi mesa en mi reino (Lc 22:29,30).
Otro versículo que respalda esta idea se encuentra en Ma- teo 8:11, donde leemos: “Y os digo que vendrán muchos del orien- te y del occidente, y se sentarán con Abraham e Isaac y Jacob en el reino de los cielos”. Esta frase, “se sentarán”, significa literalmente “reclinarse” y habla sobre cómo los judíos en la época de Jesús se reclinaban cuando comían y celebraban un banquete juntos (con- sulte también Jn 13:25).
En tiempos bíblicos, parece que la manera en que la gente celebraba una boda era dar un gran banquete e invitar a todos sus amigos y familiares. Comenzaban en algún momento del día, qui- zás en la mañana, y empezaban a comer, beber y disfrutar. Todos los invitados la pasaban bien con sus parejas y familiares.
Celebraban el banquete durante todo el día hasta la noche, cuando el novio y la novia se iban para consumar el matrimonio. Así es exactamente como será el día de la boda del Señor.
Sabemos por las escrituras que la boda, el matrimonio del cordero, ocurre al final del Milenio (Ap 21:9-27). Ahí es cuando se consume el matrimonio de Jesucristo y Su santa novia. No será po- sible que la gente se coma las cosas de un bocado, salga corriendo para ir a reinar con Cristo 1000 años y solo entonces participe en la boda. No, la cena del matrimonio de Jesucristo durará 1000 años. Nuestro reinado con Cristo, nuestro descanso con Cristo y nuestro banquete con Cristo son todos, simplemente, aspectos diferentes del mismo período. Este es el Reino Milenial.
En el libro de Apocalipsis, en las cartas a las siete iglesias, Jesús no solo habla de cómo nos sentaremos con Él en Su trono (reinado) (Ap 3:21) y regiremos las naciones con una vara de hierro (gobierno) (Ap 2:27), sino que Él también promete que comeremos el maná oculto y del árbol de la vida (banquete) (Ap 2:7,17). Estos versículos representan para nosotros tres de los aspectos del Reino en el que estaremos entrando.
Durante el reinado de 1000 años de Cristo, estaremos dis- frutando un banquete. Estaremos en un banquete con Jesucristo y estaremos en un banquete en Jesucristo. Les explicó a Sus discípu- los que Él es el pan de vida que descendió del cielo. Él es nuestro banquete. Ciertamente, en ese momento no necesitaremos pavo, pan o vino para sustentarnos. Nuestro deseo serán los elementos sobrenaturales de la vida divina de Jesucristo.
Hoy tenemos una muestra de esto. Ese día tendremos un bocado pleno. El nuevo vino abundará y el maná celestial se difun- dirá por todas partes. Ninguna de las personas escogidas por Dios tendrá hambre. Entonces, podremos disfrutar de un banquete en Jesucristo y estar plenamente satisfechos.
Por supuesto, es una buena idea preparar nuestros ape- titos. No hay duda en mi mente de que nuestra capacidad para disfrutar a Dios en ese día dependerá en gran medida de cómo desarrollamos esa capacidad ahora mismo.
Si aprendemos a alimentarnos del Señor, de las escrituras y mediante la oración, y a tener momentos íntimos todos los días con Él en Su presencia, creo que nuestro disfrute de Él durante el reinado Milenial se ampliará en gran medida.
Diría que vale la pena que nos preparemos de esta manera. No solo seremos recompensados hoy por nuestros esfuerzos, sino que también seremos recompensados en gran medida en la era que vendrá.