Ministerio Grano de Trigo

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Venga Tu Reino


El reino de Dios está entre vosotros

UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión



Capítulo 7
El reino de Dios está entre vosotros

En el capítulo anterior examinamos uno de los propósitos principales de Dios para crear al hombre y ponerlo en la Tierra. Este propósito era establecer Su Reino aquí tras recuperar este planeta del dominio del diablo y restablecerlo bajo Su justa autoridad. También hemos visto que Dios creó al hombre a Su imagen y semejanza y lo puso en la Tierra para que fuera el agente a través del cual lograría este plan.

El hombre fracasó reiteradamente en llevar a cabo la comisión que Dios le confió en el primer capítulo de Génesis. Aparentemente, el diablo tenía la supremacía. Pero a lo largo de esta historia, Dios había prometido una semilla que prevalecería. El cumplimiento de esta promesa se encuentra en Jesucristo. Él era el Hijo de Dios, nació de una mujer, venía de la familia de Israel, de la tribu de Judá y de la semilla del rey David. Es quien Dios prometió que se sentaría en el trono de Su Reino para siempre.

Como Jesús nació de María, una mujer de esta Tierra, era totalmente hombre. Las escrituras dicen que Él mismo participó de carne y sangre (He 2:14). Se convirtió en lo que nosotros somos a fin de transformarnos para ser como Él. Jesús no solo es un hombre completo, sino que también es realmente Dios. En Él, las escrituras dicen que habita corporalmente toda la plenitud de la Deidad (Col 2:9). Este hombre es la encarnación o la personificación de Dios. Juan 1:14 declara: "Y aquel Verbo fue hecho carne, y habitó entre nosotros (y vimos Su gloria, gloria como del unigénito del Padre), lleno de gracia y de verdad".

Este hombre que era Dios, Jesucristo, es el cumplimiento de la promesa de Dios de enviar una semilla de la mujer que heriría la cabeza de la serpiente (Gén 3:15). Esto es exactamente lo que Jesús hizo. Desde Su nacimiento, el hombre Jesucristo fue completamente libre de pecado. Nunca hizo nada que desagradara al Padre (Jn 8:29). Su vida terrenal estuvo en oposición total a todo lo que es el reino del diablo. Nunca participó en maldad de ninguna manera. Su vida fue la manifestación viviente de la rectitud de Dios en esta Tierra, justo en medio del dominio del diablo.

Cómo lo debe haber odiado Satanás. Él era un hombre perfecto. En un momento dijo: "viene el príncipe de este mundo, y él nada tiene en mí" (Jn 14:30). ¡Aleluya! Dios envió a Su hijo y Él se volvió un hombre en quien el diablo no tenía nada: no tenía control, no tenía dominio ni ninguna manera en la que pudiera influir en Él. Qué gloria para Dios y qué victoria sobre el enemigo que un hombre real caminara sobre esta Tierra sin pecado, viviendo en perfecta sumisión a Dios. Nunca se sintió atraído por todo el mal y la corrupción que Satanás tenía para ofrecer.

No piense que Jesús no fue tentado. La ausencia de pecado en Él no fue el resultado de una vida fácil. En el desierto, ayunó durante cuarenta días y cuarenta noches y fue tentado por el diablo. Fue probado en todos los aspectos al igual que nosotros hoy (He 4:15). No escapó de la tentación, la superó. Vivió victoriosamente por encima de ella. No cedió ante la seducción del mal, razón por la cual la Biblia dice que el Padre tiene complacencia en Él (Mt 3:17). Jesús vivió en esta manera perfecta y sin pecado desde Su nacimiento hasta Su muerte en la cruz.

Vale la pena mencionar aquí que Su muerte en la cruz fue el cumplimiento de todos los tipos de sacrificio mencionados en el Antiguo Testamento. Jesús fue el Cordero de Dios que se ofreció, sin manchas ni imperfecciones, por los pecados del mundo. Se suponía que los israelitas debían encontrar un cordero macho perfecto para ofrecerlo a Dios. Pero antes de que se pudiera ofrecer, debían examinarlo cuidadosamente para asegurarse de que no tuviera imperfecciones.

Del mismo modo, Jesús también fue examinado antes de que lo crucificaran. Poncio Pilato y sus soldados lo examinaron a su manera. Lo golpearon, lo escupieron y se burlaron de Él. Probaron todo lo que conocían que podría sacar algún tipo de reacción impía de Él, lo que podría satisfacer sus ansias de ver a alguien colapsar con el maltrato.

Herodes también lo revisó a fondo. Más tarde, Pilatos, después de terminar el examen, dijo: "yo no hallo delito en Él" (Jn 19:4, 19:6). Esto es realmente impresionante. Sin duda, Pilatos dedicó gran parte de su tiempo a tratar con hombres y juzgarlos. Estoy seguro de que muchos tipos de personas diferentes habían pasado frente a su tribunal. Sin embargo, sin duda, no pudo haber dicho esto de ningún otro hombre. Él estaba tan impresionado con este hombre, Jesús, que podía decir sinceramente que no podía encontrar ninguna falla en Él.

Este fue un hombre que superó todo lo que el diablo puso frente a Él. Vivió victorioso. No solo esto, sino que, cuando Jesús se levantó de entre los muertos, superó la herramienta más poderosa que tenía el diablo: la muerte. Superó el pecado durante Su vida y superó la muerte en Su resurrección de la tumba. La muerte no pudo retenerlo.

La fuerza de Satanás fue superada en la vida de resurrección de Jesucristo, el hombre que era Dios. Todo lo que el enemigo y sus fuerzas intentaron fue frustrado. Cuando Jesús se levantó de entre los muertos, mostró abiertamente la derrota de ellos. Él triunfó sobre ellos por completo (Col 2:15).

No había nada, ningún arma que poseyeran, que pudiera impedir que Él cumpliera la voluntad de Dios. Lo glorioso de esto es ver que finalmente un hombre (un hombre divino y santo) cumplió la voluntad de Dios y logró Su plan. En Jesucristo, se cumplió la comisión de Dios. Este fue un paso importante en la materialización del plan de Dios.

EL REINO ENTRE VOSOTROS

Cuando Jesús caminaba por esta Tierra hace casi 2000 años, Él era la manifestación viviente del Reino de Dios. En cada aspecto de Su vida, se sometía completamente al reinado y al gobierno de Dios. Por primera vez desde la creación de Adán, hubo un hombre caminando por la Tierra que satisfacía los requisitos de Dios. Mediante la vida humana de Jesús, el Reino de Dios fue anunciado a los hombres.

Cuando los fariseos le preguntaron dónde estaba Su Reino, les dijo: "porque he aquí el reino de Dios está entre vosotros" (Lc 17:21). Cuando dijo esto, Jesús se refería a Sí mismo. Él era la manifestación única del Reino de Dios. En todo lo que decía o hacía, reflejaba la voluntad del Padre.

En un momento, declaró audazmente: "yo hago siempre lo que le agrada [al Padre]" (Jn 8:29). Esta era una verdadera manifestación del Reino de Dios. Aunque vivía en medio de un ambiente hostil, exteriorizaba a Dios en cada aspecto de Su vida.

Cuando Jesús comenzó Su ministerio, predicó el arrepentimiento para alcanzar el Reino. Dijo: "Arrepentíos, porque el reino de los cielos se ha acercado" (Mt 4:17). Esto significaba que el reinado o la autoridad del cielo se estaba manifestando y que los hombres debían arrepentirse por su participación en el reino de Satanás.

Se les exhortó a que se arrepintieran de las obras que hacían e incluso de los pensamientos que eran contrarios al nuevo y celestial Reino. Dado que el Reino de Dios se había acercado, los hombres debían alejarse del otro reino en el que habían estado participando para hacerse parte del Reino que Dios estaba ofreciendo.

El evangelio del Reino se refiere al evangelio de arrepentimiento para entrar al Reino de Dios. Si deseamos entrar, debemos alejarnos de todo el mal y el pecado del reino del diablo en el que hemos estado viviendo. Debemos cambiar de bando, por decirlo de alguna manera. Dios requiere que desertemos y vengamos al otro lado. Este es el evangelio que Jesús predicó. Es un mensaje absoluto y radical; no es aceptable transigir.

Los dos reinos sobre los que hemos estado hablando (el reino de este mundo y el Reino celestial) están en plena oposición entre sí. No hay un punto medio. Para estar sometidos por completo al Reino de Dios, debemos estar totalmente libres del de Satanás. Esto requiere un profundo y riguroso arrepentimiento en el corazón de cada hombre con respecto a las cosas que estaba haciendo, diciendo y pensando antes de que supiera sobre el Reino de Dios.

Me temo que muchos predicadores cristianos no anuncian este evangelio del Reino. Convertirse en cristiano suele representarse como algo sencillo y que no exige nada más que una simple aceptación de un regalo.

Aunque debemos aceptar el regalo, esto es solo una parte del mensaje. En realidad, hay mucho más que eso. Cuando Jesús y Juan el bautista predicaban, predicaban arrepentimiento para el Reino.

Si de verdad queremos hacer la voluntad de Dios y entrar plenamente en Su Reino, debemos arrepentirnos categóricamente de todo en lo que hemos estado participando que está en Su contra. Arrepentimiento significa que alejamos nuestros corazones de estas cosas y nos proponemos nunca involucrarnos en ellas de nuevo. Significa estar de acuerdo con Dios en que aquellos que practican esas cosas son dignos de muerte. Significa tomar la decisión de abandonar un reino y entrar en otro.

Este evangelio no es fácil de seguir, pero a través de Jesucristo, es totalmente posible para cualquier persona que lo desee. Todos podemos vivir en victoria igual que Jesús.

LA VIDA DE VICTORIA

La razón por la que podemos vivir como Cristo lo hizo es que nos ha dado Su propia vida. La vida eterna que Dios promete dar a través de Su hijo Jesús es Su propia vida divina. Cuando Jesucristo, quien vivía conquistando victoriosamente a Satanás y el pecado, comienza ahora a vivir en nosotros, también podemos vivir como Él lo hizo.

Las escrituras preguntan a aquellos que creen: "¿O no os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?" (2 Co 13:5). Alabado sea Dios, este mismo Jesús, que vivió en esta Tierra apartado del reino del enemigo, ahora habita en nosotros. Jesús les ha dado Su "vida del Reino" a los hombres. Cuando recibimos a Jesucristo, recibimos todo lo que Él es y todo lo que Él logró. Cuando Él viene a nosotros, trae consigo todos Sus atributos, Sus virtudes y Su poder. Mediante el Espíritu Santo, cada creyente puede acceder a la victoria.

Dado que Dios ha derramado Su Espíritu Santo en los hombres de esta Tierra ("el Espíritu de vida en Cristo Jesús", Rom 8:2), ahora hay miles de personas que tienen la vida y el poder de vivir en el Reino de Dios. Ahora, mediante el Espíritu, la vida de victoria de Cristo es fructífera y se multiplica en personas de todo el mundo. Estos hombres y mujeres pueden cumplir la orden original de Dios para superar los poderes del mal en este mundo y vivir según los principios de Dios.

Este poder eterno mora en todos los creyentes. Si tan solo estuvieran dispuestos a arrepentirse, cambiarse de reino, dejar de hacer las obras de la oscuridad y entrar al Reino de la luz, Jesucristo, dentro de ellos, los facultaría para lograrlo. Su vida, Su vida victoriosa, los facultará para vencer.

Esto no es algo que podamos hacer por nuestros propios esfuerzos. No es una victoria que podamos obtener con nuestra propia determinación y fuerza de voluntad. En cambio, es una sumisión de todo nuestro estado a Otro. Si abrimos nuestro corazón para Él, podemos permitir que Su vida divina y vencedora viva a través de nosotros. El secreto de nuestra victoria sobre el pecado y el enemigo no es esforzarse más, sino rendirnos más y más ante Él.

Aquí encontramos el propósito para el cual Jesús vino y murió. Vino a reunir junto con Él un pueblo especial que Le permitiría vivir en ellos y vivir Su vida victoriosa a través de ellos. De esta forma, Lo expresarían y manifestarían Su dominio sobre Su enemigo. Por Su poder, ahora pueden vivir en este mundo hostil y, además, someterse a sí mismos a Su autoridad. Al permitir que Jesucristo los llene y viva a través de ellos, manifiestan la victoria de Cristo y establecen la autoridad de Dios sobre esta Tierra.

Por último, el propósito para el cual se creó al hombre es encontrar la consumación. Todo lo que hace falta ahora es que Dios termine de reunir a todos aquellos que ha elegido y que los prepare para ese día final. Muy pronto seremos arrebatados para reunirnos con Él en los cielos y volver con Él para reinar. Nuestra función es someternos completamente a Él y anunciar este evangelio del Reino en todo el mundo.

La Iglesia es el cuerpo de Cristo. Así como el cuerpo físico de Jesús fue el vehículo a través del cual Él se manifestó hace muchos años, la Iglesia es, hoy, Su manifestación en este mundo. Dado que ha ascendido al Padre, nosotros, Su pueblo, ahora somos el medio a través del cual Él desea manifestarse y lograr Su obra.

Esta palabra, "cuerpo", no es solo una bonita expresión religiosa. Contiene un significado espiritual muy importante. La voluntad de Dios es usar a Su pueblo como instrumento de rectitud y como testimonio de Sí mismo. Esto es un privilegio y una responsabilidad increíble. Debemos representar al Dios invisible del universo ante los habitantes de la Tierra, además de mostrar Su victoria a los anfitriones celestiales.

En la actualidad, a través de Su cuerpo, la Iglesia, Dios está manifestando Su sabiduría y Su plan eterno (Ef 3:10). ¡Cuán en serio debemos tomar esta comisión de Cristo! Es de suma importancia para Él lograr esta obra mediante nosotros; tanto así, de hecho, que murió para poder lograrlo. No es por algo pequeño o intrascendente por lo que nos han llamado. Un día, pronto, cuando comparezcamos ante Su tribunal, seremos llamados para rendir cuentas de nuestra respuesta a esta importante comisión.

Un aspecto muy importante de esta obra es que deberemos anunciar este evangelio a toda criatura (Mc 16:15). Parte de nuestro trabajo como los discípulos de Jesús es predicar, como Él lo hizo, el evangelio del Reino. Su voluntad es que todos los hombres escuchen el mensaje de arrepentimiento y reciban Su nueva vida. Para que esto suceda, debemos cooperar. Debemos estar dispuestos a ir adonde sea que Él nos envíe y difundir las buenas noticias. También debemos "ser fructíferos y multiplicarnos" espiritualmente.

Si estamos dispuestos y somos obedientes, nos facultará para rescatar a hombres y mujeres del Reino de la oscuridad de Satanás y transferirlos a Su propio Reino de luz. Jesucristo volverá pronto y estoy muy seguro de que estará feliz de encontrarlo de pie en la brecha, salvando a otras personas de la ira de Dios y preparándolas para el banquete de bodas.

PREPARAR AL PUEBLO DE DIOS

Esto pone sobre la mesa otro aspecto esencial de la comisión de nuestro Reino. También es nuestra responsabilidad ayudar a Dios a perfeccionar a Su pueblo y prepararlo para Su venida. No solo debemos presentarle el Reino de Cristo, sino que también debemos enseñarle cómo vivir en él. Dios no quiere una colección de bebés espirituales, sino una multitud de santos maduros en quienes pueda morar en íntimo compañerismo para siempre.

Antes de ascender, Él dijo: “Por tanto, id, y haced discípu- los a todas las naciones [...]; enseñándoles que guarden todas las cosas que os he mandado” (Mt 28:19,20). Construir el cuerpo de Cristo no es una responsabilidad secundaria, sino una parte igual de la tarea.

No solo debemos ayudar a traer la materia prima, también se nos exhorta a ayudarlo a moldearlos y convertirlos en lo que Él desea que sean. Debemos estar ayudándonos mutuamente a pre- pararnos para Su venida.

Cabe destacar que no todos los miembros del cuerpo de Jesús tienen la misma función. No se nos llama a todos para hacer lo mismo. Se necesita hacer muchos tipos diferentes de obras. Las escrituras mencionan específicamente en varios lugares que hay varios dones, ministerios y habilidades que el Espíritu da y con los que podemos servir a Dios (1 Co 12:4-12, Rom 12:4).

El mensaje importante no es que todos hagamos el mismo trabajo, sino que todos debemos hacer lo que Jesús nos llama a hacer. Cada uno de nosotros debe servir activamente a Dios de cierta manera. En la actualidad, todos los creyentes debemos vivir bajo la autoridad y la dirección de Jesús si queremos obtener Su aprobación cuando regrese.

Sea cual sea su trabajo o función, debe cumplirlo con toda su energía. Si no sabe qué es, debe buscar el rostro del Señor me- diante la oración y buscar compañerismo con otros creyentes hasta que sepa que está caminando en Su voluntad.

Una razón por la que muchos cristianos tienen dificulta- des para conocer la voluntad de Dios para sus vidas es que tienen muchas otras prioridades antes que servir a Dios. Por ejemplo, pri- mero se educan, se casan, encuentran un buen trabajo, compran una casa y, luego, se preguntan cuál es la voluntad de Dios para sus vidas.

¡No es de extrañar que estén confundidos! Si queremos conocer realmente la voluntad de Dios, debemos estar abiertos a Él en cada área de nuestras vidas. Todas las cosas se deben someter a Él. La medida en que estemos realmente abiertos para Él es la medida en que podremos conocer Su voluntad. Nadie que realmente busque a Dios quedará esperando desconcertado por mucho tiempo. Dios es capaz de dirigir a Su pueblo.

Por supuesto, simplemente estar en un lugar y orar por años puede no traer la respuesta. A veces, para encontrar Su vo- luntad, debemos comenzar a avanzar en la dirección en la que creemos que nos podría estar guiando. A medida que caminamos, tendremos la garantía interior de Su bendición o la convicción de que cometimos un error. ¡Sea audaz! Tome medidas para hacer la obra para la que cree que Jesús lo está llamando. Cometer errores no es fatal, pero si enterrar sus talentos; Él lo desaprobará el día del juicio. “ Dichosos más bien —contestó Jesús— los que oyen la palabra de Dios y la obedecen” (Lc 11:28 NVI).

Una vez que recibimos al Señor, este no es el final. En cam- bio, es el comienzo de un proceso de seguirlo, hacer Su voluntad y expresar Su vida y Su naturaleza al mundo que perece, el cual dura toda la vida. Jesús ha corrido la carrera antes que nosotros, ha superado todo el poder del enemigo y se ha sentado a la diestra de la majestad en lo alto. Ahora nosotros, Su pueblo, nos enfrentamos a la responsabilidad de seguirlo en esta victoria.

Por fe, podemos servirle y lograr Su voluntad en la Tierra. Dado que tenemos Su vida dentro de nosotros, también podemos vivir como Él lo hizo. No existe una excusa aceptable para no vivir hoy en el Reino de Dios y manifestar Su voluntad en la Tierra. El gran y terrible día del Señor está por llegar. ¿Quién podrá estar en pie el día de Su aparición? Le digo que serán aquellos que hayan hecho Su voluntad.

Fin del Capítulo 7

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ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión