Ministerio Grano de Trigo

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Venga Tu Reino


El fracaso del hombre

UNA PUBLICACIÓN DE MINISTERIO “GRANO DE TRIGO”

Escrito por David W. Dyer

ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión



Capítulo 6
El fracaso del hombre

Entonces, se puede postular, como se mostró en el capítulo anterior, que la Tierra original que Dios creó fue corrompida y arruinada por Satanás en su rebelión, y que Dios entonces juzgó y destruyó esa Tierra como consecuencia. Por lo tanto, los primeros capítulos del libro de Génesis podrían entenderse como una historia de cómo Dios restauró y reconstruyó la Tierra.

Esta restauración, como la Tierra original, fue perfecta, ya que también fue obra de Dios. Después del trabajo de cada día de lo que podríamos llamar la "recreación", (a excepción del segundo día), Dios vio "que era bueno en gran manera". Dios estaba satisfecho con Su trabajo cuando terminó (Gén 1:31).

Aunque esto fuera así, todavía había algo mal. En esta hermosa y exuberante Tierra recreada que Dios hizo, estaba la presencia de Su enemigo con todas sus huestes espirituales de maldad. La atmósfera que rodea la Tierra estaba llena de ángeles caídos (Ef 6:12, Col 2:15), y los mares (los abismos o las profundidades) estaban llenos de demonios malvados. Esta fue la situación en la que Dios puso al primer hombre, Adán.

Una vez que nos damos cuenta de cómo Satanás corrompió la Tierra y la llenó de sus fuerzas malvadas, entonces debemos comprender por qué Dios creó al hombre en primer lugar. Por supuesto que sabemos que el hombre fue creado para la satisfacción de Dios, pero aquí en el libro de Génesis vemos un indicio de algo más. Parte de Su plan era recuperar la Tierra por Sí mismo. Sin embargo, antes de profundizar en estas cosas, dediquemos un momento para examinar a este hombre que Dios hizo.

Cuando se creó al hombre, fue hecho a la imagen de Dios y conforme a Su semejanza (Gén 1:26). Ser creado a la imagen de Dios significa que el hombre es internamente como Dios. Y para ser creado conforme a la semejanza de Dios significa que, externa y físicamente, el hombre también se asemeja a Dios.

Para demostrarlo un poco más, comencemos por el interior. Todos los hombres tienen tres habilidades distintivas. Pueden pensar, pueden sentir y pueden decidir. Estas tres capacidades, en general, se conocen como la mente, las emociones y la voluntad.

Es significativo el hecho de que Dios también piensa, siente y decide. De hecho, los pensamientos, los sentimientos y las decisiones de Dios son infinitamente mayores y más fuertes que los que poseemos. Él también tiene una mente, emociones y voluntad. Por lo tanto, es fácil ver que, internamente, el hombre fue hecho a la imagen de Dios. En sus partes internas, la composición del hombre refleja (aunque de manera muy inferior) la composición de su Creador.

El cuerpo de un hombre le da su apariencia exterior. Cuando Dios se reveló durante la historia bíblica a varias personas, incluidas Moisés, Elías y Daniel, Su apariencia era similar a la de un hombre. Esto quiere decir que Lo vieron con piernas, brazos, pies, cuerpo, una cabeza con cara, entre otros.

Por otro lado, no tiene pezuñas, garras, alas, plumas, cuernos, escamas ni varias "caras". Cuando Lo veamos, reconoceremos la forma en la que existe porque el hombre se parece a Dios. La apariencia o la forma externa del hombre debe su origen a la apariencia de Dios.

De hecho, el hombre es la única criatura en todo el universo que tiene este privilegio de asemejarse a Dios interna y externamente. ¡Aleluya! Qué hecho tan glorioso es que hayamos sido diseñados para asemejarnos al mismísimo Dios.

LA COMISIÓN DE DIOS PARA EL HOMBRE

Ahora regresemos a nuestra conversación original: Dios hizo una nueva criatura, el hombre, a Su imagen y conforme a Su semejanza, y lo puso en el Jardín del Edén. Al hacerlo, lo puso justo en el medio de un ambiente hostil lleno de ángeles caídos y demonios. Luego, le encargó lo siguiente: "Fructificad y multiplicaos; llenad la Tierra, y sojuzgadla" (Gén 1:28). (La palabra en hebreo para "sojuzgar" también puede traducirse como "conquistar").

El plan de Dios era que el hombre ejerciera "dominio" (Gen 1:26) sobre este planeta. Aquí vemos que Dios creó a un hombre a Su semejanza, lo puso en medio del territorio del diablo y le encargó conquistarlo, sojuzgarlo y tener dominio sobre este. Al hombre se le asignó la tarea de tener autoridad sobre la Tierra.

Pero espere un momento. Ya había otros seres aquí a los que se les había otorgado autoridad antes de rebelarse. Ya existían otros gobernantes.

Por lo tanto, la aparición de Adán en el Jardín fue un desafío directo al gobierno de Satanás. Fue puesto en la Tierra para enfrentar y superar la autoridad del diablo.

El trabajo del hombre era ser un sustituto. Debía tomar el lugar de los actuales gobernantes malvados. Este fue el comienzo del plan de Dios para recuperar la Tierra, que actualmente es el dominio de Satanás. Dios puso al hombre en la Tierra como Su emisario para recuperar lo que se había perdido durante la rebelión de Satanás.

Como se puede ver, el hombre no fue solo uno de los experimentos de Dios. Dios no lo hizo por puro capricho. Cuando nuestro Creador nos diseñó, Él tenía en mente un propósito y un objetivo muy definidos. La humanidad fue creada para ser el agente a través del cual Dios derrotaría a Su enemigo y recuperaría el territorio perdido.

Para lograr este plan, el hombre, que se asemeja a Dios y que tiene comunión con Él, recibió la comisión de poblar la Tierra con hombres como Él que se sometieran a la autoridad y al gobierno de Dios. Mientras se multiplicaran por la Tierra, Dios podría volver a reclamarla como propia porque estaría llena de criaturas que Lo amarían y obedecerían. ¡Qué victoria tan gloriosa! Pero, como todos sabemos, en ese momento no se suponía que la victoria fuera inmediata.

Satanás, sin duda, entendió al menos parte de lo que Dios estaba haciendo. Probablemente no podía soportar que un ser que se pareciera a Dios habitara su mundo. Debe haberlo molestado hasta la médula ver cómo Adán y Eva vivían y trabajaban sometidos a Dios en su Tierra.

Así que vino y engañó sutilmente a Eva. Ella, a su vez, sedujo a su marido y ambos cayeron. En lugar de vivir para Dios y servirle, se rebelaron contra Dios y se hicieron parte del reino de Satanás. Comieron del árbol del cual Dios les había dicho que no comieran. Sus naturalezas se corrompieron y la muerte comenzó a obrar en ellos.

En ese momento, sufrieron la maldición de Dios y se convirtieron, a todos los efectos, en siervos del reino del mal. Parecía que el plan del Altísimo había fracasado por completo.

Sin embargo, no es fácil frustrar los planes de Dios. No se da por vencido rápidamente. Él tiene el poder de llevar a cabo Sus planes ante una adversidad que parece infranqueable.

Incluso antes de dar inicio a Su plan con la creación de Adán y Eva, Él sabía todo lo que sucedería. La caída del hombre no lo tomó por sorpresa. Aunque el primer hombre, Adán, no pudo cumplir el encargo de Dios de tener dominio sobre la Tierra, Dios le prometió a la mujer una simiente. Y de esta simiente dijo: "esta te herirá en la cabeza" (es decir, la cabeza de la serpiente) (Gén 3:15).

Aunque parecía que el diablo había tenido una victoria, Dios todavía tenía un plan. De una mujer, a través de la raza humana, Dios iba a traer una "simiente" que finalmente podría satisfacer Su deseo, aplastando y derrotando al enemigo. Esta simiente es el hombre Jesucristo, el que triunfó sobre el demonio y exhibió públicamente este triunfo a los principados y a las potestades (Col 2:15).

LA APARENTE VICTORIA DEL DIABLO

Después de la caída, los hombres comenzaron a multiplicarse por la faz de la Tierra. A medida que pasaba el tiempo, Dios encontraba en ocasiones a algún hombre dispuesto a seguirlo, amarlo y servirle. Enoc, el séptimo descendiente de Adán, fue uno de estos hombres. Las escrituras testifican que él caminaba con Dios "y desapareció, porque le llevó Dios" (Gén 5:24).

Sin embargo, a la larga, las multitudes de hombres caídos corrompieron mucho su comportamiento en la Tierra. Caminaban en maldad, lujuria, avaricia y violencia. Practicaban continuamente todas las cosas que Dios aborrece. Estos hombres hacían diariamente lo que el enemigo los llevó a hacer con todos sus malvados deseos.

Esta situación empeoró al punto de que la humanidad se hizo tanto una parte del reino de Satanás y se rebeló tanto contra Dios que participó en cada pecado imaginable. La violencia era desenfrenada. En ese momento, no existía ningún gobierno humano que controlara las pasiones de los hombres y, por lo tanto, se golpeaban o mataban entre sí ante la más mínima provocación.

También hubo evidencia de lujurias sexuales descontroladas. Esta situación llegó a tal extremo que parece que algunos comenzaron a tener relaciones sexuales con los ángeles caídos. En los primeros versículos de Génesis, capítulo 6, leemos acerca de los "hijos de Dios" que tomaron para sí como mujeres a las "hijas de los hombres". Se nos dice que el producto de una unión tan impía fueron los gigantes, los nefilim, una raza de seres que Dios nunca había previsto y no quería en Su Tierra.

Una lectura cuidadosa del capítulo 6 de Génesis hará que este malvado acontecimiento quede innegablemente claro. En esta unión, Dios vio que la imaginación de los corazones de los hombres era perpetuamente malvada. El hombre no solo se rebeló, sino que también contaminó la raza humana con relaciones sexuales ilegales.

Los "hijos de Dios" del capítulo 6 de Génesis deben ser seres angelicales, ya que las escrituras se refieren a ellos de tal manera en otras partes (Job 1:6, 2:1, 38:7, Dn 3:25). De hecho, algunos de los antiguos manuscritos de las escrituras traducen las palabras "hijos de Dios" como "ángeles de Dios" en este pasaje.

Aunque algunos creyentes, ofendidos por la idea, han intentado encontrar otra explicación y enseñaron que estos debían ser los descendientes de Set (es decir, hombres del linaje de aquellos que caminaron con Dios), este no puede ser el caso. Dicha teoría no explica por qué los hijos de estos matrimonios eran gigantes ni por qué Dios consideraba que sus actividades eran tan malvadas. La procreación de hombres normales, especialmente aquellos de ascendencia divina, de hecho, fue una orden de Dios.

Algunos también argumentan en contra de este hecho bastante obvio insistiendo en que los ángeles no se casan (Mt 22:30). Por supuesto, los ángeles no se casan ni procrean entre sí mismos, pero esto no significa que no puedan aparecer en forma física y tener relaciones sexuales con mujeres. Aunque este pecado es extremadamente impactante, la Biblia lo registra como una verdad histórica.

Aunque nos parezca muy perverso el pecado de tener relaciones sexuales con ángeles, y aunque muchos quisiéramos negarlo, es probable que vuelva a ocurrir antes de la segunda venida de Cristo. Jesús nos dice claramente: "Mas como en los días de Noé, así será la venida del Hijo del Hombre" (Mt 24:37).

De hecho, este pecado no se limitó a la época antes del diluvio. La situación en la tierra de Canaán antes de ser ocupada por los israelitas demuestra que este pecado se cometió en otros momentos de la historia. En ese momento, la Tierra también estaba llena de gigantes.

En la época de Noé, la situación en la Tierra había llegado hasta un punto tan terrible que Dios se arrepintió de haber creado al hombre. Miró la Tierra y vio que estaba totalmente corrompida, llena de violencia y actos malvados, cada vez estaba más poblada con seres gigantes que nunca deseó que existieran. Esto afligió tanto Su corazón que Dios decidió destruir la Tierra con todas las criaturas que la habitaban, incluidos los hombres que había hecho a Su imagen. Pero en un hombre, Noé, Dios encontró a alguien que era justo.

Noé caminaba con Dios. Y entonces, Dios decidió salvar a este hombre y a su familia de la destrucción que estaba planificando. Dios le indicó que construyera un arca y que llevara en esta un par de cada animal que no es limpio y siete pares de cada animal limpio. Esta arca debía ser el vehículo mediante el cual todos se salvarían de la segunda inundación de la Tierra.

Es interesante destacar que el arca de Noé, por el cual se cumplió esta salvación, es una alusión profética de nuestro Señor Jesucristo. Al costado del arca se encontraba una puerta por la que todos los que entraran serían elevados por encima del juicio de Dios.

Cuando Jesús murió, también se abrió una abertura en Su costado. Esto también demostró ser un tipo de "puerta" a través de la que podemos entrar en Él y ser salvos. Es a través del costado perforado de Jesucristo, del que brotó sangre y agua, que nos salvamos del inminente juicio de Dios para un nuevo mundo que está por venir.

Aunque Satanás aparentemente ganó una gran victoria al corromper a la humanidad y arruinar de nuevo la Tierra de Dios, Dios encontró a un hombre con quien podría empezar otra vez y comenzar un nuevo mundo para, finalmente, lograr Sus propósitos. Después de que las aguas del diluvio bajaron y el arca llegó a tierra, los descendientes de Noé comenzaron a poblar la Tierra.

Lamentablemente, ellos también fallaron en cuanto a conocer a Dios, amarlo y cumplir lo que Dios le encargó al primer hombre. La maldad y la rebelión de nuevo volvieron a propagarse de forma descontrolada. Hay registros de ejemplos sorprendentes, como el incidente de la Torre del Babel, cuando el hombre decidió que podía controlar su propio destino, básicamente afirmando que era Dios y que podía hacer lo que deseara.

Fue así como el Señor confundió a los hombres cambiando sus idiomas para que no se pudieran entender entre sí y los dispersó por la faz de la Tierra.

La historia de Sodoma y Gomorra proporciona otro ejemplo gráfico de cuánto se pervirtió la humanidad. Aparentemente, Satanás seguía triunfando y el hombre seguía cayendo más en las profundidades del pecado. En ese momento, parece que Dios cambió Su método de trabajo. En lugar de lidiar con la humanidad como un todo, decidió elegir para Sí mismo un pueblo, llamar de entre todos los hombres una raza que fuera especialmente Suya, y sería con este pueblo que Él podría obrar para lograr Sus objetivos originales.

Para este plan, Dios eligió a un hombre de fe, Abraham. Cuando aún no tenía hijos, Dios lo llamó y le prometió que su simiente se multiplicaría y heredaría toda la tierra de Canaán. Dios le dijo que haría de su descendencia una gran nación y que, en él, todas las familias de la Tierra serían bendecidas.

Fue con este grupo selecto de personas que Dios planeó lograr Su deseo original. Los separaría del resto de los habitantes de la Tierra y les enseñaría sobre Sus estatutos y Sus caminos. Les enseñaría sobre Sus leyes y Sus juicios; los haría vencer al diablo y, en su lugar, vivir para Él.

Como probablemente sabe, Dios llevó a cabo esta "fase" de Su plan con los hijos de Israel, los descendientes de Abraham, Isaac y Jacob. Después de que Moisés los guio fuera de Egipto hacia el desierto, Dios comenzó a hablar y a trabajar con ellos para moldearlos en el tipo de personas que Él deseaba.

Allí los probó, los purificó, se les reveló, y fue allí, separados de todo el resto del mundo, que los preparó para ser un pueblo de Su posesión. Después de 40 años de relaciones con Dios, estaban listos para entrar a la tierra que Dios les prometió, tomarla de sus habitantes y establecer un reino de justicia sobre el que el mismo Dios reinaría de forma indisputable.

La historia bíblica nos dice que, con el tiempo, este proyecto también terminó en un aparente fracaso. El pueblo de Israel, después de su entrada en la tierra de Canaán, comenzó a casarse con los pueblos de las otras naciones de esa región, contrario a las órdenes específicas que Dios les había dado.

En consecuencia, comenzaron a practicar sus hábitos malvados. La idolatría, la fornicación, la lujuria y el pecado, de nuevo surgieron en el pueblo de Dios. Una y otra vez, Dios hizo algo para que volvieran a Él. Preparó circunstancias para hacerlos miserables y, luego, exaltó a un líder que los rescataría de la esclavitud en la que estaban cayendo. Una vez más, los salvaría del poder del diablo que estaba invadiendo sus vidas y los reintegraría a Sí mismo.

En un punto de su historia, parecía que la victoria casi se había logrado. Durante el reinado de los reyes David y Salomón, el reino de Israel bajo el gobierno de Dios se había convertido en un testimonio real. Su fama había llegado a los confines de la Tierra y, en gran medida, al menos en apariencia, las personas estaban cumpliendo las órdenes de Dios.

Fue en este momento que Dios, de nuevo, prometió una simiente que llegaría a sentarse en el trono de David y gobernaría de acuerdo con los deseos de Dios para siempre. Esta promesa también se cumplió y se cumplirá en la persona de Jesucristo. Algún día, Él volverá como Rey para dominar toda la Tierra habitada y la someterá en justicia a Dios todopoderoso.

Con el tiempo, este reino de Israel también se deterioró. Surgieron la adoración de ídolos y los pecados de todo tipo, muchos de los reyes posteriores a David y Salomón decidieron no continuar en el camino de Dios. Después de varias pequeñas restauraciones y numerosos fracasos más prominentes, Dios le permitió a Su pueblo ser llevado en cautiverio por parte de Asiria y Babilonia.

Aparentemente, todo se había perdido y el diablo había resultado victorioso de nuevo. El plan de Dios de someter la Tierra para Sí mismo a través de un grupo selecto de personas vencedoras, en teoría, se había frustrado y el diablo reinó. Pero, como todos sabemos, el plan y los propósitos de Dios permanecieron. Él todavía tenía una manera de cumplir todo lo que se proponía lograr.

La gran cantidad de derrotas sufridas por el agente de Dios, la humanidad, servirá a la larga solo para traerle más gloria a Dios, y para mostrar Su poder al cumplir finalmente Su propósito original a través de seres humanos tan débiles y frágiles.

No, Dios no ha sido derrotado ni tampoco lo será. No abandonó Su plan original y ahora, simplemente, pasó al proceso de solo rescatar al hombre de la Tierra. No acepta la derrota, dejarle la Tierra al diablo y solo llevarse al cielo rápidamente a unas pocas almas que Le creen. No, ¡Él va a establecer Su reino, Su autoridad, Su justo reinado aquí en la Tierra!

Todo el territorio que se "perdió" será recuperado. El hombre, que originalmente tenía encargado este trabajo de recuperación, tendrá, a través del poder de Jesucristo, la victoria sobre Satanás. Se cumplirá con el encargo que Él le dio al primer hombre, Adán. Su pueblo, con Cristo a la cabeza, TENDRÁ un dominio completo sobre esta Tierra durante mil años. Este es el Reino Milenial que vendrá. Es el cumplimiento de lo que Dios comenzó a hacer al principio.

Algunos, cuando leen acerca del Reino Milenial venidero, tal vez han quedado perplejos y no han comprendido realmente cuál es su propósito. Esperamos que este capítulo haya sido de ayuda para que los lectores comprendan los propósitos eternos de Dios y para ver la revelación de la Biblia como un todo; una imagen total de la obra de Dios en el hombre de la Tierra de principio a fin.

Dios ha querido, desde el inicio, derrotar a Su enemigo y ha elegido hacerlo a través de los seres humanos que creó. No se rebajó a luchar con Satanás personalmente, sino que, a través de Su emisario —quien se ve como Él externamente y se parece a Él internamente—, Dios, como veremos en los siguientes capítulos, recuperará la Tierra. La está llenando de seres humanos que están sometidos a Él, que Lo aman y que Le sirven.

Fin del Capítulo 6

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ÍNDICE

Capítulo 1: Venga tu reino

Capítulo 2: Los dos "reinos"

Capítulo 3: Una breve cronología

Capítulo 4: El día del Señor

Capítulo 5: En el comienzo

Capítulo 6: El fracaso del hombre

Capítulo 7: El reino de Dios está entre vosotros

Capítulo 8: "Señor, Señor"

Capítulo 9: Una recompensa justa

Capítulo 10: Perdón y juicio

Capítulo 11: El hijo varón

Capítulo 12: Viviendo en la victoria

Capítulo 13: Obras de fe

Capítulo 14: Una palabra de aliento

Conclusión