Ministerio Grano de Trigo

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Venga Tu Reino


Los dos "reinos"

UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión



Capítulo 2
Los dos "reinos"

Antes de continuar avanzando en este libro, debe acla- rarse algo, para que los lectores entiendan bien el mensaje: el “Rei- no de los Cielos” no es lo mismo que “el cielo”. Permítanme decirlo nuevamente: cuando en el Nuevo Testamento se usa la expresión “el Reino de los Cielos”, no se refiere al “cielo” en sí. En lugar de esto, se refiere al Reino Milenial del que hemos estado hablando.

Es fácil cometer tal error si no leemos la Biblia con aten- ción. Dado que muchos creyentes han escuchado una enorme can- tidad de enseñanzas y predicaciones sobre el cielo como nuestro destino, es fácil leer sobre el “Reino de los Cielos” y pensar auto- máticamente en “el cielo”.

Sin embargo, como veremos en este libro, esta expresión tiene un significado diferente y muy importante.

Quizás, el elemento de confusión en la expresión “el Reino de los Cielos” es el complemento “de los cielos”. Lo que esta ex- presión realmente significa es que el Reino terrenal venidero tiene su origen en el cielo, es decir, que es celestial en su naturaleza y contenido.

Pero es un Reino del cielo, no en el cielo. No es el cielo sobre el que la Biblia habla en otros lugares.

Dios reina con supremacía en el cielo. El cielo es el lugar de Su autoridad, el punto desde el cual Él gobierna todo el universo. Las palabras “de los cielos”, entonces, se refieren al origen de ese Reino sobre el cual Jesús testificó. Es el lugar de donde viene el Reino, no el destino al que vamos.

Una vez más, la oración que Él les enseñó a los discípulos muestra claramente a qué se refiere: “Venga tu Reino [...] así en la tierra como en el cielo” (Mt 6:10). La oración de Jesús era para que el Reino celestial del Padre se manifestara totalmente en la Tierra. Entonces, vemos que, aunque el Reino de los Cielos es celestial en origen y carácter, no es lo mismo que “cielo”.

Es interesante notar que, de todos los escritores del Nuevo Testamento, solo Mateo usa la expresión “El Reino de los Cielos”. Todos los demás escritores usan “El Reino de Dios”. Comparando los cuatro evangelios, cuando los escritores están citando las mis- mas parábolas de Jesús, Mateo usa “El Reino de los Cielos”, y los otros tres dicen “El Reino de Dios”. Esto nos muestra que estos términos se usan indistintamente en la Palabra inspirada. No hay diferencia entre ellos. Tal observación también refuerza la idea de que el “Reino de los Cielos” no es el “cielo”, sino el Reino de Dios, que vendrá a esta Tierra cuando Jesús regrese.

La importancia de la distinción entre “Reino de los Cielos” y “cielo” aparece cuando leemos las parábolas en las que Jesús en- señó acerca de ese Reino. Si aplicamos las “parábolas del Reino” al “cielo”, entonces podemos llegar a cierta confusión e incluso a ideas equivocadas. Pero cuando las aplicamos correctamente al Reino terrenal venidero de Jesucristo, la verdad de Dios se vuelve mucho más clara. Esto es exactamente lo que haremos en los próxi- mos capítulos de este libro.

El pueblo judío que estaba escuchando las enseñanzas de Jesús no tuvo ningún problema en entender que se estaba refi- riendo a un Reino terrenal. Al contrario, muchos de ellos tenían dificultades para imaginar los aspectos espirituales de ese Reino. Durante siglos, habían esperado al Rey Mesías que los libraría de la esclavitud. Conocían muy bien la profecía de las Escrituras, que Uno vendría a sentarse en el Trono de David para reinar sobre ellos (Is 9:7). Cuando Herodes preguntó a los escribas sobre el lu- gar de nacimiento del Mesías, sabían la ubicación exacta.

La venida de un Rey para establecer un Reino terrenal no era un secreto para ellos. Era exactamente lo que esperaban. Lo que no entendieron es que la profecía de la venida de Jesús consistía en dos eventos. Hubo una primera venida, y habrá una segunda, la que todos los verdaderos creyentes están esperando. Es en esta segunda venida que Él establecerá Su Reino físico y terrenal.

DOS ASPECTOS DEL REINO

Lo que los judíos no entendieron entonces, pero que ahora sabemos, es que estas dos venidas de Cristo corresponden a los dos aspectos del Reino de Dios. Primero, está la experiencia espiri- tual actual del Reino, en la que los cristianos pueden entrar; y, en segundo lugar, está la manifestación exterior venidera del Reino en esta Tierra.

En la actualidad, podemos experimentar el Reino espiri- tualmente y, algún día, muy pronto, vendrá físicamente a la Tierra. Por un lado, refiriéndose al primero, Jesús dijo: “Mi Reino no es de este mundo” (Jn 18:36). Pero, por otro lado, las Escrituras dicen: “Los reinos del mundo han venido a ser de nuestro Señor y de su Cristo...” (Ap 11:15).

Aunque el aspecto espiritual del Reino, anunciado en la primera venida de Cristo, y su manifestación visible, que comen- zará con la segunda venida, están separados por dos mil años, tie- nen mucho en común. De hecho, son inseparables y están comple- tamente interrelacionados.

Para transmitir una comprensión clara de estas dos facetas del Reino de Dios, puede ser necesario hablar primero sobre lo que es un reino. Un reino es un área geográfica determinada, que está gobernada por un rey. Un reino es también un grupo de personas que están sujetas a la voluntad y las órdenes de un rey en particu- lar. Las dos definiciones encajan exactamente con los dos aspectos del reino de los que hemos estado hablando.

Con su primera venida, Cristo unió a un pueblo en torno a Él. Con la segunda, establecerá Su soberanía legítima sobre este mundo. Su primer advenimiento introdujo la declaración de Su señorío sobre los corazones y las vidas de los hombres dispuestos a someterse a Él; y el segundo introducirá la afirmación de Su rei- nado sobre todos los habitantes de la Tierra.

Hoy en día, en la mayoría de los países, la gente presenta cierto problema para entender el concepto de “rey”. Hay muy po- cos gobernantes en la actualidad que afirman ser reyes, y los que lo hacen (excepto, quizás, en el Medio Oriente) ejercen actualmente muy poca autoridad. La idea de inclinarse frente a alguien y ser obediente a su más mínimo deseo es ajena y hasta repulsiva para nosotros.

La simple idea de no tener el control de sus propias vi- das ni siquiera entra en la cabeza de muchos hombres. Nosotros, especialmente en el “Occidente”, estamos acostumbrados a la “li- bertad”, y cualquier “rey” que se presente tendrá cierta dificultad para imponernos su influencia. ¡Qué triste! Tal es la situación ac- tual con Jesucristo y gran parte de Su Iglesia. Nosotros, Su pueblo, le pertenecemos legítimamente, pero estamos muy poco someti- dos a Su autoridad.

Una palabra que quizás describa mejor lo que la palabra bíblica “rey” debería significar para nosotros es la palabra “dicta- dor”. Esta es una palabra que puede entenderse en nuestro mun- do. Nos lleva a la idea de un hombre que ejerce un poder absoluto. Su palabra es la ley y nadie se atreve a desobedecer. Esto es lo que la Biblia realmente quiere decir cuando usa la palabra “rey” (la palabra “señor”, por cierto, tiene un significado similar). Aunque “dictador” puede traernos la idea de severidad o crueldad, dife- rente a lo que nuestro Rey Jesús es, el concepto de poder y auto- ridad absoluto es exactamente acertado. Dios hizo a este mismo Jesús, que fue crucificado, Rey y Señor. De hecho, Él es el Rey de reyes y el Señor de señores (Ap 19:16). Es a Él a quien nos debemos someter y es a Él a quien debemos obedecer.

Una excepción es esta Tierra y la mayoría de las personas que viven en ella. La Biblia nos enseña que este mundo está ac- tualmente en manos del diablo, que es el príncipe sobre él y sobre sus habitantes (Jn 14:30). Aunque Jesús lo derrotó en la cruz, esta victoria aún no se ha manifestado plenamente. Dios está ahora en el proceso de establecer Su autoridad legítima sobre este mundo. Cuando Jesús regrese, el diablo será encadenado por mil años (Ap 20:1-3), y Jesús reinará con supremacía sobre toda la Tierra.

Conforme a lo mencionado anteriormente, el primer lugar sobre el cual Él está comenzando a reinar y donde está trabajando hoy es en los corazones y en las vidas de los hombres y las muje- res. A través de los eventos de Su primer advenimiento, Jesucristo demostró Su derecho a trasladar a las personas de este reino de tinieblas a Su propio reino de luz. Él redimió a la humanidad con Su propia sangre preciosa y nos compró para Su propia posesión. ¡Ahora somos legítimamente Suyos!

Si bien alguna vez fuimos obedientes al malvado soberano de esta era, ahora ya no necesitamos someternos a él. Jesús nos liberó. Aunque éramos de Dios, porque Él nos hizo, Satanás usur- pó esa autoridad en el Jardín del Edén a través de la tentación de Adán y Eva. Ahora, Jesucristo está en el proceso de recuperarnos de esta caída y restaurar Su reinado sobre Su pueblo. ¡Aleluya!

NUESTRA VOLUNTAD ES ESENCIAL

Sin embargo, hay un aspecto muy interesante del Reino de Cristo al que debemos prestar mucha atención. Jesús solo reinará sobre aquellos que estén dispuestos a someterse a Su reinado. Él será Rey solo para aquellos que quieren que Él sea Rey.

Cuando Él vino en persona a los judíos, en Israel, la ma- yoría lo rechazó. En un momento, sus líderes (que se suponía que estaban esperando al Mesías) declararon: “No tenemos más rey que César” (Jn 19:15). Y todavía sigue siendo así en la actualidad. Podemos aceptar o rechazar la soberanía de Jesucristo. Pero llegará el día en que esta opción expirará. Cuando Jesucristo regrese, las Escrituras nos dicen que toda rodilla se doblará y toda lengua con- fesará que Jesucristo es el Señor (Flp 2:10,11).

En esta ocasión, Él subyugará poderosamente a toda la Tierra y también subyugará a todos sus habitantes para Sí mismo (Lc 19:27).

Hoy en día, en los círculos evangélicos, una persona puede escuchar a muchos predicando sobre “aceptar a Jesús”, “confiar en Jesús” o “pedirle a Jesús que entre en su vida”. Estas cosas son verdaderas, correctas y buenas. No obstante, esta no es la historia completa. Lo que parece faltar en este tipo de predicación es que cuando recibimos a Jesús, lo recibimos por lo que Él es: Rey y Se- ñor. Cuando los primeros discípulos predicaban, predicaban sobre el “Señor” Jesucristo.

Proclamaban a un Cristo que deseaba una fidelidad total, que pedía un compromiso total para el resto de sus vidas y que requería una separación de todo lo que no encajaba en Su reino. Por eso vieron resultados tan maravillosos.

Esos predicadores no enfatizaban lo que Cristo podía hacer por la gente, pero sí anunciaban cuál era la responsabilidad del pueblo hacia Dios. Sabían quién era Jesús. Él era el Rey prometido desde hace mucho tiempo, y ellos fueron lo suficientemente sabios como para someterse por completo a Él. ¡Cómo nos ayudaría una buena dosis de ese tipo de predicación en la actualidad! ¡Cuánto necesitamos seguir su ejemplo!

Esta es una explicación de por qué hoy tenemos tantos conversos al cristianismo que son indiferentes y poco sinceros. Les decimos cosas como: “Si aceptas a Jesús, Él te hará feliz, te hará sentir bien y te ayudará en tu vida”. Jesús, en cambio, predicó: “Arrepentíos (cambien su forma de pensar y acepten lo que Dios dice acerca de sus pecados), porque el Reino de los Cielos se ha acercado” (Mt 4:17).

Podríamos salvar a la gente de este problema con facili- dad tan solo diciéndoles la verdad desde el principio. Digámosles francamente que ni siquiera deberían comenzar a construir una torre sin antes sentarse a hacer todos los cálculos de los costos.

Me temo que estamos simplificando demasiado el evange- lio para obtener “un gran número” de “salvos”, cuando, en reali- dad, no estamos haciendo nada, ni por Dios ni por ellos. También es sencillo inmunizar a los conversos con el cristianismo fácil, ha- ciéndoles mucho más difícil entender la verdad más adelante.

El evangelio del Reino es el evangelio que predicó Jesús. Debemos arrepentirnos, porque existe y se ha anunciado un Reino espiritual en el que Dios debe tener control absoluto sobre cada aspecto de nuestra vida. Debe gobernar nuestras mentes, nuestras emociones y nuestra voluntad. Nuestros cuerpos deben ser Suyos para ser usados para promover Sus planes y propósitos. Nuestro dinero, nuestro futuro, nuestras esperanzas y nuestros sueños, todas estas cosas tienen que estar completamente sometidas a la autoridad de nuestro Rey.

Además, hay una manifestación externa y terrenal de este Reino que pronto vendrá a esta Tierra en la que podemos parti- cipar si estamos dispuestos. En realidad, no hay otro evangelio. Aunque generalmente se escuchan otros aspectos, esto es lo que de verdad enseña la Biblia.

El Reino de Dios actual es un Reino interior y espiritual. Es un Reino que no tiene una apariencia visible (Lc 17:20,21). Esto sig- nifica que aún no se ha manifestado externamente. La sujeción del corazón de un hombre a Jesucristo es algo oculto. Para entrar en ese Reino, que es de naturaleza espiritual, primero se requiere un nuevo nacimiento espiritual. Así como nacemos físicamente para entrar en este mundo, también necesitamos nacer de nuevo, del Espíritu de Dios, para entrar en el Reino espiritual de Dios (Jn 3:5).

Este nuevo nacimiento requiere un elemento de sumisión a Dios: para tenerlo, debemos arrepentirnos de nuestros pecados y admitir el derecho de Jesús a la soberanía sobre nuestras vidas. En ese proceso, Él nos limpia de nuestros pecados con Su sangre preciosa y nos hace uno con Dios.

Una vez que ingresamos a la esfera del reinado de Dios sobre nosotros, es esencial que sigamos sometiéndonos a Él si queremos continuar experimentando el presente Reino de Dios. Desafortunadamente, después de entrar en el Reino de Dios, también es posible rebelarnos contra Él más adelante.

Como se mencionó anteriormente, Jesús hoy reina solo sobre aquellos que quieren que Él lo haga. Así como nuestra entrada al Reino depende de nuestra disposición de cumplir con ciertos requisitos, también es crucial que mantengamos esa disposición si hemos de ser Sus súbditos. Dios no obligará a nadie a aceptarlo. Si no queremos que Él sea nuestro Rey, no lo será. Todos debemos elegir.

Me gustaría enfatizar aquí que hay una elección que debemos hacer todos los días, incluso en cada minuto de cada día. Hay una batalla constante. Satanás quiere mantener el control sobre nuestras vidas y mantenernos sumisos a él.

Lamentablemente, todavía hay una naturaleza vieja dentro de nosotros, producto de nuestro primer nacimiento natural, que se alinea con el diablo contra Dios. Pero Jesucristo ha conquistado todo lo que está dentro de nosotros y todo lo que hay en el mundo, que es la esfera del diablo. La nueva vida, con la nueva naturaleza que nació dentro de nosotros, tiene el poder de superar toda oposición. Dentro de nosotros, hay un poder sobrenatural para derrotar a Satanás y su reino.

Sin embargo, el punto esencial es nuestra voluntad. Necesitamos estar completamente dispuestos a someternos a Dios. Si lo estamos, Él nos dará el poder para vencer. Si no estamos dispuestos, ya sea de forma consciente o no, terminaremos siendo siervos del diablo. ¡Cuántos cristianos caen en esto! Pertenecen a Dios, pero en su vida diaria están persiguiendo las cosas de este mundo y su propio placer, y así se vuelven esclavos del soberano de este mundo.

¡Oh, cómo nosotros, los creyentes, necesitamos someternos totalmente, sin reservas, a nuestro justo Señor y Creador! ¡Qué vergüenza es cuando caminamos a nuestro parecer, y qué gloria para Dios cuando queremos vivir en Su Reino y permitimos que sea el Señor de nuestras vidas!

Por tanto, vemos que hay dos aspectos del Reino de Dios. Está la realidad espiritual presente, de la cual podemos ser parte, y está la manifestación terrenal venidera de ella. Como ya se dijo, nuestro papel en el Reino venidero tiene todo que ver con nuestra participación en el actual.

¡No se deje engañar! Nadie que se sirva a sí mismo hoy será recompensado mañana. El Reino de los Cielos, que está por venir, no está separado del que podemos experimentar hoy. En realidad, son lo mismo. Tienen un Rey, un propósito y una realidad. Le suplico que se someta a Dios hoy.

Fin del Capítulo 2

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ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión